Estas reflexiones están dedicadas a mi amigo José Luis Molino, que con su provocación me obligó a meditar sobre el tema para, así, publicarlas en la revista de la Escuela Universitaria de Enfermería de Cartagena, adscrita a la Universidad de Murcia. Espero que podáis criticarlas, asimilarlar y mejorarlas en aras de su objetividad.
CLIMA LABORAL … EN BUSCA DEL PARAÍSO PERDIDO.
Desde pequeños se nos pregunta qué queremos ser de mayores, a qué nos gustaría dedicarnos, cuál es la profesión que elegimos para participar en el desarrollo del colectivo social al que pertenecemos. Nosotros, cargados de fantasía e ilusión, nos definimos por una actividad determinada. Desde este momento idealizamos esa profesión como algo que nos llevará a la felicidad y al prestigio, al reconocimiento y la autosatisfacción. Su ejercicio será el paraíso de nuestra adultez.
Cuando iniciamos los estudios o preparación para ejercer la profesión, nuestra imaginación dibuja un campo de acción y de relación con el entorno que adornamos hasta crear un contexto de felicidad. Muchas veces, este contexto imaginario, se desmorona a las primeras de cambio, en cuanto mantenemos contacto con la realidad del ejercicio profesional. Encontramos gente “quemada” que nos habla de las dificultades, de las incompetencias ajenas (por lo general no de las propias), de lo dura que es la profesión y de un conjunto de cosas que nos hace pensar habernos equivocado. Nosotros, que vamos con la mente abierta, buscando aprender de todo y de todos, asimilamos las buenas y las malas disposiciones, las actitudes y las razones que las puedan sustentar, sin darnos cuenta de que la vida del sujeto que nos informa o influye es distinta a la nuestra, que nuestro principal objetivo es preservar nuestra identidad y potenciar nuestras actitudes para que la profesión imaginada sea una realidad. Es decir, no cribamos esos mensajes de desengaño para ubicarlos en el sujeto emisor exclusivamente y asimilamos su análisis personal como algo real y extensible a todo el mundo, sin considerar que sus circunstancias personales son, eso, personales e intransferibles y sus conclusiones resultado de sus vivencias en conjunción con su personalidad y demás circunstancias que lo identifican como un ser diferenciado.
Encontramos en nuestro entorno profesional gente variada. Sujetos ejemplares que trabajan con alegría y entrega, convencidos de que su realización y evolución personal pasa por el “bienhacer” en su profesión, que la interrelación es un instrumento terapéutico de primera magnitud en el caso de la enfermería (que fue la profesión elegida por mí), y que la instauración de un clima laboral positivo lleva a un mejor desenvolvimiento de la activad profesional, potenciando las relaciones humanas, la mutua ayuda, la integración, el compañerismo, y un sinfín de elementos que facilitan dicha actividad. Por el contrario, existen sujetos ponzoñosos, a los que ya me he referido, que solo se desenvuelven bien en situaciones de tensión, crítica continua, culpabilizando a los demás del mal funcionamiento de todo en una extraña justificación personal (concepto psicológico de externalidad defensiva), donde ellos son jueces de los actos ajenos y nada críticos con los propios. Son detractores de la plantilla, de los procedimientos, de otros estamentos, de los/as supervisores/as, de la dirección y de los propios pacientes y familiares. Toda esta crítica la hacen desde la cátedra del “no hacer nada”, sin comprender que ese tiempo que emplean en su discurso es el que deberían estar usando para otras actividades propias del oficio. Son sembradores del desánimo. Parece que busquen aliados para no estar solos en su apatía y descalifican insidiosamente a los que tienen actitudes constructivas. Aunque es cierto que entre uno y otro prototipo, por suerte, hay estadios intermedios, donde se ubica la mayoría del personal.
Pues bien, dicho esto, hemos de considerar cómo influyen todos estos posicionamientos en el clima laboral. Si reconocemos a la organización como un contexto ambiental de los comportamientos individuales y grupales y que este entorno es psicológicamente significativo para sus miembros, colegiremos que el clima laboral, u organizacional, tiene un peso específico importante en el desenvolvimiento de la organización como sistema, donde interaccionan un conjunto de atributos que determinan el ambiente de trabajo. El clima referido a la organización es algo así como su salud organizativa.
A partir de aquí cabe hacerse algunas preguntas: ¿Cómo me afecta psicológicamente el clima laboral?, ¿Qué puedo hacer para mejorar el clima de mi unidad de trabajo?, ¿Quiénes son los sujetos ponzoñosos que contaminan ofreciendo la manzana del desencanto?, ¿De quien tengo que aprender para mantenerme sano mentalmente y motivado?, ¿Qué necesito para irme a casa diariamente con la satisfacción del trabajo bien hecho?, ¿Qué puedo y debo hacer para que mis relaciones interpersonales en mi equipo y con los usuarios del sistema sean constructivas y enriquecedoras?
Como elemento de partida, yo rechazaría cualquier iniciativa que me lleve, a medio o largo plazo, a “tirar por la borda” mis ilusiones profesionales y a quemarme, puesto que estudié y planifiqué mi vida para desarrollarme plenamente a lo largo de mi existencia y el trabajo forma parte de ella en un elevado porcentaje. Por tanto, desplegaría capacidades y actitudes que facilitaran el afrontamiento de las demandas que se me planteen. Eludiría los sujetos ponzoñosos y bebería de la experiencia de aquellos otros que, con su conducta, me demuestran su propia realización personal y satisfacción con el trabajo. Intercambiaría experiencias y asumiría aquellas que me refuerzan en mis capacidades de afrontamiento y que me permiten un mejor desempeño de mi actividad. Puedo identificar aquello que más me satisface y motiva y compartirlo con mis compañeros. Siguiendo a Herzberg y su teoría bifactorial de la motivación, me preocuparía preferentemente de los siguientes factores:
• Logros de metas y objetivos.
• Reconocimiento por los logros.
• Trabajo con contenido e interés.
• Mayores responsabilidades.
• Progreso y perfeccionamiento en el trabajo.
• Relaciones interpersonales con mis compañeros, pacientes y sus familiares.
En resumen, y justificando la aparición en el título del concepto paraíso, intentaría que mi trabajo mantuviera un clima donde el crecimiento personal y profesional fuera una constante. Crearía un paraíso nutriente donde el positivismo triunfara sobre el negativismo. Todas y cada una de las cosas que integran la vida tienen una lectura positiva para los inteligentes, de todas podemos aprender mediante el análisis crítico, maduro y serio de ellas. Con ello mi maduración personal y profesional, mi desarrollo, mi autorrealización y mi satisfacción estarán garantizados.
En ese paraíso huiría de la oferta de manzanas podridas, cargadas por la envidia, la apatía, la no implicación, el cinismo, la crítica irracional, los conflictos interpersonales irresueltos y todos aquellos elementos negativos que abocan al infierno de un clima laboral insoportable, que trasciende a tu vida familiar y social, que te achicharra día a día hasta quemarte y hacerte renegar de aquella profesión que un día te ilusionó, a la que dedicaste parte de tu juventud para formarte cargado de esperanza en el futuro. Al menos, que conmigo no cuente para destruir mi propio proyecto. Yo velaré por mi salud mental y mi equilibrio, para desarrollarme y conseguir mis propios objetivos de realización y maduración personal, de esta forma habré contribuido a una sociedad más justa y solidaria mediante el granito de arena que me corresponde, pero sobre todo intentaré trasmitir salud a todos los que me rodeen.
Estoy convencido de que en esta reflexión quedan otros muchos conceptos por barajar para buscar ese paraíso, como tolerancia, comprensión, empatía, criterio, conocimiento, asertividad, etc. pero eso lo dejo para la reflexión propia y personal de cada uno. La singularidad y el autoconocimiento, amigo lector, hacen que no existan recetas milagrosas de aplicación general. Siempre aparecerán sutilezas que nos diferencian de los demás. Cada uno, pues, debe buscar sus propias recetas, pero aconsejo que no nos desprendamos de una buena dosis de “bonhomía”. Otro día, si te parece, hablamos de los otros elementos de la organización interesados en el tema y de cuales pueden ser sus aportaciones a este paraíso.
Desde pequeños se nos pregunta qué queremos ser de mayores, a qué nos gustaría dedicarnos, cuál es la profesión que elegimos para participar en el desarrollo del colectivo social al que pertenecemos. Nosotros, cargados de fantasía e ilusión, nos definimos por una actividad determinada. Desde este momento idealizamos esa profesión como algo que nos llevará a la felicidad y al prestigio, al reconocimiento y la autosatisfacción. Su ejercicio será el paraíso de nuestra adultez.
Cuando iniciamos los estudios o preparación para ejercer la profesión, nuestra imaginación dibuja un campo de acción y de relación con el entorno que adornamos hasta crear un contexto de felicidad. Muchas veces, este contexto imaginario, se desmorona a las primeras de cambio, en cuanto mantenemos contacto con la realidad del ejercicio profesional. Encontramos gente “quemada” que nos habla de las dificultades, de las incompetencias ajenas (por lo general no de las propias), de lo dura que es la profesión y de un conjunto de cosas que nos hace pensar habernos equivocado. Nosotros, que vamos con la mente abierta, buscando aprender de todo y de todos, asimilamos las buenas y las malas disposiciones, las actitudes y las razones que las puedan sustentar, sin darnos cuenta de que la vida del sujeto que nos informa o influye es distinta a la nuestra, que nuestro principal objetivo es preservar nuestra identidad y potenciar nuestras actitudes para que la profesión imaginada sea una realidad. Es decir, no cribamos esos mensajes de desengaño para ubicarlos en el sujeto emisor exclusivamente y asimilamos su análisis personal como algo real y extensible a todo el mundo, sin considerar que sus circunstancias personales son, eso, personales e intransferibles y sus conclusiones resultado de sus vivencias en conjunción con su personalidad y demás circunstancias que lo identifican como un ser diferenciado.
Encontramos en nuestro entorno profesional gente variada. Sujetos ejemplares que trabajan con alegría y entrega, convencidos de que su realización y evolución personal pasa por el “bienhacer” en su profesión, que la interrelación es un instrumento terapéutico de primera magnitud en el caso de la enfermería (que fue la profesión elegida por mí), y que la instauración de un clima laboral positivo lleva a un mejor desenvolvimiento de la activad profesional, potenciando las relaciones humanas, la mutua ayuda, la integración, el compañerismo, y un sinfín de elementos que facilitan dicha actividad. Por el contrario, existen sujetos ponzoñosos, a los que ya me he referido, que solo se desenvuelven bien en situaciones de tensión, crítica continua, culpabilizando a los demás del mal funcionamiento de todo en una extraña justificación personal (concepto psicológico de externalidad defensiva), donde ellos son jueces de los actos ajenos y nada críticos con los propios. Son detractores de la plantilla, de los procedimientos, de otros estamentos, de los/as supervisores/as, de la dirección y de los propios pacientes y familiares. Toda esta crítica la hacen desde la cátedra del “no hacer nada”, sin comprender que ese tiempo que emplean en su discurso es el que deberían estar usando para otras actividades propias del oficio. Son sembradores del desánimo. Parece que busquen aliados para no estar solos en su apatía y descalifican insidiosamente a los que tienen actitudes constructivas. Aunque es cierto que entre uno y otro prototipo, por suerte, hay estadios intermedios, donde se ubica la mayoría del personal.
Pues bien, dicho esto, hemos de considerar cómo influyen todos estos posicionamientos en el clima laboral. Si reconocemos a la organización como un contexto ambiental de los comportamientos individuales y grupales y que este entorno es psicológicamente significativo para sus miembros, colegiremos que el clima laboral, u organizacional, tiene un peso específico importante en el desenvolvimiento de la organización como sistema, donde interaccionan un conjunto de atributos que determinan el ambiente de trabajo. El clima referido a la organización es algo así como su salud organizativa.
A partir de aquí cabe hacerse algunas preguntas: ¿Cómo me afecta psicológicamente el clima laboral?, ¿Qué puedo hacer para mejorar el clima de mi unidad de trabajo?, ¿Quiénes son los sujetos ponzoñosos que contaminan ofreciendo la manzana del desencanto?, ¿De quien tengo que aprender para mantenerme sano mentalmente y motivado?, ¿Qué necesito para irme a casa diariamente con la satisfacción del trabajo bien hecho?, ¿Qué puedo y debo hacer para que mis relaciones interpersonales en mi equipo y con los usuarios del sistema sean constructivas y enriquecedoras?
Como elemento de partida, yo rechazaría cualquier iniciativa que me lleve, a medio o largo plazo, a “tirar por la borda” mis ilusiones profesionales y a quemarme, puesto que estudié y planifiqué mi vida para desarrollarme plenamente a lo largo de mi existencia y el trabajo forma parte de ella en un elevado porcentaje. Por tanto, desplegaría capacidades y actitudes que facilitaran el afrontamiento de las demandas que se me planteen. Eludiría los sujetos ponzoñosos y bebería de la experiencia de aquellos otros que, con su conducta, me demuestran su propia realización personal y satisfacción con el trabajo. Intercambiaría experiencias y asumiría aquellas que me refuerzan en mis capacidades de afrontamiento y que me permiten un mejor desempeño de mi actividad. Puedo identificar aquello que más me satisface y motiva y compartirlo con mis compañeros. Siguiendo a Herzberg y su teoría bifactorial de la motivación, me preocuparía preferentemente de los siguientes factores:
• Logros de metas y objetivos.
• Reconocimiento por los logros.
• Trabajo con contenido e interés.
• Mayores responsabilidades.
• Progreso y perfeccionamiento en el trabajo.
• Relaciones interpersonales con mis compañeros, pacientes y sus familiares.
En resumen, y justificando la aparición en el título del concepto paraíso, intentaría que mi trabajo mantuviera un clima donde el crecimiento personal y profesional fuera una constante. Crearía un paraíso nutriente donde el positivismo triunfara sobre el negativismo. Todas y cada una de las cosas que integran la vida tienen una lectura positiva para los inteligentes, de todas podemos aprender mediante el análisis crítico, maduro y serio de ellas. Con ello mi maduración personal y profesional, mi desarrollo, mi autorrealización y mi satisfacción estarán garantizados.
En ese paraíso huiría de la oferta de manzanas podridas, cargadas por la envidia, la apatía, la no implicación, el cinismo, la crítica irracional, los conflictos interpersonales irresueltos y todos aquellos elementos negativos que abocan al infierno de un clima laboral insoportable, que trasciende a tu vida familiar y social, que te achicharra día a día hasta quemarte y hacerte renegar de aquella profesión que un día te ilusionó, a la que dedicaste parte de tu juventud para formarte cargado de esperanza en el futuro. Al menos, que conmigo no cuente para destruir mi propio proyecto. Yo velaré por mi salud mental y mi equilibrio, para desarrollarme y conseguir mis propios objetivos de realización y maduración personal, de esta forma habré contribuido a una sociedad más justa y solidaria mediante el granito de arena que me corresponde, pero sobre todo intentaré trasmitir salud a todos los que me rodeen.
Estoy convencido de que en esta reflexión quedan otros muchos conceptos por barajar para buscar ese paraíso, como tolerancia, comprensión, empatía, criterio, conocimiento, asertividad, etc. pero eso lo dejo para la reflexión propia y personal de cada uno. La singularidad y el autoconocimiento, amigo lector, hacen que no existan recetas milagrosas de aplicación general. Siempre aparecerán sutilezas que nos diferencian de los demás. Cada uno, pues, debe buscar sus propias recetas, pero aconsejo que no nos desprendamos de una buena dosis de “bonhomía”. Otro día, si te parece, hablamos de los otros elementos de la organización interesados en el tema y de cuales pueden ser sus aportaciones a este paraíso.
Antonio Porras Cabrera
2 comentarios:
El articulo me refuerza la idea, de que todos viajamos en un barco de vela(no pirata), donde la llegada a puerto, es un segundo de satisfacción(paz) de haber conseguido el objetivo(si es que hemos llegado a donde queriamos o a donde la naturaleza nos ha llevado),y lo que verdaderamente importa es la larga travesía, la cual podemos ver y sentir lo que somos en el papel del día a día de haber sido un buen capitán para uno y para los que nos acompañan en el barco.
Sed valientes y naveguemos en los grandes mares de la vida
un abrazo de un marino
De una compañera de facultad y simple administrativa en el hospital. Añadiría dos ingredientes a la receta para seguir el camino en busca del paraiso perdido en el trabajo y en todo lo demás:
1º- Romper el fuerte nexo entre acción-reacción: Párate, reflexiona por qué han hecho algo (normalmente tiene que ver más con ellos que contigo), y actúa o no (que no reacciona) según tu propio criterio.
Y 2º- Cuando estés agobiado, sal mentalmente de tu propia situación y obsérvala desde fuera. Esto te hará relativizar las cosas y ponerlas en una más justa medida.
Ya ves, Antonio, para eso me ha servido la Psicología; seguimos en tránsito... hacia la madurez ¿o era hacia la sabiduría?...
Un abrazo amigo.
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