Sábado 27, día de reflexión.
Es curioso eso de día de reflexión.
Yo, que no he visto ningún debate, que escasamente he seguido las noticias en
la campaña electoral, que he empezado a pasar de discursos políticos y
promesas, no voy a reflexionar nada en este día sobre la orientación de mi
voto.
Mi reflexión empezó hace cuatro
años, tras las elecciones anteriores… y no me atrevería a calificarla de
reflexión sino de observación. Desde ese momento fui viendo lo que hacía cada
uno de los partidos que buscan el voto y los resultados de sus actos. Le fueron
quitando puntos los intentos de manipulación, las falsas noticias que crearon o
difundieron sobre el contrincante, la posverdad utilizada, las gratuitas descalificaciones
del oponente, la ausencia de un programa definido que les comprometiera
dedicándose a mostrar la maldad del otro, sus campañas de intoxicación, el
plumero de la intolerancia y de la imposición ideológica, sus actos antidemocráticos
negando los derechos de los demás, la falta de respeto a las normas constitucionales
y la descalificación del diferente, el pensamiento enquistado resistente a la
argumentación lógica con la tendencia sistemática a venderte principios y
valores anacrónicos que definen una actitud singular y excluyente, etc. Todo
esto pone en negativo el valor de la política… Estamos inmersos en un proceso
de marketing donde lo importante no es ser el mejor sino el menos malo. No es
lo mismo elegir la mejor entre varias opciones, que buscar la menos mala. La
primera situación dignifica la política, la segunda la degrada.
Las campañas electorales suelen ser
artificiosas, con claros componentes histriónicos, excesiva teatralización y rivalidad
que crea desasosiego entre la ciudadanía cuando siembra el conflicto y el
desencuentro… donde se vierten un conjunto de promesas de difícil cumplimiento,
no por ser imposible hacerlo, sino porque una vez llagados al poder se buscan
mil excusas para no cumplirlas y poner en marcha su programa oculto con objetivos
inconfesables en algunos casos, que benefician al colectivo social que le apoya,
que no al votante.
Por otro lado, no es de recibo ver
cómo proliferan las obras cuando se acercan las elecciones, cómo la ciudad
aparece más limpia y cuidada, cómo se reparan aceras, se repintan las líneas de
la calzada o se resuelven problemas que llevaban fastidiando al ciudadano desde
mucho tiempo antes. En estas elecciones, después de varios años esperando, parece
que vamos a recuperar el puente que une calle Salitre con el museo del CAC. Al
menos algo es algo, aunque sea por puro marketing. Lo malo sería que hayan
tenido el proyecto hibernando a la espera de las elecciones municipales.
Tal vez deberíamos valorar cómo se
gestiona los lugares públicos, calle, aceras y plazas, ocupadas por negocios que
arrebatan en exceso los espacios al uso ciudadano, los proyectos urbanos que
rompen la armonía identitaria de la ciudad o las situaciones que hacen inhabitables determinados barrios del centro invadido por un turismo irracional de borrachera
y bajo aporte económico, o de la periferia olvidada. Eso no se ve en tiempos de
campaña, sino a lo largo de toda la legislatura y a ello me refiero cuando
hablo de una observación continua más que de reflexionar el último día.
Lo que sí tengo claro, es que
votaré, siempre votaré, al partido que más se acerque a lo que pienso, o en blanco o nulo, pero
votaré. Votaré porque esa es la esencia de la democracia, y la gente de mi
generación, que rompió las cadenas de la dictadura, valora mucho aquel esfuerzo
para hacer valer su voz, su voto, como forma de expresar su opinión, deseo o voluntad
ante unas elecciones. De no votar estamos renunciando a ese derecho y causando
un deterioro al sistema representativo, pues renunciamos a nuestra soberanía y
decisión, sabedores de que siempre habrá alguien que ejercerá el poder y la
gobernanza, en este caso, sin contar con nuestra opinión..
¡MAÑANA YO VOTO!