Por: Antonio Porras Cabrera
Publicado en:
https://xornaldegalicia.es/opinion/el-derecho-a-opinar-por-antonio-porras-cabrera
https://21noticias.com/2024/11/21/el-derecho-a-opinar-por-antonio-porras-cabrera/
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Cuando tu
pensamiento no lo gestionas tú porque crees más en el de otro, eres esclavo del
otro.
(Cita del
autor)
Entiendo, y quiero entender, que
todo el mundo puede opinar de cualquier cosa. Otra cuestión es que esa opinión
tenga consistencia, esté bien argumentada, incluso, documentada y,
consecuentemente, sea objetiva. Por tanto: 1º La opinión es un derecho, 2º la
opinión no es una verdad objetiva, 3º la opinión debe fraguarse mediante el
procesamiento cognitivo del sujeto expresado en el pensar, 4º la inteligencia y
el razonamiento de los seres humanos les lleva a todos a la facultad de pensar
y el pensamiento ya es, de por sí, la forma más razonable de fraguar opinión.
En todo caso, en función del
conocimiento sobre la materia objeto del razonamiento, ese pensamiento y
opinión tendrá mayor autoridad o no, lo que no quiere decir que tengamos que
rechazar la opinión de una persona sin grandes conocimientos sobre contenidos
que envuelven a una realidad de corte social o popular, puesto que la propia
experiencia vital otorga conocimientos y vivencias dignas de ser valoradas por
las personas con mayor o menor autoridad en la materia. Si negamos el derecho a
opinar a alguien por no entender de cuestiones que afectan a la sociedad, estaremos,
tal vez, cuestionando el derecho al propio voto democrático: “usted no entiende
de política, por tanto no debe votar”.
Por otro lado, en la ciencia del
conocimiento hay taxonomías que requieren niveles de ilustración en esa materia
específica para emitir una opinión sólida. Para hablar de física cuántica y
debatir se requiere conocimiento de la materia, para un debate sobre cuestiones
más mundanas, de dominio general y que afectan a la gente, se sobreentiende que
esta puede y debe tener su opinión al respecto.
Es decir, negarle el derecho a
opinar a un sujeto por entender que no está capacitado para ello, en lugar de
demostrar su error con la argumentación que permite rebatirlo, es un error en
sí mismo, ya que nos priva de la posibilidad de conocer otras opiniones, aunque
fueren desacertadas, para consolidar las nuestras y buscar la verdad que se
persigue. Otra cuestión es que obviemos su opinión por estar en total
desacuerdo con ella y saber que el debate, que siempre ha de pretender
confluencias, no nos llevara a ningún sitio de provecho. Hay un viejo dicho muy
ilustrativo: «Nunca discutas con un idiota, pues bajaras a su terreno y allí te
ganará por experiencia».
Claro que si cerramos nuestra mente
a cualquier aporte y descalificamos sin rebatir los argumentos ajenos, siempre
que sean argumentos y no ocurrencias, flaco favor nos estaremos haciendo, a
nosotros y a la sociedad. Es más, hay quien sostiene que “cuando no se
entiende, lo ético es no opinar”, habría que identificar cuáles son los parámetros
que determinan quien entiende y quién otorga la calificación o cualificación
para opinar. Si el que la otorga es el debatiente contrincante, mal va la cosa,
pues eso sería una descalificación y no un rebatimiento de la opinión
contraria.
En definitiva, opinen sabiendo que
las opiniones van retratando al sujeto que las emite, y, si ello es posible,
háganlo con la mente abierta para confrontar si están o no en poder de la
verdad, admitiendo el pensamiento de los otros como un alimento que nutre al
conocimiento, pero no se olvide que el alimento se ha de digerir y de él
saldrán, por un lado, nutrientes y, por otro, residuos o detritus a eliminar
por su toxicidad. O sea, que las opiniones de los demás siempre han de ser
sometidos al cedazo que conforma su propio criterio…
Pero en estos días, con el asunto
de la política, la cuestión tiene un trastoque, el pensamiento no está enfocado
a entenderse y compartir análisis clarificadores, sino que aflora un sesgo. Por
este sesgo, llamado confirmatorio, el sujeto tiende a creer y aceptar las
ideas, con o sin argumento, que son afines a su pensamiento político; busca,
pues, aquello que le reafirma en su ideario preconcebido; o sea, lo que no le
crea disonancia cognitiva, o conflicto interno, que le obligue a cuestionarse
sus propios planteamientos. Es propenso, por tanto, a creer en los bulos que
potencian su ideario y denuestan el ajeno sin preguntarse, siquiera, cuánto de
verdad hay en la notica que transmite el bulo, al que le da crédito y además
suele propagar.
Esta situación hace que, en la
escala de interés que debemos aplicar sobre los temas, aparezcan como
principales nimiedades o asuntos de segundo orden, dejando en el alero lo
importante, porque de lo importante no se saca rédito político que lleve al voto
y sí de lo secundario al amparo de los bulos. Cuando el bulo es un dardo
envenenado de odio, la cosa se complica y se tambalea la estructura
democrática, que procura la concordia. En esta civilización nuestra, tan
adelantada en algunos asuntos, se sigue observando un déficit democrático, una
falta de educación ciudadana para practicarla con el espíritu crítico
constructivo que requiere su ejercicio. Echo de menos una asignatura en la
escuela con ese contenido…
Entiendo que una idea expresada con
exceso de vehemencia, donde aflora la intención impositiva de la misma, la
descalificación, el insulto, la falta de respeto y su dogmatismo e intento de
colonizar el pensamiento ajeno, te ha de poner en guardia. Lo digo porque lleva
implícita la intencionalidad de descalificar tu propio pensamiento, con un
mensaje de radicalidad donde, subliminalmente, se te está diciendo: «Estás
conmigo o estás contra mí».
Concluyo en la importancia de velar
por la libertad de pensamiento para no dejarse manipular por argumentos
livianos y poco constructivos, por la responsabilidad de discernir
razonadamente para extraer inferencias sensatas para el interés general, porque
el voto debe llevar incorporada una buena dosis de solidaridad social; es
decir, tu decisión no te afecta solo a ti, sino al conjunto de la ciudadanía...
si te equivocas y no lo tomas con el sentido común adecuado, arrastras a los
demás al fango de donde sale la indolente aceptación de discursos tóxicos o
inadecuados. Toda libertad conlleva una alta dosis de responsabilidad social
con la toma de decisiones…
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