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Forges, genial, como siempre lo fue. |
La gente de mi generación anda algo
cabreada, yo diría que, incluso, indignada. Días pasados, hablando con unos
amigos, mostraron esa indignación al ver cómo determinados políticos engordaban
sus curriculums adjudicándose estudios y titulaciones universitarias que no
poseían. Parto de la base de que para ejercer la política no se requiere
titulación alguna, sino capacidad demostrada para gestionar la cosa pública
desde la ideología que se ofrece al elector. Eso sí, no está de más que se sepa
o se tengan habilidades y aptitud para ejercer esa función con solvencia,
además de actitud.
La indignación a que me refiero se
da en una generación nacida en torno a los años 50 del pasado siglo, cuando la
nada, para muchos, reinaba en España. Huyendo de esa nada, de aquellos pueblos
blancos colgados de barrancos, que cantaba Serrat, nos marchamos a la gran
ciudad, Madrid, Barcelona, Bilbao o al extranjero, para trabajar y superar
aquella nada que prometía el futuro. Buscamos un sueño, pero sabiendo que ese
sueño no era una fantasía, sino algo que había que construir con esfuerzo y
dedicación, con perseverancia e ilusión, con esfuerzo personal para elevar
nuestro conocimiento y desarrollo personal.
Emigrar a Barcelona fue el
ejercicio de muchos de mis amigos y paisanos, otros fueron a Madrid, a
Asturias, a Málaga, etc. y a Barcelona fuimos en 1967, huyendo de aquella nada
para buscar otro mundo diferente de promesas, de “Tierra prometida para SER”.
Las familias, con su sentido solidario, trabajaban en una misma economía,
controlada por los padres, para adquirir su vivienda y satisfacer las
necesidades del grupo, al mismo tiempo que, los más valientes, daban la mano a
aquellos que quedaban en el pueblo dudando si emigrar, para apoyarlos. A
trabajar con 16 años. Eso era lo primero. Luego, si tenías vocación de estudiar
te lo tenías que montar tú. Lo primero era tu aportación a casa, después eran
tus objetivos personales de estudio. Éramos familias proletarias.
Hubo de todo. Algunos se
desarrollaron profesionalmente mediante el aprendizaje laboral en el tajo, en
una faena determinada. Pero otros, ansiosos por estudiar en un marco de
oportunidades no conocidas en el pueblo, nos dedicamos a trabajar y estudiar.
Es duro salir del trabajo a las 18 horas, tras 8 de esfuerzo, y marchar a un
instituto nocturno para hacer tu bachiller y después estudiar una carrera. El
sacrificio era innegable e imprescindible para evolucionar. Levantarse a las
6:45, casi una hora de autobús y metro, trabajar, estudiar y volver a las 11 de
la noche a casa, cenar, dormir y volver a levantarte a las 6:45 h. en un
continuo retorno. El ocio estaba proscrito. Aquella generación, los nacidos en
torno a los años 50 fuimos los verdaderos motores del cambio, los que huyendo
de la nada levantamos, con esfuerzo, este país que hoy se disfruta.
No me quiero poner como ejemplo,
pero es la realidad que conozco mejor y la que he vivido. Fueron dos carreras
estudiadas trabajando, Enfermería y Psicología, además de los cursos de
doctorado y algunas especializaciones y cursos formativos específicos, y años
de doble trabajo en el sistema sanitario, con un desarrollo profesional desde
la asistencia sanitaria a la gestión hospitalaria, para pasar a la docencia universitaria.
Todo ello desde esa determinación tendente a la autorrealización que aún
persiste como un troquelado que la vida impuso. La escalada de la pirámide de
Maslow sigue presente.
Por eso, dado el esfuerzo que
hicimos aquella gente de mi generación que ya se va por la tangente de la vida,
manifestamos la indignación y el rechazo hacia quienes se otorgan titulaciones
falazmente, que se adjudican títulos que no han obtenido, que se revisten de
autoridad académica, cuando no son más que unos farsantes, para obtener un
beneficio o reconocimiento social fraudulento. Puede que sea gente acomplejada,
insegura, de baja autoestima sublimada a través de la engañifa, que desprecia
la sabiduría. Tal vez hay que tenerles compasión pues, para ser reconocido su
valor, necesitan recurrir a algo externo y falsario, ya sean diputados,
políticos de partido, ministros o presidentes del Senado.
En mi generación hay una inmensa
cantidad de gente que ha luchado, estudiado y desarrollado su actividad
profesional con gallardía, con entereza y dedicación para merecer el
reconocimiento social que, a veces, se le niega. En nombre de ellos, rechazo y
critico esas conductas deleznables que apagan nuestro verdadero esfuerzo con la
devaluación que hacen de esas titulaciones que tanto nos costaron.
¡Vade retro, farsantes!
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