Opinión | Tribuna
Publicado
en el diario La Opinión de Málaga el día 22 ENE 2025 7:00
https://www.laopiniondemalaga.es/opinion/2025/01/22/sociedad-liquida-113590767.html
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"La base o argamasa que consolida una sociedad se fundamente
en su propia cultura social"
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Me gusta, de cuando en cuando,
deambular sin rumbo fijo por la ciudad. Málaga, con
su excelente clima, su entorno urbano y luminosidad, es un estupendo escenario
para gozar del paseo, para caminar sin rumbo por sus calles. En ese libre y
relajado ejercicio se cultiva el pensamiento entre estímulos varios y van
aflorando ideas, recuerdos, sensaciones y emociones. Estando en ello,
reflexionaba sobre la volatilidad de esta sociedad, donde la solidez del
pensamiento clásico se iba diluyendo en una vertiginosa dinámica de desarrollo
y cambio, no solo tecnológico, sino ideológico y, consecuentemente, social, me
vino a la mente Zygmunt Bauman, que fue un sociólogo, filósofo y ensayista
polaco-británico de origen judío. Para él la “sociedad líquida” es definitoria
del mundo actual, que se caracteriza por su estado fluido y volátil. Ésta es
una sociedad en la que la incertidumbre, por la vertiginosa rapidez de los
cambios, ha debilitado los vínculos humanos. Lo que antes eran nexos potentes
ahora se han convertido en lazos efímeros y frágiles.
Cultura social
La base o argamasa que consolida
una sociedad se fundamente en su propia cultura social, en la que se establecen
las formas de afrontamiento de los cambios requeridos por el proceso evolutivo,
ajustando sus sistemas al espíritu de los nuevos tiempos, o zeitgeist
hegeliano, mediante un proceso homeostático. En nuestro entorno la cultura
política se fundamenta en el ejercicio de la democracia, que le otorga una
solidez relativa, pero suficiente, para acometer el afrontamiento de los
cambios, cuando se ejerce con el respeto y la lealtad que esta demanda.
Mas esa solidez se va diluyendo.
Los avances tecnológicos crean un escenario nuevo y, por tanto, los intereses
de grupos de poder cuestionan el ejercicio de la propia democracia. Estos
grupos toman cada vez más fuerza potenciando las oligarquías que dominan el
mercado y la economía mundial, entrando en colisión con los intereses
ciudadanos que los Estados deben defender. Lo que implica que se cuestione, por
parte de ellos, al propio Estado y su función normativa, llegando a la
confrontación con la intención de debilitarlo, cuando no domeñarlo… y en ello
andan.
Sin solidez
Observamos, pues, una disolución de
la cohesión de grupo, la pérdida de nexos identificadores comunes en un entorno
mediatizado por redes sociales que crean estados de opinión de escasa solidez
argumental. La esencia del pensamiento filosófico como elemento racional para
acercarse a la realidad, a la verdad, pierde protagonismo para dar paso a la
posverdad, que, según la RAE, es la “distorsión deliberada de una realidad, que
manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en
actitudes sociales”. Por tanto, podemos colegir que la demagogia es el arte del
manejo de la posverdad y que el uso motivacional de las emociones crea una
sociedad más confusa, más diluida, más líquida y manejable… menos racional.
De esta forma se rompe la sociedad
regida por respetables normas, para dar paso a un nuevo orden mundial de
principios volátiles, donde lo importante es el resultado final, una especie de
pragmatismo americano, al estilo del surgido en el siglo XIX, donde todo vale
si el fin es adecuado y se consigue un beneficio. O sea, pretende un objetivo
principal y sencillo: “sustituir la búsqueda de verdades absolutas típicamente
filosófica por la necesidad de aplicar la ontología a la satisfacción de las
necesidades humanas”; perfecto planteamiento para el consumismo mercantilista
en detrimento del desarrollo intelectual.
En realidad se está produciendo un
tremendo choque entre la razón y la emoción como dinamizadores de actitudes y
conductas sociales. La razón, propia del ejercicio intelectual, anda perdiendo
la guerra. Dado que el campo de batalla se da en las redes sociales (RR. SS.),
más que en los medios clásicos de comunicación sujetos a la comunicación veraz,
al menos en teoría. A los medios clásicos accede un colectivo más instruido y
racionalmente crítico que a las RR.SS., donde se vuelcan todo tipo de
barbaridades, falacias, teorías conspiratorias y planteamientos variopintos,
dando pábulo a embaucadores y transgresores o cualquiera que pretenda asomarse
a esa ventana. Por cierto, en estas redes ya no se exige pleitesía a la verdad
por parte de sus gestores, como X, Facebook, Instagram, etc.
Campo de batalla
Por otro lado, la ingente cantidad
de información que pulula por las redes es agotadora y, muy posiblemente, una
gran mayoría, no acostumbrados al análisis de ella, acaba dando crédito al
emisor, creyendo lo que lee, antes de contrastarlo como verdad dado el esfuerzo
intelectual que requiere el ejercicio del contraste, lo que lleva a tragarse lo
más inverosímil. Lo descorazonador es que las RR. SS. son el campo de batalla
para ganar el relato.
Mas, si partimos de que, tal como
ya defendí en mi artículo La guerra de los mundos y el esperpento político,
publicado en este mismo diario el pasado 23 de diciembre, estamos inmerso en un
conflicto entre la oligarquía que pretende la Plutocracia en oposición a la
Democracia, tal vez podamos comprender mejor ese tránsito de una sociedad
sólida a otra líquida. Para llevar a cabo los cambios que se requieren, con
objeto de establecer esa plutocracia oligárquica, es decir, el gobierno
ejercido por el grupo de los ricos, es necesario romper o debilitar los nexos o
argamasa que la hacen sólida, como son los principios y valores sociales que
conforman la cultura de la democracia, para lo cual se ha de establecer una
estrategia precisa que cambie ese espíritu por otro más receptivo con la
plutocracia, donde los sólidos valores se tornen en líquidos y amoldable. Dicha
estrategia se viene percibiendo desde hace algún tiempo y, sinceramente, creo
que deberíamos tener la capacidad de identificarla para no dejarnos arrastrar
al conflicto.
Desafecto
Yo me atrevería a fijarla en
determinadas conductas y actitudes e intencionalidades que la dejan de
manifiesto. Entre otras estrategias podemos observar: Deslegitimar el sistema;
crear desafecto en el mundo de la política; gestionar las emociones a través
del demagógico uso de la posverdad; convertir al oponente político en enemigo
estableciendo una táctica de beligerancia en lugar de respeto y consenso;
dominar los medios de comunicación como instrumentos de manipulación, en lugar
de información veraz, mediante el uso del bulo, la mentira o medias verdades
para desinformar y crear estados de opinión; radicalizar al militante y/o
simpatizante en la vehemencia del debate aflorando el sentimiento de odio;
cuestionar los principios del Estado democrático como son los impuestos y la
gestión de los derechos constitucionales, ya sean educación, sanidad u otros
servicios públicos; desvirtuar el sentido de la libertad para enfocarla en el
ejercicio de un libre mercado desde la concepción neoliberal; judicializar la
política de forma torticera (aconsejo la lectura del artículo de Miguel
Hernández en La Opinión de Murcia, titulado “Hurtado y Peinado: Dos jueces y un
destino” (cuyo enlace es: https://blogs.laopiniondemurcia.es/miguel-hernandez/2025/01/15/hurtado-y-peinado-dos-jueces-y-un-destino/
) y, finalmente, la elaboración de relatos creíbles para engatusar al votante
con un pensamiento afín a los intereses de los oligarcas y plutócratas
defendidos por partidos políticos afines.
Se juega, pues, el sistema de
gobierno del futuro, la forma de gestión de los avances tecnológicos, del uso
de la IA y la Big Data. El dominio de ello otorgará el poder y en eso se anda,
y en cómo eliminar la oposición a ese proyecto plutocrático para conseguir la
gobernanza de un nuevo orden mundial.
En estos momentos, tal vez,
siguiendo el símil usado, lo que se necesite no sea una sociedad sólida y
resistente al cambio o líquida y volátil, sino una sociedad de densidad
intermedia, gelatinosa, que permita la gestión el cambio sosegadamente desde el
ejercicio de la democracia.
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