Opinión | Tribuna
Publicado
en el diario La Opinión de Málaga el 15
FEB 2025 7:00
Si nos retrotraemos al pasado, los mandatarios han contado con la tolerancia de sus súbditos sumisos para con sus desmanes
El Despacho Oval. / Aaron Schwartz-POOL
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En Crimen y Castigo, insigne obra
de Fiódor Dostoyevski, de la que aconsejo siempre su lectura, su protagonista,
Rodión Raskólnikov, es un estudiante fracasado que subsiste como puede, incluso
empeñando sus pertenencias. Aliona Ivánovna, es una usurera que se aprovecha de
la pobre gente para llenar sus arcas. El resto de personajes es un elenco de
sujetos que representan con bastante fidelidad la sociedad rusa del siglo XIX,
una era zarista cuasi feudal. Téngase en cuenta que la servidumbre fue abolida
en 1861 por el zar Alejandro II.
La trama tiene su esencia en la
convicción de Rodión de que es lícito el crimen ejecutado por seres superiores,
por líderes y mentes privilegiadas, que lo cometerían para salvar a la sociedad
de una situación deleznable, de injusticia, o procurarles una mejor vida. Los
grandes líderes, los “Napoleones”, han cometido asesinatos y crímenes bajo el
convencimiento de que era un mal menor para conseguir un objetivo superior. Esa
idea, descrita por él en un artículo publicado en una revista, parece que cuaja
en su mente. Ante la miserable y usurera Aliona Ivánovna, la prestamista, él se
siente autorizado para eliminarla y salvar al mundo de una arpía, por lo que
decide matarla.
Crisis existencial
Lo consigue, pero también ha tenido
que dar muerte a la hermana de la usurera, que se presenta en la casa, para
evitar ser denunciado. Lizaveta es una buena mujer que muere como un efecto
colateral indeseable y así lo entiende él. Mas a partir de ese momento entra en
una crisis existencial, un maremágnum emocional del que surge un conflicto
interno ético y moral, y acaba descolocado, enfermo y trastornado. No se siente
el superhombre que tenga derecho a cometer un frío crimen, sino el ser normal
que ha de gestionar su culpa y, como culposo, requiere reparar su delito, por
lo que se entrega para evitar que sea condenado un inocente que se autoinculpa.
Del autor dijo Friedrich Nietzsche:
«Dostoyevski, el único psicólogo, por cierto, del cual se podía aprender algo,
es uno de los accidentes más felices de mi vida». Luego, Nietzsche, elaboró su
teoría del superhombre que tiene cierta coincidencia con el planteamiento que
manifiesta Rodión Raskólnikov en el artículo que había escrito en la revista al
que ya me he referido. El perfil del superhombre los describe Rodión cuando
dice a Sonia: “Y ahora sé, Sonia, que tiene poder sobre las personas quien es
más fuerte por su inteligencia y su espíritu. Para la gente, el que se atreve a
mucho es el que lleva la razón. El que más cosas menosprecia se convierte en su
legislador y el más atrevido es el más escuchado. Así ha ocurrido hasta ahora,
y así será siempre. ¡Sólo un ciego no lo vería!”. Parece que estuviera
describiendo la conducta de determinados políticos actuales carentes de
empatía, como son Trump, Milei y otros.
Esa exaltación megalómana, que
conforma en su proyecto juvenil de vida, es la que provoca su idea de
superhombre, y lleva a la justificación del crimen en función de la bondad
resultante. Eliminar a la usurera es un acto de justicia social.
Subconsciente
Luego, la miseria de su entorno, su
incapacidad para ser insensible ante el dolor y sufrimiento ajeno, el
afloramiento de su bondad, le hacen ver en su subconsciente que él no es un ser
superior, sino uno vulgar, que no está exento de culpa ante un crimen y aflora
el sujeto culposo, el que entiende la justicia desde la verticalidad donde el
pobre hombre que infringe la ley ha de pagar por ello para redimirse, tal como
describiría Freud con su segunda tópica y la figura del superyó años más tarde.
De la fase de creerse superhombre, pasa a otra fase de verse como un pobre
sujeto que ha cometido un crimen, que ha arrebatado la vida a la honesta
Lizaveta y que, para más inri, hay un sujeto inocente que va a pagar por ello.
Se preguntará el lector a qué viene
esta diatriba sobre Crimen y Castigo. Esa concepción del poder desde la
perspectiva rusa del siglo XIX, donde persistían huellas de un sistema feudal
recién abolido (1861) al publicarse el libro (1866), ¿qué tiene que ver con la
situación actual? Indudablemente son tiempos muy diferentes. El analfabetismo
prácticamente ha desparecido y, en teoría, los ciudadanos estamos más
capacitados para pensar y discernir sobre el bien y el mal, para razonar, a la
vez que exigir una justicia imparcial, universal e igualitaria para todos.
Dejemos la teoría del superhombre,
pero si nos atenemos a los movimientos que se vienen produciendo en los últimos
tiempos, colegiremos que podríamos estar desarrollando un proceso regresivo. El
analfabetismo ha dejado de ser no saber leer y escribir, para convertirse en no
dominar las tecnologías que se van imponiendo, lo que nos llevará a considerar
analfabetos funcionales a quienes no tengan la capacidad de desenvolverse en el
uso de estas tecnologías, o herramientas, de cara a un futuro no muy lejano.
Súbditos sumisos
Por otro lado, si nos retrotraemos
al pasado, los mandatarios han contado con la tolerancia de sus súbditos
sumisos para con sus desmanes, eximiéndoles de responsabilidad cuando han
cometido actos censurables para el común de los mortales. Los reyes son
inimputables, son superhombres por la gracia de Dios. Respecto a la
justificación de sus atrocidades, la historia nos enfrenta a casos recientes de
especial relevancia como Hitler, Mussolini, Stalin, Mao Zedong, o nuestro
cercano caudillo Franco. La sumisión al poder del líder es tal que le está
permitido todo, con el que hay complicidad.
Y en estas estamos. Los líderes
actuales justifican sus desafueros como una forma de acometer un peligro para
la nación. Son decisiones que sirven para salvar al pueblo, para eliminar a los
enemigos, para consolidar el orden, para evitar el peligro que se cierne sobre
el futuro. El pueblo se somete a sus designios sin inmutarse, creyendo que es
lo mejor. Putin y Netanyahu han llevado la guerra y la destrucción a Ucrania y
Gaza con el apoyo de su ciudadanía. El asunto está en demonizar al
contrincante, identificarlo como enemigo y ya todo vale para acabar con él,
dado que es un peligro público: El dictador de turno ya puede dar rienda suelta
a sus instintos agresivos.
Los valores humanos se van
perdiendo y la gente da crédito a bulos y una posverdad que encuentra acomodo
en las emociones irracionales de los ilusos pueblos. Mejor no pensar, dicen, y
seguir a nuestro guía, que él, o ellos, sabe mejor que nadie lo que nos interesa,
nosotros a cumplir sus órdenes, aunque sean la de asaltar el Capitolio, negar
los derechos humanos o atentar contra la democracia.
"Tecnocasta"
Un nuevo feudalismo asoma la
cabeza, el de la llamada “tecnocasta” que será dueña de la tecnología, capaz de
usarla para manipular las opiniones públicas y pastorear al pueblo al lugar que
les interese hasta hacerlo sumiso y/o súbdito en lugar de soberano. De momento
pueden decir y hacer barbaridades, y sus seguidores los defenderán. Ya lo dijo
Trump: «Podría disparar a gente en la Quinta Avenida y no perdería votos», tal
vez por lo que decía Rodión, el protagonista de Crimen y Castigo, respecto al
perfil del superhombre. Elon Musk ya plantea la idea de sustituir la democracia
por un gobierno liderado por “machos alfa” o ricos superhombres, una
plutocracia.
Concluyo que Rodión Raskólnikov,
dentro de su vulgaridad y pobreza, tiene conciencia social y humana, por lo que
siente culpa; lo que es dudoso entre los poderosos carentes de empatía y
emocionalmente desafectos, en algunos casos fríos sociópatas, a los que no les
importan los muertos ni la destrucción, motosierra en mano, donde ven una
oportunidad para reconstruir con pingües beneficios. ¿Será la devastada Gaza un
paraíso turístico sin palestinos?
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