Opinión | Tribuna
Publicado
en el diario La Opinión de Málaga el 08 FEB 2025 7:00
https://www.laopiniondemalaga.es/opinion/2025/02/08/creo-politica-pesar-politicos-114089957.html
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Acabaremos no creyendo en la política, sin diferenciar la
política del político, que son, a mi entender, dos cosas bien distintas, aunque
deberían ser complementarias
Es terrible
leer las declaraciones de la señora Ayuso a Ana Rosa Quintana. / Diego Radamés
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Tengo total y absoluta convicción
de que el deterioro del mundo político solo sirve para dar poder a las fuerzas
emergentes, que pretenden instaurar un nuevo orden mundial, como son aquellas
que hacen del dinero el principal valedor de toda nuestra sociedad. Me refiero
a los oligarcas que, en alianza, anhelan instaurar una plutocracia, o sea el
gobierno de los ricos, en detrimento de la democracia.
Connivencia
En un Estado democrático quien
tiene el poder de elaborar las normas y leyes es el legislador, los parlamentos
que emanan de la voluntad popular en alianza entre el pueblo y la política,
cuya complicidad determinará las leyes. Esto no es plausible si no existe esa
connivencia entre la sociedad y el Estado democrático. Ello, a la vez, implica
una capacidad de exigir responsabilidades a los gobernantes por parte de quien
los votó, de dar y retirar la confianza en función de los resultados de su
gobernanza.
Ahora bien, la ciudadanía tiene que
tener una serie de valores que conformen una línea ideológica elemental, donde
el ser humano sea la base de la misma y considere al dinero como mero
instrumento para procurar el desarrollo de las personas y no a la inversa. El
progreso, bajo mi punto de vista, se entienda inherente a la evolución de
planteamientos humanistas, a la realización del individuo en consonancia con
sus potencialidades y en equilibrio con su entorno, y no como un mero poseer
más medios materiales, más tecnología, a veces innecesaria, invadiendo el
mercado y llevando a un consumismo irracional. Si queremos un sistema sostenido
de desarrollo debemos atenernos a los recursos disponibles y gestionarlos
racionalmente, para que alcance al conjunto de la población y no se mantenga el
despropósito que tenemos en la actualidad que, desde el aspecto económico,
conduce cada vez más a la fragmentación social con inmensos ricos y miserables
pobres.
El mundo económico desalmado
Y, claro está, al mundo económico
desalmado que piensa antes en el dinero que en las personas, que cultiva los
valores de la competencia salvaje, y para el que la gente solo tiene valor si
sirve a sus propósitos de desarrollo económico, le interesa dominar la política
de todos los países, cosa conseguible al domeñar al político. Este dominio
puede ser directo o indirecto. Es decir, sometiendo a los políticos a sus
deseos para que ejecuten la política que les interesa a ellos, o sea, hacerlos
sus lacayos mediante el chantaje, la compra o la corrupción; o bien,
desprestigiarlos a todos ante sus propios votantes, la ciudadanía. El
desprestigio es un proceso simple, pues se les acaba responsabilizando de todo
lo nefasto que ocurre, ‘piove, porco governo’, o bien se les corrompe, cosa
relativamente fácil cuando llega a la política gente de bajos valores morales y
éticos aupados por una sociedad poco exigente, partidista a ultranza e
ideológicamente mediocre.
La alternativa es la liberación de
la mente del clientelismo político e ideológico, la ruptura con el sesgo
confirmatorio, la educación para pensar y discernir, el ejercicio del libre
albedrío implicándose responsablemente en la gobernanza mediante el voto. Es un
proceso educativo que libera al sujeto de los dogmas y lo dota de criterio, que
lo hace más libre a la vez que más comprometido con la propia sociedad,
respondiendo y haciendo responder a los gobiernos. Es una cuestión de actitud y
compromiso.
Observamos un trabajo subliminal y
disruptor, que se realiza desde diferentes medios ya sometidos a la propiedad y
dominio de sus amos, que va alienando al ciudadano hasta jugar con ese libre
albedrío y hacerles ver verdad donde hay mentira. En ello incluyo la
deconstrucción del sistema, de sus valores morales y éticos, del sentido
humanista de la existencia, o el cultivo del egocentrismo en detrimento de la
libertad y la fraternal solidaridad.
Todos los políticos no son iguales
En todo caso, para conseguir el
desafecto entre el pueblo y la política, solo basta con generalizar e incluir a
toda la clase política en un grupo dominado por la corrupción, bajo la
expresión: «Todos los políticos son iguales». Gran parte de la clase política,
que sería la primera interesada en limpiar su imagen, acaba embarrándolo todo
con tal de conseguir sus abyectos objetivos partidistas. Incomprensiblemente
tiran piedras sobre su propio tejado sembrando el desencanto y la desafección.
Así acabaremos no creyendo en la
política, sin diferenciar la política del político, que son, a mi entender, dos
cosas bien distintas, aunque deberían ser complementarias. Hemos de creer en la
política como forma de gobernar una sociedad y en la democracia como fórmula
para controlar, regular y determinar el ejercicio político de soberanía
popular. Hemos de reclamar la dignificación de la política y condenar a los
políticos y a los grupos de poder que la deterioran, utilizan y manipulan en su
propio beneficio.
Es desolador ver como se practica
una política canalla, abyecta, torticera y obstruccionista. Existen políticos
verdugos de la política, destructores de la convivencia, cultivadores del odio
y la confrontación. Son tóxicos antidemocráticos infiltrados en la democracia
que, bajo su amparo, solo pretenden dinamitarla. Sus irresponsables y
tendenciosas declaraciones, sus insinuaciones, sus continuas hipérboles y
elucubraciones siembran desafecto y desconfianza en las instituciones y crean
tensiones. Soplan vientos de motosierra, de bulos y mentiras, de negacionismo,
de cuestionamiento de la ciencia desde una vulgarización de la cultura y el conocimiento
a través de las redes sociales, que desinforman desde la ignorancia mediante
‘influences’ que crean estados de opinión inconsistentes, cuando no perversos.
La política canalla y filibustera
El discurso político se ha hecho
canalla. La verdad ha huido de las bocas infectas que solo pretenden preservar
sus intereses partidistas y personales buscando el asalto del poder. Todo vale
con tal de rendir al contrincante y alcanzar el poder. Es terrible leer las
declaraciones de la señora Ayuso a Ana Rosa Quintana. Ya no se trata solo de
conductas histriónicas, sino de ideas de referencia con contenido delirante,
que pueden cuajar en delirio de referencia patológico con rasgos paranoides, al
manifestar que Sánchez la quiere matar… En esos discursos hiperbólicos e
irracionales, la realidad no se trata, no se analiza, se oculta, y su
virulencia atrona los oídos de la ciudadanía opacando la corrupción de su
entorno.
En este estado de cosas, todo está
bajo sospecha, los gobiernos, la justicia, los legisladores, pero sobre todo
los políticos; o sea, el sistema. De eso se trata de potenciar la entropía que
diluya la cohesión social. Los buitres siguen volando, planeando a la espera de
que caiga el cadáver, en un harakiri de la propia sociedad, para nutrirse con
su carroña. No hacen nada, no dan soluciones, solo van denostando, gritando,
oponiéndose a todo, denigrando, identificando enemigos y creando odio,
desacreditando el sistema para crear desafección, para que el pueblo, hastiado
de la política, busque mesías salvadores que triunfantemente vengan para
establecer un sistema férreo de dictado y caudillaje, postergando los valores
humanistas de toda sociedad democrática. Entonces vendrá el ‘Cuarto Reich’, que
ya asoma la patita, allende el Atlántico, como un elefante en una cacharrería…
Sería conveniente hacer pedagogía.
Creer en la política, recuperándola a través del ejercicio decente de la misma.
La política es necesaria e imprescindible para gobernar una sociedad.
Necesitamos políticos de calidad, implicados y solventes, sosegados y
racionales, psicológicamente maduros y democráticos, que respeten la decisión
soberana de los pueblos. Para lograrlo está el voto, usémoslo con cabeza. Si
eliminamos la política democrática aparecen las dictaduras, que consideran al
ciudadano como un súbdito obediente al servicio del sistema, y se amparan en su
opacidad para gobernar a su antojo.
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