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Hoy me he desayunado con la noticia sobre las interesantes opiniones del señor Isak Andik, dueño de Mango y nuevo presidente del Instituto de Empresa Familiar. Cuando digo dueño de Mango me refiero a la empresa Mango, no a que él tenga el mango de la sartén, aunque le gustaría tener la sartén por el mango. Eso queda claro a la vista de sus declaraciones.
Creo que de su mensaje se pueden extraer interesantes conclusiones sobre cuales son las diferencias entre el sistema neoliberal y una gestión humanista de la cosa pública. Refiere que el funcionariado debería tener "una remuneración variable y una estabilidad similar a la de empresa privada para las nuevas incorporaciones, no para las anteriores, que ya tienen derechos adquiridos". La cuestión está en lo justo o injusto de los criterios para mantener esa estabilidad laboral. La empresa está llevando al paroxismo su idea de despido y de estabilidad laboral, solo entendible desde la perspectiva de un mercado donde el sujeto es una herramienta para la producción y el enriquecimiento del dueño del capital. Si yo gano tienes trabajo, no importa lo mucho que gane, pero si pierdo, aunque sea por mi mala cabeza, te vas a la calle y yo preservo las ganancias que obtuve con tus servicios.
Pero si concebimos la empresa orientada al servicio del ciudadano, entendiendo la producción como la gestación y gestión de un bien común, donde confluyen las fuerzas del capital y de la actividad laboral en una sinergia productiva, no podemos hablar de despido tan fácilmente, sobre todo en función de los intereses del dueño del capital, que saca su beneficio sistemáticamente y cuando la cosa va mal se desprende del empleado sin contabilizar los bienes que le aportó a lo largo de su servicio. Lo que habría que plantearse no es el sistema de relación laboral en la línea que lo propone el mundo empresarial, sino desde la perspectiva de la definición de la propia empresa, donde el capital tiene su función, pero nunca ha de ser superior su influencia a la del propio esfuerzo humano, al valor del trabajo, que desde el punto de vista humanístico está muy por encima de lo material que representa el dinero. El dios dinero debe dejar paso al valor del trabajo. El dinero y el trabajo conforman dos elementos que deben ser copropietarios de la empresa...
El problema radica en que en este sistema la gestión se hace desde el poder del dinero y no desde el poder de la producción. Habría que cambiar los órganos de gobierno de las empresas y dejar sobre la mesa un equilibrio de poder entre los agentes productores, incluido el dueño del dinero, sin excluir el aporte del empleado que conforma el recurso humano. El cambio pues, no debería ir por darle más poder al capital, sino por implicar más en la gestión al mundo laboral, al empleado que produce, al conjunto de los asalariados, para que la competitividad se tradujera en mayor conciencia de producción y en mayor beneficio, en un justo reparto de las ganancias y de las pérdidas. No podemos privatizar las ganancias para las empresas y socializar las pérdidas repercutiéndolas en el Estado.
Es cierto que el sistema del empleo público debería ser retomado y redefinido en base a parámetros más adecuados al momento. Establecer una contingencia entre eficiencia, productividad y calidad del servicio con respecto al salario, mediante pluses especiales, contratos programa, determinación de objetivos, que llevaran a nuestra administración a un mejor cumplimiento de su función. O lo que es lo mismo, establecer una dinámica de motivación que premie la productividad y el bien hacer del empleado público, dejando el despido para extremas situaciones. Ahí tienen mucho que decir los sindicatos y los gobiernos.
Pero también es cierto que el mundo empresarial, que siempre, quiere sacar tajada de cada situación de crisis, sin hacer demasiada autocrítica en cuanto a la gestión e implicación propia en la misma, cuando no la provocan a conciencia, anda intentando mermar el poder del Estado para llevar toda la dinámica relacional del mundo del trabajo y la producción al campo de lo neoliberal, donde prima, sobre todo, la idea de la producción y el valor del dinero y la autorregulación desde una selva de intereses donde el más poderoso, tramposo o manipulador, puede hacerse con el poder mediante técnicas poco contrastadas y justificables moral y éticamente.
Si partimos de la base de una sociedad humanista, donde toda actividad debería perseguir el bien común, no solo inmediato, sino de proyección de futuro, habría que someter al sistema capitalista a unas normas de juego que se alejan mucho de sus pretensiones. El objetivo es el desarrollo del sujeto, no del capital, que solo es un medio, una herramienta, para hacer crecer los bienes de una sociedad en justo reparto para la evolución de sus integrantes en conjunto, y no al revés, una ciudadanía sometida a los intereses del conjunto del capital, del dinero, que prima sobre el valor del ser humano. Esto último solo puede llevar a la autodestrucción de los valores humanos y del propio planeta, que está siendo explotado y expoliado, como estamos viendo, en beneficio de unos intereses inconfesables de grupos acaudalados que se esconden detrás de grandes multinacionales y que manipulan el dinero y el flujo de capital.
Para mí, la empresa del futuro tiene justificación desde la gestión compartida de sus integrantes, tanto capital como empleados, en una propiedad común donde la motivación tiene su sentido desde la implicación en lo propio. El Estado debe retomar la idea de que todo está al servicio del ciudadano en su conjunto y de que cualquier actividad debe someterse a criterios que lo garanticen. Es el Estado el representante democrático de los ciudadanos, el lugar donde confluyen los intereses del colectivo social y, por ende, donde se ha de establecer el control y desarrollo de la actividad social y productiva que redunde en beneficio de todos con arreglo a un criterio de justicia social.
En esta lucha denodada que se está dando entre el poder político y el económico, salimos claramente perdedores los ciudadanos. El mundo político está siendo denostado, vilipendiado y descalificado, si bien hay argumentos sólidos de incompetencia en muchos casos, mientras que el ejemplo de gestión empresarial sigue saliendo de rositas de una crisis que ellos ha provocado. Parece que los medios atacan sistemáticamente al político y obvian al capital que los paga y manipula en beneficio propio (véase mi entrada anterior sobre Noan Chosky).
Hoy quiero hacer una defensa del político honrado, de quien lucha por gestionar la cosa pública desde la idea de justicia social, de quien se siente portador y defensor de los intereses de sus votantes y no de aquellos a quienes son comprados con el dinero. Quiero reencontrarme con esa gente que respeta a los demás, que busca las sinergias, que no descalifica sistemáticamente para dejar en evidencia lo malos que son los contrincantes, sin descubrir su propio juego, sus alternativas. Quiero un político que anteponga el valor de la política a sus intereses persónales o de partido, que no esté vendido a réditos ocultos y a proyectos en la sombra que solo pretenden reforzar el poder de sus amos del mundo económico y financiero.
Si le damos el mango de la sartén a esos, se lo damos a los dueños de los Mangos, de las multinacionales y a quienes defienden el sometimiento del conjunto de la ciudadanía al sistema productivo, en lugar de a la inversa. Hay que sostener y seguir sosteniendo la sartén por el mango, desde los representantes de la ciudadanía. Para ello se han de hacer valer estos, de refundar el espíritu ético de la política y desenmascarar la estrategia de deterioro que se está imponiendo desde muchas esferas que pretenden menguar el Estado para saltar ellos como alternativa de gestión de la cosa pública desde su concepción neoliberal, donde el valor del ser humano solo cuenta en función del aporte al sistema productivo a la competitividad y al progreso económico y material.
No, yo no le doy el mango de la sartén al señor Isak Andik, aunque me lo haya quitado, sigo reivindicando mi derecho a tener el mango en la alícuota parte que me corresponda como ciudadano y dentro de la filosofía humanista, alejado del más puro materialismo que intentan imponerme. Tendrán la sartén por el mango, pero será contra mi voluntad…
Creo que de su mensaje se pueden extraer interesantes conclusiones sobre cuales son las diferencias entre el sistema neoliberal y una gestión humanista de la cosa pública. Refiere que el funcionariado debería tener "una remuneración variable y una estabilidad similar a la de empresa privada para las nuevas incorporaciones, no para las anteriores, que ya tienen derechos adquiridos". La cuestión está en lo justo o injusto de los criterios para mantener esa estabilidad laboral. La empresa está llevando al paroxismo su idea de despido y de estabilidad laboral, solo entendible desde la perspectiva de un mercado donde el sujeto es una herramienta para la producción y el enriquecimiento del dueño del capital. Si yo gano tienes trabajo, no importa lo mucho que gane, pero si pierdo, aunque sea por mi mala cabeza, te vas a la calle y yo preservo las ganancias que obtuve con tus servicios.
Pero si concebimos la empresa orientada al servicio del ciudadano, entendiendo la producción como la gestación y gestión de un bien común, donde confluyen las fuerzas del capital y de la actividad laboral en una sinergia productiva, no podemos hablar de despido tan fácilmente, sobre todo en función de los intereses del dueño del capital, que saca su beneficio sistemáticamente y cuando la cosa va mal se desprende del empleado sin contabilizar los bienes que le aportó a lo largo de su servicio. Lo que habría que plantearse no es el sistema de relación laboral en la línea que lo propone el mundo empresarial, sino desde la perspectiva de la definición de la propia empresa, donde el capital tiene su función, pero nunca ha de ser superior su influencia a la del propio esfuerzo humano, al valor del trabajo, que desde el punto de vista humanístico está muy por encima de lo material que representa el dinero. El dios dinero debe dejar paso al valor del trabajo. El dinero y el trabajo conforman dos elementos que deben ser copropietarios de la empresa...
El problema radica en que en este sistema la gestión se hace desde el poder del dinero y no desde el poder de la producción. Habría que cambiar los órganos de gobierno de las empresas y dejar sobre la mesa un equilibrio de poder entre los agentes productores, incluido el dueño del dinero, sin excluir el aporte del empleado que conforma el recurso humano. El cambio pues, no debería ir por darle más poder al capital, sino por implicar más en la gestión al mundo laboral, al empleado que produce, al conjunto de los asalariados, para que la competitividad se tradujera en mayor conciencia de producción y en mayor beneficio, en un justo reparto de las ganancias y de las pérdidas. No podemos privatizar las ganancias para las empresas y socializar las pérdidas repercutiéndolas en el Estado.
Es cierto que el sistema del empleo público debería ser retomado y redefinido en base a parámetros más adecuados al momento. Establecer una contingencia entre eficiencia, productividad y calidad del servicio con respecto al salario, mediante pluses especiales, contratos programa, determinación de objetivos, que llevaran a nuestra administración a un mejor cumplimiento de su función. O lo que es lo mismo, establecer una dinámica de motivación que premie la productividad y el bien hacer del empleado público, dejando el despido para extremas situaciones. Ahí tienen mucho que decir los sindicatos y los gobiernos.
Pero también es cierto que el mundo empresarial, que siempre, quiere sacar tajada de cada situación de crisis, sin hacer demasiada autocrítica en cuanto a la gestión e implicación propia en la misma, cuando no la provocan a conciencia, anda intentando mermar el poder del Estado para llevar toda la dinámica relacional del mundo del trabajo y la producción al campo de lo neoliberal, donde prima, sobre todo, la idea de la producción y el valor del dinero y la autorregulación desde una selva de intereses donde el más poderoso, tramposo o manipulador, puede hacerse con el poder mediante técnicas poco contrastadas y justificables moral y éticamente.
Si partimos de la base de una sociedad humanista, donde toda actividad debería perseguir el bien común, no solo inmediato, sino de proyección de futuro, habría que someter al sistema capitalista a unas normas de juego que se alejan mucho de sus pretensiones. El objetivo es el desarrollo del sujeto, no del capital, que solo es un medio, una herramienta, para hacer crecer los bienes de una sociedad en justo reparto para la evolución de sus integrantes en conjunto, y no al revés, una ciudadanía sometida a los intereses del conjunto del capital, del dinero, que prima sobre el valor del ser humano. Esto último solo puede llevar a la autodestrucción de los valores humanos y del propio planeta, que está siendo explotado y expoliado, como estamos viendo, en beneficio de unos intereses inconfesables de grupos acaudalados que se esconden detrás de grandes multinacionales y que manipulan el dinero y el flujo de capital.
Para mí, la empresa del futuro tiene justificación desde la gestión compartida de sus integrantes, tanto capital como empleados, en una propiedad común donde la motivación tiene su sentido desde la implicación en lo propio. El Estado debe retomar la idea de que todo está al servicio del ciudadano en su conjunto y de que cualquier actividad debe someterse a criterios que lo garanticen. Es el Estado el representante democrático de los ciudadanos, el lugar donde confluyen los intereses del colectivo social y, por ende, donde se ha de establecer el control y desarrollo de la actividad social y productiva que redunde en beneficio de todos con arreglo a un criterio de justicia social.
En esta lucha denodada que se está dando entre el poder político y el económico, salimos claramente perdedores los ciudadanos. El mundo político está siendo denostado, vilipendiado y descalificado, si bien hay argumentos sólidos de incompetencia en muchos casos, mientras que el ejemplo de gestión empresarial sigue saliendo de rositas de una crisis que ellos ha provocado. Parece que los medios atacan sistemáticamente al político y obvian al capital que los paga y manipula en beneficio propio (véase mi entrada anterior sobre Noan Chosky).
Hoy quiero hacer una defensa del político honrado, de quien lucha por gestionar la cosa pública desde la idea de justicia social, de quien se siente portador y defensor de los intereses de sus votantes y no de aquellos a quienes son comprados con el dinero. Quiero reencontrarme con esa gente que respeta a los demás, que busca las sinergias, que no descalifica sistemáticamente para dejar en evidencia lo malos que son los contrincantes, sin descubrir su propio juego, sus alternativas. Quiero un político que anteponga el valor de la política a sus intereses persónales o de partido, que no esté vendido a réditos ocultos y a proyectos en la sombra que solo pretenden reforzar el poder de sus amos del mundo económico y financiero.
Si le damos el mango de la sartén a esos, se lo damos a los dueños de los Mangos, de las multinacionales y a quienes defienden el sometimiento del conjunto de la ciudadanía al sistema productivo, en lugar de a la inversa. Hay que sostener y seguir sosteniendo la sartén por el mango, desde los representantes de la ciudadanía. Para ello se han de hacer valer estos, de refundar el espíritu ético de la política y desenmascarar la estrategia de deterioro que se está imponiendo desde muchas esferas que pretenden menguar el Estado para saltar ellos como alternativa de gestión de la cosa pública desde su concepción neoliberal, donde el valor del ser humano solo cuenta en función del aporte al sistema productivo a la competitividad y al progreso económico y material.
No, yo no le doy el mango de la sartén al señor Isak Andik, aunque me lo haya quitado, sigo reivindicando mi derecho a tener el mango en la alícuota parte que me corresponda como ciudadano y dentro de la filosofía humanista, alejado del más puro materialismo que intentan imponerme. Tendrán la sartén por el mango, pero será contra mi voluntad…
Lo lamentable es que estamos inmersos en una cultura organizacional y social que se sustenta en la idea de que el Estado son ellos y no nosotros. El rey Sol no ha muerto, ahora son ellos quienes dicen aquello de: "El Estado soy yo".
25 comentarios:
Una entrada, Antonio, que como todas las tuyas hace pensar.
El primer problema es que los empresarios, mejor el sistema capitalista, ven al dinero como el fin, mientras que los trabajadores son un medio, por lo tanto les tratan como herramienta.
Es difícil esperar otro tipo de empresarios en un sistema tan competitivo donde quien más explota es quien más gana y no arriega nada personal.
Ellos nunca fallan, fallan sus trabajadores o es la mala suerte.
Su ambición sería privatizarlo todo, y así poder hacer todo lo público, privado. De tal forma que el madamás, el presidente podría ser un Díaz Ferrán cualquiera.
Y ya sabemos dónde iría el Estado...
Salud y República
Como dice D. kabi, una entrada interesante.
Antonio creo que partes de un error. Tratas de analizar las relaciones laborales desde una perspectiva humanista (muy tuya) y no, como también ha dicho D. Kabi, como lo que son realmente: una relación de capital versus trabajo.
No habrá posibilidad de conseguir lo que propones, si antes no se logra cambiar el sistema capitalista por completo y llegar al socialismo, pero no al ideal humanista, por mucho que nos guste, sino al científico, al marxismo. Al que analiza con certeza cómo funciona el capital y cómo explota al trabajador, a la naturaleza, a quien se ponga por delante.
La lucha de clases aún existe, esto no es un invento de cuatro locos; es un hecho. Y mientras esto sea así, las posibilidades de cambiar las relaciones de fuerza entre el capital y el trabajo son inexistentes.
Ese es uno de los puntos débiles del socialismo reformista: ha querido gestionar el sistema desde la configuración de leyes para humanizarlo y, claro, como no tiene control sobre la producción ni, sobre los mercados financieros, el fracaso ha sido total y absoluto.
Pero que conste que tu argumentación me ha parecido excelente.
un saludo
Desde mi desconexión absoluta de los medios de comunicacion. ¡Es que estoy inmersa en mi huelga peculiar, a mi estilo, podando y limpiando hierbas malas, preparandome para la llegada del invierno. El resto del mundo psch se volatiliza!
Solo una tontería, que mientras la naturaleza humana siga igual, vamos como vamos y no dejaremos de trillar el mismo surco.
Vamos a ver qué pasa cuando salgan los nuevos bebitos de diseño. Un fuerte abrazo.
Yo creo, amigo Rafa, que hay un doble elemento que sustenta el sistema y deja las esperanzas de cambio bastante diezmadas. Me refiero, aparte del enfoque de la actividad productiva como finalidad de ganar dinero sobre todo, a esta cultura donde se idealiza la riqueza, el poder y el dinero sobre todas las cosas, donde el ser humano ha significado siempre una herramienta, un mulo de carga para habilitar la producción de bienes que enriquezcan al dueño del dinero, al capital. Es necesario cambiar esta cultura del mercado libre, del neoliberalismo depredador y agresivo que coarta y condiciona la vida de los más necesitados, de aquellos que están atrapados en el sistema y no pueden desprenderse de sus cadenas.
Eso… ¿Cómo se hace? No lo sé, pero sí sé que hemos o estamos perdiendo una oportunidad por la cobardía de nuestros políticos, que se han entregado a los designios de quienes nos han llevado a la crisis. Ahora hubiera sido una buena ocasión para poner a los tramposos contra las cuerdas y ubicarlos en su lugar y con el poder que debería tener, sometidos al sistema democrático y de soberano popular donde nos dicen estamos.
Un abrazo
Txema, no creo que parta de un error, aunque lo que es posible sea que no haya posibilidad de cambiar las cosas tal como está funcionando el sistema. Por tanto, lo que habría que hacer es cambiar el sistema. Somos lo que somos por lo que hemos venido siendo a lo largo de los tiempos. Es más, todos los intentos de cambiar el sistema han resultado neutralizados al cabo del tiempo, bien por la influencia de las multinacionales y del capital con su poder del dinero, bien por la perversión y corrupción de aquello que decía defender al ciudadano y lo que pretendía era el poder para ejercerlo como se hace en esta cultura nuestra. Cambiamos a un zar por otro…
No tengo mucha fe en el socialismo tal como se ha entendido en tiempos pretéritos. Es decir, con dirigentes y líderes que dicen ser y estar por el pueblo y que al final resultan tan dictadores como el que más. Su partido engendra una perversión interna que genera luchas de poder para llegar, sin elecciones democráticas universales, al poder.
Creo, sin embargo, que si el ser humano toma conciencia de la necesidad de un nuevo orden y se apoya en la política responsable y comprometida, si cuestiona los valores que nos fueron inculcando y que sostienen el sistema, si es capaz de tomar conciencia de su poder y ejercerlo como sinergias de grupo, podremos estar ante un nuevo orden que cuestione y cambie el sistema capitalista. Difícil cuestión, pues no se dejarán fácilmente, pero la idiocia imperante en el pueblo alienado debe desaparecer para tomar forma de implicación responsable y exigente en el mundo de la política.
Puede que sea un incauto, puede que los pocos años que me quedan de vida no sirvan para ese fin, puede que solo pretenda limpiar mi propia conciencia por la implicación en la creación o sostenimiento de este sistema, pero la reflexión es mi única arma para crear actitudes.
Un abrazo
Bueno Emejota, pues estamos muchos en esa situación de huelga general de medios como espectadores de la caja tonta y sus adláteres. Pero eso será para conseguir digerir todo lo que tenemos acumulado en nuestro interior sin dejarnos influir en demasía por los medios alienantes e idiotizantes que nos rodean.
Nuestra generación ya hizo su trabajo en mayor o menor medida, la próxima, la que está en el poder ahora y en plena capacidad operativa, deberá asumir la suya y vivir las consecuencias. Nosotros nos iremos pero ellos deben ir pensando en que les espera. Mientras tanto estas reflexiones desde la madurez pueden ayudarle si lo tienen a bien considerar. Dicen que más sabe el diablo por viejo que por diablo, aunque ahora se empeñen en decir que los viejos no saben nada y que no comprenden la evolución de la sociedad y la tecnología, como si el ser humano fuera una máquina nueva…
Un abrazo
Vale, retiro lo de error y lo sustituyo por una visión idílica -roussoniana- del hombre.
Claro que al final vuelves a recuperas la nota "realista" y pones en duda la posibilidad de cambio al decir que puede ser que seas incauto.
No, no eres incauto, eres un útopico (en el sentido positivo) que no se resgina vivir en este mundo. Como otros muchos.
Comparto tu análisis sobre el fracaso del socialismo y su desviación inhumana. Pero -creo- que eso ocurrió, como he explicado en mi blog, porque se abandonó la ideología para ocuparse sólo del poder, es decir de la gestión pura y dura.
Bueno, no me enrollo más.
un saludo
es una delicia leerte, antonio, siempre tan reflexivo... un besazo
Tal vez, amigo Txema, la duda justifique el sentido de la vida y de la propia evolución. Ya sabes aquello de que “la duda es la madre del conocimiento”.
Ciertamente, puedo ser utópico, pero es que la utopía es el horizonte del progreso. Siempre delante, nunca se llega, pero nos orienta en el camino. ¿La ideología es utopía, o la meterialización intelectual de la propia utopía?
Cuando no hay ideología puede que estemos siendo llevados por el puro materialismo consumista o nos limitemos a sobrevivir con lo inmediato, con lo que nos da el placer hedonista sin plantearnos ir más allá del momento. La ideología es la luz que le da sentido al aspecto reflexivo e intelectual de la mente… lo contrario es la mediocridad que se ancla en la indolencia intelectual y el conformismo obediente y sumiso.
Un saludo y tampoco me quiero enrollar demasiado.
Gracias, Mª Ángeles, por tus palabras, por tu presencia y por tu afecto.
Besos
ESas Cooperativas de las que hablas, te diré que han dado muy buenos resultados en Suecia y en Israel. Ambos paises se distinguen por tener una economía mixta liberal y socialista, al mismo tiempo.
UN abrazo
Antonio, un estupendo texto donde plasmas una situación social muy de actualidad.
Leyendo tus reflexivos escritos, se me amplia el horizonte.
Un abrazo amigo
Paso a dejarte un saludo Antonio.Besos.
Has hecho una interesante reflexión, Antonio, pero mejor no opino de política porque no entiendo mucho de todo ello, y además, cada vez que hablo de ello, me pongo de malhumor.
Un beso.
El verdadero problema está en la aceptación general de que las cosas han de ser así, que lo normal sea que te contraten por cuatro duros y te despidan gratis...ah y que mientras no te despidan estés agradecido, eh?
Ayer estaba en el parque con mi hijo y le oí a una señora, una abuela de otro niño, que quien no trabajaba era porque no quería, que su hijo tenía no se que empresa y no encontraba trabajadores, que todos querían ganar "la invalia" (el palabro es de ella) y tener todos los derechos...Tuve la boca abierta para contestarle, pues claro, como no van a querer tener los derechos? , pero me di cuenta de que no serviría de nada.
Si esa filosofía se aplica al estado o al resto de las administraciones públicas, que es lo que se persigue, el estado quedará reducido a eso, a un cacique de medio pelo que contratará como el hijo de esta señora.
Por cierto, un montón más de señoras le dieron la razón acalarodamente...en eso y en lo de aumentar la edad de jubilación hasta los 70. Claro, que ninguna los cumplía ya, jeje.
Empleo publico.
Empleado publico
Todo un debate que no siempre tiene ribetes justos.
Cariños
No suelo opinar de política entre otras cosas por no entiendo ni papa.
Pero lo que si que entiendo, es que
escribes increíblemente bien.
Besitos guapo.
Myriam, has sacado un claro ejemplo de un sistema organizativo diferente donde la implicación de los agentes productores y el capital hacen viable una alternativa tanto o más productiva y justa. Potenciar y apoyar este tipo de empresas de corte más humanista es interesante.
Un abrazo
Gracias, Maripaz. La mente abierta permite asumir nuevas ideas desarrollando las nuestras. Compartir e intercambiar es la base del crecimiento.
Un abrazo
Geni Creus, gracias por tu visita. Espero que el saludo que me mandas salga de un buen estado de salud propio.
Besos
María, creo que hay un momento en que la sociología y la política se entremezclan, pues el contexto sociológico define los posibles políticos, es decir, las formas y capacidades de actuación política.
Un beso
Almalaire, nos demuestras lo complejo es la solución a la situación, en tanto esa señora acepta las reglas que imponen desde arriba, con tal de conseguir un trabajo, aunque sea mal pagado. Eso es resignación y sumisión al sistema sin buscar alternativas que lo mejoren.
Ante toda crisis debe haber creatividad para dar soluciones nuevas que nos saquen del sistema que produjo la crisis.
Abu, buen dilema entre empleo y empleado público, en tanto dichos empleados no asuman que son servidores de quien les paga, y quien lo hace son los impuestos que pagamos entre todos.
La ética, la moral y la responsabilidad, junto al control de los servicios que prestan los empleados públicos merece una reflexión aparte. Pues en muchos países, el empleado público se piensa dueño de la hacienda pública en lugar de servidor.
Gracias Geni. La habilidad en escribir debe completarse con la capacidad de expresar el pensamiento argumentadamente. Eso es lo que pretendo, lógicamente.
Pero, en conclusión, se hable o no de política, lo que no podemos evitar es hablar de los temas que nos afectan, tanto desde el punto de vista sociológico, económico o político. Tomar conciencia del entorno y de los problemas y soluciones que puede haber para ellos es un interesante ejercicio de implicación
Besos y siempre es un placer verte por aquí
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