domingo, 11 de enero de 2009

La sociedad encorsetadora



La vida, el azar y la necesidad nos sitúan a cada uno en un sitio y te obligan a luchar en él, es tu camino, tu campo de desarrollo, ese campo de juego donde se da el partido de la vida, con sus interferencias y sus exigencias, con las estructuras sociales, sus preceptos, reglas, normas y valores, con sus partes positivas y las negativas. Lo positivo y negativo depende más de la propia posición de cada uno, de los principios morales y éticos que te hayas formado o que te hubieran introducido en el proceso de formación y socialización. Es el resultado de un balance personal y subjetivo que no siempre ha de coincidir con el que hagan otros sujetos del entorno, pero que está mediatizado por los parámetros que la propia sociedad ha ido definiendo para la elaboración de esos análisis.

Esta jodida sociedad, que establece las normas del juego, hace que nuestro crecimiento, basado en el intercambio con los demás, esté condicionado por falsas éticas y moralinas de tres al cuarto que limitan la comunicación y el contacto. Hace falta un mayor desarrollo intelectual de la gente para sobrepasar el listón de esas imposiciones y tener criterios propios, donde nuestros principios y valores cuestionen la atadura de las mentes trasnochadas, que se fueron imponiendo a lo largo de la historia, y podamos liberarnos de las exigencias y modular a ese superyo traicionero con nosotros y servicial con los ostentadores del poder en la sociedad, que lo han ido moldeando desde nuestra infancia para hacernos serviles y esclavos de los principios y valores que nos fueron imponiendo.

Qué difícil es luchar cuando en tu interior se produce la batalla y el desencuentro entre tus ideas, que vas elaborando para poder crecer, y los principios y valores castrantes que te fueron colocando a lo largo de tu existencia. Esos paradigmas que pululan en tu entorno y que van marcando lo permitido y lo desautorizado, la bondad y la maldad, lo correcto y lo incorrecto, que te ubican en la relación con tu medio, y cuando no los cumples eres arrojado del “paraíso” de pertenencia al grupo, siendo satanizado y desvestido del reconocimiento social. Si bien ello te libera del contrato social, la pérdida de los beneficios actuales y la necesidad de reorientación de tu vida actúan como freno y, si no quieres una ruptura traumática, solo te queda el pensamiento y el intercambio de ideas, de energías y emociones con la gente que está en tu línea, incluso de forma furtiva, pues en tu entorno no entendería el flujo energético-afectivo que vehiculiza esa relación. A veces tienes que reprimir el impulso de atracción porque no encaja en el juego social. Ese es el gran drama del ser humano, que pudiendo comer de todos los frutos de la vida (entiéndase por frutos el intercambio y contacto con los demás) en un paraíso de relaciones sociales en interacción libre, hemos sido condenados a modular nuestra conducta y solo se nos permite comer del fruto adulterado por la manipulación de las religiones y de los principios y valores que instauran el sistema de servilismo al poderoso. Estamos presos de nosotros mismos y solo nos queda orientar el afecto y el amor hacia otros a través de lo permitido y potenciar el Síndrome de Estocolmo buscando el sentimiento hacia aquellos que son nuestros propios carceleros.

El enemigo, pues, está en nuestro interior, en nuestra mente y lo han fraguado sujetos ajenos que no quieren que seamos libres, porque les da miedo y ellos perderían su preponderancia. Nuestro superyo, nuestra dependencia de los demás, nuestro compromiso social con la familia y con los amigos en menor grado, nos ata al suelo y no nos deja volar en busca de nuevas dimensiones de desarrollo personal. Hay cosas a las que tienes que renunciar, pues no las entendería tu pareja, tus hijos, tus padres, tu entorno social… pero sobre todo, te generarían un proceso interno de conflicto que solo puede ser abordado desde la maduración, gestionando el cambio con habilidad para no enfrentarte violentamente contigo mismo. Ese camino es lento y doloroso, es el parto a una nueva vida de libertad que implica posibles rupturas y redefiniciones de cosas y valores. El dolor será mayor cuanto más abrupto el cambio. No obstante, si compartes el cambio y desarrollo con tu entorno, propiciándolo en ellos, puedes evitar rupturas y el dolor, pero eso es tremendamente difícil, pues no siempre se da una evolución paralela con tus prójimos y el compromiso con ellos pasa por mantenerte en la posición inicial, aquella en la que fue firmado el contrato, permitiendo solo los cambios que paulatinamente han sido aceptados en el proceso de relación. Al ser un cambio negociado implica renuncias y frustraciones, limitaciones y frenos que siguen condicionándolo todo y que solo pueden ser bien entendidos desde el respeto a la libertad de cada uno de los negociadores, evitando el chantaje emocional y la imposición, potenciando el libre albedrío de cada uno como lo más constructivo y evolutivo para un mejor desarrollo de ambas partes.

La libertad se cimienta en la tendencia a no depender de los demás, en crear un espíritu de colaboración entre todos que nos oriente al desarrollo personal, en entender que si tu creces yo crezco, en aceptar que la palabra “mi” en sentido posesivo debe ser erradicada cuando hablas de otras personas, en tener y encontrar actitudes potenciadoras del desarrollo por encima del sentimiento de dependencia; es decir, en aliarnos para crecer, en lugar de frenar y condicionar el crecimiento de tus semejantes. Pero es todo tan complicado, que, a veces, no sabes que hacer, que te asaltan las dudas, que ves disonancias irreconciliables y te planteas la fidelidad a ti mismo como prominente sobre las demás, cuando la sociedad te habla de fidelidades a otras personas en su lugar. Esto es lo incongruente del asunto. Nuestra principal función en la vida es crecer para aportar más a los demás y llegan unos imbéciles y nos dicen que tenemos que someternos a los demás, con los matices que quieras introducir, y reconducen el camino del desarrollo en base a principios encorsetadores.

Nos cortan las alas de la fantasía, de la investigación, de la libre búsqueda de la verdad y nos condicionan y nos dirigen por caminos de “verdades incuestionables” basadas en actos de fe, de principios inamovibles y de normas sociales y de convivencia que son la argamasa de una sociedad vieja y caduca, que no nos ha permitido evolucionar en un sentido amplio y personal, que solo se ha preocupado del desarrollo económico y tecnológico movido por el afán lucrativo de dirigentes empresariales y de las clases ocultas que mueven los hilos del poder desde la tramoya.

Pues bien, este es nuestro campo de batalla o de disfrute, de desarrollo personal y colectivo, de encuentros y desencuentros; en suma el lugar en el que hemos de ejercer nuestro derecho a la vida, en el que hemos de trabajar día a día para encontrarnos con nosotros mismos y potenciar nuestro crecimiento y el de nuestro entorno; es nuestro camino compartido hacia la madurez…

Es un reto mantenido, donde hemos de descubrir nuevas formas de relación en las que el desarrollo del ser humano esté por encima de cualquier otro interés bastardo, dónde el principal objetivo sea el crecimiento personal de todos y cada uno. Pero estamos fracasando en el intento y la historia lo demuestra. Ya va siendo hora de buscar en nuestro interior las esencias del ser humano, sacarlas a relucir sin complejos, crear un nuevo orden de prelación dónde se imponga la paz y el respeto a los demás, donde el bien común se anteponga a la codicia de círculos minoritarios, erradicando los intereses de los grupos de poder sobre las mayorías, dónde los principios encorsetadores se vayan eliminando y sustituyendo por otros que permitan el crecimiento y desarrollo personal, dónde fluyan las emociones y sentimientos sin perturbaciones y dónde cada uno sea dueño de sus pensamientos sin miedos ni tapujos, dónde la amistad sea garante de la expresión libre y no condicionante de la misma. Esa amistad que se resumiría en: “Un amigo es aquel con el que puedes pensar en voz alta”.

1 comentario:

Eloy dijo...

Creo que lo más importante de todo el artículo es la última frase. Si, efectivamente, la sociedad nos encorseta y nos hace definirnos dentro de un grupo determinado y homogéneo en base a unos parámetros sociales-religiosos-ideológicos-económicos-etc; la consecuencia parece evidente: la renuncia a ciertas partes de cada cual que son distintas, y que es en realidad lo que nos conforma como individuos. Luego, si dentro de tales grupos de pertenencia no podemos expresar de forma alguna esta discrepancia o esta heterogeneidad, debe ser en el ámbito privado donde podamos hacerlo. El problema es el siguiente: si en nuestros "grupos privados" dejamos que entre tal rigidez que nos encorseta, estamos negándonos a nosotros mismos toda forma de expresión individual. Es por esto que en dichos grupos basados en relaciones personales y sólo personales (familia, amigos...) debe forzarse el ambiente de confianza máxima, como dice esa frase, de "pensar en voz alta".
No sé si quizás no entendí bien tu artículo, o si me he ido por los cerros de Úbeda. Me interesa la psicología social y temas adyacentes, pero como parece evidente, estoy verde, verde, verde... jeje.
Un saludo

El derecho a opinar

  Por: Antonio Porras Cabrera Publicado en: https://xornaldegalicia.es/opinion/el-derecho-a-opinar-por-antonio-porras-cabrera https:...