Una vez, hace tiempo, bastante tiempo, cuando yo
tenía responsabilidad en la gestión hospitalaria, me dijo un sindicalista: “O
nos apoyas o te quietaremos el poder”. Aquello tenía visos de chantaje, de
sometimiento a través del miedo y el apego al poder. Debía ser habitual que la
gente que anda por el poder acaba pactando hasta con el diablo para seguir
ostentándolo. Una vez llegados a determinados niveles de poder, la gente suele
agarrarse a un clavo ardiendo para, no solo seguir con el mismo, sino
incrementarlo en esa dinámica de la “erótica del poder”. Para mí, el poder,
nunca fue un objetivo, pero sí lo fue tener
el poder adecuado y suficiente, el que pudiera garantizar, con mi propia
inteligencia, el desempeño de mis obligaciones. Más poder te lleva al fracaso
cuando tu inteligencia no está a la altura de esa demanda, menos poder te deja
en la frustración.
Pues bien, ante semejante dislate y sin pensármelo
mucho, casi como un acto reflejo, yo le respondí al sujeto: “Mi poder es mi
inteligencia y esa no creo que me la puedas quitar tú ni nadie como tú.”
Luego le he dado muchas vueltas a esa expresión de
reafirmación personal, de constatar mi libertad. Es más, desde aquellos tiempos
fui derivando hacia el convencimiento de que quien se somete al poder de un
grupo acaba perdiendo, o condicionando, el propio. No quiero decir con ello que
no deba uno integrarse en grupos, sino que, aunque se esté en un grupo, no se
ha de renunciar al poder que se desprende de la propia inteligencia, o lo que
es lo mismo, al uso libre de las capacidades intelectuales personales. O sea,
no debemos ser borregos y dejarnos llevar, sin criterio propio, por lo que
dicten los demás individual o colectivamente. Mi inteligencia, mi unicidad,
solo a mí corresponde gestionarla. No puedo ni debo someterme a dogmas, normas,
credos o ideologías que no hayan pasado antes por la asunción de las mismas
desde un punto de vista racional, y, siempre, con un espíritu crítico,
dispuesto a aceptar aquello que entiendes como adecuado y rechazar lo
contrario.
Toda organización, sea religiosa, política o de
cualquier forma, que tenga poder e influencia en la sociedad, tiende a buscar
adeptos, a integrar personas que le den el aval para ejercer ese poder
colectivo; mientras más seamos más poder tendremos. Ahora bien, cuando se mete
el poder (léase también inteligencia) de todos los integrantes de un grupo en
el saco, alguien lo ha de gestionar y es ahí donde aparece la necesidad de
estructuración organizativa, de la representatividad, del dominio. Pero si su
estructura organizacional es piramidal, lo más normal es que imponga sus
normas, formas de pensar y actuar, estilos y dependencia desde esa
verticalidad. Tenemos dos ejemplos claros de poder omnímodo, totalitario y
vertical, como son la religión y el ejército, además de determinados partidos
políticos, por no decir todos.
A lo largo de mi vida he llegado a la conclusión de
que uno ha de ser leal en este mundo; pero primero lo ha de serlo consigo
mismo, después con los demás, con aquellos que están en la misma línea y no
socaban tu librepensar. La lealtad, en nuestra cultura, siempre se planteó
hacia fuera, hacia la gente, hacia las organizaciones, hacia la patria, la
religión o el grupo de pertenencia. Era como un sometimiento al entorno, como
renunciar a tu identidad para dejarte en nada, en un miembro sumiso y obediente
del poder establecido, en un grano de arena o en una gota de agua del océano,
que se sacrifica por los demás sin importarle su propia esencia y desarrollo
personal. Pero la lealtad no es someterse, sino aportar aquello que cada cual
es capaz de crear, de elaborar, de pensar y racionalizar para hacer más rico al
grupo. Si yo crezco crece conmigo todo lo que me rodea, todo aquello que
también se alimenta de mi existencia en sentido relacional. No se puede acusar
de desleal a quien libremente piensa y deja sobre la mesa su pensamiento; en
todo caso es un creador que nutre al grupo para su crecimiento y desarrollo.
Eso sí, cuando ese librepensamiento pone en tela de juicio el poder
establecido, se le acusa de traidor, de desleal, de hereje y se le lanza al
fuego de la purificación. Nuestra historia está llena de casos en que quemaron
la libertad de pensamiento en sacrificio del sistema de poder imperante. Lo
malo es que eso sigue funcionando y cuando alguien con poder, sea religioso,
político, militar, económico o de cualquier otro tipo, se siente refutado y sin
argumentos convincentes para neutralizar el razonamiento que lo cuestiona,
acaba denigrando, descalificando, denostando, agrediendo… a quien, entiende, le
está dañando.
Nos falta la disposición a escuchar para asimilar y
no para contraatacar. Lo que otro piensa nos puede ayudar a ver mejor las
cosas, a entender el mundo desde otra perspectiva, a completar nuestra visión,
saliendo del reduccionismo del pensamiento único, incuestionable y enquistado
por normas, credos y dogmas que no nos permiten ir más allá de lo que se nos
dice.
Por eso, yo acabé por identificarme con el librepensamiento,
como persona que no cree en nada hasta que le ve sentido y razón, como sujeto
que no niega nada hasta que ha quedado demostrada su inexistencia, como individuo
que usa la mente para pensar y crecer intelectualmente neutralizando las
variables que interfieren el proceso. Soy consciente de que estoy en una
sociedad donde se han de conjugar intereses muy variados, donde quien ejerce el
poder lo hace en beneficio propio o de su grupo, donde las instituciones las
sostienen los hombres que viven de ellas. Puedo creer en un dios hipotético,
pero no en las religiones, puedo creer en el hombre pero no en cualquier
organización, puedo aceptar, y acepto, las normas de convivencia y el contrato
de relación social, pero no cualquiera, sino las justas, las que no anteponen
el interés de grupos al de las personas, las que no someten al individuo, las
que permiten el desarrollo individual y colectivo como forma equilibrada de
sostenimiento social y natural de un proyecto global en beneficio del ser
humano, mediante una filosofía humanista.
Esta posición de librepensador, hace, a veces, que
uno se sienta en soledad, incluso incomprendido, objetivo de las suspicacias de
quienes andan en la mediocridad y se sienten agredidos por el pensamiento
racional y crítico; son aquellos a los que tu pensar les revuelve la conciencia
y desestabiliza su natural tranquilidad fundamentada en el sosiego de unos
principios inalienables, incuestionables y enquistados... sometidos al dogma.
¿Para qué pensar por sí mismos si ya hay quien piensa por ellos y les dice como
son las cosas? Los otros son más inteligentes, más capaces y preparados para
pensar y concluir ¿para qué comerse el coco y acabar errando desde la
incapacidad e incompetencia para pensar? Pero, esa sensación de aislamiento, es
el impuesto que se ha de pagar para sentirte libre. Otras veces encuentras a
gente que comparte tu sentido de la vida y aflora el encuentro y desaparece ese
sentimiento de soledad, y te sientes reforzado para seguir en ese proceso de
comunión intragrupal.
Admiro a quienes fueron libres en su pensamiento, a
quienes fueron rompiendo los esquemas encorsetadores de una sociedad oligárquica
y anacrónica que bloqueaba el libre desarrollo de las personas. Admiro a quienes
claman contra la imposición, contra el abuso de poder, contra los que alienan a
la ciudadanía para mantenerse en su estatus dominador. Me dan pena los que
sirven como lacayos, los que se someten y acatan sin rechistar, los que son
meros instrumentos del poder sintiéndose alguien por ello. Admiro al mismo
Jesucristo, que habló claro contra la hipocresía farisea de una religión
establecida, que vuelve a presentarse en la actualidad al amparo de su propio
credo y evangelio. Pero sobre todo, admiro a quienes fueron capaces de abrir la
mente de la gente para hacerles ver lo que otros le tapaban, a los
librepensadores de la ilustración del XVIII francés, a los actuales defensores
del Humanismo Secular y su apoyo a la laicidad. Es evidente que el poder de su
mente, de su razonamiento, nos llevó a un mayor grado de libertad y que son un
ejemplo a la hora de ver, valorar y comprender el mundo, ese mundo que tenemos
y debemos construir en el día a día para hacer del mañana un lugar más libre y
humano de cara al desarrollo de nuestros hijos y nietos.
8 comentarios:
Llevas razon
"Muchos son los llamados y pocos los escogidos" Tú eres uno de esos escogidos. El precio a pagar es alto, sí, porque no sólo es un ejercicio a nivel político o religioso sino como bien apuntas, es un ejercicio que ha de hacerse día a día. Cada grupo parece tener sus consignas, su propia forma de hacer las cosas y parece que para compartir con ellos, tienes que decir amén o de otra manera, si apuntas maneras de librepensador, la soledad es el precio, el aislamiento al que someten esos grupos liberales que te dicen "cada cuál es libre" pero si no aceptas nuestras condiciones, mejor te vas. Es como decir, sin decir, no nos gusta que nos aporten nuevas ideas. En fin amigo, como siempre tú, poniendo el dedo en la llaga. Porque el poder sólo se puede ejercer sobre otros, si esos otros se dejan, y a juzgar por las pruebas de la vida, son más lo que se dejan que los que ejercen el poder. No sé quiénes son peores, o mejor dicho, para no entrar en juicios de valor, no sé quién hace más daño. Particularmente, nunca se me dieron bien los grupos, yo soy más del tú a tú y en el peor de los casos, del yo a yo. En cualquier caso es difícil mantener el pensamiento a salvo. En fin...sin fin...Un abrazo.
Gracias, Antoñi.
Carmen, una vez más estamos en sintonía respecto al modo de pensar y sus consecuencias. Tu comentario es un complemento a mis reflexión.
Un abrazo afectuoso
Buenas noches, Antonio.
Esta es una reflexión clara y muy cabal sobre algunos de los condicionantes humanos: Pensar por uno mismo requiere muchísimo más esfuerzo que dejarse llevar y aceptar como dogma lo que otros nos proponen.
Pero tengo una duda: ¿no fueron los inspiradores de estas doctrinas que hoy alinean a millones de personas, libre pensadores en sus orígenes? ¿No fueron, estas personas, en contra de la doctrina establecida y fundaron la suya propia pretendiendo liberarse y liberar a sus iguales?
Estoy de acuerdo contigo Ibso. El proceso del librepensamiento es personal e intransferible en función de la capacidad de cada cual. Es creativo y puede establecer una visión nueva de las cosas, véase el caso de Jesucristo, y de Karl Marx y lo que luego ha pasado. En cuanto se ha aplicado al poder los poderosos lo acaparan y volvemos a la alienación para someter al personal. Ya comento en el escrito lo de los fariseos (sepulcros blanqueados) que denunció Jesucristo y ahora son fariseos los que dicen seguirlo a él y dirigen, desde un poder omnímodo, la iglesia.
Saludos
Entonces, si cualquier doctrina que originalmente es ideada para liberar de la alineación, del control del poder, es utilizada a la postre por ese mismo poder para volver a producir el mismo efecto que se trababa de combatir,... ¿cómo rompemos este circulo viciado?
Yo creo, Ibso, que el librepensamiento es la base de esa forma de romper el círculo. Las doctrinas, para que sean efectivas, han de ser asumidas por un importante colectivo que las acepte, pero cuando el librepensamiento y el libre albedrío son el sustento del razonamiento, de la capacidad de discernimiento, la cosa cambia, ya no se puede manipular tanto, pues los hombres tienen criterios propios y huyen del dogma, la mentira y la manipulación.
En suma, para romper el círculo, bajo mi opinión, se ha de educar a los seres con un pensamiento libre que les aparte de la mediocridad alienante y les acerque a un ejercicio de la libertad responsable y comprometido.
Bueno esto es lo que yo pienso y creo, pues entiendo que somos parte de un todo que hemos de mejorar con la aportación mediante el desarrollo de las individualidades que conforman ese todo. Es como si cada gota de agua en el océano asumiera la responsabilidad de preservar y desarrollar su propia pureza para conseguir un mar nítido y puro.
Un saludo
Publicar un comentario