El pensador de Rodin con una bolsa de la compra en la cabeza |
El socialismo militante pasó a
llamarse socialdemocracia. Una especie de ideología descafeinada que se daba la
mano con el capitalismo neoliberal en una perversa complicidad. La muerte de
las ideologías contrapuestas al capitalismo mercantilista, mediante la
claudicación de sus líderes mafiosos, sumidos y arrobados por la corrupción y
la llamada del dinero, despojó al socialismo de su capacidad ideológica de
lucha por la justicia social en sentido universal y anuló su oposición al sistema integrándolo en el
mismo.
El sistema neoliberal, donde el mercado
es el regulador de las relaciones sociales, de las transacciones económicas y
de la dinámica mercantilista, reivindicó para sí todo el poder. Los flujos
económicos, el dinero, acaba imponiéndose y quien lo tiene ejerce dicho poder
sobre quien no lo tiene.
Fueron a globalizar el mundo pero
en el sentido de mercado. Permitir que los productos, las mercancías, se
movieran sin límites ni fronteras, que los capitales fluyeran a donde podrían
obtener más beneficios, deslocalizar las empresas para ubicarlas donde el
trabajo estuviera más mal pagado y el beneficio fuera el máximo. Países donde
no se respetan los derechos humanos, donde no hay libertad sindical, donde la
explotación infantil y de todo tipo es tolerada. Pero también había que
despojar a los Estados de su capacidad de influir en la economía. Había que privarlos
del poder y de su autoridad en la regulación de los flujos económicos y
mercantiles, someterlos a las normas del mercado financiero controlado por organizaciones
supranacionales. El FMI, el BCE, las agencias de calificación, los intereses
geopolíticos de la UE y de los EE. UU., etc. Se estaba creando un nuevo orden
donde el futuro no era de los pueblos sino de los mercados y de las multinacionales
que dominan la economía.
Han dado, o pretenden hacerlo, la
idea de que el progreso humano es el desarrollo industrial y material, el tener
más y consumir más. Confunden el bienestar de las personas con su poder
patrimonial y su acceso a los bienes industriales y materiales que conforman el
mundo del consumo y establece la dinámica de mercado: “si consumes más, hay más
demanda y más trabajo y si hay más trabajo ganas más y puedes consumir más”
pérfida espiral que acabará en poco tiempo con los recursos del globo, pero eso
a ellos no les importa porque tienen garantizado el suministro, incluso, la
creación de un mundo particular donde se esconderán el día de mañana dejando en
evidencia al resto de la población mundial. Mientras van creando al hombre
mediocre, al crédulo que se somete a sus mentiras, que, al no tener criterio
propia ni capacidad y ganas de razonar, acaba sometido a mero eslabón en la
cadena de su desarrollo industrial, donde solo sirve el que consume y rinde en
sus empresas, el resto queda marginado y forma parte del colectivo de la
pobreza.
No comparten, ni defienden, la evolución
humanista; el hacer del ser humano un sujeto pensante, creativo, espiritual,
donde el desarrollo del intelecto y la educación sea el motor del progreso, del
SER y no del TENER. No defienden un crecimiento sostenido, equilibrado con los
recursos de la naturaleza para garantizar la viabilidad de la humanidad de cara
al mañana. Cada vez escapan más a las leyes o procuran que gobierne quienes les
hagan leyes a su medida e interés. Han neutralizado a los políticos mediante la
compra de personas y partidos. Han ayudado a desprestigiarlos para que la
ciudadanía aumente su desafecto y acabe en la apatía, en el individualismo
egoísta y el desamparo por incapacidad de sus líderes políticos. En todo caso,
están dispuestos a potenciar aquellos que les sirvan para distraer la atención
del pueblo con sus programas y proclamas que disgreguen a la ciudadanía y les
lleve a otros conflictos y evasiones de una realidad social donde el enemigo
dejan de ser ellos para proyectarlo en otros grupos o componentes de la sociedad,
debilitando así la lucha de clases sociales que están creando con el incremento
del gradiente riqueza-pobreza.
Esa es la trampa. Debilitar al
Estado, al sistema democrático, a la soberanía popular, para ocupar ellos el
trono, el ordeno y mando, aunque sea a través
de sus servidores, traidores a quienes les votan, a quienes engañan y manipulan
con los medios que ponen a su alcance los verdaderos dueños del sistema.
No estoy yo en contra de las
globalizaciones, faltaría más. Creo que el progreso se ha de llevar a los demás
países y que nosotros deberemos perder algo para que lo ganen ellos, pero no
globalizar implicar hacerlo con todo, con los derechos humanos, con la legislación
laboral, con las normas y valores que sustentan el crecimiento, con la
educación, con la sanidad, con la protección a los desfavorecidos, con la
solidaridad, etc.
Ellos producen a 5 en un país y lo
venden a 100 en otro, lo que les reporta 95 para su bolsillo. O sea, que han
robado, por decirlo de alguna forma, parte de esos 95 a quien los produce o a
quien los compra. Es como si hubiéramos abierto unos vasos comunicantes entre
el tercer y primer mundo, pero con una espita en el tubo por donde sacan ellos los
beneficios fraudulentamente. El flujo económico del mercado no llega a la
población sino que se queda en el bolsillo de
los mafiosos, de los empresarios sin escrúpulos, que ven como la
población que produce la mercancía sigue en la indigencia.
Por tanto, si queremos globalizar,
globalicemos todos los derechos que menciono más arriba, de lo contrario seguiremos
en manos de ese poder económico que nos domina entre bastidores, pero para ello
se tendrá que fraguar una conciencia de ciudadanía global que neutralice a sus
políticos acólitos… Habrá que
preguntarse a qué juegan los partidos que nos gobiernan y no darles nuestra
confianza si no es para reorientar el sistema hacia estos fines.
Finalmente, quiero hacer especial mención
a algo que está siendo cuestionado y que hace tambalear las bases de la justicia
universal. Si se está permitiendo que los capitales fluyan, que las economías
no tengan fronteras, no es de recibo que algo tan serio como el concepto de
justicia se reduzca a la idiosincrasia de cada país. La justicia ha de ser
universal, igual para todos, aquí y en la Conchinchina. El que la hace debe
pagarla se esconda donde se esconda. No puede la economía doblegar a la
justicia. No se puede cambiar la ley en función de los intereses de colectivos poderosos.
Estamos perdiendo la partida y se crea un mundo “ad hoc”, para ellos y sus
intereses. Si hablamos de universalidad hagámoslo desde la economía, desde los derechos
y desde la ley, que cualquier acto de lesa humanidad pueda ser tratado y
denunciado en cualquier país, en cualquier lugar del mundo y juzgado con
arreglo a una ley universal que nadie debe esquivar, sea un general chino, un
dictador o un explotador de menores…
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