Opinión | Tribuna
Publicado en el
diario La Opinión de Málaga el 12 ABR 2025 7:01
https://www.laopiniondemalaga.es/opinion/2025/04/12/universidad-publica-vs-privada-116307926.html
Una cosa es la
dicotomía privada vs pública y otra clarificar la esencia y función de
excelencia, que ha de asumir la universidad como órgano docente de primera
magnitud en estos tiempos.
Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Málaga / L.O.
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El asunto de nuestras universidades
ha irrumpido en la vida política como una discusión entre pública y privada,
una cuestión que siempre sobrevoló el debate y que, indudablemente, merece ser
tenido en consideración.
La realidad es que, bajo mi
opinión, se está soslayando el verdadero debate sobre el tema. Lo que no quiere
decir que esa controversia no merezca ser tratada en profundidad. Una cosa es
la dicotomía privada vs pública y otra clarificar la esencia y función de
excelencia, que ha de asumir la universidad como órgano docente de
primera magnitud en estos nuevos tiempos. La universidad es cuna del
conocimiento y del desarrollo humanista, de la ciencia y la investigación,
desde el ser humano por y para el ser humano, o sea para la humanidad sin
distinción alguna. Es aquí donde, prioritariamente, debería enfocarse el
debate.
Los
rectores andaluces aplauden que se endurezcan los requisitos para abrir
privadas
(Cuestionan
la «proliferación» de centros universitarios privados «de dudosa calidad» e
instan a delimitar jurídicamente lo que se considera universidad como en el
resto de Europa).
El conocimiento es más rico cuanto
más se expande y la universidad tiene ese honor y deber como lugar donde se
siembra y cultiva. En una sociedad como la actual, es bien cierto que la
relación de la universidad con el mundo empresarial y de la producción de
bienes y servicios tiene una importancia capital, pues el desarrollo
tecnológico y la rápida evolución del conocimiento es un reto que requiere una
alianza de todos los agentes implicados en ello. Da ahí que universidad y
empresa, ya sea pública o privada, deben compartir objetivos y apoyarse
mutuamente para avanzar en una misma dirección, estableciendo sinergias que
sumen esfuerzos en pro de unos fines compartidos que beneficien al colectivo
social, sin que la universidad pierda su esencia y autoridad.
La UMA celebró esta semana unas jornadas de puertas abiertas / Álex Zea
La universidad como servicio
público de calidad
Por otro lado, existe socialmente
otra función, idea o propósito, que identifica a la universidad como centro de
difusión cultural y promotora del conocimiento de cara al conjunto de la
población, o sea al ciudadano en general. Este propósito, sobre todo en la
pública, no es otro que el de facilitar a las clases más pobres al acceso a ese
conocimiento, posibilitando los estudios a los jóvenes con capacidad para
alcanzar objetivos profesionales e intelectuales sin distinción de clase
social, económica, ideológica o de credo. ¡Cuántos jóvenes se han visto
frustrados en sus deseos de adquirir conocimientos por no tener medios
económicos en su familia! Esa injusticia, ese dispendio de potencialidades ha
sido una constante. Los hijos de los pudientes pudieron estudiar, pero a muchos
jóvenes, con capacidad e inteligencia para el estudio, les fue vetado el acceso
por falta de recursos. Es ahí donde la universidad asume uno de sus papeles de
servicio público, estableciendo la equidad y facilitando el acceso al
conocimiento sin distinción de clase.
Más importante aún es la calidad de
la enseñanza. La perversión podría adulterar el mundo universitario si
prevalece el interés comercial sobre el docente. Cuando se establece la
controversia entre pública y privada no se habla de calidad sino de negocio. Pero
lo esencial es la calidad y se ha de ser sumamente exigente con quien quiere
crear una universidad como negocio, sometiéndolo a un estándar de control que
garantice la excelencia universitaria. Las universidades privadas no pueden
proliferar como setas sin control. Por tanto el debate no es si pública o
privada, que también, sino si hay calidad o no la hay. Pero habrá que definir
qué se entiende por calidad cuando se habla de enseñanza: el contenido
curricular, el desarrollo humanístico, la orientación hacia una formación
integral, los programas de investigación, los diferentes requisitos en cuanto a
espacios, instalaciones, recursos humanos y materiales, capacitación del
profesorado, etc. En suma, su adecuación al perfil que se pretende del
egresado, que ha de definir la calidad intelectual y profesional de excelencia.
Mas no se trata solo de difundir conocimientos, sino de crear actitudes
coherentes con la convivencia y cultura social.
Estudiantes de la Facultad de Derecho / Álex Zea
El papel humanista de la
universidad
En las circunstancias actuales me
inquietan enormemente los acontecimientos que se están dando en el mundo y,
dado el sello que me dejó la universidad, tanto en mi faceta docente como
discente, me importa el proceso evolutivo de nuestra sociedad y el papel que ha
de jugar el mundo universitario. Asunto que siempre me preocupó y por el que
sostengo que la universidad ha de retomar su papel humanista y evitar
convertirse en una fábrica de técnicos al servicio de la empresa y el sistema.
Debe prevalecer la formación integral y la búsqueda del desarrollo intelectual
de los sujetos que conforman nuestra sociedad. Decía Albert Einstein que «el
verdadero signo de la inteligencia no es el conocimiento sino la imaginación».
La imaginación genera la creatividad y la universidad también ha de ser eso,
imaginación y creatividad para investigar, descubrir y desarrollar viejas y
nuevas propuestas de evolución y progreso técnico y humano. El objetivo social
no es crear y tener más medios materiales exclusivamente, sino que estos se
orienten a un crecimiento integral del sujeto en consonancia y respeto con su
entorno.
Se deben formar personas que
critiquen y contrapesen la depredación y al egoísmo imperante en el sistema de
mercado libre, que apoyen la sinergia simbiótica, es decir, la confluencia de esfuerzos
del colectivo social en un objetivo integrador y solidario. La universidad,
como abanderada del desarrollo intelectual, debe apostar por el ser humano, en
un sentido amplio y universal, antes que por los intereses comerciales de las
empresas y el sistema financiero, que nos ha llevado a esta crisis
irresponsablemente. Estamos inmersos en una dinámica donde se ama a las cosas
más que a las personas y se someten estas a los intereses mercantiles de esas
cosas, convirtiendo a la persona a mero instrumento u objeto del mercado,
mientras las cosas se convierten en objetivos de desarrollo. Confundimos el
concepto progreso con tener más, cuando el progreso de las sociedades se ha de
centrar en el desarrollo de la ciudadanía desde la perspectiva intelectual y
humana, usando lo material como elemento ‘higienizante’, con la orientación que
plantea Herzberg en su teoría bifactorial de la motivación, para ese
desarrollo. En este sentido me permito citar a Emilio Lledó, cuando afirma: «La
riqueza de un pueblo no es la del suelo, sino la del cerebro».
Varios estudiantes de la Universidad de la Málaga / Álex Zea
El poder está en la inteligencia
Por tanto, entiendo que la
universidad ha de reivindicar su papel de preceptora, para orientar y
desarrollar ese cerebro, el intelecto colectivo, hacia un objetivo humanista,
que anteponga el interés de las personas al de las empresas, que, en todo caso,
han de estar orientadas a un fin que entienda toda actividad creativa volcada y
sometida a esa premisa. O sea, que introduzca en la actividad empresarial y su
gestión de recursos humanos, esa perspectiva humanista donde el capital más
importante sea el propio trabajador y su potencial creativo. Pero, sobre todo,
que luche para evitar la proliferación del ser humano mediocre y potencie el
idealismo, la ilustración, la investigación y la innovación como elementos de
crecimiento personal y social. En frente tendrá a la TV y muchos medios, que
buscan la alienación social en base a un mercado libre donde el mediocre, falto
de criterio, siga siendo presa fácil de su política consumista y manipuladora.
Finalmente, retomo mis principios
ideológicos más elementales y rompo una lanza por una universidad pública de
calidad que no se someta a los criterios oportunistas del mundo empresarial,
que vele y luche por ese desarrollo humanista e integral de los ciudadanos, en
contraposición a aquellas que fraguan técnicos y sujetos modulados y modelados
en beneficio e interés de un mundo mercantilista y material, donde no se
priorizan ni cultivan los valores humanos como sostén y estructura de una
sociedad de futuro. Me temo que nos la están asfixiando, que el mercado lo
invade todo, hasta adueñarse de aquello que enriquezca a la oligarquía
dominante, a la que solo la inteligencia se le puede oponer de forma racional…
y esa inteligencia ha de estar y desarrollarse aquí, en la universidad, que no
puede renunciar a su responsabilidad histórica de fraguar al hombre del mañana.
El poder está en la inteligencia, demos el poder a la ciudadanía, en este caso,
a través de una oferta universitaria de calidad bajo un marco de equidad social
y humanismo.