Hace 40 años… ¡¡¡Dios, como pasa el tiempo!!!
Aquella mañana me levanté con otra cara, con otro humor. Parece que al fin
íbamos a poder decidir los españoles sobre nuestro futuro, aceptando el
compromiso de convivencia de una Constitución Democrática, que permitiera
cerrar el pasado y mirar al futuro. Digo cerrar, porque se admitió dejar el
ayer en el cuarto oscuro, como si se olvidara el cubo de la basura que se debió
tirar en su momento, con todas sus miserias e injusticias… dejar la porquería
debajo de la alfombra, pero sabiendo que allí seguía esa inmundicia. Tal vez,
alguien, cuando viniera después queriendo limpiar la casa, levantaría las
alfombras y volvería a aflorar esa mugre del pasado. Ahora no era conveniente
despertar la ira y volver a las andadas, ahora había que permitir que la
vieja generación se fuera extinguiendo para dar paso otra que pudiera mirar
atrás sin miedo ni culpa. Ya buscaría la verdad con la maduración futura y
pondría las cosas en su sitio, sin acritud pero con justicia; craso error,
porque el pasado se proyecta siempre en el presente si no fue bien cerrado.
A pesar de todo, la mayoría estábamos convencidos
que había que pasar página, aun a riesgo de volver a releer, más adelante, el
libro de la historia. La historia siempre se relee, por eso es historia, aunque
el testimonio que quede pueda ser manipulado y falseado por el poder del
momento. Luego, deberán reescribirla los expertos, los doctos que la investigan
sin apasionamiento partidista, sino con la sensatez y la racionalidad que
permite aventarla para soltar el lastre y el polvo que fue acumulando, para que
aflore la verdad por muy cruda que sea. Los pueblos, la gente, la ciencia,
tienen derecho a conocer y vivir en la verdad de los hechos sin que nadie se la
hurte.
El resultado de la Segunda Guerra Mundial había
descolocado al régimen. Sus aliados naturales, aquellos que alentaron la
rebelión militar y le permitieron ganar la guerra civil, habían sido
derrotados. España estaba descabalgada de la Europa que volaba en su progreso,
mientras aquí, separados por los Pirineos, que nos ofrecían Perpiñán para vivir
lo prohibido por el régimen, nos ubicábamos más cerca de África. Ya hacía
tiempo que habían muerto los amigos del régimen, bien autoinmolándose o
reducidos y ajusticiados por su pueblo. El general, fue hábil… ya lo creo que
lo fue. Sabiendo que era un recalcitrante enemigo del comunismo y que la guerra
fría le ofrecía la oportunidad de aliarse con el Tío Sam, todo poderoso
americano, en contra de la tiranía estalinista, se ofreció como bastión de la
lucha. Le otorgó el poder de usar y sufrir en nuestras carnes las bases
militares para intimar al oso ruso. La cuestión era clara, Franco estaba
condenado a sucumbir, pero tras la guerra, los ejércitos vencedores del nacismo
alemán y el fascismo italiano, sin olvidarse de Japón, exhaustos ya, buscaron
la paz y dejaron que África siguiera comenzando tras los Pirineos. Eso sí, con
la condición de que Zaragoza, Torrejón, Morón y Rota, junto a Gibraltar, fueran
las bases desde donde occidente dispondría parte de sus huestes. Ya teníamos
cinco gibraltares, uno inexpugnable inglés y los otros por acuerdo de sumisión
a la potencia colonizadora, pare que, a cambio, permitiera la supervivencia del
régimen convertido en su lacayo; caro precio que nos pone en la picota de
misiles portadores de cabezas nucleares.
España estaba en una terrible diatriba. El
tardofranquismo agonizaba y sabía que solo con un trasplante podría sobrevivir
(paradójicamente el yerno de Franco ya había intentado un trasplante de corazón
siguiendo las técnicas del cirujano sudafricano Christiaan Barnard, pero fue un
fracaso, lo que, permítaseme el sarcasmo, evidenciaba que no estábamos aquí
para trasplantes). Durante cuarenta años, se nos enseñó, a los niños y niñas y
la población en general, las bases del franquismo, los ideales de la España
imperial y la sumisión a las tradiciones que hicieron grande a la patria, sin
considerar, siquiera, que esas mismas tradiciones la fueron aislando de Europa
y el progreso, degradando para pasar de gran potencia universal a país
tercermundista. Dios, Patria y Rey volverían a ser los lemas que sustentarían
la nueva España. Ahora, las cosas estaban claras; volver atrás era imposible,
una aventura de imposición militar semejante a la anterior, pero sin Hitler ni
Mussolini, no tenía viabilidad ninguna. Las fuerzas democráticas habían
aguantado la descomposición del régimen esperando ver caer la fruta madura, apoyadas
por Europa, las democracias de corte occidental y los movimientos sociales de
oposición al régimen.
Entonces decidieron el gran trasplante, pero como no
era posible, simularían el trasplante de un corazón demócrata cambiándose la
chaqueta, mas en el fondo persistiría el valor enraizado, troquelado por el
pasado y la lealtad a su líder ya fallecido. Habían intentado, antes, la jugada
del cambio sin cambiar, pero fue tan clara que no tragó nadie, ni de fuera ni
de dentro. La jugada fue llamada “Espíritu del 12 de febrero”... ¿lo recuerdan?
Consistían en permitir asociaciones políticas, no partidos, bajo el magnánimo
paraguas de los ideales del Movimiento Nacional; o sea, nada de comunistas, ni
marxistas, solo aquellos que defendieran los valores arraigados en la reserva
espiritual de Europa… Pero no coló; el rey ya estaba adoctrinado y sabía lo que
había si no quería perder el favor de occidente (sobre todo de USA), por tanto,
abur a Arias Navarro que tanto nos impresionó con su doloroso llanto, y
bienvenido a Suarez surgido del Glorioso Movimiento, pero consciente de que había
que cambiar para seguir viviendo, hábil sujeto que llevó a las Cortes del
Régimen al harakiri en una trepidante sesión que acabó imponiendo la razón,
pero preservando los derechos e influencias del pasado en el nuevo estado…
Cambia, camarada, para seguir ejerciendo el poder bajo otra camisa, dejando en
el desván de los recuerdos la vieja camisa azul.
A cambio, los otros, dejarían su bandera tricolor,
su himno de Riego, sus muertos en las cunetas y su republicanismo para poder
compartir ese poder de la nueva era en una monarquía parlamentaria. ¿Por qué
no? En la vieja y pérfida Albión hacía siglos que funcionaba y en otros lugares de Europa
también. De lo contrario, el fantasma de una nueva guerra, volvería a asolar la
piel de toro; vale la pena renunciar a determinadas cosas antes de llevar a un
pueblo a la muerte… lástima que en nuestra historia no se haya comprendido y
valorado ese aserto de “París bien vale una misa” aunque se lo impusiera Felipe
II al hugonote Enrique IV para ser rey de Francia. Hubo que vencer muchas
resistencias de la oligarquía, de los adeptos irreductibles en su lealtad al líder
fallecido, de los militares y del catolicismo anacrónico que ya no podría
llevar bajo palio al adalid de la cruzada.
La banca, con su dinero, sabía que el futuro estaba
en Europa. Los ladinos (entiéndase ladinos como astutos) políticos
comprendieron que había que saltar los Pirineos, integrarse en la CEE,
insertarse en la OTAN (se pasó de OTAN NO, a OTAN DE ENTRADO NO, para acabar
diciendo OTAN SI), abrir las fronteras para subirse al carro del progreso y de
la riqueza económica. Por tanto, había que pactar; neutralizar las pueriles y
trasnochadas ideologías del ayer, sucumbir, controladamente, al empuje de las
masas populares que, un día sí y otro también, clamaban en las calles por el
cambio, por la libertad, por la justicia e igualdad entre los seres humanos,
por el debate de las ideas libremente, por la democracia y la soberanía popular
idealizada… Hasta un amplio elenco de próceres religiosos, con Tarancón a la cabeza,
empujados, en buena medida, por aquellos llamados curas obreros, o curas
comunistas para el régimen, apostaron claramente por el cambio en
contraposición a los obispos amarrados al pasado del nacional-catolicismo
(“Tarancón al paredón”, clamaban algunos nostálgicos de inconfundible fe
católica).
Había, pues, que llegar a un gran acuerdo, sí o sí,
en un arreglo convergente para evitar males mayores. Entonces se parió la Constitución
a base de debate. Para mí, incluso visto ahora, fue una magnífica obra de
consenso cargado de tensión, donde se echaban pulsos, se amenazaba con malos
augurios y se negociaban puntos y comas, sentados en una mesa gente tan dispar
como Gabriel Cisneros, Manuel Fraga, Miguel Herrero, Jordi Solé, José Pedro
Pérez-Llorca, Miquel Roca y Gregorio Peces-Barba, los llamados padres de la
Constitución, aunque fueron otros muchos los que directamente o entre
bastidores marcaron el rumbo final. Pasar del fuero de los españoles a una
Constitución sólida, acordada y respetada por todos era complejo. No todos la
votaron, algunos del viejo régimen la desecharon, la denostaron, creando tensión
en Alianza Popular que estaba dividida respecto a apoyarla o no. Al final,
salió el compromiso marcado por el interés del pasado, en un equilibrio casi
inestable hasta que se consolidó tras el Golpe de Estado de Tejero y la entrada
en la CEE y la OTAN.
Ahora, me permito algún símil. Aquella niña ya tiene
40 años y sigue igual. Creo que habrá que llevarla al médico para tratar sus
achaques. Tal vez tengamos que retocarla un poco para que se adapte a los
nuevos tiempos, cambiarle la imagen, el ropaje y reconocer que su fisiología ya
no es la misma, que a los 40 años no se puede tener la misma mentalidad. Tiene
que aprender a adaptarse a las nuevas tecnologías, al manejo de los nuevos
instrumentos, responder a las nuevas necesidades y, sobre todo, darse cuenta de
que sus hijos han crecido y que ya no puede hacer con ellos lo que le venga en
gana, sino que debe tratar con ellos y consensuar cosas para seguir manteniendo
la familia unida desde el respeto mutuo entre todos los miembros.
Cambiemos lo que haya que cambiar si estamos de
acuerdo la mayoría. Yo creo que hay que empezar a hablar de ello para ver que
se piensa y poder acercar posiciones. Los consensos surgen al final, al
principio prevalecen las diferencias, pero no creo que se puedan plantear unas
diferencias mayores que las habidas en los años 70, entre dos enemigos
acérrimos herederos de la guerra. Hablemos, pues, sin miedo y sin querer
imponer, sino negociar cediendo para acercarse al consenso que justifica toda
negociación.
Hoy, en mi memoria, afloran los recuerdos de un ayer
donde se fraguó el tránsito al futuro, al hoy, y tal vez se aprendió, por mi
generación, que para entenderse se ha de hablar sin imposiciones, sino con el
uso de argumentos que emanan del pensamiento racional, hasta convencerse de que
“París bien vale una misa” siempre que no signifique la sumisión a alguien, la
pérdida de la soberanía popular y los derechos que, como ciudadano, tiene todo
ser humano… a veces hay que ceder para ganar uno y los demás. Valió la pena,
sin duda valió la pena… y hoy, la pena, sería perder el sentido del encuentro,
de la articulación de la interdependencia (que no de la independencia, porque eso
dejará de existir en este mundo) respetando esas diferencias que tanto
enriquecen cuando se entienden como sinergias y no como elementos divergentes.
Por tanto, yo me atrevo a decir sin tapujos: ¡VIVA
LA CONSTITUCIÓN! Pero, entendiendo, que una forma de cuidarla es no permitir
que se haga vieja, renovándola y adecuándola a la realidad de cada momento, de
lo contrario morirá de vejez y de falta de energía para dar respuesta a la vida
social de nuestros pueblos… el espejo lo tenemos en otras constituciones de los
países desarrollados y democráticos.
Hay que articular la interdependencia.
¡VIVA, PUES, LA CONSTITUCIÓN VIVA Y DINÁMICA!