Opinión | Tribuna
Publicado
en el diario La Opinión de Málaga el 20 SEPT 2025 7:01
https://www.laopiniondemalaga.es/opinion/2025/09/20/arrastran-121760637.html
No podemos
caer en la trampa. No podemos renunciar a nuestra capacidad de discernir, de
pensar y elaborar ideas propias razonables y razonadas
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Isabel Díaz Ayuso saluda al italiano Marco Frigo, en la salida de la última etapa de la Vuelta. / l.o. |
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Cada vez es más patético el mundo
político que nos envuelve. Estamos inmersos en un proceso que nos arrastra
irremisiblemente hacia el abismo. Nosotros, los cándidos y bienintencionados
ciudadanos de a pie, los que no queremos esta vehemente confrontación que nos
ofrecen los políticos irresponsables e interesados, acabaremos siguiendo sus
pasos y dinamitaremos amistades, valores democráticos, sentido de la
responsabilidad, respeto y consideración hacia el diferente. Potenciaremos el
desencuentro hasta llegar a la confrontación irracional del conflicto bélico.
Los sujetos tóxicos a los que les
importa un bledo la patria y su gente, a los que solo les interesa la defensa
de sus arcaicos pensamientos, siguen sembrando en un campo de cultivo joven y
virginal las perversas ideas que otrora nos llevaron a la debacle.
Estamos perdiendo el rumbo
Hemos perdido el rumbo, hemos
perdido el norte. Bogar en este mundo sin un horizonte utópico, anclado al
humanismo solidario y justo, es ir a la deriva y al amparo de piratas que roban
conciencias y alienan al ser humano en beneficio propio.
No podemos caer en la trampa. No
podemos renunciar a nuestra capacidad de discernir, de pensar y elaborar ideas
propias razonables y razonadas. Son muchos los cantos de sirenas que se
escuchan en las redes sociales, demasiadas las ideas alienantes que nos
presentan, la forma de sembrar odio y desencuentro, para dar pábulo a sujetos
frustrados y necesitados de protagonismo. No se acabó la fiesta, porque la
fiesta es la vida. En todo caso, dado el descontento que andan sembrando, lo
que se ha de hacer es reconducir la fiesta, desde los propios valores
democráticos, para armonizar la vida en paz y progreso buscando el desarrollo
individual y social de esta comunidad tan rica en matices humanos. La fiesta,
la vida, hay que preservarla sin dejarse arrastrar por los agoreros que nos la
quieren amargar llevándonos a lo más terrible, que puede acabar con la propia
vida, pues terminarán pidiéndote que la entregues a la causa. Eso os debe sonar
de tiempos pasados, no muy lejanos, que pregonaban un amanecer entre muerte y
sangre, donde el sol luciría para unos pocos en detrimento de la mayoría. No
cabe ponernos cara al sol en mangas de camisa.
Nuestro juicio es esencial, nuestra
libre forma de interpretar las cosas, desde la razón, ha de prevalecer ante los
intentos de manipulación de grupos extraños y sectarios, que usan el insulto y
la descalificación como instrumento para colonizar nuestro propio pensamiento.
Que nos muestran la paja en el ojo ajeno y esconde la viga del suyo.
Estos predicadores y sus prédicas
rompen todo esquema racional. Exigen a los demás lo que ellos no se exigen a sí
mismos. Su maldad la ven en el otro y la rechazan y denuncian con dedo acusador
difamatorio. Tal vez, quien indica con su dedo al otro anda desviando la
atención para que no le mires a él. Ahí ha de aparecer la razón, el
discernimiento, la inteligencia suficiente para separar la paja del trigo desde
un sano y justo criterio personal.
Thanks for watching!
Porque no se trata de confrontar
vehementemente, de usar la beligerancia exacerbada, de tratar de imponer dogmas
y criterios inalienables a los demás, de instaurar un modelo singular y
excluyente de patria, sino de hacer buen uso de los valores de la democracia,
que son el respeto, el diálogo, el acuerdo y pacto para beneficiar a la gente
creando una sociedad de paz y consenso.
Ya nos falta empatía y compasión
Creo que necesitamos un poco de
empatía para ponernos en el lugar de los otros sin dejarnos arrastrar por
nadie, sin ejercer de correa de trasmisión de abyectos sujetos que se mueven a
caballo de la falacia y de la manipulación para alcanzar sus objetivos.
Ante la amenaza de un nuevo
conflicto, nos jugamos mucho más que en otras guerras, nos jugamos la
supervivencia, no solo de la especie, sino del maravilloso entorno que nos
envuelve. Nos jugamos la vida en el planeta, el futuro de nuestros hijos y
nietos y de todo ser vivo… ¿Quiénes somos nosotros para arrogarnos el perverso
derecho de destruir el mundo, de aniquilar a nuestros hermanos, de matar el
futuro de nuestros descendientes? ¿Por qué no tenemos la sensatez de frenar a
los inductores del conflicto, a los cultivadores del odio y a los que nos
marcan enemigos artificiosos a batir? ¿Por qué no somos capaces de acabar con
las guerras, de una puñetera vez, dado el nivel de desarrollo intelectual que
hemos alcanzado?
Estamos en un infame proceso de
deterioro de valores humanos, que parece orquestado por quienes ocultan sus
intereses contrarios a una sociedad solidaria, empática y compasiva. El alma se
nos está encalleciendo y nos deshumanizamos manipulados por sentimientos
egoístas, cuando no ególatras, hasta tal punto que elevamos al poder a sujetos
insensibles con el sufrimiento humano en función de intereses inconfesables, a
peligrosos demagogos y sociópatas con armas de destrucción masiva. Nos dejamos
atrapar en discursos inconexos, desalmados y generadores de odio hacia quienes
propagan una justa convivencia democrática, para entregarnos a los populismos
trasnochados que han brotado de esporas enquistadas hace un siglo.
El mundo de la información,
navegando en un mar de desinformación, se ha convertido en un campo de batalla
donde se dirime el relato, dado que se abandona, en muchos casos, la ética
informativa y el ejercicio profesional del periodismo sensato, objetivo y
responsable. El tsunami de las redes sociales nos arrastra a través de la
simpleza del mensaje y la noticia, que no trata lo esencial que nos aproximaría
a la realidad, tan necesaria para ejercer un juicio crítico.
El declive de la intelectualidad
Otrora, el mundo intelectual
contaba con el reconocimiento de la gente y se les daba crédito a sus
aportaciones cualificadas, científicas y argumentadas. Ahora, en las redes
sociales, se le da el mismo crédito a un cantamañanas que a un científico, lo
que demuestra el nivel del receptor del mensaje. Nos dejamos llevar por
eslóganes, por consignas políticas e ideas que nos pretenden inculcar por medio
de las emociones, como son el odio, el miedo, el rechazo. Algunos reclaman los
valores anacrónicos de viejas concepciones de patrias excluyentes con sus
hijos, que no encajan con los principios que deberían prevalecer en este
momento histórico.
En este contexto, y como ejemplo:
¿Cómo es posible que haya tanta gente indiferente ante la masacre y destrucción
de Palestina? Todos deberíamos sentir, al igual que lo experimentamos con los
atentados perpetrados por Hamas el 7 de octubre, escalofríos al ver Gaza
destruida por otros ataques extremistas más terribles aún, cómo dinamitan a
conciencia los edificios de la ciudad y las casas de sus habitantes mediante
una demolición sistemática, los niños hambrientos, los heridos y muertos por la
acción de un ejército excelentemente dotado para guerrear con otros ejércitos.
Pero esto no es una guerra, por mucho que lo digan, estos es la masacre de un
ejército bien pertrechado sobre una población civil indefensa, a la que tratan
como ganado, humillándola y llevándolos de un sitio a otro para preservar su
vida, con el miedo a perderla.
Se nos congeló el alma
Mientras tanto vemos a políticos
hipócritas defendiendo con artificio la actuación de Israel, negando el
genocidio que la propia ONU ya ha calificado como tal. No nombraré a nadie
porque ellos mismos se identifican con sus actos, con su cinismo y extravagantes
comparaciones. Dejo al lector esa función, pero tengan en cuenta que quien
apoya o justifica a un asesino es también culpable. Decía Julio Anguita:
“Malditas sean las guerras y los canallas que las hacen”, y yo añado: “y los
que las apoyan y justifican”.
Si a cualquier ser humano se le
presentan las imágenes de lo que ocurre y no se inmuta o lo justifica, si no
siente repelús, desasosiego, rabia, Impotencia y deseos de actuar y condenar
estos hechos, creo que ha dejado de ser humano y debería hacer un examen de
conciencia.
Lo que ocurre nos es culpa del
pueblo judío, sino de sus gobernantes, pero dado que defienden que son una
democracia, quienes los han votado son sus cómplices como colaboradores
necesarios. Creo que estos hechos, que juzgará la historia, acabarán
estigmatizando al conjunto del pueblo judío, como una lacra bien documentada
que arrastrarán por siempre. Han atenuado el sentimiento de compasión y apoyo
que generó el holocausto en la población mundial.
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