El pasado reciente, aquel que
cambió el mundo y, en España, tumbó la dictadura y alcanzó la libertad, siempre
condicionada por el poder emergente de una democracia burguesa, más o menos
discutible; el pasado reciente, como digo, está en peligro de extinción, mueren
sus agentes, sus artífices, sin dejar un sólido colectivo de herederos que tomen
el relevo, más bien al contrario, surgen de nuevo las sombras que tamizan con
sus gritos la policromía de la libertad para implantar el blanco y negro, el
gris que confunde a la diversidad.
Los que andamos por los 70, la generación
nacido en el entorno de los 50, los que vivimos el viejo régimen y luchamos por
el cambio para implantar la democracia, andamos en declive, porque el tiempo
nos va ganando la batalla de la vida. Vivimos la España gris donde unos (los
adeptos al régimen) disfrutaban de la vida mientras otros, sometidos por el
miedo y la violencia, luchaban y trabajaban por levantar la cabeza, por crecer
libres y pensantes, por satisfacer sus necesidades objetivas como seres humanos
y alcanzar su desarrollo intelectual.
Ahora, tras casi medio siglo, la
Parca nos aguarda, nos lleva, uno a uno, a su guarida y brotan los retoños de
un ayer que, desde el olvido, se tornan regresivos y confunde los conceptos de
libertad, de justicia e igualdad, que manipulan las verdades y las cambian por
mentiras ante la falta de criterio y de opinión de aquellos que deben protegerla.
Es posible que las generaciones
nuevas no puedan ni imaginarse lo que es la dictadura, la imposición de la idea
única, la cultura social que se instauró desde el conglomerado socio-político-religioso
y económico donde el poder absoluto obraba a su antojo, desde la imposición de
su ideario, tras ganar una guerra con la ayuda de sus camaradas alemanes e
italianos (nazis y fascistas)... era la represión del divergente y la censura intolerante sobre toda expresión que no se sometiera a los cánones y valores de sus propios preceptos.
Ayer, 16 de julio, fallecía una
figura importante de aquellos momentos de transición, una mujer que significó
la ruptura de tabúes, la ventana a otro mundo, donde el sexo y el amor dejaba
de ser pecado para ser lo que ha de ser, compartir el placer desde el deseo
mutuo, entre dos personas que se aman libremente.
Con la muerte de Jane Birkin, nos
viene a la memoria aquella canción inolvidable, tan denostada por sectores
conservadores y católicos, "Je t´aime … moi non plus" que
escenificaba, acústicamente, un encuentro sexual con su pareja o marido, Serge
Gainsbourg. Indudablemente, su contenido erótico era estimulante y,
seguramente, fue motivo de sublimes encuentros sexuales y actos onanistas, en
una juventud que rompía las perversas cadenas con grilletes que la propia
religión le colocó, mientras pregonaba: “Dejad que los niños se acerquen a mí”,
poniendo la frase en boca de Cristo.
Seguramente, quien más ganó fue la
mujer, instruida para dejar su cuerpo al hombre como instrumento de placer,
como contribución a una relación de dependencia donde, el macho y su deseo, le
exigía la entrega de su cuerpo como objeto de satisfacción o, en todo caso,
como campo de procreación. El orden moral establecido las impelía a la
anorgasmia, a evitar el placer pecaminoso que, en cualquier caso, solo podría
ser expresado discretamente, como forma de hacer sentir al hombre su poder. La
canción rompía radicalmente con este precepto y expresaba suspiros y gemidos
placenteros que escandalizaron a la sociedad hipócrita de aquellos tiempos.
Tal vez, estas generaciones, no
tengan conciencia del ayer y de lo que significó esta canción, y otros actos o
hechos, que rompieron el muro de la prisión ideológica, para alcanzar la inmensa
llanura de la libertad. Si no saben conservarla, seguramente, tendrá que volver
a repetir una traumática historia por haber sido olvidada, donde la libertad, una
vez muerta, deja su semilla para volver a renacer en otra primavera regada por
la sangre de quienes la reclaman… y eso duele.
D. E. P. Jane Birkin y viva la memoria
que dejó con su canción de libertad.
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