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Atardecer en el puente de Verranzano |
Viajar… ¡qué verbo más atrayente!
Viajar es buscar el reto de lo desconocido, procurar acercarse a otros mundos
diferentes, otras culturas, formas de vida, de pensar, hablar y existir. Es
buscar el impacto de otras orografías, imágenes de pueblos, ciudades, montes,
ríos, desiertos y vergeles… es enriquecer el alma con un todo que coloca en su
término al localismo.
El viaje despierta sensaciones y
emociones peculiares: Recelo, miedo, inseguridad, inquietud… pero también
plenitud, belleza, expansión, admiración, sorpresa… ¡Aventura! Todo lo nuevo es
imprevisible y, como tal, al ser desconocido, genera cierto estrés por la
incertidumbre ante la disponibilidad de recursos de afrontamiento de las
posibles demandas que se vayan generando. Conocer el idioma o viajar con quien
lo domine si ello es posible, disponer de un seguro de accidentes o enfermedad
que garantice la asistencia en el país de destino, documentarse sobre la zona a
visitar, planificar el viaje, las rutas, hoteles, lugares de interés y disponer
de una excelente cartografía que hoy nos la puede ofrecer internet, es una
cuestión básica. También es de gran ayuda contar con un GPS actualizado que te
orientará perfectamente hacia el destino, así como de una conexión a internet
mediante el mismo teléfono, que dará toda la información necesaria sobre
restaurantes, hoteles, gasolineras, situación de la ruta y cualquier servicio
que necesites. A veces, cuando se visita o viaja con una persona autóctona,
esas circunstancias se obvian como es mi caso al viajar a América con Frank y
Eva. El proceso se invierte cuando ellos vienen a España.
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Puente de Verranzano |
Es curioso que en esa continua
prueba a la que nos sometemos en el viaje, se acabe uno sorprendiendo de la
capacidad de adaptación ante la adversidad. Miedo nos da lo desconocido, pero
una vez enfrentados al problema descubrimos el temple, la seguridad y los
recursos para resolverlo. Os cuento mi experiencia reciente:
Dentro del programa de viaje a los
EE. UU. de América, de la mano de nuestros amigos Frank y Eva, teníamos pensado
visitar, entre otros estados, Carolina de Sur y Georgia en una primera fase,
saltando luego desde Filadelfia a Las Vegas por vía aérea, para recorrer parte
de Arizona, California y Nevada. El vuelo con destino Las Vegas era el viernes
22 de enero a las 19 horas. Nos enteramos que se preveía una fuerte tormenta de
nieve en la zona oriental de la costa americana, que afectaría a todos los
estados del Este, desde Maine a Virginia. Decidimos volver desde Carolina del
Sur el mismo jueves para estar preparados y volar el viernes a Las Vegas. A
medio día comimos en un restaurante colombiano de unos conocidos para, de allá,
marchar al aeropuerto a tomar el avión. Comiendo nos enteramos que habían
cancelado nuestro vuelo, por lo que no podríamos llegar al resort de Lake
Havasu en Arizona el día previsto. Buscamos alternativas y se nos ofreció volar
desde Pittsburgh, de cuyo aeropuerto saldría otro vuelo el sábado por la tarde.
Para llegar a esa ciudad tardaríamos más de 5 horas en coche. Dejamos el auto
de Frank en el aeropuerto de Filadelfia y alquilamos otro para devolverlo en
Pittsburgh. Calculamos que estaríamos allá antes de media noche, ya que el
grueso de la borrasca venía del Suroeste y nosotros nos dirigíamos al noroeste.
De todas formas, en el ambiente se vivía la duda y el peligro de quedar
sometidos a la ventisca y la nevada que, a pesar de contar con un excelente
servicio de limpieza de la autopista, con gran número de quitanieves y
extendedoras de sal, se apreciaba la temerosa sombra de la duda y el riesgo y
peligro del camino.
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Casa de Frank y Eva nevada |
Al contratar en auto en National
tomé cuatro botellitas de agua y cuatro pastelillos para el camino, que ofrecía
la compañía para sus clientes. Bendita decisión que solo se justifica por el
instinto de prever un posible incidente. Eran las 18,30 h. cuando iniciamos el viaje. Nada más salir hacia el destino aparecieron los primeros copos que
fueron arreciando, aunque las quitanieves mostraban suficiente solvencia para
eliminar el peligro y mantener expedita la vida. La circulación recomendada
pasó de 65 a 45 millas por hora (una milla es 1,6 Km. aproximadamente). Todo
iba bien. Con cierta dificultad visual pero con seguridad progresábamos en la
carretera hacia el destino final, Pittsburgh, al norte de Pensilvania, cerca ya
de Canadá y lindando con Ohio. Aunque guardábamos la debida prudencia
observamos como los camiones, con ese aspecto monstruoso de los modelos que vemos
en las películas americanas, pasaban a considerable velocidad, o como se suele
decir popularmente: “cagando leches”. En un momento dado encontramos un atasco,
pues un accidente, precisamente de camiones, había ido acumulando vehículos
impidiendo que avanzaran. Al quedar cortada la circulación no pudieron actuar
las quitanieves, los camiones y coches se acumulaban quedando atrapados en un
embotellamiento de proporciones desconocidas. La trampa estaba servida. No
había escape posible, a la derecha nieve, a la izquierda nieve, al frente y a la espalda vehículos parados rodeados de
nieve. Eran las 12.30 de la noche, empezaba la madrugada del sábado y estábamos
a unas dos horas de la ciudad de destino.
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La nieve empieza a tomar cuerpo |
En ese momento aparecieron los
fantasmas, o sea, tener conciencia de que se presentaba una noche fría,
atrapados en la nieve, con el riesgo de quedar sin combustible para mantener la
temperatura interior del vehículo, sin alimentación (solo el agua y los pastelillos
a que he hecho referencia antes), con la inseguridad, aunque no diré con miedo,
y con la sensación de incertidumbre que conllevan todos estos casos. ¿Moriríamos
congelados o podríamos escapar de la trampa? Además, problemas de micción, o
sea orinar, y de cómo pasar el tiempo para que la espera no fuera traumática.
He de decir que nos sorprendió la sensatez que mostramos, la madurez y
racionalidad con que abordamos el problema, la capacidad de afrontamiento en
una situación extraña, desconocida, con la que tuvimos que bregar.
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La circulación se complicó enormemente |
Fue una noche entre somnolencia y
vigilia, cabezadas y expectativas por ver si aparecía alguna máquina o recurso
que nos sacara del atolladero. Conversamos, contamos anécdotas y chistes,
hablamos de todo un poco y la noche fue pasando sosegadamente entre copos y más
copos de nieve que nos fueron aislando hasta superar el borde inferior de la
puerta y crear una capa de 30 centímetros sobre el techo del coche. El agua
racionada para cubrir las necesidades básicas. Poco apetito, por suerte, pues,
al menos en mi caso, tenía reservas a nivel abdominal, más que suficientes para
afronta el reto nutricional.
Amaneció entre una suave luz que
hizo resaltar con su brillo la alfombra nívea y la silueta de los camiones que
nos cercaban, mientras observábamos el muro de hormigón que nos separaba de la
otra dirección de la autopista por donde, causando gran envidia, circulaban los
vehículos en dirección contraria. Me vino a la memoria el detalle de nuestras autopistas, donde, de cuando en cuando, aparecen lugares por los que se pueden
pasar a la otra dirección y huir del colapso. Estos americanos, tan
adelantados, no habían pensado en la conveniencia de hacer reversible la
autopista, de permitir pasar a la otra calzada para circular en la otra
dirección.
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Empieza el atasco |
Tampoco se les ocurrió poner en
marcha el plan de evacuación que aplicaron al día siguiente, tras permanecer
atrapados 20 horas en el atasco. Al fin y al cabo solo se trataba de acometer
la limpieza por detrás, de dejar expedita la vía para girar y batirse en
retirada por donde habíamos entrado en el embrollo. Me dio la sensación de
indolencia, de pasotismo y despreocupación por parte de los troppers, esa especie
de policía civil auxiliar que aparece ante las catástrofes y demandas de
circulación. Por un momento percibí que, dentro de esa megalomanía de los EE.
UU., no entrarían en labor hasta que la situación no alcanzara la dimensión
límite, hasta que no sobrepasara el nivel que indicaba cuando tenían que
intervenir por la gran magnitud que adquiría. Solo un gran colapso merece su
atención… dejémoslo crecer hasta que llegue a esa dimensión.
A media mañana pasó una chica, bien
abrigada, preguntando si necesitábamos algo… claro, queríamos salir de allí.
Mas ella solo nos podía ofrecer un poco de agua… ¿y comida? No, solo agua y de
eso ya teníamos nada más salir del coche al estar rodeados de nieve… de sed no
moriríamos. El tiempo pasaba lentamente y nosotros, en nuestra charla habitual,
nos maravillábamos de la serenidad que presentábamos. Nada de histeria, de
verbalizar angustias, de mostrar desaliento, miedo o inseguridad. Todo estaba
dominado, todo era previsible, nada podía complicarse, solo había que esperar a
que se iniciara el proceso de limpieza de la vía que facilitara la circulación.
¡Resignación! La esperanza estaba en que actuaran los de fuera, los que tenían
los recursos.
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Empezamos a salir del atasco |
El tiempo evolucionaba perezosamente,
tediosamente, amenizado, si se puede decir eso, por la música, la charla,
conversando sobre las cosas de la vida, la familia, los amigos, los viajes, los
recuerdos, los proyectos, etc. Sobre las 18,30 empezamos a oír un pitido de una
máquina que se acercaba… era un “pipipipi” de una excavadora que iba retirando
la nieve de alrededor dejando expedito el entorno para poder incorporarnos a un
carril que se había abierto en el arcén. Empezaba la maniobra de escape y
liberación. Cuando nos hubo retirado la nieve de atrás pudimos, no sin
dificultad, salir a esa vía libre, mas nos encontramos con un Maserati delante
que no podía circular. Como sabréis, el Maserati, que es un vehículo de alta
gama, tiene la tracción trasera, por lo que son las ruedas de atrás las que
empujan al coche para que avance. Eso quiere decir que cuando las delanteras no
tienen agarre son imposibles de dirigir, por lo que el coche se iba contra los
bordes de nieve y hubo que empujarlo y ayudarlo para vencer los obstáculos. Sus
dueños eran unos chinos que bien poco hicieron por salir del problema. Al fin,
tras múltiples esfuerzos, se consiguió escapar de la trampa. Eran las 20,30
horas del sábado. Habíamos salido de Filadelfia 26 horas antes y aún nos
quedaban unas cuantas para llegar a Pittsburgh.
Libres al fin, buscamos dónde
reponer gasolina y alimento. Incomprensiblemente las dos primeras gasolineras
que encontramos estaban fuera de servicio. Poca gasolina, esperemos no quedar
atrapados nuevamente por déficit de combustible. La tercera nos sirvió y
pudimos comer algo en esa especie de tugurios de comida rápida… amburguesa,
bocadillo, una bebida y pare usted de contar. Yo no tenía hambre, salvo una
extraña sensación de vacío que no demandaba nada específico para llenarse.
Quedaban más de dos horas para llegar a Pittsburgh. Paciencia, persistencia y
voluntad… ya queda poco, el hotel nos espera con una buena ducha, algo caliente
para tomar y una cómoda cama para descansar (por cierto: ¿por qué le dirán cama
a la cama y cómoda a la cómoda, siendo más cómoda la cama que la cómoda?).
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Vista de Pittsburgh |
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Monumento a Washington con el jefe Seneca en Pittsburgh |
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Vista de Pittsburgh nevado |
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Frank y Eva en Pittsburgh |
La marcha hacia la ciudad se
mantuvo a un ritmo prudente, temerosos de que el hielo en la calzada nos
juagara una mala pasada. Dejamos la 76 para pasar a la 66 en New Stanton,
después la 22 para tomar la 376 hasta Pittsburgh. Transitando por las zonas
montañosas alcanzamos los 15 grados bajo cero. Cuando legamos a la ciudad
estábamos a 10 bajo cero, los cristales no obedecían a los elevalunas, estaban
apresados en sus marcos por el hielo.
El hotel Marriot, acogedor, nos
abrió sus puertas, sus cálidas estancias, y tomamos unas frutas antes de la
ducha y el tálamo. A la mañana siguiente una alfombra de nieve envolvía el
entorno. La visita a la ciudad resultó espectacular. Subimos a Point of View
Park para observar la impresionante vista desde las alturas, sobre el punto que
confluyen los ríos Allegheny, Monongahela y Ohio, bajo el monumento a la
reunión que mantuvo Washington con Seneca, el líder de la tribu Guyasuta que
habitaba la zona, en 1770 para cerrar el paso a los franceses provenientes de
Canadá. La perspectiva era espléndida, los helados ríos confluyendo abajo, más
al fondo el estadio Heinz Field donde juega el equipo de futbol americano Pittsburgh Steelers, a la derecha los grandes edificios del
centro económico y administrativo de la ciudad… Frio a manta, nieve y blancura
por doquier que daba una panorámica novedosa para un malagueño nada
acostumbrado a estos parajes. Gorra con orejeras bien calada, nariz helada y
sumo cuidado con los resbalones en un suelo cubierto por hielo en muchas
partes.
Adiós Pittsburgh, adiós, nos vamos.
También, por suerte, pues no habríamos llegado a tiempo, nos han cancelado el
vuelo aquí y tendremos que embarcar en Cleveland si queremos llegar a Las Vegas
y cumplir mínimamente el plan de viaje previsto.
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Cleveland |
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Cleveland |
Ohio es otro mundo, Cleveland otra
ciudad peculiar con una zona residencial de casas espléndidas, el famoso
cementerio Lake View Cemetery con más de 104.000 personas enterradas allá,
entre las cuales se encuentran multitud de famosos personajes. Poco tiempo para
Clevelind, solo pasear por sus calles en auto y evitar perder el vuelo que nos
deje en Nevada.
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Volando sobre las montañas nevadas del centro |
En fin, un interesante
itinerario con multitud de retos, experiencias y sorpresas negativas y
positivas que conforman la propia existencia del ser humano. Es bonito conocer
mundo, es lindo superar retos, es maravilloso sentirse bien tras experiencias
retadoras, es agradable compartir vivencias y amistad en el tránsito por la
vida. El viaje sigue, la vida sigue y se ofrece ante nuestros ojos otras
oportunidades de descubrir nuevos mundos, nuevas oportunidades de crecer en
conocimientos y experiencias… ¡el mundo nos enseña!
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Ya de noche llegamos a Las Vegas |
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Espectáculo de agua y sonido |
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¿Empezamos a jugar? |
8 comentarios:
Buenos días, Antonio. Tu capacidad de transmitir y narrar es fantástica. Has hecho una estupenda guia de vuestro viaje a la par plagada de reflexiones que no dejan indiferente a nadie.
Un besazo
Mi querida amiga Mª Ángeles, gracias por tus palabras que viniendo de ti, con tu experiencia y buena pluma, tienen doble valor.
Besos
La Naturaleza manda. Puedes llegar a pensar que el tamaño, la magnitud de tu poder te hace indestructible. Pero también te hace dependiente y con ello frágil.
Hola Antonio. Interesante relato de viajes. Desde el principio pensé que hay que tener valor para viajar esa parte del mundo en esas fechas. Es muy bonito viajar y conocer otros mundos. Le das a tu relato un punto de suspense que añade atractivos, además de las reflexiones. Un abrazo.
Yo creo, amigo Camino a Gaia, que la naturaleza mantiene una relación con nosotros que se ha de comprender y respetar, como tú sabes bien. Por un lado no debemos asustarnos de las manifestaciones habituales que presenta salvo cuando se escapa a esa normalidad, como es el caso de esta nevada, pero hay otras extemporánea, como los terremotos y las conductas imprevisibles de la madre tierra, que son dignas de temer por esa imprevisión, ante las que somos frágiles. La dependencia de la naturaleza es tan manifiesta que quien no la comprenda no sabe entender el entorno.
Un abrazo
Gracias, Prudencio. Es cierto, viajar en este tiempo es complicado, pero lo es más cuando retas a la propia naturaleza, sabedores de que podría pasar lo que pasó, confiamos en que las quitanieves mantendrían expedita la via y no contamos con le riesgo de un accidente que cambiara el escenario.
Se corrió el riesgo, se perdió y aguantamos la situación con estoicismo y resignación, sin agobiarse demasiado.
Un abrazo
Madre mía! Que aventura me has tenido en vilo todo el relato con ese fenomenal atasco! Es cierto aprendemos mucho viajando, mucho, sobre otras culturas y lugares y también sobre nosotros mismos!
Besos x 2
Hola, Myriam. Ante todo un abrazo. Es cierto que el viajar es un continuo campo de conocimiento, del entorno y de uno mismo. Emoción y prueba de paciencia con racionalización de la situación.
Besos
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