Corría 1981, acababa de cumplir 30
años y tenía una hija que cumpliría los 5 al día siguiente, y un niño de 6 meses
cumplidos ese mismo día. Era 23 de febrero, un aciago lunes para el olvido. No
recuerdo que climatología había pero, para mí, fue un día muy gris. Me había
levantado, como casi todos los días que iba a trabajar, sobre las 7 y cuarto de
la mañana, para coger el relevo a las 8. El día transcurría normal, mi
actividad en psiquiatría me llevó a pasar una consulta con el psiquiatra de mi
equipo y hacer las tareas habituales de enfermería.
Por aquel entonces trabajaba en dos
sitios. Eran tiempos de déficit de enfermeros, o ATSs como se nos llamaba por
aquellas fechas, lo que hacía que las ofertas de trabajo llevaran a un
considerable número de profesionales a ejercer su actividad en dos, e incluso
más, empresas. Yo lo hacía en el servicio de psiquiatría de la Diputación en el
turno de mañana y por la tarde o noche, según el caso, en la UCI de Cirugía
Cardiovascular de Carlos Haya.
Creo recordar que en mi turno de
tarde, ese día, estaban Cristina como enfermera y Mª Luisa como auxiliar. Esta
última era una de aquellas defensoras a ultranza del franquismo, que vivía con
mucho desagrado y crítica el proceso evolutivo de la política de nuestro país,
le reventaba que Carrillo estuviera en el Congreso junto a la Pasionaria.
Consideraba a Suarez y al propio rey como traidores a los principios fundamentales
del viejo régimen, pues habían jurado acatarlos. Su ídolo era Blas Piñar y su
grupo Fuerza Nueva. Eso sí, no solíamos discutir de política en el trabajo
cotidiano, sobre todo con ella, pues se exaltaba en la defensa de sus “ideales”
con demasiada facilidad. El terrorismo, los nacionalismos, el socialismo y comunismo,
etc. eran una lacra con la que había que terminar por una vía expeditiva.
España era incuestionable y estaba claramente definida por sus fronteras. Era
su territorialidad y no su gente, que debían pleitesía y sometimiento a esos
principios que ornaban el aguilucho franquista: “Una, grande y libre”. Qué
curioso que hablaran de una España libre quienes la habían sometido por el
poder de las armas.
El hecho, para no irme por los cerros
de Úbeda con este relato, es que teníamos una tarde cargadita de trabajo. A mí,
en el reparto de responsabilidades, me tocó el paciente recién operado. Era una
valvulopatía, que requirió un implante de una prótesis, creo recordar, de
carbono, que era lo habitual. Arduo trabajo, pendiente del sangrado por los
drenajes mediastínico y pericárdico para controlarlos y prever y yugular
cualquier tipo de hemorragia desestabilizadora… vigilancia intensa, cuidado y
acción para evitar que los coágulos de los drenajes obstruyeran el mismo.
Aquello podría llevar a la parada cardiaca por el taponamiento y a la muerte
del paciente. O sea, en resumidas cuentas, yo andaba, como siempre a lo mío, lo
que no impedía que ya me hubiera tomado mi café y haber fumado un cigarrillo en
el office. Hoy me resulta impensable, pero en aquellos tiempos se fumaba
furtivamente, incluso, en el propio módulo.
Sería algo más de las seis de la tarde
de aquel lunes fatídico, cuando entró la auxiliar “facha” con una alegría que
le inundaba todo su ser, una sonrisa de oreja a oreja y una agitación
inusitada, diciendo que había entrado la guardia civil en el congreso de los
diputados y se había producido un Golpe de Estado.
Un frío y estupor me embargó y sentí
como si me hubieran dado una descarga eléctrica, no sabía que decir, qué hacer
o pensar. Será una broma, le dije. Pero el transistor que traía nos sacó de
dudas. Ese fue el medio por el que nos fuimos dando cuenta y conociendo cómo
evolucionaban las cosas. Tejero, sujeto de infausto memoria, entró en el
Congreso y, a golpe de pistola, hizo callar la palabra. Otra vez, las armas
hacían enmudecer al verbo. El arma mata, la palabra acerca, pensé. Poco después
Milans del Bosch saca los tanques a la calle en Valencia, la radio nacional
solo daba música militar, mientras la SER seguía informando en libertad sobre
los hechos. Un despiste de los golpistas en el Congreso y la habilidad de un cámara
que apagó la pantalla para que los insurrectos no vieran que estaba funcionando,
permitió seguir emitiendo imágenes durante un buen rato de todo lo que sucedía
en el interior del parlamento. Debieron darse cuenta ellos, o sus compinches
del exterior, al ver esas imágenes y anduvieron buscando cual cámara era la que
emitía, hasta que la descubrieron y nos quedamos ciegos.
Mientras tanto, tomaron los estudios
de TV española y andaban a la espera de que la División Acorazada Brunete
saliera a la calle y controlara Madrid. Difícil papeleta se nos avecinaba a los
que nos sentíamos demócratas. Mª Luisa estaba exultante, pero el resto no. Le
conminamos a que se callara y nos dejara tranquilos, pues continuamente aludía
a que habían llegado los suyos y bla, bla, bla…
Trabajar en esas circunstancias es
complejo. Primero por ver cómo se desmorona un trabajo y unos derechos que se adquirieron
con tanta lucha, luego la preocupación de cómo estarán en casa tu mujer y tus
hijos, después las dudas que se andan generando sobre el futuro inmediato y un
largo etc. que te llena de desasosiego, zozobra e inquietud. No había las
posibilidades de comunicación que hay hoy día, los teléfonos móviles no
existían, ni internet, ni los WhatsApp y todos estos medios que pueden burlar cualquier
intento de censura. Conseguí, a duras penas y tras mil ruegos a la centralita,
contactar con mi familia. Mi mujer, ayudada por su hermano, ya se aprestaba a
conseguir provisiones por si las moscas, sobre todo leche y alimentos para los
niños, con lo que me quedé algo más tranquilo. Mientras tanto todo era
contrastar información a través de los
distintos medios de comunicación con los que se contaba en todo el hospital.
En algunos mayores pervivía el
recuerdo del llamado Alzamiento Nacional de 1936 que fue el preludio de la guerra
civil. Eso horrorizaba. Volver al pasado, a una potencial guerra, a confrontación
y muerte, a la España dividida (que ya de por sí lo estaba), a la dictadura, a
las supresión de libertades, de los partidos que en aquellos tiempos no eran
como ahora, de los sindicatos que luchaban denodadamente por mejorar la vida de
los trabajadores… Los fantasmas de la España gris y opresora se cernían sobre el
país. Una extraña sensación de amargor, miedo, indefensión, inquietud y
desesperanza se adueñaba de nosotros o, al menos, de mí.
Mucha incertidumbre. ¿Habría que
quedarse allí esa noche y, en todo caso, hasta cuándo? No podíamos abandonar la
asistencia. ¿Podrían venir los relevos? ¿Nos militarizarían si prosperaba el
golpe y había conflicto con muertos y heridos? Puffff… ¡Qué estrés! Pero todo
aquello no podía convertirte en inoperante, pues la vida de los pacientes
estaba en peligro. Era difícil concentrarse y hacer un buen trabajo bajo aquellas
circunstancias, máxime con aquella auxiliar “facha” que no paraba de mostrar su
regocijo y entusiasmo y que se escaqueaba de toda actividad, por lo que había
que dar la cara doblemente.
Yo tomé una decisión, tras analizar
la cosa con la mayor frialdad posible. Dado que no podía hacer nada para
mejorar la situación y para neutralizar el golpe, debía centrarme en mi
trabajo. Ello me permitiría desconectarme de aquella presión y seguir garantizando
la asistencia a mis pacientes a la vez que me distraería y relajaría. No pude
evitar la preocupación por lo que pudiera pasar fuera, por mis hijos y mi
mujer, por mi casa y mi gente, como es natural, pero al menos tenía la certeza
de que las tropas no habían salido a la calle en Málaga.
Me acordé de muchos de mis amigos, reputados luchadores, con cierta
inquietud por su futuro inmediato y qué medidas habrían tomado para protegerse.
Yo no era un militante de la política, sino un sujeto de izquierdas inmerso en
la dinámica social que arrollaba al viejo régimen y nos llevaba a la
democracia, pero estaba rodeado de gente mucho más valiente y comprometida que
yo, que se jugaban el tipo valerosamente.
Fueron pasando las horas, fueron
decantándose las cosas y, al final, llegó el relevo y pudimos irnos a casa.
Luego, una vez en casa, apareció el rey con su discurso. ¿Por qué tardó tanto
el rey en definirse públicamente? Negros nubarrones se cernieron sobre la
corona y aún hoy día siguen sin despejarse en su totalidad. Hay preguntas sin
respuestas. La complejidad del caso no acaba de facilitar su aclaración.
Para mí, ahora, solo es un día de
infausto recuerdo, de un loco gregario alienado que invadió un parlamente
agrediendo a la soberanía de todo un pueblo en nombre de su España, que no era
la mía. El recuerdo de un grupo de gente inmoral, o al menos amoral, que
comulga con el desprecio a los demás y que se creen con la función mesiánica de
salvar su España. Gentuza que, al amparo de su Nacional-Catolicismo,
impusieron, controlaron, adoctrinaron y sembraron el espíritu antidemocrático
que persiste en nuestra actividad en el ejercicio de la política. Creo que este
país no tendrá arreglo hasta que surja un espíritu nuevo capaz de aglutinar a
la gente y hacerlas entenderse en busca de una misión común de mojara de la
vida y la calidad de las personas. Eso solo se hace con la educación, pero mientras
nos sigan adoctrinando en estos planteamientos clásicos seguirá habiendo
desencuentro. Lo que nunca pensé es que a estas alturas estaríamos así,
gobernados por los herederos del “pasado anterior” y en proceso de regresión en
derechos, desmontando el Estado del Bienestar para entregarlo a sus amiguetes
mediante la privatización del patrimonio común de los españoles.
Guardias Civiles saliendo del Congreso por la ventana una vez se rindieron |
5 comentarios:
Agradecida, Antonio, por tu palabra sobre esa fecha vivida por vosotros, que aunque no lo creas, fue observada con mucha atención por esta chilena. Tus preguntas, dudas y temores de ese momento, me hacen recordar nuestro pasado....
Un abrazo
Maffi
Parece mentira que hayan pasado 33 años y estemos como estamos. Muy bien contado y reflexionado.
Un beso
Muy bien explicado Antonio, yo también lo recuerdo como si fuera ayer, yo tenia entonces 24 años y recuerdo que cuando me dieron la noticia le estaba dando un biberón a mi hijo Sergio el mayor de los dos que tengo y que también tenia entonces seis meses. Cada 23 de Febrero recuerdo ese momento con mi bebe en brazos y la angustia que me causo la noticia. En fin todo quedo en un susto que ojala nunca mas tengamos que volver a vivir. besos. Dolores Romero.
Mis sentimientos de aquella tarde fueron pasando de la sorpresa, primero, a la rabia. Lo primero que pensé fue: Otra vez. Despues se unió la esperanza de que se fustrara el intento de golpe de Estado. No me entraba en la cabeza que se salieran con la suya cuando conocía a tantos demócratas. Un abrazo, Antonio.
Que momentos tan angustiantes, que terrible. Yo vivía en Estocolmo en esa época y recuerdo los sucesos de haberlos seguido en las noticias. Menos mal, menos mal que no prosperó. Pero que terrible que se acabe ahora con el Estado de Bienestar y los derechos tan duramente adquiridos. Una tristeza. Bien dices que se necesita -o yo interpreto que dices- un gobierno de unidad nacional que vayaq al encuentro y gobierne por, la ciudadanía y no en pro de sus intereses particulares y bolsillos.
No tienes idea de lo mucho que deseo que España salga de esta crisis, y que la corrupción e inpunidad no reinen en y fuera de España.
Un fuerte abrazo
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