lunes, 29 de agosto de 2016

El eterno retorno


Vía Lactea. Nuestra inmensa casa.
A veces las noches son mágicas, o tal vez debería decir que ante el insomnio se abre la magia de la noche. Sí, es eso, pero solo si sabes buscar esa magia. Es una cuestión de pura actitud. Cuando el sueño se resiste puedes llegar a la desesperación dentro de la rigidez mental, de la obsesión por dar a cada tiempo su función… el tiempo de dormir, el de comer, el de trabajar, el de divertirse… Si entiendes que la noche está hecha exclusivamente para dormir te verás atrapado en una situación de angustia y frustración si no consigues conciliar el sueño. Cuando el tiempo te atrapa y te hace su esclavo pierdes la libertad de hurgar en ese tiempo para encontrar las cosas que no le corresponden al momento. Pero, si entiendes que ese insomnio es porque la noche quiere hablar contigo, porque tiene algo que decirte, porque te ofrece la posibilidad de descubrir lo desconocido, porque te abre la puerta a otro mundo de magia, de imaginación y proyección existencial, entonces se te abrirá otra ventana al mundo, al pensamiento y a los sentidos. Las estrellas te dirán cosas, la luna con su cara de plata te hará guiños de embrujo, el firmamento te mostrará su inmensidad y tú irás descubriendo la magia de un orden cósmico, donde las leyes que sustentan la existencia se irán mostrando desde una especie de gnosis interna que aflora en libertad, pues la noche es transgresora y protectora donde todo se conjuga para hacerte más grande, más libre y más cósmico.

Ahora, cargado de años y experiencias, con el bagaje de la vida a mis espaldas, este insomnio es una bendición del cosmos, un regalo que ofrece para contactar con la infinitud del universo, para meditar en busca de la verdad holística, la que lo abarca todo, la síntesis de la existencia de un mundo inescrutable, donde el ser humano no es más que una parte insignificante de un todo inmenso que gira y gira en su espacio infinito, como decía la canción. Ese giro y giro es el eterno retorno (me viene a la mente el postulado de Nietzsche sobre el eterno retorno). Los budistas comprendieron bien ese continuo girar y usan en sus oraciones la rueda de plegaria. Para ellos existe ese retorno, aunque no lo entiendan como eterno sino como contumaz sistema de perfeccionamiento hasta que puedas escapar de esa órbita siendo un espíritu puro.

Ya me entró en mi mente la idea del eterno retorno para ocupar el espacio que dejó el insomnio. No puedo dormir. Me bajo al patio, me tumbo en la hamaca y, sosegadamente, me voy integrando en la oscura noche, que refrenda mi acoplamiento a esa oscuridad hasta permitirme observar los mil matices de sus grises contrastes. En las cálidas noches del verano andaluz la más ligera brisa es un regalo y siento la caricia de la noche con el suave mimo y deleite de su hálito, que muestra su venia entre el balanceo de los pámpanos de mi parra. Me acerco para observar a la luz de la luna el dorado fruto guarnecido por un ejército de hojas verdes, donde algunas empiezan a desertar tomando un tono marrón oscuro que les llevará a secarse y desprenderse de su oficio. Aparece la sensación de un “déjù vu”, pero en este caso real. Cada año por estas fechas se produce el mismo ceremonial en la naturaleza, forma parte del ciclo de la vida y de la muerte, es el eterno retorno.

Mientras que el día es la realidad que te rodea, ficticia o no, cargada de prejuicios, de etiquetas y dogmas y sometida al encorsetamiento social de la cultura donde te integras, la noche es la fantasía, el escape, la magia del sueño. En la noche se rompen las cadenas que atrapan tu mente, derrumbas los muros impuestos por otros para aprisionar tu pensamiento. Cuando duermes es el ensueño el que te libera, sueñas con lo prohibido, con aquello que los miedos te coartan, con la satisfacción de tus frustraciones… el ensueño es el canto y la forma de libertad que ejerce tu mente sometida a la norma. En el sueño, a veces, hay más verdad y manifestación de ti, de como tú eres, que en la vida real. Pero, los sueños se perdonan, sueñes lo que sueñes, siempre estará bajo la protección del subconsciente y a él se le adjudica la culpa y el protagonismo.

Digo todo esto por la complejidad de soñar despierto, por lo transgresor que resulta en esta sociedad pensar y razonar cosas, de desear lo vedado, de cuestionar, incluso, dogmas y verdades impuestas. Soñar despierto es más fácil de noche, cuando el vigilante de la mente descansa o se relaja, cuando la luz del día no nos delata, cuando los ruidos no interfieren, cuando se es más libre. Hay que tener el valor de desvestirse del día para integrarse en la noche, donde la luz del universo nos hace más grandes y nos emancipa ofreciendo una vía infinita para discernir entre tantos estímulos cósmicos. Y es aquí, en mi patio y a esta hora “intempestiva”, donde rompo amarras y vuelo planeando sobre la naturaleza para que me ilustre y oriente, para que me muestre su eterno ciclo de la vida: El eterno retorno.

La naturaleza nos enseña que ese ciclo de la vida es un círculo, una esfera que gira y gira, donde cada año, con sus estaciones, se nace y muere. Florece el árbol en primavera, se carga de hojas verdes y nutrientes para que la  flor fecundada nos dé, en el verano, el fruto y la semilla que geste otro árbol. En el otoño languidece y se produce una mágica muerte, donde se despoja de su manto y quedan sus ramas desnudas, casi inertes, en un invierno sometido a la poda para tomar fuerza de cara a una nueva vida en primavera, iniciando otra vez el ciclo.

Una ráfaga de viento algo más fresco penetra por el patio y despeja, en una pacífica razia, el ambiente. La lona del toldo baila oscilando al ritmo que le marca, la parra mece sus pámpanos tremolantes y el espantapájaros gira al compás de una danza caprichosa a meced del aire. Son las dos y media, sigo sin sueño tumbado en la hamaca contemplando el cielo.

La luna me lanza un destello y me atrapa. Ahora está en menguante, pasará a luna nueva, luego irá a crecente para acabar en luna llena y volver a su eterno ciclo de 28 días. Nuevamente el cielo me muestra el curso de la vida. Todo gira, la luna, el sol, la tierra, las estrellas, los planetas… es la danza del universo de la que no podemos escapar. ¿Será la vida esa danza? ¿Estamos condenados al eterno retorno? Pero, ¿cómo se entiende en nuestro caso? Al igual que el árbol nacemos y florecemos en una juventud de pasiones y deseos que nos llevan a reproducirnos, a dar el fruto, para luego entrar en el otoño de la vida. ¿Será la muerte el invierno? Pero si estamos en el eterno retorno deberemos volver a ser, a iniciar el ciclo. ¿Tendrán razón los budistas?

Uno, que no sabe nada, solo puede conjeturar. ¿Pero no es acaso eso lo que hizo el hombre a través de la historia? Conjeturas, suposiciones, hipótesis, teorías o creencias… nada definitivo, salvo la duda. Solo sabemos la nimiedad que cabe en esa pequeña masa cerebral. Por qué no podría darse la dualidad mente-cuerpo, para algunos alma-cuerpo, donde lo físico es el sostén, la huerta donde se siembra una “energía cósmica inteligente” que requiere de ese cuerpo para desarrollarse, para crecer. Yo soy energía, tú eres energía, todos somos energía. Mi cuerpo es el instrumento, la herramienta, el campo de cultivo, que permite a esa energía manifestarse, desarrollarse y crecer. Esa energía se cultiva a través de la inteligencia, de la elevación del conocimiento, de la comprensión de la verdad absoluta, lejana y utópica, eso sí, pero establecida como el objetivo final que lleve a la bondad madura del sujeto.

El conocimiento… el conocimiento, es la base del desarrollo del ser humano, de la elevación de su espíritu, de su mente, para integrarse lo más posible en ese cosmos que lo sustenta. El conocimiento es poder, responsabilidad y libertad, pero también es peligro para aquellos que no tienen como objetivo facilitarlo a los demás, sino controlarlo y gestionarlo para someter al ser humano a la ignorancia y la sumisión en un materialismo esclavizante. Esa función se ejerció siempre desde el poder y los credos, desde el dominio y apropiación de ese conocimiento. Allí afloran las ideologías y las religiones que dicen como son las cosas que tú querrías saber, para que no te molestes en pensar en más allá de lo establecido, para que seas gregario en ese grupo que ofrece la posibilidad de ser y existir a su modo. Luego, esta sociedad, precisamente llamada del conocimiento, te enterrará en mil datos que mientras más conozcas más importante te sentirás… pero olvidará que no es lo mismo tener conocimientos que vivir el conocimiento. Vivir el conocimiento es empatizar con él; es decir, sentir en tu interior el flujo de la verdad que proyecta ese conocimiento en un sistema interrelacionado, con una visión holística del cosmos donde no hablamos de unas cifras conocidas sino del entramado y las sinergias que las hacen posibles y su repercusión o influencia en la dinámica del mundo. Por tanto, no es lo mismo tener conocimiento que vivir el conocimiento.

Una vez, un paciente, loco él bajo los criterios clásicos de la salud mental, me decía que venimos a este mundo a desarrollar nuestra inteligencia y que en el cosmos había diferentes niveles de inteligencia según la dimensión en que estuvieras. Eran niveles escalonados que él los ubicaba en diferentes planetas. Explicaba ese eterno retorno como la repetición de la vida por reencarnación hasta que hubieras conseguido un nivel de perfección o inteligencia determinado, entonces, a tu muerte, unos seres superiores te llevarían a otro nivel, a su planeta; pero ojo, dentro de los planetas también había clases, se pasaba de uno al otro en función del nivel que se fuera adquiriendo. Qué curioso, al fin y al cabo eso tiene cierta similitud con los planteamientos aludidos de la filosofía y el credo budistas. Pero aquél señor era de campo, casi analfabeto, pero con una inteligencia privilegiada hasta el punto que se le declaró loco. A mí me gustaba hablar con él, lo tenía todo bien atado y encajado en su discurso.

Vuelvo a reseñar la capacidad o posibilidad de que exista un cocimiento gnóstico, esa especie de ciencia infusa que llevamos dentro y que solo es necesario sacarla a flote para actualizarla mediante la meditación, el pensar en libertad y sin corsés o, incluso, el propio azar. Pero, claro, al fin y al cabo somos lo que sentimos, lo que pensamos, nuestro mundo no deja de ser esa percepción real o imaginaria que tenemos, aunque existan otras cosas que escapan a nuestra estructura sensorial que es la que nos suministran la información para computar los hechos y sacar conclusiones. O sea, que seguimos especulando: conjeturas, suposiciones, hipótesis, teorías o creencias… en un eterno retorno, del gira y gira que algo irá cambiando aunque sea imperceptible, pero desde la individualidad anclada en un colectivo con el que se interactúa. Cada uno somos un mundo porque nuestros sentimientos y emociones son singulares, aunque también nos tengan presos y limitados por el aspecto sensorial, pues solo nos llega aquello que sentimos, lo que nuestros sentidos nos ofrecen, nada más… y ello, siempre, nos llevará a la duda sobre el más allá de los sentidos. Tal vez la noche nos ofrezca la posibilidad de abrir el cosmos a esas conjeturas.

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