Opinión | Tribuna
Publicado
en el diario La Opinión de Málaga, el día 22 NOV 2025 7:01
https://www.laopiniondemalaga.es/opinion/2025/11/22/medio-siglo-123986024.html
Un relato
para recordar un pasado de dictadura, desigualdad y opresión, frente a
discursos que idealizan una época marcada por la falta de libertad y justicia
social
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| Franco recibe en el hospital La Paz de Madrid al presidente del Gobierno Carlos Arias Navarro, en julio de 1974. / Europa Press |
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En estas fechas, cuando se cumple
medio siglo de la muerte de Franco y del inicio de la apertura democrática,
cuando se debería poder mirar al pasado con la neutralidad y asepsia suficiente
para comprender y valorar los hechos en su justa medida, escribiendo la
verdadera historia, estamos asistiendo a discursos que reivindica un ayer de
injusticia y desigualdad, de opresión y marginación del divergente. En los años
de la dictadura había gente que vivía “francamente” bien, eso era evidente,
pero ese bien vivir solo afectaba, especialmente, a los adeptos al régimen.
Todavía vivimos gran parte de la
generación de la posguerra, la que sufrió en sus carnes la miseria de aquellos
tiempos. Hoy, cuando andan vendiendo el relato de un pasado glorioso bajo el
manto del caudillo y muchos jóvenes abrazan ese discurso, se debe escuchar otro
relato, el de aquellos que vivieron el pasado. Fueron momentos lúgubres,
oscuros y tétricos para una sociedad asimétrica, donde unos mandaban y otros
obedecían. La libertad, la igualdad y la justicia social brillaban por su
ausencia. El régimen, omnipotente, lo controlaba todo desde una ideología
fascista donde se imponían el pensamiento único. La injusta y fratricida guerra
civil había dejado media España vencedora sobre otra media sometida, y todo
ello en un país destrozado.
Tiempos de idea única y dictado
Tras la guerra, España quedó
empobrecida económica, intelectual y socialmente. Se impuso la idea única, el
nacional-catolicismo, el liderazgo forzado de un caudillo rebelado ante el poder
legítimo. Emergió una tremenda e injusta brecha entre el pobre y el rico, entre
las dos Españas, una ostentando el poder y la otra sometida, una soberbia y
arrogante y otra humillada. Pensar distinto al sistema era considerado traición
a España, a su España impuesta. El pavoneo de las camisas azules, de los
adeptos al poder, era denigrante y vejatorio. Si tu bando era el vencido
siempre serías sospechoso, blanco de las iras y propenso a los abusos y
maltrato de las fuerzas del orden. La tortura era un instrumento habitual para
sacar confesiones a cualquier sospechoso.
Pero hay otra sangría que empobrece
más, si cabe, al país. Se trata de la marcha al exilio de grandes mentes, de
personajes eminentes del mundo intelectual y técnico que se ven obligados a
refugiarse en el extranjero. Dice Emilio Lledó que: “La riqueza de un pueblo no
es la del suelo, sino la del cerebro”. Con la huida de sus grandes cerebros
España se empobreció. No hablo solo de los ideólogos y luchadores que marcharon
a Francia tras la contienda y que fueron tratados despóticamente, me refiero,
sobre todo, al mundo intelectual. A los que fueron eliminados físicamente como
el caso de Federico García Lorca, en una atroz ejecución marcada por el odio,
como también lo fue José María Hinojosa, poeta malagueño ejecutado por los
milicianos republicanos.
Es evidente que durante la guerra
cayeron intelectuales de ambos bandos a manos del enemigo. Pero una vez
terminada la contienda, siguieron abatiendo a los seguidores de la idea
republicana en una purga ideológica a través de la represión y la cárcel.
Mientras fueron ensalzados como héroes o mártires, los caídos del bando
vencedor, mediante monumentos funerarios, iglesias y libros de texto, los
fusilados republicanos permanecieron en las cunetas y en fosas comunes, como,
para vergüenza de esta democracia, muchos aún lo están.
Los intelectuales que escaparon de
la muerte, según el bando, tuvieron distinta suerte. Los vencedores pasaron a
ser el sostén intelectual del régimen, si bien era el régimen el que definía su
conducta e ideas y no ellos a este. Es decir no había librepensamiento, sino
sumisión ideológica y aportación a la consolidación del sistema. Si alguno de
ellos se salía del guion era repudiado, como el caso del propio Hedilla -
aunque no pueda considerarse un intelectual nato - jefe falangista que se opuso
a la unificación de esta con los tradicionalistas bajo el mando de Franco, por
lo que fue acusado de conspirar contra él y condenado a dos penas de muerte,
posteriormente conmutadas, pero que le apartaron de la vida política hasta su
muerte en 1970. No quiero olvidarme de Miguel de Unamuno que fue cesado como
rector de la universidad de Salamanca tras el incidente del 12 de
octubre de 1936 con Millán Astray. Unamuno falleció el 31 de diciembre de ese
mismo año de forma sospechosa (en este punto aconsejo leer “La doble muerte de
Unamuno”, de Luis García Jambrina y Manuel Menchón).
Las artes y la ciencia al exilio
La intelectualidad republicana que
marchó al exilio fue muy numerosa y de gran calidad en muchos casos. Las
cabezas mejor dotadas de España, intelectuales, científicos, escritores,
profesionales de las artes plásticas, como Francisco Ayala, Juan Ramón Jiménez,
León Felipe, Rafael Alberti, Pau Casals, Pablo Picasso, Ramón J. Sender, Pedro
Salinas, María Zambrano, Manuel Altolaguirre, Rosa Chacel, Luis Cernuda, Juan
José Domenchina, Elena Fortún, José Gaos, Jorge Guillén, Maria Teresa León,
Emilio Prados, Claudio Sánchez Albornoz, Luis de Zulueta y un amplio etc...
Todos ellos fueron a enriquecer la cultura y el conocimiento de otros países de
acogida, pues aquí ya no cabían ni podían desarrollar su creatividad y
pensamiento. La guerra, pues, creó un orden dictatorial donde todo estaba
sujeto a los intereses del régimen.
Respecto a la ciencia pasa tres
cuartos de lo mismo. Se ha llegado a señalar que quinientos médicos españoles
se exiliaron en México al finalizar la guerra. Nombres como Augusto Pi i Sunyer,
Miguel Prados Such (hermano del poeta Emilio Prados), José Puche Álvarez, Isaac
Costero, Gustavo Pittaluga, Ángel Garma y Severo Ochoa muestran lo profundo del
golpe que recibieron sus disciplinas en España. En el texto de la ley que crea
el Consejo Superior de Investigaciones Científicas queda de manifiesto como
hasta la ciencia debía retroceder dos siglos para basarse en las ideas
esenciales que inspiraron el golpe de 1936: “Restaurar la clásica y cristiana
unidad de las ciencias” e “imponer las ideas esenciales que han inspirado
nuestro Glorioso Movimiento”.
La España de la nada
En estas circunstancias se
consolida la España de la NADA. No había libertad de religión, de ideas
política, de pensamiento, de educación, de tránsito, de sindicación… todo
estaba controlado. El superyo que define Freud, estaba condicionado por la
iglesia, su clero y su credo, por lo que la socialización del niño estaba en
manos de los curas y no de los padres. El cauce de las ideas, el pensamiento,
los valores y principios, estaban intervenidos también por la iglesia y los
principios del llamado Movimiento Nacional. La otra NADA hace alusión al
alimento, a la ropa, a la vivienda, a las necesidades más básicas. Hambre,
miseria y padecimiento fueron las constantes que sufrieron los niños y mayores
de la clase obrera y trabajadora. El racionamiento, el queso y la leche en
polvo que, caritativamente, se recibía en las escuelas no se pueden olvidar de
las infantiles mentes, ya maduras en la tercera edad en la actualidad.
Esta NADA no era general, pues los
vencedores disfrutaban de prebendas y acceso a recursos vedados a los vencidos
y al pobre. El trapicheo, contrabando y estraperlo eran formas de enriquecerse
más los ya pudientes y adeptos al régimen, mientras era castigado muy
severamente el infractor si era del otro bando. Por tanto, en ese mundo de la
NADA se trabajaba casi por nada para poder comer algo. En él estaban los
campesinos, obreros y pobres, los gitanos, los proscritos, los rojos y
vencidos, la clase trabajadora, salvo quienes habían luchado al lado de los
vencedores y eran serviles con los poderosos y ricos hacendados.
En contrapartida, el mundo de la
NADA era rico en hambre, miseria, marginación, dolor, sufrimiento y pena, sin
olvidar el miedo y el sometimiento formal y vejatorio que llevaba a la
obediencia al amo de la tierra para quien se trabajaba. Por tanto, quien nadaba
en la NADA era el campesinado andaluz en general y más en particular el de
ideas republicanas, que estaba estigmatizado como rojo o familiar de rojo. Al
menor atisbo de rebeldía, de disensión, las “fuerzas del orden” entraban en acción
metiendo el miedo en el cuerpo de los más valientes, por lo que solo en la
clandestinidad se podía contactar con los correligionarios y debatir ideas.
En aquel tiempo, cada cual vivió su
historia, pero en el marco que definió el cuadro que impuso el régimen.

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