miércoles, 17 de febrero de 2016

VIAJAR (De Filadelfia a Cleveland pasando por Pittsburgh)


Atardecer en el puente de Verranzano
Viajar… ¡qué verbo más atrayente! Viajar es buscar el reto de lo desconocido, procurar acercarse a otros mundos diferentes, otras culturas, formas de vida, de pensar, hablar y existir. Es buscar el impacto de otras orografías, imágenes de pueblos, ciudades, montes, ríos, desiertos y vergeles… es enriquecer el alma con un todo que coloca en su término al localismo.

El viaje despierta sensaciones y emociones peculiares: Recelo, miedo, inseguridad, inquietud… pero también plenitud, belleza, expansión, admiración, sorpresa… ¡Aventura! Todo lo nuevo es imprevisible y, como tal, al ser desconocido, genera cierto estrés por la incertidumbre ante la disponibilidad de recursos de afrontamiento de las posibles demandas que se vayan generando. Conocer el idioma o viajar con quien lo domine si ello es posible, disponer de un seguro de accidentes o enfermedad que garantice la asistencia en el país de destino, documentarse sobre la zona a visitar, planificar el viaje, las rutas, hoteles, lugares de interés y disponer de una excelente cartografía que hoy nos la puede ofrecer internet, es una cuestión básica. También es de gran ayuda contar con un GPS actualizado que te orientará perfectamente hacia el destino, así como de una conexión a internet mediante el mismo teléfono, que dará toda la información necesaria sobre restaurantes, hoteles, gasolineras, situación de la ruta y cualquier servicio que necesites. A veces, cuando se visita o viaja con una persona autóctona, esas circunstancias se obvian como es mi caso al viajar a América con Frank y Eva. El proceso se invierte cuando ellos vienen a España.

Puente de Verranzano
Es curioso que en esa continua prueba a la que nos sometemos en el viaje, se acabe uno sorprendiendo de la capacidad de adaptación ante la adversidad. Miedo nos da lo desconocido, pero una vez enfrentados al problema descubrimos el temple, la seguridad y los recursos para resolverlo. Os cuento mi experiencia reciente:

Dentro del programa de viaje a los EE. UU. de América, de la mano de nuestros amigos Frank y Eva, teníamos pensado visitar, entre otros estados, Carolina de Sur y Georgia en una primera fase, saltando luego desde Filadelfia a Las Vegas por vía aérea, para recorrer parte de Arizona, California y Nevada. El vuelo con destino Las Vegas era el viernes 22 de enero a las 19 horas. Nos enteramos que se preveía una fuerte tormenta de nieve en la zona oriental de la costa americana, que afectaría a todos los estados del Este, desde Maine a Virginia. Decidimos volver desde Carolina del Sur el mismo jueves para estar preparados y volar el viernes a Las Vegas. A medio día comimos en un restaurante colombiano de unos conocidos para, de allá, marchar al aeropuerto a tomar el avión. Comiendo nos enteramos que habían cancelado nuestro vuelo, por lo que no podríamos llegar al resort de Lake Havasu en Arizona el día previsto. Buscamos alternativas y se nos ofreció volar desde Pittsburgh, de cuyo aeropuerto saldría otro vuelo el sábado por la tarde. Para llegar a esa ciudad tardaríamos más de 5 horas en coche. Dejamos el auto de Frank en el aeropuerto de Filadelfia y alquilamos otro para devolverlo en Pittsburgh. Calculamos que estaríamos allá antes de media noche, ya que el grueso de la borrasca venía del Suroeste y nosotros nos dirigíamos al noroeste. De todas formas, en el ambiente se vivía la duda y el peligro de quedar sometidos a la ventisca y la nevada que, a pesar de contar con un excelente servicio de limpieza de la autopista, con gran número de quitanieves y extendedoras de sal, se apreciaba la temerosa sombra de la duda y el riesgo y peligro del camino.


Casa de Frank y Eva nevada
Al contratar en auto en National tomé cuatro botellitas de agua y cuatro pastelillos para el camino, que ofrecía la compañía para sus clientes. Bendita decisión que solo se justifica por el instinto de prever un posible incidente. Eran las 18,30 h. cuando iniciamos el viaje. Nada más salir hacia el destino aparecieron los primeros copos que fueron arreciando, aunque las quitanieves mostraban suficiente solvencia para eliminar el peligro y mantener expedita la vida. La circulación recomendada pasó de 65 a 45 millas por hora (una milla es 1,6 Km. aproximadamente). Todo iba bien. Con cierta dificultad visual pero con seguridad progresábamos en la carretera hacia el destino final, Pittsburgh, al norte de Pensilvania, cerca ya de Canadá y lindando con Ohio. Aunque guardábamos la debida prudencia observamos como los camiones, con ese aspecto monstruoso de los modelos que vemos en las películas americanas, pasaban a considerable velocidad, o como se suele decir popularmente: “cagando leches”. En un momento dado encontramos un atasco, pues un accidente, precisamente de camiones, había ido acumulando vehículos impidiendo que avanzaran. Al quedar cortada la circulación no pudieron actuar las quitanieves, los camiones y coches se acumulaban quedando atrapados en un embotellamiento de proporciones desconocidas. La trampa estaba servida. No había escape posible, a la derecha nieve, a la izquierda nieve, al frente  y a la espalda vehículos parados rodeados de nieve. Eran las 12.30 de la noche, empezaba la madrugada del sábado y estábamos a unas dos horas de la ciudad de destino.

La nieve empieza a tomar cuerpo
En ese momento aparecieron los fantasmas, o sea, tener conciencia de que se presentaba una noche fría, atrapados en la nieve, con el riesgo de quedar sin combustible para mantener la temperatura interior del vehículo, sin alimentación (solo el agua y los pastelillos a que he hecho referencia antes), con la inseguridad, aunque no diré con miedo, y con la sensación de incertidumbre que conllevan todos estos casos. ¿Moriríamos congelados o podríamos escapar de la trampa? Además, problemas de micción, o sea orinar, y de cómo pasar el tiempo para que la espera no fuera traumática. He de decir que nos sorprendió la sensatez que mostramos, la madurez y racionalidad con que abordamos el problema, la capacidad de afrontamiento en una situación extraña, desconocida, con la que tuvimos que bregar.

La circulación se complicó enormemente
Fue una noche entre somnolencia y vigilia, cabezadas y expectativas por ver si aparecía alguna máquina o recurso que nos sacara del atolladero. Conversamos, contamos anécdotas y chistes, hablamos de todo un poco y la noche fue pasando sosegadamente entre copos y más copos de nieve que nos fueron aislando hasta superar el borde inferior de la puerta y crear una capa de 30 centímetros sobre el techo del coche. El agua racionada para cubrir las necesidades básicas. Poco apetito, por suerte, pues, al menos en mi caso, tenía reservas a nivel abdominal, más que suficientes para afronta el reto nutricional.

Amaneció entre una suave luz que hizo resaltar con su brillo la alfombra nívea y la silueta de los camiones que nos cercaban, mientras observábamos el muro de hormigón que nos separaba de la otra dirección de la autopista por donde, causando gran envidia, circulaban los vehículos en dirección contraria. Me vino a la memoria el detalle de nuestras autopistas, donde, de cuando en cuando, aparecen lugares por los que se pueden pasar a la otra dirección y huir del colapso. Estos americanos, tan adelantados, no habían pensado en la conveniencia de hacer reversible la autopista, de permitir pasar a la otra calzada para circular en la otra dirección.

Empieza el atasco
Tampoco se les ocurrió poner en marcha el plan de evacuación que aplicaron al día siguiente, tras permanecer atrapados 20 horas en el atasco. Al fin y al cabo solo se trataba de acometer la limpieza por detrás, de dejar expedita la vía para girar y batirse en retirada por donde habíamos entrado en el embrollo. Me dio la sensación de indolencia, de pasotismo y despreocupación por parte de los troppers, esa especie de policía civil auxiliar que aparece ante las catástrofes y demandas de circulación. Por un momento percibí que, dentro de esa megalomanía de los EE. UU., no entrarían en labor hasta que la situación no alcanzara la dimensión límite, hasta que no sobrepasara el nivel que indicaba cuando tenían que intervenir por la gran magnitud que adquiría. Solo un gran colapso merece su atención… dejémoslo crecer hasta que llegue a esa dimensión.

A media mañana pasó una chica, bien abrigada, preguntando si necesitábamos algo… claro, queríamos salir de allí. Mas ella solo nos podía ofrecer un poco de agua… ¿y comida? No, solo agua y de eso ya teníamos nada más salir del coche al estar rodeados de nieve… de sed no moriríamos. El tiempo pasaba lentamente y nosotros, en nuestra charla habitual, nos maravillábamos de la serenidad que presentábamos. Nada de histeria, de verbalizar angustias, de mostrar desaliento, miedo o inseguridad. Todo estaba dominado, todo era previsible, nada podía complicarse, solo había que esperar a que se iniciara el proceso de limpieza de la vía que facilitara la circulación. ¡Resignación! La esperanza estaba en que actuaran los de fuera, los que tenían los recursos.

Empezamos a salir del atasco
El tiempo evolucionaba perezosamente, tediosamente, amenizado, si se puede decir eso, por la música, la charla, conversando sobre las cosas de la vida, la familia, los amigos, los viajes, los recuerdos, los proyectos, etc. Sobre las 18,30 empezamos a oír un pitido de una máquina que se acercaba… era un “pipipipi” de una excavadora que iba retirando la nieve de alrededor dejando expedito el entorno para poder incorporarnos a un carril que se había abierto en el arcén. Empezaba la maniobra de escape y liberación. Cuando nos hubo retirado la nieve de atrás pudimos, no sin dificultad, salir a esa vía libre, mas nos encontramos con un Maserati delante que no podía circular. Como sabréis, el Maserati, que es un vehículo de alta gama, tiene la tracción trasera, por lo que son las ruedas de atrás las que empujan al coche para que avance. Eso quiere decir que cuando las delanteras no tienen agarre son imposibles de dirigir, por lo que el coche se iba contra los bordes de nieve y hubo que empujarlo y ayudarlo para vencer los obstáculos. Sus dueños eran unos chinos que bien poco hicieron por salir del problema. Al fin, tras múltiples esfuerzos, se consiguió escapar de la trampa. Eran las 20,30 horas del sábado. Habíamos salido de Filadelfia 26 horas antes y aún nos quedaban unas cuantas para llegar a Pittsburgh.

Libres al fin, buscamos dónde reponer gasolina y alimento. Incomprensiblemente las dos primeras gasolineras que encontramos estaban fuera de servicio. Poca gasolina, esperemos no quedar atrapados nuevamente por déficit de combustible. La tercera nos sirvió y pudimos comer algo en esa especie de tugurios de comida rápida… amburguesa, bocadillo, una bebida y pare usted de contar. Yo no tenía hambre, salvo una extraña sensación de vacío que no demandaba nada específico para llenarse. Quedaban más de dos horas para llegar a Pittsburgh. Paciencia, persistencia y voluntad… ya queda poco, el hotel nos espera con una buena ducha, algo caliente para tomar y una cómoda cama para descansar (por cierto: ¿por qué le dirán cama a la cama y cómoda a la cómoda, siendo más cómoda la cama que la cómoda?).

Vista de Pittsburgh

Monumento a Washington con el jefe Seneca en Pittsburgh

Vista de Pittsburgh nevado

Frank y Eva en Pittsburgh

La marcha hacia la ciudad se mantuvo a un ritmo prudente, temerosos de que el hielo en la calzada nos juagara una mala pasada. Dejamos la 76 para pasar a la 66 en New Stanton, después la 22 para tomar la 376 hasta Pittsburgh. Transitando por las zonas montañosas alcanzamos los 15 grados bajo cero. Cuando legamos a la ciudad estábamos a 10 bajo cero, los cristales no obedecían a los elevalunas, estaban apresados en sus marcos por el hielo.

El hotel Marriot, acogedor, nos abrió sus puertas, sus cálidas estancias, y tomamos unas frutas antes de la ducha y el tálamo. A la mañana siguiente una alfombra de nieve envolvía el entorno. La visita a la ciudad resultó espectacular. Subimos a Point of View Park para observar la impresionante vista desde las alturas, sobre el punto que confluyen los ríos Allegheny, Monongahela y Ohio, bajo el monumento a la reunión que mantuvo Washington con Seneca, el líder de la tribu Guyasuta que habitaba la zona, en 1770 para cerrar el paso a los franceses provenientes de Canadá. La perspectiva era espléndida, los helados ríos confluyendo abajo, más al fondo el estadio Heinz Field donde juega el equipo de futbol americano Pittsburgh Steelers, a la derecha los grandes edificios del centro económico y administrativo de la ciudad… Frio a manta, nieve y blancura por doquier que daba una panorámica novedosa para un malagueño nada acostumbrado a estos parajes. Gorra con orejeras bien calada, nariz helada y sumo cuidado con los resbalones en un suelo cubierto por hielo en muchas partes.

Adiós Pittsburgh, adiós, nos vamos. También, por suerte, pues no habríamos llegado a tiempo, nos han cancelado el vuelo aquí y tendremos que embarcar en Cleveland si queremos llegar a Las Vegas y cumplir mínimamente el plan de viaje previsto.

Cleveland


Cleveland
Ohio es otro mundo, Cleveland otra ciudad peculiar con una zona residencial de casas espléndidas, el famoso cementerio Lake View Cemetery con más de 104.000 personas enterradas allá, entre las cuales se encuentran multitud de famosos personajes. Poco tiempo para Clevelind, solo pasear por sus calles en auto y evitar perder el vuelo que nos deje en Nevada.

Volando sobre las montañas nevadas del centro

En fin, un interesante itinerario con multitud de retos, experiencias y sorpresas negativas y positivas que conforman la propia existencia del ser humano. Es bonito conocer mundo, es lindo superar retos, es maravilloso sentirse bien tras experiencias retadoras, es agradable compartir vivencias y amistad en el tránsito por la vida. El viaje sigue, la vida sigue y se ofrece ante nuestros ojos otras oportunidades de descubrir nuevos mundos, nuevas oportunidades de crecer en conocimientos y experiencias… ¡el mundo nos enseña!


Ya de noche llegamos a Las Vegas

Espectáculo de agua y sonido

¿Empezamos a jugar?




8 comentarios:

Mª Ángeles Cantalapiedra dijo...

Buenos días, Antonio. Tu capacidad de transmitir y narrar es fantástica. Has hecho una estupenda guia de vuestro viaje a la par plagada de reflexiones que no dejan indiferente a nadie.
Un besazo

Antonio dijo...

Mi querida amiga Mª Ángeles, gracias por tus palabras que viniendo de ti, con tu experiencia y buena pluma, tienen doble valor.
Besos

Camino a Gaia dijo...

La Naturaleza manda. Puedes llegar a pensar que el tamaño, la magnitud de tu poder te hace indestructible. Pero también te hace dependiente y con ello frágil.

Prudencio dijo...

Hola Antonio. Interesante relato de viajes. Desde el principio pensé que hay que tener valor para viajar esa parte del mundo en esas fechas. Es muy bonito viajar y conocer otros mundos. Le das a tu relato un punto de suspense que añade atractivos, además de las reflexiones. Un abrazo.

Antonio dijo...

Yo creo, amigo Camino a Gaia, que la naturaleza mantiene una relación con nosotros que se ha de comprender y respetar, como tú sabes bien. Por un lado no debemos asustarnos de las manifestaciones habituales que presenta salvo cuando se escapa a esa normalidad, como es el caso de esta nevada, pero hay otras extemporánea, como los terremotos y las conductas imprevisibles de la madre tierra, que son dignas de temer por esa imprevisión, ante las que somos frágiles. La dependencia de la naturaleza es tan manifiesta que quien no la comprenda no sabe entender el entorno.
Un abrazo

Antonio dijo...

Gracias, Prudencio. Es cierto, viajar en este tiempo es complicado, pero lo es más cuando retas a la propia naturaleza, sabedores de que podría pasar lo que pasó, confiamos en que las quitanieves mantendrían expedita la via y no contamos con le riesgo de un accidente que cambiara el escenario.
Se corrió el riesgo, se perdió y aguantamos la situación con estoicismo y resignación, sin agobiarse demasiado.
Un abrazo

Myriam dijo...

Madre mía! Que aventura me has tenido en vilo todo el relato con ese fenomenal atasco! Es cierto aprendemos mucho viajando, mucho, sobre otras culturas y lugares y también sobre nosotros mismos!

Besos x 2

Antonio dijo...

Hola, Myriam. Ante todo un abrazo. Es cierto que el viajar es un continuo campo de conocimiento, del entorno y de uno mismo. Emoción y prueba de paciencia con racionalización de la situación.
Besos

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