Opinión | Tribuna
Publicado
por el diario La Opinión de Málaga el día 01 NOV 2025 7:00
https://www.laopiniondemalaga.es/opinion/2025/11/01/fantasma-pasado-123239735.html
Hemos de
estar alerta para evitar la confrontación irracional entre los hombres y
mujeres de este mundo
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| Sobrevuela el fantasma de la Segunda Guerra Mundial. / l.o. |
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Hoy vuelven a aflorar los
aduladores de aquellos dictadores que asolaron el mundo el pasado siglo. Piden
mirar hacia adelante, pretendiendo pasar página y olvidar lo sucedido,
tergiversando los hechos, mientras intentan sembrar y cultivar la semilla de
aquellas ideas que nos llevaron a la hecatombe. Es bueno pararse a recordar
para tomar conciencia del peligro, para evitar que vuelva a suceder aquel desastre
que costó al mundo 60 millones vidas, para que tomen conciencia las nuevas
generaciones que son el relevo social y la previsible carne de cañón, si se da
pie a ello.
Por tanto, hemos de estar alerta
para evitar la confrontación irracional entre los hombres y mujeres de este
mundo, para reivindicar el uso de la palabra como instrumento de resolución de
problemas y la libertad responsable de todos y cada uno de los ciudadanos del
orbe, para apagar el odio, para andar nuestro camino cogidos de la mano a caballo
del verbo y la esperanza.
El fantasma de la Segunda Guerra
Mundial
Hace casi un siglo, en determinadas
zonas de este mundo, se creó un ignominioso monstruo que se fue imponiendo con
malas artes. Era intolerante, prepotente y provocador, de ideas fijas, donde el
dogma elimina el pensamiento libre. Se sentía con el poder de someter a los
otros pueblos de inferior raza, según ellos, que incluía a los desarrapados y
miserables marginados por la historia y el sistema.
Poco a poco fue ‘comiendo el coco’
a los cándidos ciudadanos, sembrando entre ellos sentimientos e ilusiones irracionales,
desde un nacionalsocialismo egocéntrico, alimentado por el odio y estructurado
en torno a la figura de un Mesías, un líder todopoderoso al que había que
obedecer sobre todas las cosas, jurando cumplir sus órdenes hasta la muerte,
sin rechistar ni cuestionarlas.
El pueblo cayó en la trampa, como
había caído en otros momentos de la historia. Los ciudadanos, por convicción,
miedo, dejación o seguir el camino de Vicente, yendo donde va la gente,
renunciaron a su libre pensamiento para seguir el sendero marcado por su
‘führer’. Dejaron, en parte, de ser seres pensantes para convertirse en seres
obedientes, sumisos y gregarios como borregos de un rebaño.
Su inteligencia la pusieron al
servicio del falaz supremacismo de su raza, hasta convencerse de que había que
conquistar el mundo e imponer el dominio de esa raza superior, que ejercería el
mando supremo desde su sistema de poder despectivo y endiosado. Serían el padre
protector y, a la vez, crítico con las inferiores razas, arrogándose el derecho
a reprimirlas para educarlas en el marco de la nueva era, donde ellos
decidirían todo, incluso quién y cómo vive en función de su pureza de raza y su
obediencia. Gestionarían el futuro en nombre de la nueva civilización. Tal vez
habría que destruir la existente para facilitar la construcción de
la otra desde la nada. A ello se pusieron. Fueron alienando al pueblo.
Señalaron claramente al enemigo, a quienes había que eliminar, destruir o vencer.
El dogmatismo del pensamiento único
Todos estaban equivocados menos
ellos, todos eran traidores a la patria menos ellos, todos iban en
‘contradirección’ menos ellos que velaban por el interés de su pueblo. Tras
desarrollar un inmenso poderío militar, en septiembre de 1939, traspasaron la
línea roja de la frontera polaca con la pretensión de derrotar y eliminar al
potencial enemigo, con la benevolencia del otro gran dictador ruso, con quien
firmó un acuerdo de no agresión por 10 años, en el pacto Ribbentrop-Molotov.
Desde este momento empezaron a extenderse ejerciendo la rapiña de las tierras
conquistadas, a la par que eliminaban sin piedad a quienes eran la escoria para
ellos. La gente enardecida de pasión y de gloria brincaba de alegría ante las
conquistas, que reafirmaban su supremacía, y se lanzaron locamente, gritando y
saludando con ardor guerrero al incuestionable líder que los llevaría a la
gloriosa victoria final, sin pensar en la sangre derramada por su pérfido
propósito. La nación, que diera al mundo grandes cerebros, científicos,
filósofos y pensadores de trascendencia universal, acabó sometida a un demagogo
cabo frustrado de la primera guerra mundial... ¡vaya paradoja!
Dejaron de ser ellos para ser parte
de un aparato donde ejercían de eslabón de la cadena que eliminaba la libertad
de los demás sacrificando, también, la propia. Aquel hermanamiento de un grupo
egoísta, con su entrega a la causa, convirtió al ser humano en inhumano
perdiendo los valores que determinan esa humanidad.
El horror de la guerra
Durante cinco años se sembró de
sangre y muerte, de destrucción y terror, los campos de la tierra. Poco a poco,
con los años y el transcurrir de la guerra, algunos, se fueron percatando del
error; la gloria y el entusiasmo inicial se convirtió en sufrimiento y miseria,
en muerte y desolación. Decenas de millones de muertos alimentaban la máquina
imparable de la contienda. Mayores, mujeres y niños sucumbían amargamente ante
los avatares que la confrontación les traía; los soberbios jóvenes, cargados de
vitalidad, que otrora saludaran con su brazo en alto en acto de obediencia al
líder hasta la muerte, fueron cayendo de forma pavorosa y con ellos, murió su
soberbia y orgullo.
El juramento de ‘obediencia debida
al führer’ los amarraba, mientras este, encerrado en su bunker, se entregaba a
su locura negando la evidente derrota y permitiendo que, desde el este,
avanzaran hordas clamando venganza por el sufrimiento que se les infligiera a
ellos previamente… destrucción, muerte, violación, rapiña y humillación
conformaban el desagravio del ejército rojo. Por el oeste los bombardeos
asolaban las ciudades causando daños irreparables y miles de muertes inocentes.
La pinza se cerraba y aquella nación orgullosa de su supremacismo era
aniquilada junto a sus aliados, humillada y amputada su idea de raza superior.
¿La sociedad tiene memoria
histórica?
Pero ahora, después de todo ello,
con los testimonios históricos que lo avalan, uno se pregunta si la sociedad
tiene memoria. Si el sufrimiento y el drama vividos por esa generación pueden
inmunizar a las generaciones venideras (en el caso de España ese sufrimiento se
infringió antes, con la guerra civil, y se mantuvo durante cuarenta años).
Lamentablemente, creo que no. Cada generación mantiene una débil memoria del ayer,
donde se diluyen los recuerdos de la dramática historia vivida por la
generación anterior. Tal vez esta civilización, donde la manipulación lo ha
tergiversado todo, dándole un carácter banal al pasado, hace que la juventud no
le otorgue el valor real a lo ocurrido. En ese caso, serán presa fácil para
volver a caer en los mismos errores. Sería bueno que a todos aquellos ‘heroicos
guerreros’ se les convirtiera en villanos, en favor de la concordia.
¿Habremos perdido la conciencia?
Nuestra frialdad ante el sufrimiento ajeno, nuestra indolencia para la gestión
pacífica de los conflictos, nuestra oposición a resecar viejas heridas, nuestra
connivencia con el odio y la confrontación, o nuestra falta de sensibilidad
ante la destrucción y muerte que conlleva el conflicto; en suma, nuestra
carencia de espíritu crítico para valorar la historia, sus dramas y
consecuencias, nos deja en disposición de volver a tropezar con la misma
piedra. Nuestro sistema educativo sigue siendo ineficaz para formar a los
ciudadanos en la democracia.
Hay que rechazar ese pasado
No me dejaré arrastrar por cantos
de sirena, porque si lo hago, posiblemente caiga en servir a los intereses de
otro, amarrado como un eslabón más de la cadena…
Mi reflexión, por tanto, va contra
toda imposición de la idea única, contra quien pretenda someter al ser humano
para sus propios fines, arrebatándole el derecho a ejercer su responsable
libertad. Va contra los pájaros de mal agüero, los falsos profetas, los
intoxicadores mentales, los ideólogos de tres al cuarto, los
pseudointelectuales que, a caballo de las redes, confunden y manipulan a la
gente ofreciendo nuevas eras diluidas en la falaz penumbra de la nada o, en
todo caso, lo que es aún peor, en el dogma político y religioso del pasado. En
suma, contra el adoctrinamiento para la sumisión y el acatamiento irracional y
contra todos aquellos que anteponen los intereses de grupo a los intereses
generales de la ciudadanía y en lugar de potenciar el desarrollo, el bienestar
y la felicidad de la gente, pretenden amarrarlos al mercado en una alienación
carente de principios y valores, en el que prima el egoísmo, donde siempre gana
el que más tiene… y pierde, como estamos viendo, el que tiene menos.
