domingo, 20 de abril de 2025

Pregón de Semana Santa 2025

 

Nota previa: 

Tal vez no sea yo la persona más indicada para hacer este pregón, pero cuando me lo propuso mi amigo Roberto me lo pensé seriamente, además no me podía negar a su propuesta como amigo y compañero del mundo de la lírica, junto a Mariángeles Castillo que también estaba detrás de la propuesta.

Como escritor era un reto y, si bien no soy religioso ni, lógicamente, practicante, el bagaje guardado en el baúl de los recuerdos desde mi infancia y tras pasar por el seminario diocesano, podía ayudarme a salir airoso del envite. No se trata de un pregón para la iglesia o una cofradía, que causa más respeto, sino de una peña flamenca donde la saeta tiene su esencia como forma de expresión artística que plasma el sentir del pueblo andaluz en estas fechas.

Por tanto, acepté la invitación y de ello surgió este texto que comparto con los amigos lectores de mi blog. El rasgo principal que puse en el teclado es la empatía con aquellos que siguen teniendo fe y pasión y, con su espíritu religioso, viven estas fechas sumergidos y entregados al boato y la pompa que conforman los desfiles procesionales. Ponerme en su lugar no fue difícil pues, desde mi infancia, viví las experiencias “semanasanteras” con que, hace más de medio siglo, celebrábamos estas fechas en los pueblos de España. En fin, este es el resultado de mi dedicación a tan importante fasto para la mayoría del pueblo andaluz y español.

Antonio Porras Cabrera


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Buenas tardes amigos y amigas presentes.

En primer lugar quiero agradecer a la Peña Enrique Castillo su invitación para dar este pregón, así como vuestra presencia en un lugar tan emblemático como es este, donde el cante se hace arte, y en concreto la saeta como expresión del sentimiento religioso propio de la Semana Santa. Es para mí un gran honor dirigirme a todos ustedes con un motivo tan señalado como el pregón de la Semana Santa.

Un pregón, además de exaltar la grandiosidad y el sentimiento que desborda al ser humano, en especial al creyente, con la celebración de la Semana Santa, conlleva también un intento de comprender y compartir, dentro de la fe, el sublime significado del mayor acto de amor y entrega que puede otorgarse en la vida, como es ofrecerla para la salvación de las almas de todo ser humano sin distinción alguna, como fue la muerte de Jesucristo en la cruz.

Dentro de mi singular visión y mi humilde condición de escritor, venido a pregonero, querría compartir con todos ustedes estos momentos, para conmemorar la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo que se viene a plasmar como expresión popular de los cristianos a través de nuestros desfiles procesionales y demás actos litúrgicos con los que celebra la iglesia, cada año, el momento sublime y trascendente del sacrificio de Jesús por los demás.  Pero también desde la cultura popular, ya sea en su expresión religiosa o laica, se vive la Semana Santa con un sentimiento trascendente, que va más allá de la expresión religiosa.

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Todos y cada uno de nosotros tenemos en nuestra memoria las primeras impresiones y recuerdos que nos causaron las vivencias en Semana Santa, en mi caso hace ya más de medio siglo. Afloran en mi memoria aquellos momentos de mi infancia donde, por primera vez, tengo conciencia de haber presenciado los desfiles procesionales. Les pido a ustedes que hagan también ese ejercicio de memoria.

La impresión, en mi caso, fue de asombro al ver a Jesús crucificado, torturado y martirizado con sus heridas sangrantes y sujeto a una cruz mediante clavos lacerantes que le aprisionaban al madero. La corona de espinas, anclada a su cabeza mediante púas, daba un toque superior de dolor a aquella imagen de un Cristo entregado al sacrificio. En mi infantil mente no cabía la comprensión de aquella imagen. Mi tierna inocencia no podía comprender aquella manifestación de la maldad del ser humano, capaz de sacrificar al Dios que, desde siempre, me habían mostrado mis mayores.

Aquella visión absorbió mi pensamiento y, más aún, cuando presencié la procesión del Santo Sepulcro, con Cristo yacente con una profunda expresión en su rostro que, como un oxímoron, expresaba a la vez paz y dolor, quedé aún más impresionado. Me impresionó el silencio, el tambor marcando el paso y, entre susurros, un rosario con los misterios dolorosos que se oía en la voz de los penitentes, mayoritariamente mujeres, que acompañaban al féretro con una vela encendida dando luz al desfile procesional, en muchos casos descalzas.

En los desfiles procesionales impactaban las imágenes de los hermanos cofrades, de los nazarenos, de los hombres que portaban el trono con suma reverencia, de los sayones verdugos de Cristo, de los apóstoles bajo caretas que mostraban la faz de cada uno de ellos, donde Judas se identificaba por una bolsa con las 30 monedas de su traición. Cornetas, trompetas y tambores marcaban el paso y enaltecían el desfile. El espectáculo, dentro de la confusión mental que producía en aquel niño, ofrecía un magnetismo irresistible donde se conjugaba el miedo, el asombro y la abducción de las sagradas imágenes de Cristo y la Virgen en sus diferentes manifestaciones.  

Creo que el impacto inicial me llevó a un mayor acercamiento a la fe y tiempo después ejercí de monaguillo en mi parroquia y, posteriormente, a sentir la vocación del sacerdocio y marchar al seminario diocesano con la intención de ejercer ese ministerio, aunque esa proyección fuera efímera.

Entonces, desde una perspectiva diferente, viví otro memento de especial significado. Integrado en los desfiles procesionales de mi pueblo, sentí el espíritu de la Semana Santa desde otra visión. Los ritos, ceremonias y cultos, tanto de la Cuaresma como de la propia Semana Santa, ocuparon mi tiempo y fui vislumbrando el sentido real de la celebración desde la percepción del concienciado creyente.

Ello despertaba en mi corazón otro sentimiento o efecto de paz y sosiego, sobre el que he meditado muchas veces; el propio dolor y sufrimiento vivido por el Redentor y manifestado en la escenificación de su tránsito hacia el Gólgota para ser crucificado, era liberador para nosotros. 

Su dolor y sufrir eran para evitar el nuestro, para limpiar nuestras almas del poso que arrastraban desde el inicio de los tiempos bíblicos. Esa exculpación, cargando sobre sus hombros con los pecados de toda la humanidad, daba sentido a la plácida paradoja que conjugaba la dolorosa injusticia de su muerte con el placer de nuestra salvación.

En mi memoria subyacen también, por qué no decirlo, aquellos recuerdos gastronómicos de la Semana Santa. ¿Quién no tiene en su haber evocaciones de sabores propios de estas fechas? El ayuno y la vigilia nos apartaba del consumo de carne y nuestras madres y abuelas nos ofrecían dietas especiales a base de potajes, sopas, bacalao, torrijas, buñuelos y otros postres, que aún hoy se suele añorar desde la nostalgia de aquel ambiente familiar.

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Dejo atrás las experiencias infantiles, las remembranzas de un pasado de vivencias, marcadas por una ideología política y religiosa fusionadas en el nacionalcatolicismo que marcaba el entorno de la Semana Santa, y que tuvo una especial influencia en nuestro desarrollo personal, tanto desde el punto de vista religioso como de valores espirituales y sociales, para referirme al hecho diferencial en la forma de vivirla.

Antes de centrarme en las esplendorosas procesiones malagueñas, quiero aludir a cómo, desde la cultura popular de cada región de nuestra patria, tan rica y diversa, se manifiestan los sentires de los pueblos según su singularidad.

Me impresionó sobremanera la procesión de la Soledad del Viernes Santo en Santiago de Compostela, allá por 1998, que, partiendo de la Iglesia de Santa María Salomé, recorría sus calles en un silencio absoluto mientras un hermano marcaban el ritmo mediante golpes de báculo, o cetro, sobre el empedrado suelo de sus calles y la sonoridad grave, del golpe seco y resonante, de un solitario tambor.

El silencio era total, la devoción inundaba el aire y la soledad se vivía por todos los asistentes como forma de integrarse en el mágico momento del acto procesional. Me trajo a la memoria nuestra Servita, que procesiona la noche de los viernes santos con las luces apagadas y en un estricto silencio cargado de recogimiento y oración, como bien saben ustedes.

El Jueves Santo, en León, vivimos otra experiencia inolvidable. La procesión de la Despedida, de la Cofradía del Cristo del Gran Poder, discurría por Calle Ancha, bajaba desde la catedral a la plaza de Santo Domingo. También ofrecía una magnánima expresión de fe, donde esplendor y sobriedad se conjugan para dejar patente la forma de vivir la pasión de Cristo del pueblo leonés. En esta ocasión el acompañamiento musical era absoluto, inundando el ambiente de la ciudad, con trompetas, tambores y bandas musicales que acompañaban el desfile procesional.

En todo caso, estos dos apuntes vienen a reflejar dos ejemplos de la diversidad que, en nuestro país, nos ofrece la expresión religiosa y la forma en que se vive la Semana Santa, más sobria en el norte y más expresiva en el sur, donde también, según la zona, aparecen matices en la expresión del sentir religioso de los creyentes.

En Málaga, nuestra ciudad, según la Agrupación de Cofradías de Semana Santa, que nace en 1921 en la desaparecida iglesia de La Merced, contamos, en la actualidad, con 43 cofradías y hermandades, cuyos Hermanos Mayores conforman su junta de gobierno.

De todas ellas, y a pesar de que hay otras con varios siglos de actividad, la cofradía más antigua de Málaga, según algunos autores, es la Archicofradía de la Sangre, que se fundó en el año 1507, prácticamente 20 años después de la toma de la ciudad por los Reyes Católicos. El culto a la Preciosísima Sangre de Jesucristo llega a Málaga de la mano de la Orden de la Merced, que se estableció en la ciudad en 1499. Hacia la mitad del siglo XVI ya existían seis cofradías de Pasión, como son: Vera-Cruz, Sangre, Ánimas de Ciegos, El Paso, Monte Calvario y Soledad; todas ellas vinculadas a conventos.

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Hay dos elementos significativos que, bajo mi criterio, influyen de forma importante en el desarrollo cofrade como forma de expresión de la fe católica. Uno es la necesidad de expresar la religiosidad en una ciudad recién incorporada al reino de Castilla, tras la conquista del reino nazarí de Granada. En ese momento, para la unificación religiosa del reino castellano, eran imprescindibles las expresiones públicas de fe donde quedara patente la supremacía del credo del nuevo reino. El mensaje incluía una invitación a la conversión al catolicismo de los ciudadanos malagueños de credo islamista o judío.

Por otro lado, a partir del Concilio de Trento, celebrado entre los años 1545 y 1563, cuyos objetivos fueron definir la doctrina católica y disciplinar a sus miembros condenando la Reforma Protestante, aparece la necesidad de la expresión del sentido de la fe católica como oposición a la doctrina luterana.  ¿Qué mejor forma de potenciar esa explícita expresión de religiosidad que mediante la integración en cofradías y hermandades, haciendo actos públicos de fe? Por ello la Iglesia impulsa la creación de tallas y su salida a las calles. Mas el principal objetivo de las cofradías no es sólo procesionar sino también socorrer a sus hermanos más necesitados y asistirlos a la hora de la muerte, haciendo de las agrupaciones actores principal a través de sus obras de caridad cristiana.

Hablando de tallas, permítanme unas palabras sobre el estilo escultórico malagueño, que lo configurarían una serie de imagineros que trabajaron en Málaga en la segunda mitad del siglo XVII, teniendo su auge en el XVIII y en el XIX en menor medida.

Hasta la segunda mitad del XVII, las obras y los modelos escultóricos de los autores granadinos y sevillanos de la escuela andaluza predominaban en la ciudad. La llegada del escultor Pedro de Mena a Málaga en el año 1658 originaría una creciente homogeneización en las obras de los imagineros malacitanos, dando pie a la aparición del estilo malagueño que continuará en la centuria siguiente con Fernando Ortiz como máximo exponente, siendo el escultor de mayor importancia de la ciudad durante el siglo XVIII, en competencia con las escuelas de Sevilla y Granada.

En todo caso, como valor añadido a la imaginería malagueña, he de resaltar la espectacular majestuosidad de los tronos, que llegan a alcanzar hasta 5700 kg., en el caso del trono de María Santísima de La Esperanza Coronada, que lo portan 267 hombres de trono.

Este y otros muchos tronos sorprenden por su impresionante grandiosidad y magnificencia. Presenciar los desfiles procesionales de Málaga despierta un conjunto de emociones difícilmente descriptibles conjugando admiración, estupor, asombro, consternación y éxtasis. Pero para el que no los conoce surge la sorpresa y, en algún caso, la incomprensión.

Recuerdo que hace unos años invité a unos amigos norteamericanos católicos, de una marcada religiosidad, a vivir la experiencia de nuestra Semana Santa. Al preparar este pregón he pensado pulsar su opinión y pedirles su impresión al vivir nuestra Semana Santa. Su respuesta ha sido esta.

Expone él:

Para nosotros fue verdaderamente impactante la magnitud de la expresión de la religiosidad del pueblo manifestada en múltiples carrozas (se refiere a los tronos) y las bandas de música. Pero la más impactante fue la procesión silenciosa de la Soledad al final de la noche. Una experiencia inolvidable. ¡Patrimonio andaluz!

Y ella comenta:

A mí me encantó. Pienso, al igual que Frank, que es una hermosa y majestuosa manifestación religiosa cultural española. Siempre me hace meditar la pomposidad contrastante con la Pasión de Jesús.  Nació pobre en un pesebre y murió pobre entre ladrones y en una cruz. Todo por amor a la humanidad. Pero entiendo que es la expresión de la religiosidad popular que por tanto tiempo celebran los españoles y es tan admirada por todos los que los visitan.

Indudablemente nuestra Semana Santa, con sus desfiles procesionales, conforma un importante atractivo turístico, que va más allá del contenido religioso del pueblo malagueño y del que muestran mis amigos americanos, tal como se desprende de los trabajos e investigaciones de mi amigo y compañero de la universidad de Málaga, el profesor Rafael Esteve, que ha estudiado y publicado importante ensayos sobre ello, dejando claro manifiesto de la importancia que, como reclamo turístico, tiene para la economía de la ciudad.

Me he preguntado en más de una ocasión qué atrae a tantos visitantes, qué les motiva a presenciar nuestros desfiles procesionales: ¿es su religiosidad, el recogimiento, el espectáculo y su grandiosidad y opulencia, la emoción que despierta su visión, el ambiente festivo ajeno al ámbito religioso, las magistrales tallas de imágenes…? La respuesta es compleja y puede que, según el caso, se den todas ellas creando una atrayente oferta al visitante. Esteve, yendo algo más allá de lo expuesto, propuso en sus trabajos la creación y desarrollo de museos de las cofradías para dar a conocer nuestra Semana Santa y su esplendor. Por suerte hoy tenemos en la ciudad un importante ramillete de museos de esas cofradías que pueden ser visitados por nacionales y extranjeros para su mayor difusión y conocimiento entre los interesados. 

En este sentido, existe una gran cultura cofrade por parte de los malagueños y esta festividad resulta, como ya he dicho, un gran atractivo turístico para los visitantes. Además, se trata de una de las más grandes de Andalucía y España, ya que, salvo el sábado donde la procesión va por dentro, más de seis cofradías recorren las calles de la capital malagueña durante el día.

Sin embargo, desde el pensamiento religioso de una cultura como la nuestra, tan influenciada por el sentir devoto y místico del creyente, aflora el sentimiento piadoso que nos lleva a identificarnos con el sufrir de Cristo y, por ende, con el prójimo que sufre la injusticia, el dolor, la marginalidad y la pobreza, en un dramático acto de solidaridad. Es, precisamente, el sufrimiento que se plasma en la pasión y muerte de Jesucristo, escenificado a través del acto procesional, lo que nos sensibiliza y despierta esa actitud piadosa cargada de empatía. Como ya he mencionado, Jesús, mediante su pasión, carga sobre sus hombres con la culpa del pecado original para liberar al ser humano de esa culpa y congraciarlo con Dios. Ese misterio, ininteligible para nosotros, en el que Dios, en su omnipotencia, determina que sea su propio hijo el que asuma ese sufrir, deja de manifiesto, bajo mi humilde opinión, la malignidad del ser humano que le somete al martirio en contraposición a la bondad que predica el Redentor. Así, mediante su sagrada palabra, marca los caminos que nos llevan al bien, evitando el mal.

Pero el hombre, haciendo mal uso de la inteligencia, recurre a la maldad, antepone su egoísmo, su avaricia, por encima de todas las cosas y solo se le ocurre armarse para ser superior a todos, para imponer por la fuerza su criterio; anteponer sus negocios y su codicia sin el más mínimo respeto y cariño a la humanidad. Vivimos tiempos difíciles que lo atestiguan, donde la guerra, el sufrimiento, la muerte y la rapiña no dejan de sorprendernos cada día. La sagrada tierra donde nació, vivió y murió crucificado Jesucristo, es hoy un reguero de sangre y destrucción indiscriminada, donde la Parca procesiona día a día, buscando su presa entre inocentes de la mano de las poderosas armas más sofisticadas que el ser humano haya inventado jamás para mejor destruir al enemigo, que no deja de ser el prójimo al que Cristo predica que debemos amar. Los Caifás y Anás, los fariseos, se han encarnado en aquellos que siembran la muerte y destrucción.

Dejando estos terribles hechos, volvemos a nuestra Semana Santa. El penitente, en sus diversas manifestaciones, se suma al sufrir, empatiza y se acerca a Cristo mediante al dolor, asumiéndolo, a su vez, como forma de redimirse de sus propios pecados, de pagar su culpa más allá del necesario arrepentimiento. Otras veces, el penitente, que camina descalzo, incluso con cadenas, siguiendo los pasos de Cristo o la Virgen, cumple una promesa que contrajo al pedir favores de gracia.

La letra de esta saeta, compuesta en los años 40 por Luis Suárez Rodríguez, es una clara manifestación de la empatía que genera el sufrimiento de Jesús y de cómo despierta un infinito sentimiento de piedad en el devoto:

Divino Padre Jesús,

no te abraces al madero;

suelta y déjame la cruz,

porque yo llevarla quiero,

en vez de llevarla Tú.

 

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Por tanto, la celebración de la Semana Santa y de los desfiles procesionales conlleva esa empatía, esa manera que tiene el creyente de imbricarse, solidarizarse e integrarse en ese dolor, en el martirio de Cristo como víctima solidaria y agradecida por la salvación que Él le otorga con su sacrificio. Para ello vive todo el proceso a lo largo de la semana, donde se simboliza la gloria y el sufrimiento, con la entrada triunfal en Jerusalén a lomos del pollino, aclamado por el pueblo como Salvador, para pasar al suplicio del prendimiento, tortura y tormento hasta ser crucificado y ejecutado por las fuerzas del mal. Pero no es derrotado. A los tres días resucita venciendo a la muerte y naciendo a la nueva era. Para los creyentes, en el hito de su sacrificio, se encuentra la puerta a una nueva dimensión religiosa, al novedoso credo, yendo más allá del Antiguo Testamento, con el Nuevo.

Pero la pasión también conlleva una reflexión de tipo social, ateniéndonos al mundo hebreo de aquellos tiempos. Jesús es condenado a muerte bajo la influencia de los que ejercen el poder religioso judío, Caifás y los suyos. Con argucias y sibilinos razonamientos, abducen la voluntad del pueblo hasta tal punto que exculpan a Barrabás salvándolo de la crucifixión y condena a Jesús a tal suplicio.

El ladrón y asesino no les inquieta, lo que les inquieta es aquél que pueda arrebatarles el poder y sus prebendas. Es duro leer, en los Santos Evangelios, la pregunta de Pilato: “¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, que se llama Cristo?” Pero es más penoso oír la respuesta: “¡A Barrabás!” Y eso persiste en el tiempo…

Es que, en esencia, lo que se produce con la venida de Cristo es una nueva era, que predica el Nuevo Testamento, en contraposición al Antiguo. Al Dios recto y severo se suma el Dios del amor, se pasa de la Ley del Talión a poner la otra mejilla. Cristo es el rey de un nuevo reino, el del amor, del perdón y la entrega a los demás. Entrega de la que la Semana Santa es su manifiesto sublime pues es su propia vida la que inmola en un atroz martirio. Esa disposición y prédica es un atentado a los privilegios del poder establecido y ellos reaccionan con una crueldad terrible para defender sus prebendas manipulando al pueblo que es quien, al final, emite la condena mientras la autoridad se lava las manos. Eso suena a presente…

En lo referente a Málaga se procesiona cada día de la semana. Una característica distintiva de la Semana Santa malagueña es la forma en que se llevan los tronos, con varales exteriores que requieren la colaboración de cientos de personas u hombres de trono. Además, en las procesiones participan nazarenos, músicos, acólitos y cuerpos militares, todos ellos elementos esenciales en el evento dentro de su singularidad.

Mas la Semana Santa malagueña suele comenzar una semana antes del Domingo de Ramos, realizando los primeros traslados. Son pequeñas procesiones, donde portan a las imágenes en tronos más pequeños y suelen ir acompañados de una banda de música. Llevan las imágenes sagradas de su templo a la Casa Hermandad, donde la semana posterior realiza la salida oficial en procesión. Los traslados en Málaga suelen considerarse como la antesala a la Semana Santa oficial.

Con respecto a la música, al igual que en el resto de España y especialmente en Andalucía, en Málaga, la mayoría de las imágenes procesionales están acompañadas por bandas musicales. La música juega un papel fundamental en la Semana Santa malagueña, ya que es un componente esencial en las procesiones. Bandas de música y agrupaciones interpretan marchas procesionales, marchas fúnebres y saetas, llenando el ambiente con melodías solemnes y emotivas. Estos acompañamientos musicales realzan la solemnidad y el fervor religioso de las cofradías y hermandades durante su recorrido por las calles de la ciudad.

Los cristos suelen contar con la compañía de Bandas de Música, Bandas de Cornetas y Tambores o Agrupaciones Musicales, mientras que las Vírgenes suelen ser acompañadas por Bandas de Música o, en algunos casos, por Capillas Musicales. Muchas cofradías incorporan Bandas de Cornetas y Tambores al inicio del cortejo procesional, justo detrás de la Cruz Guía.

No enumeraré las variadas procesiones que se celebran cada día de la Semana, porque son de todos conocidas, pero sí remarcaré que esos días son de especial interés para todos los malagueños y para los visitantes, sean o no creyentes. La ciudad se llena de nazarenos, de damas ataviadas con mantillas y peinetas, de bandas de música, cornetas y tambores, de cirios y penitentes que se unirán a la procesión dando esplendor a la misma. Suenan las saetas con sus dolorosas letras que llegan al corazón, como la saeta de Machado que en sus versos nos ubica en el real sentido de la esperanza:

¡Oh, la saeta, el cantar

al Cristo de los gitanos…

Empieza para luego exclama:

¡Cantar de la tierra mía,

que echa flores

al Jesús de la agonía…

Y concluir sembrando la esperanza en un Jesús empoderado que reina sobre las simbólicas aguas del mal con un:

¡No puedo cantar, ni quiero

a ese Jesús del madero,

sino al que anduvo en el mar!

En conclusión, la Semana Santa en Málaga se caracteriza por su recorrido impresionante, que pasa por lugares emblemáticos de la ciudad. La Catedral desempeña un papel fundamental en las procesiones y las casas hermandad se convierten en espacios de preparación y encuentro para los cofrades y devotos.

Tanto los recorridos oficiales, como la Tribuna de los Pobres y los lugares emblemáticos son testigos importantes de la devoción y tradición en la Semana Santa malagueña. Año tras año, miles de personas acuden a Málaga para ser parte de esta celebración religiosa tan especial, que deja una huella imborrable en todos aquellos que la presencian.

Para concluir y dado en el lugar que nos encontramos, no sería lógico obviar la Saeta como forma de expresar sentimientos religiosos en la Semana Santa. Yo vengo a expresar, con estos versos en sextilla, el significado espiritual que tiene para mí la saeta:

Es la saeta un cantar

que entona el pueblo andaluz,

es su forma de rezar

a Cristo que está en la cruz

conjugando el verbo amar

que nos envuelve en su luz.

        

Es un canto de dolor

que provoca su pasión

convertida en un clamor

que el pueblo con su aflicción

va entonando con fervor

en acto de contrición.

 

Pero dada que me considero un lego en la materia, recurriré a un antiguo e interesante libro, publicado en 1929, de Agustín Aguilar y Tejera, titulado SAETAS POPULARES, recogidas, ordenadas y anotadas, donde expresa el sentir de aquellos tiempos a través de la saeta. 

Dice:

"¿Quién dio el nombre de saetas — escribe un autor — a esas coplas que el pueblo canta a Cristo viéndole en la agonía? Ninguna palabra sería más apropiada que ésta para calificar tales estrofas, que no son sino saetas que van directas al corazón de la muchedumbre, para abrir en él las hondas heridas de la emoción y de la piedad. Con toda su dulce ingenuidad, con toda su rústica sencillez, estas coplas son, acaso, el más rico tesoro que tiene la poesía religiosa en España. El pueblo da a todas sus expresiones un colorido y una ternura inconfundibles, y nunca podrán los más altos poetas herir las fibras de nuestro sentimiento con la prontitud que las canciones volanderas, que van de labio en labio, y de las que no se sabe dónde nacieron; pero se sabe que ya no han de morir nunca. La saeta es llana, simple, torpe en las palabras; pero rica en delicadeza y en emoción, porque mana de las fuentes del sentimiento popular que no se ciegan nunca."(Fin de la cita)

Ahora daré lectura a algunas letras de las que nos transmite Agustín Aguilar. Como todos ustedes saben, la estrofa de la saeta está compuesto por 4 o 5 versos octosílabos, y tiene siempre un significado religioso en el marco de la Pasión.

 

A la Virgen María:

Eres paloma de amor,

eres tórtola inocente,

que concebiste en tu vientre

a tu Hijo el Redentor

para entregarlo a la muerte.

 

"No puede cesar mi llanto,

Hijo de mi corazón,

porque al verte en el cadalso

se me parte el corazón

convirtiéndose en pedazos."

 

Oración del huerto

Gotas de sangre sudaba

aquel Jesús tan divino

que de rodillas oraba,

y en su rostro peregrino

la angustia se dibujaba.

 

Carceleras.

Cristo de la Expiración

que sales en esta tarde,

échales la bendición

a los presos de la cárcel,

que te pedimos perdón.

 

Tras esta lectura, a modo de conclusión, quiero leer un soneto de mi creación para finalizar el acto, con mi agradecimiento por la atención que me han prestado a pesar de lo que me he extendido en mi pregón.

 

La amargura y el sufrir de este dolor

que conlleva el pecado original

encuentra con tu muerte su final

y salva del castigo con tu amor.

 

Tu entrega de divino Redentor

que libera a las almas de este mal

descubre a nuestros ojos lo esencial

que lleva a profesar nuestro fervor.

 

Mis pisadas recorren tu camino

buscando descubrir en tu enseñanza 

el sendero que lleve a mi destino

 

donde reine el amor y la esperanza

que busco con mi andar de peregrino

entre cantos de amor y de alabanza.

 

Muchas gracias a todos y todas por vuestra atención y les deseo una Semana Santa cargada de emoción y de saetas.

 

 Málaga, Semana Santa de 2025.

2 comentarios:

Mª Ángeles Castillo Romero dijo...

Fue un pregón estupendo, y tuve el placer de disfrutarlo. Abrazos poéticos.🥰

Antonio dijo...

Gracias, amiga. Un placer compartir el acto con vosotros. Abrazos

Intenso fin de semana

Opinión | Tribuna Por: Antonio Porras Cabrera Publicado en el diario La Opinión de...