miércoles, 27 de junio de 2012

Y si el amor estuviera en el aire…


Hace un mes presenté un relato al concurso de la Asociación Malagueña de Escritores (AME), resultando premiado con el primer accésit, lo que, dado que es la primera vez que participo en este tipo de ejercicios, me deja un buen sabor de boca. Tal vez sea demasiado cándido, pero he pretendido, desde una historia totalmente ficticia, establecer una línea de gestión del conflicto entre parejas, tan de moda en la actualidad por las escaladas simétricas, que lleva al resultado final a través de las vicisitudes y vivencias que reflejo. Espero, en todo caso, vuestros comentarios…


Y si el amor estuviera en el aire…
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El conflicto

He de reconocer que las cosas no iban bien. Después de 20 años de matrimonio, tres hijos e infinidad de encuentros y desencuentros, nuestra relación estaba cogida con finos hilos que amenazaban con romperse al menor requiebro de tensión. La relación sexual, esporádica e insatisfactoria, sembraba la duda de la infidelidad constantemente y la evolución personal había sido, digamos, divergente; nuestros gustos no habían progresado en la misma dirección y los lugares de encuentro se achicaron casi hasta desaparecer. Los amigos comunes eran una válvula de escape, pero, a veces, el exceso de expresiones afectivas despertaba conflictos de celos y desconfianzas, sobre todo cuando la mirada de Enrique y su empalagosa e insistente verborrea atrapaba la atención de Encarna. Ella, para defenderse con su ataque, me acusaba de ser receptor consentido de las miradas lascivas de Isabel que, a su parecer, me comía con los ojos.

Pensándolo fríamente, existía una incongruencia. Algo que no encajaba. Si estaba roto el amor, a qué venían aquellas expresiones de celos y desconfianzas… En lo más profundo estaba convencido, al menos yo, de que latía la llama que nos abrasó en su tiempo. Qué extraña sensación me embargaba llevado en volandas por los celos. Le daría de puñetazos a aquel estúpido de Enrique con su patético discurso seduciendo a Encarna, que jugaba conmigo, haciéndome un daño que clamaba venganza y que me enervaba mostrando falsa indiferencia ante sus actos. El resquemor del alma, el sufrimiento psicológico, el desaliento viendo desmoronarse mi proyecto de vida, nuestro proyecto, chocaba con mi orgullo de hombre, que se negaba a afrontar la situación reconociendo sus errores y buscar, en humildad, una salida al conflicto, una aproximación intentando empatizar con ella. Tal vez esa evolución personal divergente, a la que me he referido, fuera una forma de escape-huída del conflicto.


Y así transcurrían los días y los meses, con el desasosiego, con la tristeza, con la ansiedad que genera la impotencia y su inercia incontrolable. El arsenal estaba repleto de armas y bombas explosivas que fueron almacenándose con el tiempo, que surgían ante cualquier situación de conflicto y eran arrojadas cruelmente, sin compasión. Reproches y más reproches, desencuentro tras desencuentro. Agresiones verbales, cargadas de recriminaciones, saltaban de un lado a otro, rebotando, tocando y hundiendo al adversario, cuando se podía. La guerra estaba servida…

La última “pelotera” fue de espanto. Las acometidas verbales habían subido de tono y las descalificaciones y desencuentros se potenciaron, apareciendo el riesgo de ataque físico, si bien no llegó a darse. Las riñas y trapos sucios afloraron cargando el ponzoñoso aire de reprobaciones. Se enumeraron uno a uno los desaires y ofensas acumuladas a lo largo de los últimos quince años, incluso se sembró la duda malintencionada sobre el amor inicial. Los intentos de irrupción y control de la libertad del otro fueron censurados y empezamos a exigir unos niveles de independencia que permitieran una relación más autónoma, en detrimento del espacio común o compartido, que hasta ahora veníamos respetando relativamente.

La situación era insostenible, afectaba el estado anímico de toda la familia, pero especialmente a nuestros hijos menores. Tanto Alberto como Eusebio, mostraban su inseguridad y miedo constantemente, que se manifestaba en su bajo rendimiento académico reflejado en las notas del pasado curso. Isolda, sin embargo, a sus 18 años, había aprovechado el conflicto para sacar tajada y se nos empezaba a escapar de las manos el control de su conducta. Cuando se le reprobaban sus llegadas a casa a horas intempestivas de la anoche, solía lanzar pelotas fuera y decía que lo suyo era la huida del infierno que habíamos creado en casa. En una ocasión, sin previo aviso, no se presentó a dormir y solo tuvimos noticias de ella cuando Encarna, al no encontrarla en su habitación a la mañana siguiente, le llamó y con voz somnolienta, Isolda, le espetó malhumorada que se había quedado a dormir en casa de una amiga. Al presentarse en casa descubrimos la evidencia de las marcas que denotaban una noche de amor y encuentro pasional. A mí, personalmente, me produjo un inmenso dolor. A los padres, especialmente, nos cuesta mucho aceptar que nuestras hijas mantengan contactos sexuales con sus “compañeros” a esa edad. Pero aquella guerra la estábamos perdiendo. Dedicábamos tanto tiempo a la mala gestión de nuestro propio conflicto de pareja que habíamos obviado la presencia y necesidades de nuestros hijos. Ellos, mientras tanto, navegando en solitario en un bajel sin rumbo fijo y, con las velas tendidas al viento, solo se dejaban llevar por la brisa, la tempestad o el viento huracanado que corriera en ese momento, a la deriva sin orden ni concierto.

Ya quedaban muy lejos aquellas épocas de amor y de pasión que nos hicieron vivir momentos inolvidables. Lo nuestro fue un flechazo de corte académico, ajustado, de libro. Yo viví esa etapa como la más hermosa de mi vida, ella decía experimentar lo mismo y compartir los sentimientos y emociones que brotaban a raudales en nuestros encuentros. Solo vivíamos el uno por y para el otro. Los días eran largos y tediosos en la ausencia y cortos y fugaces en el encuentro. Su piel tenía un resorte que, al tocarla, despertaba pasiones y deseos inconfesables, sus ojos una mirada penetrante, un rayo láser que tocaba y derretía mi corazón en un instante. La vida sin ella no era nada, con ella lo era todo. Los encuentros furtivos de pasión se colmaban de deseos irrefrenables y, al amparo del contacto, nuestra energía buscaba la eterna fusión en una sola entidad, cargada de armonía y afinidad. ¡Qué éxtasis! No podíamos, ni queríamos, dejar escapar esa fantasía, ese mágico estado, que nos elevaba al infinito del embeleso. Entonces decidimos unirnos para siempre, eternamente, convencidos de la férrea estructura que ensamblaba nuestras vidas en un solo destino hasta el infinito. Aquello no era como otras veces, amores pasajeros, de temporada y de fraude, de frustración, descontento y desencanto, de pasiones efímeras; aquello era distinto, tenía el marchamo y garantía del encuentro definitivo, del complemento perfecto. Delante de todo el mundo, amigos, familia e invitados, hicimos la gran promesa de amor eterno, de fidelidad y entrega, de matrimonio.

Lógicamente, las cosas cambiaron, los problemas se multiplicaron y la responsabilidad que conlleva un hogar empezó a agobiarnos. Hicimos frente a todo con la valentía del enamoramiento; osadamente y sin complejos, nos implicamos por igual en la nueva lucha. Las inseguridades y dudas de uno las compensaban las certezas del otro, los miedos se afrontaban y diluían en aquella extraña comunión entre ambos que podía con todo contratiempo. Así rodamos por la vida durante muchos años, sin darnos cuenta del camino y el efecto de sus baches en el carro del amor.

A los dos años irrumpió como un torbellino en nuestra casa Isolda. Fue el sello de nuestro amor, el testigo viviente donde confluía todo nuestro proyecto. También aportó problemas su cuidado. Nuestra inexperiencia se suplía con dedicación, aunque, a veces, afloraba el conflicto por divergencia de criterios. El trabajo de ambos permitía una economía desahogada, aunque nos apartaba relativamente de los niños y de la vida familiar.

No sé como, con el tiempo, se fue descomponiendo todo. El enamoramiento se diluyó como un azucarillo en el agua. Las cosas del otro, que antes parecían graciosas, fueron catalogándose como insustanciales para pasar luego a reprochables. La desconfianza e inseguridad se fue instaurando en la casa, hasta elevarse a sospecha celotípica irracional. Pensándolo bien creo que cada uno de nosotros empezó a pensar que la dilución del enamoramiento era porque otra persona se había atravesado en nuestro camino y había embelesado al otro. Se bloqueó la comunicación por miedo a despertar más violencia y nos refugiamos en el aislamiento. Se instauró un estatus de soledad compartida y, entonces sí que se constataron las infidelidades, siempre al amparo de la búsqueda de lo perdido, de un lugar de refugio en otra persona que te apoyara y comprendiera. A veces solo era necesario que te escuchara para reafirmarte en tu discurso, así te mantenías en los propios errores donde el furtivo sacaba su ventaja.

El último verano había sido catastrófico. Las malas notas de Alberto y Eusebio y la rebeldía de Isolda nos pusieron sobre las cuerdas. Si eso se sumaba al refugio que buscaba constantemente Alberto en el ordenador y la apatía y tedio que mostraba Eusebio, concluimos que la situación era insostenible. Habíamos desconectado entre nosotros y mostrado nuestra incompetencia para gestionar los conflictos, pero dentro, en lo más profundo, se adivinaba que el amor no había muerto, el deseo se reprimía para que no se entendiera como una claudicación y el sufrimiento psicológico de ambos denotaba que el rescoldo persistía.

Tras sopesar la separación y divorcio, decidimos quemar el último cartucho y establecimos un acuerdo, propiciado por un psicólogo, para tratar todos los temas y sanar las heridas que pudieran haberse abierto con las situaciones de conflicto. Ello implicaba abordarlo todo con franqueza, empatizando y usando la escucha activa como medio de comprensión del razonamiento del otro. El psicólogo nos dio unas pautas para facilitar la relación y el intercambio de opiniones y pensamientos de cada cual, sin que saltaran las chispas. Era evidente que el contexto y el ambiente debían ser propicios para ello, por lo que decidimos retirarnos a un lugar que, con su envoltura bucólica, lo facilitara. Dejamos los niños al cargo de los abuelos, que estaban viviendo dramáticamente la situación y nos apoyaron en la decisión del retiro, y reservamos hotel en la Sierra de Cazorla con la intención de pasear por el bosque y reencontrarnos en la naturaleza. Era octubre y muchos los desplazados para ver el espectáculo impresionante de la berrea. Nosotros, además, cargábamos con la preocupación por los niños, sobre todo por el comportamiento de Isolda, que había acogido el proyecto con satisfacción y mostrado un apoyo sospechoso.

La conversación durante el viaje fue anodina, flotaba en el aire un miedo o temor a no saber controlar los términos en que debía desarrollarse. Parecíamos dos colegiales tímidos sin saber que decirse. Cuando llegamos al hotel, a la vista del ambiente, nos comentaron que no deberíamos perdernos la exhibición espectacular de la berrea. Decidimos cenar algo ligero e irnos a la cama, pues el cansancio del viaje era evidente, además habíamos concertado acudir temprano al bosque para la berrea. La conversación versó sobre los niños y los planes del día siguiente sin mayores profundidades.

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El encuentro

Sobre las ocho de la mañana iniciamos la marcha equipados para caminar por el monte, con los prismáticos y cámara de fotos, agua y algo de comer en la mochila y la sensación rara de no saber cómo acometer la asignatura pendiente, el diálogo para el que nos habíamos organizado el viaje.

Pronto quedamos arrebatados por el esplendor del bosque, que se mostraba impresionante. Sus hojas caducas empezaban a teñir de un marrón oro algunas isletas de arboleda; la brisa acariciaba nuestro rostro tan intensamente que, a veces, su gélida mano sembraba el semblante de pálido, con su hálito frío cargado en la noche. El aire estaba henchido del trino diverso de mil avecillas que empezaban a estimular el día y la vida en la espesura. Observamos alguna que otra ardilla que, curioseando, jugaba saltando entre ramas en plan cotilleo. Después nos miraba indagando las causas de nuestra visita a deshoras. El bosque despertaba, se desperezaba, en su mundo de fantasía y en pleno equilibrio con su ecología. Armonizaba el aroma, la brisa, el rocío, los trinos y cantos de sus moradores en un bucólico ambiente que te detraía de todo lo externo y te imbuía en su esplendor y belleza. La flora hacía de comparsa en danza ficticia, llevada por el suave empuje del viento que la amenizaba. Los pinos, quejigos, chopos y fresnos, robles, sauces y tejos se acompasaban al ritmo del aire con su gallardía. Nosotros, como colegiales, quedamos prendidos del encantamiento.

Mientras buscábamos los calveros adecuados para poder observar el encuentro de lucha y pasión que se forja en la berrea, nos fuimos diluyendo en otra dimensión, donde todo lo exterior no tenía el sentido dramático que le habíamos dado a nuestra vida, donde el bosque se estaba aliando para facilitar nuestra fusión en un reencuentro con nosotros mismos. La naturaleza nos estaba ofertando el marco ideal para ese reencuentro. Pero todavía el muro interpuesto era infranqueable y ausente el dialogo que se pretendía.

Entonces empezamos a oír el berrido imponente de los ciervos. Fuimos observando como, elevando sus corvas, con sus bramidos, mostraban su reto, marcaban su campo con orines y se disponían al combate ante cualquiera que pretendiera arrebatarle su derecho a montar a las hembras de su harén y territorio. La danza empezaba. Las hembras esperaban pacientes, observando el desarrollo de los acontecimientos. Sabían que el más fuerte, aquel que ganara la lucha, las cubriría para garantizar la robustez y salud de los cervatillos que luego tuvieran. Ellos, sabiendo lo que se jugaban, inician el baile de la seducción y van exhibiendo todo el poderío de que son capaces. Yo, en mi abstracción, me di al pensamiento de esa atracción. Hasta Darwin entendió que en la seducción, mediante el cortejo, se plasma el sentido de la evolución; el más poderoso, el mejor dotado, el astuto y sagaz será el elegido para procrear.

Nosotros, a cubierto desde la espesura, con el vello erizado, tensa la mirada, el corazón a galope tendido, la emoción inundando todos los sentidos, nos dimos la mano para enfrentar ese reto cargado de miedo y espectáculo que se avecinaba. Por primera vez, desde hacía tiempo, se habían buscado las manos para sellar una nueva alianza ante aquello, que nos asustaba y, a la vez, arrebata el aliento. Algo está cambiando, algo nos decía que aquella experiencia podría llevarnos de nuevo al encuentro sin mediar palabra.

De pronto, en pleno calvero, se trabó la lucha. Dos machos inmensos se enzarzaron en franco combate para debatir de quien era aquello. El chasquido de las astas, el empuje y la desenfrenada pugna mantenía el calvero en pleno silencio. Expectantes todos, hasta las ardillas y los pajarillos se quedaron quietos y mudos de sobrecogimiento. La tensión se cortaba en el aire. La excitación era todo un hecho. La sangre fluía por las venas despertando la pasión y el deseo nada más que verlo. Denodadamente se fueron midiendo y al final, al cabo de un tiempo, quedó derrotado el más joven de ellos. El otro, tras vencerlo, quedó sin resuello y pavoneándose buscaba e incitaba a las hembras a gozar del éxito.

En ese momento, sin apenas haberlo notado, nos vimos unidos y entrelazados, cargados de una excitación impredecible. Nos miramos a los ojos y descubrimos por nuestras pupilas brotar el anhelo. Sin hablar siquiera nos dimos un beso, el beso más hondo que yo me recuerdo. Los cuerpos temblaban, las manos volaban buscando el encuentro, la boca quería comernos a besos y de mutuo acuerdo, sin verbalizarlo, nos llevó el deseo, la ropa voló y entre matorrales, a la sombra y amparo del bosque, nos dimo al sexo. Nunca había vivido un mejor encuentro, casi con violencia, desmedida fuerza y la agitación que despierta el carnal deseo, montados a lomos de la excitación, fuimos poseyéndonos con ritmo salvaje, el ritmo que infunde la pugna feroz de aquella berrea que fue el detonante de todo el proceso. En llegado al éxtasis, a la par y en ello, Encarna me dijo con voz sensual: ¡Que jodido eres y cuánto te quiero! ¡Oh, Dios! Cómo lo recuerdo y al instante me brota de nuevo ese ardor por dentro. Sí, hicimos el amor... o acaso empezamos a hacerlo, a construir desde allí el amor verdadero.

Después nos miramos entre risotadas y, tras explorarnos las heridas de guerra que había en nuestro cuerpo, arañazos de nosotros mismos y de la maleza, que la agitación nos fue produciendo, nos fuimos vistiendo. El muro se había derretido y solo con mirarnos empezamos de nuevo a entendernos. Qué cosa más linda, cómo era aquello que desde el aislamiento habíamos pasado, en un salto inmenso, hasta reencontrarnos con los viejos tiempos. Y entonces empezó de nuevo a fluir el verbo; hablamos de todo durante el regreso. De malentendidos y de sufrimientos, de las frustraciones y los descontentos, de nuestro proyecto y de nuestros hijos, de todo lo que nos unía y no supimos nunca comprenderlo. Después empezamos a hacer más proyectos, a dejarnos llevar por aquel reencuentro que nos permitía empezar de nuevo. ¡Qué tontos que fuimos dejando apagar tantos sentimientos! Ahora, desde los rescoldos, con la mágica brisa del bosque y su entorno, un soplo de amor los ardió de nuevo y nos prometimos llegar a entendernos, pensar en los hijos, volvernos más tiernos, abrir la ventana y arrojar por ella todos los fantasmas que nos obcecaron y nos dividieron. Luego, juntos de la mano, caminando fuimos en un embeleso.

Ya en el hotel, más pausadamente, bordando caricias en torno a los cuerpos, lo hicimos de nuevo. Luego por la noche, rompiendo la luz de la luna, y al amanecer, al clarear el día, sellando el pasado y abriendo un futuro ahora descubierto. Desde entonces ha cambiado todo, la gente nos mira y les cuesta creerlo. Los empalagosos Enrique y lasciva Isabel desaparecieron, como respetando el terreno que ganamos en la lucha que se dio en aquel calvero. Desde entonces tenemos la fuerza del ciervo, el encanto y la magia del bosque y sus melodías que nos empujaron de nuevo al encuentro; y ella, en su mirada, un rayo de luz que vuelve a tocarme y derretirme el corazón en cuento lo pienso. Ahora tenemos un reto, empezar de nuevo y, con todo lo hecho, dotarnos del sabio sentido que nos llene de amor verdadero.

25 comentarios:

Ana Márquez dijo...

Felicidades por ese premio, Antonio! :-) Te lo meloreces, el relato está muy bien. Lo de las ardillas "en plan cotilla" me ha parecido genial :-DD jaja.

Otra cosa es que esté de acuerdo con lo que cuentas en él, pero ésto ya es secundario e incluso anecdótico :-). Me cuesta creer que un matrimonio después de tanto tiempo y con un bagaje tal de frustraciones y malos rollos en común recuperen eso que se da en llamar la "magia" y la pasión de sus inicios por pasar un día en el campo mirando ciervos :-)Aunque la metáfora es muy buena, de verdad. En todo caso sufrirán el espejismo de recuperar lo perdido "ese día", para volver al tedio de siempre al regresar a casa.

Yo he tenido varias parejas y he estado muy enamorada, pero he podido comprobar por mí misma que llega un momento en el que la "magia" se va, irremediablemente. TAmbién lo veo continuamente a mi alrededor. La mayoría de los matrimonios que llevan diez años casados tienen, como dijo alguien, "la mirada del refugiado". Y no es necesario ni que haya discusiones, el tedio y la rutina pueden actuar con la saña de un hacha, la pareja que parece mejor avenida porque jamás discuten, te enteras poco después de que se han separado y te quedas a cuadros: "con lo bien que se llevaban..."

Puede quedar un cariño acomodaticio que es apego y costumbre, (muy lícitos por supuesto), la necesidad de compañía a toda costa, el respeto a los convencionalismos, la pereza de empezar de nuevo, el miedo a envejecer solo, el miedo a los desafíos y a los cambios, el miedo a perder el derecho a ver a los hijos, el miedo al miedo, etc.

Por supuesto hay excepciones :-) que sólo vienen a confirmar lo dicho.

Pero la "magia" se va al traste a lo dos años (algo que hasta la Ciencia ha demostrado recientemente) En un libro de García Márquez leí hace poco: "El tiempo es como un antiguo bárbaro, por donde él pasa no vuelve a crecer el amor".

Pero para eso está la literatura, Antonio! :-) para crear e imaginar mundos mejores, para rescatar esa magia tan difícil de mantener en la vida cotidiana y para que el autor sueñe con lo irrealizable haciéndolo real para sí mismo y para el bieaventurado lector que disfrute su obra. Paul Auster escribió que el escritor inventa mundos mejores porque no le gusta el real. En eso consiste su grandeza y tú le has rendido un magnífico homenaje al oficio de escribir en este cuento. Felicidades!!!!! :-)
Besitos.

Ana Márquez dijo...

"Te lo mereces" quise decir, y más fallos que veo por ahí :-) las prisas, disculpa, besos!

emejota dijo...

He disfrutado leyendo, y no he podido evitar la sonrisa. Es que a cada momento, en cada edad el amor me parece que se va transformando, al final tiene que evolucionar junto a dos personas, que con eso del amor, ya son tres cuestiones a encajar divinamente.
Ufff, chico, de esto cada vez se menos, creo que hasta el amor propio se me está diluyendo.
ENHORABUENA POR EL PREMIO. No tiene mérito que diga que te lo mereces, pero para eso estamos los amig@s y.. a las pruebas me remito. Bsss familiares.

Antonio dijo...

Querida Ana, en esta vida he aprendido que cada caso es de una singularidad impresionante, que no es trasvasable un caso a otro y que por propia experiencia solo se puede valorar lo que se conoce, pero no es aplicable a los demás. Cada caso es la resultante de una relación específica. No sé si esta pareja la podemos considerar con algún componente zoófilo, pues el apareamiento de los ciervos les excitó tanto que rompieron los muros que había creado desde la desconfianza de su relación, dándose al placer sexual que puede ser la madre de la ruptura entre muchas parejas. De todas formas esto no deja de ser, como bien dices, estos es pura imaginación y todo parecido con la realidad es pura coincidencia.
Ciertamente, el enamoramiento dura poco y solo entonces se puede cultivar el amor, como dice Erich Fromm cuando diferencia entre enamoramiento y amor.
El amor se puede cultivar desde el acercamiento, la comprensión y el conocimiento más íntimo de la pareja.
Curiosamente el próximo viernes tengo que dar una conferencia sobre este asunto en unas jornadas culturales. Espero estar acertado.
Un beso y gracias por tu siempre constructivo comentario

Antonio dijo...

Gracias, Emejota. Ya sabes eso de las proyecciones de las vivencias, jajaja... A mí me gusta mucho la escena del calvero y su resultado. Aunque a mi edad tal vez me costaría luego levantarme del terreno tras la faena que, por supuesto, no hubiera sido tan fructífera.. Son cosas de la juventud vedadas a los mayores en esos mismo términos, jejeje...
Besosss

Unknown dijo...

¡Como me ha gustado tu relato, Antonio!. Enhorabuena. Eres un artista escribiendo. Yo soy muy romántica y al final hasta me he emocionado.

Saludos desde Alhama de Almería.

Antonio dijo...

Gracias, Felisa. Tengo excelentes recuerdos de mi estancia en Alhama de Almería. Un saludo

Isabel Martínez Barquero dijo...

Enhorabuena por ese premio, Antonio.
El relato es muy bonito. Saco de él una inmensa lección: que nos separamos de quien amamos por pereza, por no hablar. El muro se va haciendo cada vez más alto y parece imposible ya derribarlo. Pero cuando dos se aman, no existen barreras: tarde o temprano las derriban todas.
Un abrazo, querido Antonio, y que me alegro mucho por ese accésit.

Antonio dijo...

Gracias, Isabel, Coincidimos en sacar esas lecciones que comentas. Nos falta comunicación y empatía y nos sobra demasiada soberbia, tanta que dejamos morir lo que se quiere antes de dar nuestro brazo a torcer o, al menos, ponernos a pensar sin prejuicios de mayor o menor calado machista.
Un abrazo para ti también y que tengas un feliz verano

genessis dijo...

Hola Antonio
Por esas cosas que posibilita los blog de ir saltando de un lugar a otro como un ciervo llegué a tu espacio que me gustó mucho por la prosperidad, la riqueza y la belleza del contenido compartido por muchos.
Te felicito por el premio obtenido.
El relato es muy ameno, ágil, interesante y describe algunos rasgos similes a historias conocidas... pero tú lo relatas de una forma atrapante.

Un saludo cordial
y si me permites me agrego...
asi regresaré para llerte

genessis dijo...

disculpa el error (... que posibilitan los blogs)

luna llena dijo...

Gracias Amtonio, por esta historia que tiene un buen final aparente, porque la convivencia en pareja el dia a dia, es una carrera de ostaculos. Metas que hay que alcanzar golpe a golpe, beso a beso.
Yo ya son 40 años entre noviazgo y matrimonio, no creo que hayan formulas maestras para que la llama del amor perdure, puesto que cada pareja es un mundo.Voy trapicheando como puedo con valentia, paciencia, coquetería provocando alguna peleilla que otra intrascendente (de cuando en cuando) para que la reconciliación sea dulce y mucha imaginación para poder mirar al fondo de los ojos a mi Manolo y ver al chico del cual sigo enamorada. Puedes pensar que soy una cursi pero a mi me funciona.
De tu relato me gusta que cuentas una historia cotidiana, describes muy bien el entorno, trasnmites la emociones y angustias de los personajes con un rico vocabulario y me creo la historia.
Un abrazo.

Antonio dijo...

Pues bienvenida, Genessis. Por lo que veo vives en Roma y te agradezco tu comentario y cuantas visitas quieras hacerle a esta casa virtual.
Un saludo afectuoso

Antonio dijo...

Ayyy, Luna Llena, como estoy de acuerdo contigo en lo que dices, sobre todo lo de que no hay un matrimonio igual a otro, en que no sirven el trasvase de experiencias al 100%. Cada cual se sitúa en el momento del contrato tácito que se fragua en el día a día, en ese ensayo-error de la relación que te dice cómo has de actuar en cada momento y vas comprendiendo y entendiendo a tu pareja. A partir de hay se crea una relación intransferible a otros casos, a veces hasta morbosa y perversa y otras de amor y aproximación, pero siempre singular.
El relato, como bien digo, es imaginario y, tal vez, por mi profesión haya vivido muchas casos de conflictos de desamor donde existe un rescoldo que se puede soplar para volver a encenderlo de otra forma e intensidad a la anterior.
Un abrazo

carmen jiménez dijo...

Mi querido Antonio:
He disfrutado este relato desde distintas perspectivas. Sin duda su lenguaje poético y esa escena del calvero tan descriptiva que sirve de base a la resolución del conflicto, hace que avance la historia de manera que se cuela por los poros.
Más allá de las letras, encontramos ese fondo en el que bucear. Ningún océano es igual a otro, como ninguna pareja lo es. Podremos establecer siempre rasgos comunes que puedan hacernos caer en la tentación de igualar conflictos, pero las variables infinitas, hacen que cada pareja sea única. Aún así, tengo que confesar que soy de las que cree en la Magia y que el mago somos nosotros mismos. Mientras el conflicto está en el aire hay esperanza ya sea en un calvero o en una góndola de Venecia. Pero también creo que existen esos puntos de inflexión donde ya no hay vuelta atrás, donde de repente la vida te da una de las mayores lecciones de humildad y te iguala al resto de los mortales. Dura experiencia renunciar a "esa magia que ahora no sabe cómo olvidarnos". Lo pongo entre comillas porque pertenece a unos versos de un poema mío. "El tratado de amar" de Erich Fromm explica bien el mecanismo de enamoramiento durante los primeros años, lo demás corre de nuestra cuenta y es ahí donde debemos demostrar la calidad como personas más allá de cualquier luna rota. Es ahí donde uno/a debe seguir demostrándose que amar no es una cuestión de hormonas, quizá ni de neuronas, sino de tener el corazón lo suficientemente grande como para minimizar los daños a esos hijos, de los que no te olvidas a lo largo del relato. Esos hijos que sufren los desacuerdos, los desencuentros, pero sobre todo ver que el amor no es para siempre tal y como nos empeñamos en enseñarles. Ufff! Es que el tema ¡da para tanto! Me alegro por todos aquellos que tengan ocasión de escuchar tu conferencia. Seguro puedes hablar desde la experiencia de haber sorteado ya muchos obstáculos y aún así, haber conseguido que la magia siga viva.
Un abrazo.

carmen jiménez dijo...

Fe de erratas: El título correcto es "El arte de amar" Lo disfruté mucho hasta donde empieza con el tema de la homosexualidad que se me atravesó su arte. Aún así traté de tener en cuenta el tiempo en el que estaba escrito cuando todo apuntaba todavía a ver a esos colectivos como enfermos. Se me cayeron un poco sus letras. Y ya no te robo más tiempo, es que tus entradas siempre son muy jugosas.
Más saludos.

Antonio dijo...

Carmen, creo que hay una casi total, por no decir total, convergencia en lo que refieres. Cada pareja es una resultante singular de la interacción entre otras dos singularidades como son sus integrantes. Por tanto, no cabe el trasvase de sus códigos, actitudes y formas a otras parejas, si bien podría ser aplicadas determinadas actitudes constructivas y técnicas o formas conductuales, como la escucha activa, la gestión del conflicto, valores de respeto y tolerancia, etc. que son generalizables a toda relación humana vista en positivo.
Estoy de acuerdo en que hay un punto de no retorno, cuando ya nada queda y sino desilusión, frustración, desamor y repulsa... Pero cuando existen ascuas y un fuego latente que no se deja ver por cabezonerías, por soberbia y suspicacias, queda la posibilidad de volver a prender la llama del deseo y, por ende, reavivar el amor.
Sobre Erich Fromm solo decirte que en mi última conferencia sobre el amor ya planteé, y me fundamenté, su diferenciación entre amar y enamorarse. Si bien también distinguí entre querer y amar, que son dos términos que parecen sinónimos y realmente son muy diferentes, aunque convivan ambos en la relación de pareja.
Gracias por tu aportación tan sensata y madura, como siempre.
Un abrazo

carmen jiménez dijo...

Si bien "querer y amar" son diferentes o partiendo precisamente de ahí, todos sabemos distinguir cuando se ama de cuando se quiere. Nada tiene que ver amar con estar en ese estado de euforia que se da en el enamoramiento, y sin embargo, sabes que no puedes pasar un día sin ver a la persona que amas, ya hayan pasado veinte años, por no decir treinta. Cuando eso se pierde...te quieres ¡cómo no después de treinta años! pero no es lo mismo. Yo soy de las que cree que el amor no se pasa con los años. Puede crecer o puede frustrarse, pero siempre, siempre, se debería de partir de todas esas bases que pones, que no siempre se da el caso. Y no siempre ha de llegarse a la respulsa, se puede llegar a ese querer sabiendo que el "amor" no existe. Llámalo magia. Es un duro momento descubrirlo, pero más aún, aceptarlo. Pero te das cuenta cuando después de soplar el fuego, las ascuas no vuelven a prender. Ahí radica la calidad humana a la que me refería en mi anterior comentario. Y disculpa mi extensión. Es un gusto poder entretenerse más allá del código casi en siglas del fb.
Un saludo.

Antonio dijo...

Amiga Carmen, obviando el planteamiento de Erich Fromm, como ya hemos hablado, me quedo con otra definición de amor, la de Sócrates, cuando en sus diálogos le dice a Lisis: "El amor es desear que la persona amada sea lo más feliz posible".
Pero también diferencia lo que tiene como significado el verbo querer en su raíz latina (quaerere)que significa tratar de obtener, lo que da paso a la primera acepción que le otorga el diccionario de la RAE: "Desear o apetecer". Lo que implica una relación más objetal. Por eso diferencio entre estas dos realidades que se dan en toda relación de pareja, Cuando prima el querer se va más al otro como objeto de satisfacción de las necesidades y cuando prima el amor se entiende que hay un mayor nivel de coalición para desarrollar cada cual sus potencialidades.
Eso lleva a la necesidad de buscar un equilibrio lógico entre el amar y el querer que sostenga la pareja y que no cree dependencias y sumisiones en función de intereses personales de alguna de las partes.
Es un tema muy interesante que, como tú bien decías, está modulado y condicionado por cada caso en particular, dado que son las emociones las que acaban moviendo al ser humano antes que las razones y las propias reflexiones.
Celebro que en el blog se den este tipo de comentarios que van más allá de las meras anotaciones del facebook y que hacen que el debate enriquezca a los intervinientes.
Un saludo afectuoso

Unknown dijo...

Original, descriptivamente meticuloso, te mueves en ese mundo del amor desgastado por el mal uso de las costumbres cívicas y encuentras una solución que me ha gustado mucho...el enfrentarse de nuevo con lo primigenio de donde venimos...Enhorabuena Antonio...un abrazo de tu amigo azpeitia

Antonio dijo...

Muchas gracias, Azpeitia, por tu comentario que es, sin duda, motivador. Creo que sí, que no hay nada más estimulante que el encuentro con nuestra génesis primogenia. La belleza de la naturaleza en un contexto como este incita al reencuentro no solo amoroso sino de fusión con la propia esencia de la vida.
Un abrazo y nos vemos...

Lucy G Benarroch dijo...

Verdaderamente precioso. Aproveche para pasearme por tus escritos y fotos y pase un rato muy agradable, como siempre. Gracias.
Lo que si es verdad es que el firmante es un artista!!!
Bien merecido el accésit y mas... El relato envuelve y uno queda inmerso en el.
Felicitaciones

Antonio dijo...

Muchísimas gracias, Lucy, por tu amable comentario y ya sabes que esta es tu casa virtual para pasear por ella cuanto quieras.
Un saludo

Antonio dijo...

@Antonio

Antonio dijo...

@Antonio

El derecho a opinar

  Por: Antonio Porras Cabrera Publicado en: https://xornaldegalicia.es/opinion/el-derecho-a-opinar-por-antonio-porras-cabrera https:...