miércoles, 20 de agosto de 2025

¡Vade retro, farsantes!

Forges, genial, como siempre lo fue.

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La gente de mi generación anda algo cabreada, yo diría que, incluso, indignada. Días pasados, hablando con unos amigos, mostraron esa indignación al ver cómo determinados políticos engordaban sus curriculums adjudicándose estudios y titulaciones universitarias que no poseían. Parto de la base de que para ejercer la política no se requiere titulación alguna, sino capacidad demostrada para gestionar la cosa pública desde la ideología que se ofrece al elector. Eso sí, no está de más que se sepa o se tengan habilidades y aptitud para ejercer esa función con solvencia, además de actitud.

La indignación a que me refiero se da en una generación nacida en torno a los años 50 del pasado siglo, cuando la nada, para muchos, reinaba en España. Huyendo de esa nada, de aquellos pueblos blancos colgados de barrancos, que cantaba Serrat, nos marchamos a la gran ciudad, Madrid, Barcelona, Bilbao o al extranjero, para trabajar y superar aquella nada que prometía el futuro. Buscamos un sueño, pero sabiendo que ese sueño no era una fantasía, sino algo que había que construir con esfuerzo y dedicación, con perseverancia e ilusión, con esfuerzo personal para elevar nuestro conocimiento y desarrollo personal.

Emigrar a Barcelona fue el ejercicio de muchos de mis amigos y paisanos, otros fueron a Madrid, a Asturias, a Málaga, etc. y a Barcelona fuimos en 1967, huyendo de aquella nada para buscar otro mundo diferente de promesas, de “Tierra prometida para SER”. Las familias, con su sentido solidario, trabajaban en una misma economía, controlada por los padres, para adquirir su vivienda y satisfacer las necesidades del grupo, al mismo tiempo que, los más valientes, daban la mano a aquellos que quedaban en el pueblo dudando si emigrar, para apoyarlos. A trabajar con 16 años. Eso era lo primero. Luego, si tenías vocación de estudiar te lo tenías que montar tú. Lo primero era tu aportación a casa, después eran tus objetivos personales de estudio. Éramos familias proletarias.

Hubo de todo. Algunos se desarrollaron profesionalmente mediante el aprendizaje laboral en el tajo, en una faena determinada. Pero otros, ansiosos por estudiar en un marco de oportunidades no conocidas en el pueblo, nos dedicamos a trabajar y estudiar. Es duro salir del trabajo a las 18 horas, tras 8 de esfuerzo, y marchar a un instituto nocturno para hacer tu bachiller y después estudiar una carrera. El sacrificio era innegable e imprescindible para evolucionar. Levantarse a las 6:45, casi una hora de autobús y metro, trabajar, estudiar y volver a las 11 de la noche a casa, cenar, dormir y volver a levantarte a las 6:45 h. en un continuo retorno. El ocio estaba proscrito. Aquella generación, los nacidos en torno a los años 50 fuimos los verdaderos motores del cambio, los que huyendo de la nada levantamos, con esfuerzo, este país que hoy se disfruta.  

No me quiero poner como ejemplo, pero es la realidad que conozco mejor y la que he vivido. Fueron dos carreras estudiadas trabajando, Enfermería y Psicología, además de los cursos de doctorado y algunas especializaciones y cursos formativos específicos, y años de doble trabajo en el sistema sanitario, con un desarrollo profesional desde la asistencia sanitaria a la gestión hospitalaria, para pasar a la docencia universitaria. Todo ello desde esa determinación tendente a la autorrealización que aún persiste como un troquelado que la vida impuso. La escalada de la pirámide de Maslow sigue presente.

Por eso, dado el esfuerzo que hicimos aquella gente de mi generación que ya se va por la tangente de la vida, manifestamos la indignación y el rechazo hacia quienes se otorgan titulaciones falazmente, que se adjudican títulos que no han obtenido, que se revisten de autoridad académica, cuando no son más que unos farsantes, para obtener un beneficio o reconocimiento social fraudulento. Puede que sea gente acomplejada, insegura, de baja autoestima sublimada a través de la engañifa, que desprecia la sabiduría. Tal vez hay que tenerles compasión pues, para ser reconocido su valor, necesitan recurrir a algo externo y falsario, ya sean diputados, políticos de partido, ministros o presidentes del Senado.

En mi generación hay una inmensa cantidad de gente que ha luchado, estudiado y desarrollado su actividad profesional con gallardía, con entereza y dedicación para merecer el reconocimiento social que, a veces, se le niega. En nombre de ellos, rechazo y critico esas conductas deleznables que apagan nuestro verdadero esfuerzo con la devaluación que hacen de esas titulaciones que tanto nos costaron.

¡Vade retro, farsantes!

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¡Vade retro, farsantes!

Forges, genial, como siempre lo fue.  ==================== La gente de mi generación anda algo cabreada, yo diría que, incluso, indignada....