miércoles, 22 de mayo de 2019

El futuro de Europa

Una vez más se nos reclama a las urnas. En este caso para determinar nuestros representantes en los ayuntamientos, algunas comunidades autónomas y el Parlamento Europeo. Nuestro sistema representativo, cuestionable en muchos aspectos, pero estructurado desde la territorialidad de menos a más, tiene, bajo mi opinión, niveles de descentralización que nos permiten acercar las decisiones a los afectados según las competencias y responsabilidades administrativas que tienen los organismos representativos y de gestión.
Hoy, cuando se está produciendo la III guerra mundial en campos de la economía, sin ejércitos, salvo en la periferia de los imperios, con una globalización económica, que no social, donde los grandes beneficiados son las multinacionales y la banca, que ejercen su poder en todo el mundo mediante el control del flujo económico, regulando el grifo por donde discurren los mercados, las divisas, los préstamos y el control de deudas públicas, el asunto se ha convertido en una confrontación de titanes para dominar el futuro de las tecnologías que cambiarán el mundo y la forma de vivir la ciudadanía, incluso sus derechos y deberes. Si nos relajamos y cedemos a los intereses de las grandes corporaciones, serán ellas las que manden y decidan la política económica y la forma de relación en el mundo laboral, o sea el contrato social que dio a Europa y al mundo un sistema de bienestar social
amparado por las constituciones donde se definen los derechos y deberes ciudadanos, como soberanos que delegan esa soberanía en los políticos, otorgándoles su voto mediante un contrato programático que ofrecen los partidos, lo cumplan o no lo cumplan, pero manteniendo esa dominio sobre el voto que les permite renovar o no su confianza según su propio criterio. 
Europa fue artífice de las dos grandes guerras hasta aniquilar su poder mundial. El viejo continente se suicidó a base de navajazos entre hermanos, destrozando vidas, haciendas, industrias e imperios, como si fuera un demiurgo maléfico que en lugar de crear destruye.  Fue un reflejo de los viejos imperios que, desde la Edad Moderna, pasando por la contemporánea, se dividieron el mundo a base de cañonazos y tratados, colonizando a otras culturas y esclavizando a los nativos africanos para su uso y disfrute. Esa Europa de naciones enfrentadas entre ellas, herida de muerte a lo largo del siglo XX, precisa un buen diagnóstico y una cura mediante sinergias que permitan afrontar el futuro con esperanza. El tratamiento iniciado a mediados del pasado siglo, tras la segunda gran guerra, puso la primera piedra de una nueva construcción. Mas todo lo que se estanca muere por senectud y atrofia. Solo persiste lo que crece, lo que activa las energías para seguir evolucionando hacia un mañana mejor a través de la fundada esperanza.
Europa se enfrenta a una crisis de identidad, estructural y, si me apuran, cultural. Se han de dejar los viejos prejuicios que sembraron el odio y el desencuentro, que llevó a la confrontación con las consecuencias que ya he referido. Creo que se ha de renunciar a más soberanía nacional para ganar en soberanía europea. Se ha de dar un paso más en la unión para conformar una Estado Plurinacional que entronque las naciones europeas, pero desde la potenciación de la cohesión social que otorgue beneficios a la ciudadanía en lugar de pensar, mayoritariamente, en las finanzas y el mercado, que, como debería ser lógico, ha de estar al servicio del ser humano y no al revés.
Ante esta situación vuelven a asomar los nacionalismos (en muchos casos de corte fascistoide), la segregación, la dispersión, la entropía que genera el desencuentro. Las viejas glorias de las viejas naciones europeas encuentran eco en grupos que reclaman el pasado y la acción del poder que se ejerció.  Eso, que disgrega la potencialidad europea, creo que se ha de neutralizar. Puede que la única forma de lograrlo sea hacer más Europa; dar otros pasos hacía una Unión Europea de futuro con potencial económico y tecnológico propio y defensa de sus valores culturales y sociales que devengan en una mejor calidad de vida y mayor dignidad de sus habitantes.
Los riesgos a que nos enfrentamos son variados. Por un lado está la codicia y la avariciosa política del mundo de las finanzas que pretenden prevalecer sobre los intereses de los propios ciudadanos. Un nuevo orden donde el ser humano esté al servicio del sistema capitalista en su manifestación más cruda y perversa, tal como  defiende el neoliberalismo, donde el mercado impone las leyes en función de la oferta y la demanda al amparo de un Estado laxo y nada interventor, siguiendo los pasos del modelo norteamericano. Por otro existe una tendencia Trúmpica (derivada de Trump) que se manifiesta en el llamado The Movement que defiende Steve Bannon, el exasesor de Trump, cuyo objetivo es que las extremas derechas ganen el parlamento europeo para ejercer una política en la línea del presidente americano. Sospechosa tendencia que quiere llevarnos a la dilución europea acusándola de estar en poder del mundo financiero, para entregarla a los intereses norteamericanos, más de lo que ya está.    
No dejan de tener razón, y en eso se basa para difundir su posverdad, que existen burócratas y especuladores aliados con el poder financiero y, por consiguiente, pueden imponer, mediante el uso del flujo económico, políticas de recortes irracionales en defensa del equilibrio presupuestario y el poder económico con sus élites financieras, dejando de lado al ciudadano. Pero no nos engañemos, la solución no está ahí, sino en establecer políticas de corte socialdemócrata, o como quieran llamarle, pero que establezca leyes y normas que lleven a un justo reparto  en el crecimiento económico, que dignifique la vida de la gente, que planifique a largo plazo para neutralizar el efecto pernicioso de la contaminación, que potencie el uso de energías limpias alternativas, que piense en el ciudadano y su crecimiento personal, que las cargas impositivas sean progresivas pagando más el que más gana y no dejando a las multinacionales, prácticamente, libres de impuestos mientras se enriquecen con el mercado europeo.
La Europa de los conservadores ha fracasado. Demos opción a otra alternativa. Elijamos a quienes puedan reconducir la situación hacia una Europa más social, menos restrictiva y más expansiva. Una Europa donde el ser humano sea el eje sobre el que pivoten las políticas económicas y sociales, la educación y evolución de la ciudadanía. Donde se garanticen derechos y libertades y una vida digna para sus habitantes. Donde la economía deje de ser un capitalismo salvaje para convertirse en economía humanista al servicio del ciudadano. Tal vez necesitemos una catarsis, pero… ¿cómo se hace esa catarsis en este mundo tan complejo?
En todo caso, una  Europa más potente y de mayor calidad no se hace sin el esfuerzo de todos, ajustando las sinergias para conseguir los grandes objetivos a través políticas y políticos razonables y competentes. ¿Queda esperanza, o seguimos sumidos en el entreguismo? ¿Podremos hacer una Europa competitiva con las otras dos potencias que nos amenazan económicamente, como son China y EE. UU.?

2 comentarios:

JOSÉ MANUEL GONZÁLEZ MADRID dijo...

Poco optimista soy respecto al futuro de la U.E. A corto y medio plazo. Los intereses de las distintas agrupaciones políticas, en muchos casos son antagónicos,los emergentes nacionalismos preconiza desintegración, la crisis demográfica necesita de la inmigración que choca con las actitudes xenófobas. Por otra parte,los intereses de las grades potencias amenazan con manejarnos como mejor convenga a sus propios intereses. En nuestros votos está apoyar a quienes mejor puedan defender los objetivos más rentables ,social,económica,cultural y politicamente para el presente y futuro de nuestra U.E.

Antonio dijo...

Sin duda el optimismo es un sentimiento relacionado con una actitud personal, contingente con el análisis del medio, a la vez que una manifestación del carácter. Tu análisis lo veo fundado y consecuente con un movimiento emergente que juega con las emociones y torna al ser humano a lo tribal en contraposición a la universalidad que, bajo mi punto de vista, debería imperar en un futuro sin fronteras para las comunicaciones y los flujos económicos. Los flujos de personas siguen siendo reactivos a la injusticia distributiva que sigue condenando al ostracismo a sociedades y países del tercer y cuarto mundo. El viejo mundo no tiene conciencia de que la senectud lleva a la parca y que solo el aporte de la juventud sostiene la vida del mañana. Si no aceptamos inmigración estamos abocados al esclerosamiento y .
Saludos

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