Habíamos llegado la noche anterior, procedentes de
Las Vegas, donde tomamos tierra en vuelo desde Cleveland (Ohio). Tras alquilar
un coche, hicimos un largo camino hasta nuestro hotel en el Lake Havasu. La autopista
transitaba por el desierto Mojave, árido como todo desierto, poblado de una
flora sedienta y casi ausente y una fauna invisible, salvo el coyote que se nos
atravesó en la carretera.
Salinos temprano de Havasu. Nos esperaban 226 millas
de carretera para llegar a Tusayan. Habíamos decidido volar en helicóptero sobre el Gran Cañón en el National Park,
dejando para otra ocasión, poco probable, la visita al mirador de El Skywalk,
una pasarela transparente en forma de herradura desde la que se pueden observar
un vacío de 1600 metros, o el viaje en tren que se oferta por las profundidades del Cañón Verde. Transcurrieron
cuatro horas largas de camino hasta llegar al destino. El semidesierto nos fue brindando
imágenes singulares de pobreza y esterilidad. Modestas casas se ofrecían a
nuestra vista a lo largo del camino. Una amplia autopista con intensa
circulación, sobre todo de grandes camiones
a la americana, nos dirigía al
destino. Al lado discurría un tren por una vía no electrificada, con tres
máquinas esforzándose en arrastrar la friolera de 140 vagones, contados a
conciencia. La serpiente, de apagados colores, parecía querer camuflarse
con la hostil tierra del desierto.
Conforme nos fuimos acercando a Tusayan fue
cambiando la orografía. El desierto empezó a ofrecer otra perspectiva, la nieve
afloraba y acunaba la flora, y fuimos entrando en un bosque de superficie fría
y blanca, de contraste entre el gélido blanco de la alfombra de nieve y el verde de la abundante
arboleda. Linda imagen que se completaba
con la aparición esporádica de algún ciervo tranquilo y seguro que no se
inmutaba con nuestra presencia. El frío hizo acto de presencia y los abrigos
que sobraban en Havasu se hicieron imprescindibles en Tusayan.
Una vez en el aeropuerto, donde se ubicaba el
helipuerto, pasamos por el protocolo de rigor: pesado, chaleco salvavidas,
proyección de un video con las normas de vuelo y pasamos a ocupar un aparato
para los cuatros. Loli y Eva delante, junto al piloto, Frank y yo detrás con
ventanillas, era una cuestión de reparto de peso… Cascos, micro y bien sujetos
por el cinturón de seguridad.
¡Preparadas las cámaras, se inicia el vuelo!
Sobrevolar el Gran Cañón del Colorado es una
experiencia singular que vale la pena vivir, sentir y disfrutar. Para alguien
que, habiendo utilizado el avión en innumerables ocasiones, no ha subido jamás
a un helicóptero, resulta una aventura especial. El helicóptero es un pájaro
seguro de vuelo rasante, desde el que sientes, una vez controlado el miedo a lo
desconocido, la sensación de dominio sobre la superficie que acabas de dejar bajo
tus pies. Esa visión diferente del bosque, de la nieve, de la flora y alguna
fauna, es innovadora y yo diría que tiene un componente holístico, de un todo
bajo tus pies, que te permite ver el entorno desde una extensa magnitud que
abarca mucho más del dominio habitual.
Te sientes seguro, con los cascos apenas escuchas
el rotor y la comunicación entre el pasaje es fácil y fluida mediante la
interconexión que te colocan. Atiendes perfectamente las informaciones que te
van dando y puedes interactuar con preguntas y respuestas. La elevación del aparato es suave y notas el
balanceo de tu cuerpo en dirección a la trayectoria.
Volar sobre un bosque nevado, en una superficie
plana, casi tocando las copas de los árboles, con sensación de tranquila
sorpresa, es una buena forma de perder el miedo a volar. Pero cuando de golpe
se rompe la continuidad de esa superficie y aparece bajo tus pies un inmenso
vacío, tras casi tocar en vuelo rasante el borde del precipicio, una sensación
de vértigo te saca de ese sosiego para crear en tu interior una súbita
turbación; es una especie de miedo y admiración, de vértigo y caída libre al abismo
de la que te distraen múltiples estímulos visuales. Conjugas sensaciones de
asombro, estupor, miedo, admiración, sorpresa, vértigo, desubicación, etc.
compatibles con el éxtasis o estado de exaltación emocional y admirativa. Es la inmensidad del Gran Cañón, su morfología
caprichosa, labrada a voluntad del cauce del río Colorado, al que adivinas o
vislumbras al fondo como una serpiente ondulante que esquiva la orografía de un
valle inmenso excavado pertinazmente a través de milenios.
De un paisaje boscoso pasas a otro que parece propio
de Marte o de la Luna. En su parte superior la nieve intenta agarrarse a la
cortada superficie para evitar caer al vacío, mientras al fondo sigue el río
con su pertinaz trabajo de siglos arrastrando en su corriente la tierra robada
por su cauce. El cañón, como una gran arteria enramada hasta la capilaridad,
ofrece un cuadro espectacular con múltiples cañones secundarios, donde la vista
se pierde y es atrapada por un hechizo, dejándote obnubilado y abstraído en una
mágica visión insospechada.
Sientes el poder del hombre, de sus máquinas
voladoras, y piensas lo inimaginable que resultaría esta realidad para los
indios havasupai y otras tribus que habitaban estas tierras desde tiempos
ancestrales. El águila de hierro pasea por el abismo inescrutable con el
ensordecedor grito de sus alas giratorias. Miedo, pánico a los dioses
misteriosos que dominan en sus naves los cielos, suspendidos en el aire. ¿Qué
extraño poder tienen estos seres a los que Manitú les permite ultrajar nuestros
sagrados parajes? El ser humano, en nimiedad ante lo inmenso y superior, se
crece y endiosa ante lo simple a caballo de su tecnología. Éramos pequeños dioses con poder para dominar
los aires, para volar, en un acto de embrujo, venciendo los abismos ancestrales
que reclaman la caída libre, vertiginosa, de las cosas que retan al vacío.
Treinta minutos de vuelo sobre el cañón con la
sensación de casi tocar con los dedos las crestas de las montañas excavadas por
el agua y por los vientos, te dejan alucinado, encandilado, con el troquelado
de haber vivido una experiencia impactante por la inmensidad del espectáculo.
Vale la pena vivirlo, aunque sea por una única vez, para no perder la magia.
Luego, de vuelta al aeropuerto, vas digiriendo lo visto, el asombro y las
emociones despertadas. Puede saltarse alguna lágrima o humedecerse los ojos… la
adrenalina disparada a tope te otorga una sensación de placer conforme te vas
relajando. El viaje va terminando mientras el helicóptero se deposita
suavemente en el helipuerto… bajas con una sonrisa en los labios que es compartida
por los acompañantes y comentas: ¡Es impresionante!
Después, montas en el auto y marchas a verlo desde
los distintos miradores que ofrece la carretera que lo bordea dentro del
Parque Nacional, al que accedes previo pago de 10 dólares por vehículo. Persiste
la nieve, el bosque y el frío. Entras y sales del coche con el riesgo de no
abrigarte bien llevado por la borrachera de espectáculo. Es invierno, la tardes
es corta, el sol amenaza con su acaso y te roba la esperanza de ver todo lo que
quisieras… ¿Llegaremos a la Torre de Vigilancia Desert View antes de que se
ponga el sol? No, solo pudimos plasmar el crepúsculo de un ocaso consumado que
iluminaba tenuemente el horizonte. La
bondad de la máquina de fotos nos ofreció lo mejor que supo y pudo la imagen de
ese marco claroscuro de lucha entre el día y la noche, entre la luz y las
tinieblas.
El día se acaba y hay que volver a Havasu, mañana
salimos hacia Los Ángeles, dejamos Arizona para encontrarnos con California.
Nos quedan muchas horas de viaje antes de gozar del merecido descanso, de una
frugal cena, ducha y a la cama. ¿Volverá a cruzarse en los caminos del desierto
otro coyote? La luna, por si acaso, se alía con nosotros y se muestra
esplendorosa. Luna llena… llena de la luz solar que se nos niega, robada al
otro lado de un negro horizonte que ya deglutió en sus entrañas los últimos
rayos que ahora refleja la faz de la luna. Si el coyote, de nuevo, se cruza en
el camino, la luz de la luna revelará su presencia.
Fotos:
14 comentarios:
Que vivencias más bonita , ojalá me pudiera espreza así,la forma que lo cuentas,haces que cuando se va lellendo se meta uno en la propia historia
Gracias, Antoñi. He procurado reflejar mis emociones y sensaciones para facilitar la empatía y hacer sentir lo mismo a quien me lea.
Buen reportaje de tus vivencias Antonio.
Pues si que lo haz conseguido , es muy bonito todo lo que escribes , gracias por compartí un saludo
Todo esto estamos harto de verlo en los reportajes. Pero sabiendo que lo estas viviendo y tu forma de contarlo, es diferente, se te encoje el corazón. Nos vemos.
Juan Luis
Gracias, Desde mi interior, por tu comentario. Un abrazo María Renée
Gracias a ti, Antoñi, por leerme. Un saludo
Juan Luis, vivir personalmente una situación es tan distinto a verla vivir a otros... Lo tridimensional es otro mundo donde juegan los sentidos en su totalidad.
Un abrazo
Qué viaje más bonito, Antonio y qué bien relatado
Gracias, Mª Angeles. Ha sido un viaje intenso, extenso e impresionante. Esta solo es una pequeña parte de las aventuras vividas durante tres semanas. Un abrazo
Antonio: como siempre una descripción espléndida de tus vivencias en EEUU, me alegro mucho que pudieras hacer ese viaje tan bonito, las fotografías muy bonitas para recordar siempre ese viaje.
Gracias, Lola Cabrera. Fueron diversas las vivencias que disfrutamos o sufrimos, aunque siempre es bueno sacar algo positivo hasta de lo que parece menos favorable, como quedarse atrapado muchas horas por la nieve en una caravana.
Hola, Antonio. Primero felicitarte por tu cumpleaños que recuerdo que es a pasos de febrero, el 4 no? Luego felicitarlos por este viaje lleno de aventuras! Las fotos espectaculares y ese viaje en helicóptero envidiable!!!
Besos a los dos
Gracias. Efectivamente el 4 fue mi cumpleaños, voy acumulando peligrosamente edad de forma rapidísima, parece un tobogán...
Besos de los dos para ti.
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