Pero vayamos por partes. Veamos las fases que
determina la iglesia para ello, o sea para perdonar el pecado mediante la
confesión. Estos serían los pasos:
1.
Examen de Conciencia.
2.
Dolor de corazón.
3.
Propósito de enmienda.
4.
Decir los pecados al confesor.
5.
Cumplir la penitencia.
Fijaros en la similitud con un proceso lógico de
superación del error:
1.
Reflexión consciente sobre el
error.
2.
Sentimiento de culpabilidad y
responsabilidad por lo hecho mal.
3.
Disposición de aprender y
mejorar para no volver a cometer el error.
4.
Buscar apoyo social para que te
oriente alguien con mejor experiencia en esas actuaciones, si lo crees
necesario y/o documentación sobre evidencias científicas que subsanen el error.
5.
Intentar reparar el mal causado
y someterse a los actos que, en justicia,
se desprendan de esa irresponsabilidad; o sea, asumir la
responsabilidad.
¿No le observáis mucho parecido aunque con matices
de gran significancia, sobre todo en el punto 4º y 5º?
Sabemos y hemos vivido personalmente que, en muchos
casos, la mera confesión te liberaba del pecado o, al menos, eso pensábamos
cuando yo era niño. Era como si el perdón fuera un borrón y cuenta nueva, por
lo que podías volver a las andadas. Estábamos perdonados por la clemencia y
misericordia de Dios, que prometía ser infinita, puesto que el hombre es débil
y vuelve a caer en el pecado bajo la tentación de alguien tan poderoso como el
mismo diablo, sobre el que, de forma inconsciente, cargábamos las culpas… “Yo
no quería pero la tentación era fuerte…” Hacíamos uso del 4º y 5º punto y nos
olvidábamos de los tres primeros. En todo caso, apechugábamos con la reprimenda
del cura, escuchábamos su sermón, esperábamos la absolución, que era lo
determinante, y de nuevo a la calle, limpios de polvo y paja, pero en
disposición de volver a las andadas y cerrar el círculo.
Se cuenta como chiste que un señor fue a confesarse
por haber robado un saco de trigo de una era, por el que el cura le puso de
penitencia un padre nuestro. El señor, antes de abandonar el confesionario se
volvió y le preguntó al cura: ¿Padre si rezo dos padrenuestro puedo ir por el
otro saco que se ha quedado en la era…? Se olvidó de los tres primeros pasos el
buen señor y ya suponía que, con el rezo, pagaba a Dios, que le perdonaría de
nuevo, en lugar de pagar al dueño.
Por otro lado, lo importante, también para el cura,
era saber por dónde discurrían nuestros pensamientos y nuestras obras, y eso se
conseguía con la confesión, que no dejaba de ser una especie de trampa donde
caías para que el cura supiera por donde andabas, cual era la desviación del
camino del señor, sacarte tus secretillos que estaban garantizados por el
secreto confesional, había confianza pues, y reconducirte al redil. A veces, en
la confesión, se daba cierta dosis de morbo, con preguntas capciosas, buscando
detalles escabrosos y con cierto regodeo del confesor que acababa dándote la
absolución tras someterte a un interrogatorio casi policial. Claro que, en
muchos casos y en mi pueblo, solíamos ir al confesionario de D. Juan que, al
estar medio sordo, solo parecía escuchar, no preguntaba mucho y daba la
absolución de forma casi gratuita. Este acto de la confesión era un acto de
control del feligrés y, si eras niño, un proceso de reeducación, de
adoctrinamiento para mantenerte y encorsetarte en la fe y el credo; vamos, para
que no te salieras del redil y hacerte sumiso (que también tiene algo que ver
con su misa) y obediente con los principios de la doctrina.
Eso presenta unas diferencias importantes respeto a
la consideración de error, en términos generales, pues el pecado tiene
connotaciones religiosas con un fondo de orientación espiritual, mientras el
error es una constatación de haberse equivocado en el ejercicio de algún
proceso que no se domina bien y se anda aprendiendo. Este último, va más en relación con el
aprendizaje social e instrumental y es una forma de ir desarrollando las
capacidades y la personalidad, a la vez que modelar al sujeto en valores y
principios sociales, en socializarlo mediante los criterios éticos y morales
que tiene una sociedad, pero dejando a su voluntad la forma y el modelo a
seguir dentro de ese contexto ideológico y relacional donde se da libertad de
pensamiento y de ideología para entender la cosmología que nos rige. La
sociedad tiene una plataforma homeostática que define aquello permitido y lo no
permitido en función del modelo social; es decir, un sistema de autorregulación
de la convivencia según sea la cultura e ideas de ese pueblo, de la que no se
puede o se debe salir, salvo que se esté dispuesto a pagar por ello las
consecuencias.
Esa cosmología (leyes generales, del origen y de la evolución del universo) es la base donde sustento los
principios universales que hacen del hombre un ser pensante y tendente al
entendimiento, a la convivencia social, al respeto e intercambio de ideas, y al
aprendizaje de unos y otros, bien de forma directa o vicaria (a través de la
experiencia de los demás), salvo que sea orientado en la confrontación, en la
intransigencia y en la convicción de estar en posesión de la verdad absoluta,
mientras los demás andan equivocados. Aquí entran en colisión las distintas
religiones, que se adjudican la iluminación divina a través de profetas, dioses
encarnados o visionarios que hablaron con dios, y que defienden y siembran fes
y credos contrapuestos que pueden acabar en conflicto, cuando no en guerras de
religión, como pasó en tiempos pretéritos y parece que amenaza ahora con el
integrismo islamista, si no se da, como mínimo, la tolerancia.
Por tanto, ¿qué hacen, a groso modo, las religiones,
bajo mi punto de vista? Pues hacen suyas esas leyes cosmológicas, las ponen en
boca de su dios y las manejan y articulan para imponer la preponderancia de su
credo sobre el resto de la humanidad. Inconveniente de muchas religiones es la
mente cerrada y la falta de disposición a aceptar nuevas visiones de la vida y
la sociedad en desarrollo. Aquí te atrapan, manejan y encorsetan, enquistando
el pensamiento desde el convencimiento de estar en posesión de la ley de dios y
de la verdad revelada a los hombres sin ningún tipo de duda. A eso deberemos
llamarle FE, que es resistente a la argumentación lógica, puesto que el dogma no
se discute. La fe puede convivir, en el marco de esa tolerancia a la que me he
referido, con otras religiones y la propia laicidad, que ya se define como
tolerante y respetuosa con las religiones, siempre que no intenten invadir las
competencias de la administración y leyes del conjunto de la sociedad civil.
Dicho todo esto, he de confesar que hace que no me
confieso cuarenta y pico años, que es mucho confesar. ¿Y sabes por qué? Porque
entendí que cada vez que iba al confesionario pretendían hace de mí un sujeto
como el cura quería y no como lo quería yo. Yo veía un camino claramente y él
insistía en mandarme por la vereda. ¿Era un contestatario? Posiblemente sí. De
aquellos que, en mayor o menor medida, acabaron cambiando el país hacia la
democracia y la libertad, dejando la sumisión y el seguimiento de pastores de
rebaños sumisos y obedientes con lo que ordenaba el padre. Estaba aprendiendo
por aquellos tiempos, como era lógico sigue siendo, y el aprendizaje podía ser
a través de los errores… ¿o podría decir pecados? que yo iba cometiendo.
Entonces decidí aprender del error y no del pecado. El error era más universal,
más humano y más laico. El pecado era más propio de un credo que se basaba en
una fe que yo ya no tenía. Premio y castigo de Dios verbalizado mediante el
ministro que tenía en la tierra, que era el cura, que solía decir: “No hagas lo
que yo hago sino lo que yo digo”... vaya ejemplo… pero valoraba tu pecado, te
redirigía hacia su objetivo y te imponía el precio del perdón.
Entiendo que, en aquellos tiempos, se andaba
fraguando el librepensador que ahora soy, interesado en los estudios, en
aprender y conocer cosas, en saber lo limitado que está uno y en la necesidad
de tener la mente abierta para digerir todo aquello que forja nuestra
personalidad y la forma de ver y entender la vida en su sentido más amplio y
sin restricciones. Tenía que ser estrictamente contestatario con todo aquello
que no entrara en mi cabeza hasta hacerlo racional y entendible, y, el cura, no
me ayudaba con su pertinaz sentido de la religión y del sometimiento al dogma y
a su ideario político-religioso. Cosa que no ocurrió con los Jesuitas, donde
estudié en clases nocturnas, como buen currante, hasta terminar COU. Ellos
respetaron mi libre albedrío y me enseñaron precisamente a elegir, pensar y
determinar el camino que debía seguir en el marco de lo que se llamaba por
aquel entonces la “teología de la liberación”.
Por eso me desvinculé de la religión, a pesar de los
maestros jesuitas. No de las buenas personas religiosas, a las que les respeto
su fe y en algunos casos quiero especialmente, aunque yo no la comparta, y
donde, por lo general, veo un ser humano preocupado por el bien de los demás y
cargado de humanismo. Habría que decir: “Bienaventurado el que tiene fe porque
entiende que su vida trascenderá al infinito”, mientras en el caso del
escéptico, como yo, todo son dudas y expectativas. Yo mientras tanto seguiré
aplicando los 5 puntos para superar los errores y elegiré, si lo creo
conveniente, el apoyo social de quienes puedan aportarme la mejor solución u
orientación que deberé valorar con mi propio proceso racional o cognitivo. Yo
creo que no estoy pecando por ello…
4 comentarios:
Es tanto lo que me sugiere esta reflexión tuya, que volveré cuando disponga del tiempo suficiente para compartir mi pensamiento. Da gusto encontrar rincones como el tuyo donde poder reflexionar.
La palabra usada en los manuscritos originals que hoy en dia se interpreta como "pecar" queria decir "errar" o "fallar". La iglesia solo quiere controlar los filigreses, así manteniendo una necesidad por sí misma. Tu estas mucho mas adelantado espiritualmente que casi todos los beatos que ciegamente aceptan las enseñanzas de sus religiones.
Gracias, Carmen. Compartir el pensamiento es abrir otra ventana a la vida por donde se mira una realidad común...
Un abrazo
Amigo Richard, la confesión tenía un trasfondo inquisitorial y controlador de las desviaciones heréticas.
El acto de constricción y el deseo de no volver a repetir el error se puede hacer en la intimidad con Dios, en el caso que se crea en su existencia.
Saludos
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