Opinión | Tribuna
Publicado
en el diario La Opinión de Málaga el 03 AGO 2025 7:00
https://www.laopiniondemalaga.es/opinion/2025/08/03/escurrir-bulto-120290004.html
Somos muy
dados al escaqueo, expertos en picaresca con un largo aprendizaje tomado de
nuestra novela homónima
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El 'president' Carlos Mazón, tras una rueda de prensa en el Palau la semana pasada. / Rober Solsona (EP) |
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«Escurrir el bulto» es un término o
expresión coloquial que significa evitar o eludir una responsabilidad, un
riesgo, un trabajo o un compromiso. Una práctica muy habitual en sujetos no
dados a implicarse en asuntos de su propia competencia, evitando asumir la
responsabilidad que se deriva de sus hechos e, incluso, esquivar algo que no
queremos hacer siendo de nuestra incumbencia.
Por desgracia parece que ese es uno
de los deportes nacionales, no solo a nivel político, sino ciudadano. Cosa
lógica, porque no olvidemos que los políticos electos lo son de entre los
ciudadanos con sus virtudes y defectos. Ello quiere decir que, en gran medida,
somos responsables de sus actos, no vayamos a escurrir el bulto de la
responsabilidad del elector.
La picaresca española como escuela
Ciertamente, somos muy dados al
escaqueo, expertos en picaresca con un largo aprendizaje tomado de nuestra
novela homónima, tan presente en el Siglo de Oro de la literatura española.
Persisten, en la memoria de mi generación, las lecturas infantiles bajo la
atenta mirada del maestro pertrechado de su regla. Lecturas que nos llevaron al
aprendizaje y la tolerancia para con el pícaro y astuto que engaña buscando el
beneficio personal, puede que de ahí venga la condescendencia con el defraudador.
El Lazarillo de Tormes, de un
anónimo autor, aunque Agulló se le atribuye a Diego Hurtado de Mendoza, nos
abre los ojos a un mundo de engaño y astucia de especial sutileza, en el caso,
por ejemplo, de las uvas compartidas entre el amo ciego y Lazarillo, siendo un
ejemplo perfecto para darnos cuenta de la situación de este país en el aspecto
ético. El ciego deduce que habiendo quedado en comer de una en una, si él mismo
ha tomado de dos en dos, el chico debe haber comido más, al no quejarse.
Rinconete y Cortadillo, donde, a
través de la figura del pícaro, Cervantes evidencia las contradicciones
sociales de su tiempo y plasma la corrupción y desigualdad existentes,
circunstancias que nos siguen sonando aunque hayan pasado más de 400 años desde
entonces. Pero también podríamos hablar de Guzmán de Alfarache, donde Mateo
Alemán, su autor, acentuó los caracteres de desfachatez del protagonista,
conjugando literatura y moralidad. El Buscón de Quevedo, una satírica obra que
plasma especialmente la obsesión por las apariencias y el deseo de escalar
posiciones sociales. El diablo cojuelo, de Luis Vélez de Guevara, que lo usa
como argucia para mostrar todas las miserias, y engaños de los habitantes del
Madrid del XVII. Incluso tenemos picaresca femenina como Teresa de Manzanares,
de Alonso de Castillo, que manipula su identidad para progresar social y
económicamente.
En todo caso, en nuestro Siglo de
Oro, prevalece una conducta pícara como forma de afrontar necesidades básicas
de subsistencia y escalada social en una España imperial, donde la economía de
sus súbditos está bajo mínimos, o sea en pura miseria en determinados segmentos
sociales dominados por la pobreza. La astucia y destreza en el engaño del
ladino y pícaro necesitado, toma valor y es admirada como ejemplo de lucha por
la supervivencia en ese mundo hostil. Esa actitud se integra en la cultura del
pueblo, incluso en las altas esferas, donde la corrupción, como forma de
ejercer una picaresca de alto nivel, es manifiesta. Ya se sabe y se conoce el
dicho popular: «No me des dinero, ponme donde hay».
La política y el pícaro
Pero vayamos a una aplicación más
práctica. En este contexto, mientras en otros países de nuestro entorno los
propios ciudadanos perseguían y denunciaban al defraudador, en el nuestro se le
admiraba y reía la gracia. Recuerdo que en los años 80, cuando Hacienda no
tenía todo el potencial informático del que dispone ahora, un compañero, antes
de hacer la declaración, chulescamente se planteaba lo que quería pagar de
IRPF; luego procedía de forma inversa hasta ir cumplimentando las casillas con
datos falsos hasta cuadrar los números en un alarde matemático. Presumía de
ello y los demás admiraban su habilidad para engañar al fisco, sin pensar que
nos estaba engañando al resto de contribuyentes. Me pregunto, con cierta
ironía, si el conservador también quiere conservar esta práctica, que parece
que sí.
La actitud de escurrir el bulto no
se da solo en este sentido insolidario, sino en el propio ejercicio de la
profesión en general, pero, sobre todo, en el mundo político. La clave está en
poner la pelota en el tejado ajeno, en ver la paja en el ojo del otro y obviar
la viga en el propio, en maximizar el valor de los errores del contrincante y
en minimizar el de los propios. Solo hay que ver y escuchar las declaraciones
del mundo de la política y se ve el patetismo de algunos, que intentan salir
airosos de un trance remarcando los errores ajenos y tapando los propios. La
corrupción importante no es la mía sino la del otro, parece que digan.
Intoxicar para desviar la atención
Una excelente forma para escurrir
el bulto es recurrir a la intoxicación mediante bulos y mentiras, con
falsedades y sospechas, para que el pueblo se mantenga ocupado y evitar que se
centre en «lo mío». Puede tener más importancia una denuncia infundada que un
delito confesado, sobre todo si el afectado o afectada se hace el o la mártir y
se provoca una reacción emocional en sus manipulados votantes, que aceptan ese
victimismo por la agresión, o persecución, cometida sobre el sospechoso líder,
o lideresa, lo que desencadena una solidaridad con este y un desprecio hacia la
malignidad del contrincante, apareciendo en esa circunstancia el sesgo
confirmatorio propio de los hooligans. Aquí, el relato juega un importante
papel a la hora de convencer, y para eso están los medios afines. Porque no es
lo mismo escurrir el bulto como culpable que por no hacerlo, siendo el
responsable que debe llevar a término la actividad comprometida.
Tal vez, en la actualidad, el caso
más significativo sea el de Mazón y el asunto de la DANA, tan trillado pero sin
el fruto que se espera del proceso en curso. Cuando es más que evidente dónde
está la responsabilidad de los hechos, y así lo está mostrando la jueza de
Catarroja, aflora, por parte de los responsables, la estrategia del pulpo,
soltando tinta que opaque la visión de una palpable realidad.
Escurrir el bulto está ligado a la
falta de ética, a la inmoralidad que conlleva no aceptar la responsabilidad que
se tiene asignada y por lo que se cobra un importante sueldo, o bien a los
intentos de manipulación para revertir las cosas e imponer la posverdad a la
verdad obvia. A esta tendencia se suman venales del mundo de la información, o
pseudoinformación, cada vez más numerosos, que rechazan las evidencias para
tergiversar los hechos en beneficio del colectivo ideológico al que pertenecen
o con el que se identifican.
Del pícaro a la delincuencia
La picaresca, elevada a la enésima
potencia, hasta alcanzar niveles de delincuencia, se da hoy en lo más alto de
la política internacional. El acceso de truhanes al poder, con conductas
agresivas y rompedoras con el propio derecho internacional, hace temblar los
cimientos de la civilización amenazada por motosierras que pretenden subvertir
el sistema democrático. La picaresca sacude las bolsas, los indicios de
información privilegiada, el juego de los aranceles, la guerra comercial y
otras muchas variables provocadas por sospechosas decisiones económicas, nos
conducen a otro orden mundial basado en el desorden. La deconstrucción del
sistema, desde esta actitud provocadora y cuasi mafiosa, nos aboca, de no poner
pies en pared, a un caos peligroso que puede generar en destrucción y muerte
para hacer resurgir el nuevo orden de las cenizas del pasado, cual ave fénix. Existen
oligarcas sociópatas y «anarcoliberales» a los que les importa un bledo el
humanismo, pues su objetivo es el control del desarrollo tecnológico y
económico en beneficio de sus propios intereses.
Por tanto, dejemos de admirar al
pícaro y de elevarlo al poder. Seamos capaces de ver por dónde van sus
intereses y cómo pretende usar nuestro voto desde la manipulación emocional. Me
permito traer a colación uno de mis aforismos: «¡Que viene el lobo, que viene
el lobo!, gritaba el tigre mientras devoraba a las ovejas». Si elegimos al
tigre para defendernos del lobo, nos comerá el tigre.