Cuando empezó la crisis le referí a algunos amigos:
Esto me da mala espina, no solo por la incidencia del coronavirus, sino por a dónde
pueda llevar, les dije. Basé mi miedo en que el presidente Trump, siguiendo su
tendencia habitual para echar pelotas fuera y buscar culpables antes que asumir
él su propia culpa, le endosara a China la total responsabilidad y exigiera
reparación por haber sido causante de la pandemia. Es “casus belli”, antes que
aceptar la derrota económica potenciada por las propias multinacionales del
sistema que, en su búsqueda irracional de beneficios, se han instalado y han servido
de motores industriales y tecnológicos a la China emergente, a la que habría
que darle paso para situarse a la cabeza, quedando ellos de segundos. ¡Antes
que eso sea la guerra y el caos!, pensarán algunos halcones del pentágono.
Desde hace tiempo, existe una lucha por el poder en
el mundo, por el domino de la economía, que genera preocupación por el
crecimiento económico, tecnológico y militar de la China. EE. UU. está
marchando hacia la pérdida del liderato mundial. China incrementa su PIB
constantemente, a ritmo mayor que cualquier otro país. Dentro de poco superará
a los EE. UU. que es el patrón de nuestro mundo occidental.
El virus ha sido difundido desde China. Los países
más afectados son las potencias económicas de occidente. En el momento que le
afecte a los EE. UU. de forma rotunda, se producirá una recesión económica en
la que la balanza se empezará a decantar a favor de China, ya que ésta, con sus
1400 millones de habitantes, el 18% del mundo, es capaz de producir y de
aprovechar la crisis de forma más efectiva que occidente. China es una
dictadura política y, en estos casos, tiene ventaja quien funciona a golpe de
silbato.
En los últimos decenios, aprovechando la
globalización, las multinacionales fueron allá a ganar dinero. Montaron
fábricas, pagaron los bajos salarios de allá y vendieron, con precios de acá,
sus productos enriqueciéndose de forma desorbitada… pero ese dinero no era de
los pueblos de occidente, sino de sus sociedades anónimas o empresas
multinacionales que, como su nombre indica, no son de una nación aunque estén
radicadas en ella, sino que pueden cambiar, en cualquier momento, de dueño o
país, según les interese ubicarse en uno u otro lugar. El dinero y el comercio,
en teoría, no tienen fronteras en la globalización, tienen dueños y gestores
del mercadeo. Lo que no se globaliza son los derechos humanos, pues si eso se
hiciera no se podría usar mano de obra barata, y se encarecería el producto
retrayendo las ganancias. Grandes fortunas se han hecho con ese juego perverso
de producir a bajo precio y sin escrúpulos y vender a alto, con memos
escrúpulos aún.
China vio bien que la subieran al tren del progreso,
se abrió a las multinacionales, a los comerciantes occidentales y vendió sus
productos baratos mientras iba desarrollando sus conocimientos e industria
propia. Se convirtió en la fábrica del mundo, al que inundó de mercancía barata
que, con el tiempo, fue ganando en calidad hasta se competitiva con las
industrias nacionales de los países compradores. Los Estados occidentales
vieron como, dentro de la libertad que daba esa globalización al tránsito de
capitales, bajo el paraguas del neoliberalismo, se iban empobreciendo, o
creciendo su PIB a bajo ritmo comparativamente. Subió el paro, bajó la
inversión nacional, se cerraron fábricas por su poca competitividad con las
exportaciones a bajo precio de los países emergentes. Eso era bueno, porque el
tercer mundo por fin podría salir de su eterna condena a la miseria y pobreza,
pero en lugar de salir a un ritmo decente, las ganancias se las llevaban los
inversores y ellos solo podían tener acceso a una mínimo incremento en su
calidad de vida, esperando con paciencia que sus salarios subieran y su país
acabara montado en el tren del progreso, controlado y conducido por el mundo
occidental con los EE. UU. a los mandos de la máquina.
El proceso de desarrollo de los países emergentes se
ha controlado por el primer mundo, pero China es díscola. Proviene de otro
mundo, del mundo comunista y no del capitalista, como puede ser India o Brasil,
por poner un ejemplo. China era incontrolable. Es un pueblo paciente, que se
sienta a ver pasar el cadáver de su enemigo, como refiere uno de sus
dichos.
En este tiempo, dado el poder del Estado comunista y
su férrea centralización y mano dura, ha realizado y exhibido su capacidad para
asombrar al mundo con obras faraónicas, que siembran la confianza y el sentido
de nación poderosa entre su gente. Ha desarrollado su propia tecnología hasta
hacer temblar a los EE. UU. en la crisis por el dominio del G5 y ya entrando
China en el desarrollo del G6. Tiene una potencia armamentística considerable,
una tecnología espacial competitiva, una potencialidad que puede hacer de
paraguas ante cualquier amenaza bélica, sabedora de que sigue creciendo y que
pronto será potencia dominante en muchas partes del mundo. Ha comprado deuda
pública de occidente hasta casi absorberla
China invierte en bolsa, compra empresas y valores,
deuda pública occidental, etc… hasta tener una de las economías más saneadas, a
pesar de que su deuda sea considerable, pero menor que las de la mayoría de los
países de occidente en función del PIB o de la renta per cápita. Para los
chinos la palabra crisis significa oportunidad. En esta crisis pueden tener la
oportunidad de crecer más que nadie. Sus empresas de material sanitario están
haciendo su agosto y dominando el mercado, creando relaciones comerciales
sólidas, a la vez que mantienen su tendencia en inversiones en bolsa.
Estamos en una encrucijada terrible, donde occidente
puede perder en torno a un 10% de su PIB. Eso, en un sistema democrático, donde
la oposición no es un aliado, sino un depredador del gobierno, donde se juega
la elección de los gobernantes en función de un balanceo de resultados, muchos
partidos se apuntan a sacar provecho del mal y piensan que mientras peor vaya
con el gobierno, mejor para que ellos puedan asaltar el poder. La cooperación
entre partidos rivales es compleja, porque subyace la idea de la deslealtad
como forma o instrumento de gastar al otro. Aflora, pues, la manipulación del
electorado, el proceso de “maximinización” como técnica de marketing (o sea,
maximizo la importancia de lo que me interesa y minimizo la de aquello que me
perjudica), procurando enfocar la atención de la ciudadanía sobre temas que me
puedan beneficiar a mí. En estas fechas tenemos un claro ejemplo de esta
técnica en la política española, sobre todo en el ejercicio de la oposición, si
obviar al gobierno, claro.
En este caos, de amenaza económica para los EE.UU. y
su esfera de poder, producido por un virus, al que el presidente Trump viene
llamando virus chino por ser este el país responsable de emisión, donde se
denota cierta intencionalidad de culpar al gobierno chino de la debacle, cabe
que, al final, se plantee una confrontación de intereses en que se pretenda
hacer pagar a China, como agente emisor y culpable de la crisis, pagar, digo,
la factura de la catástrofe. Corren teorías conspirativas, o señuelos de
opinión pública, para enfocar el asunto hacía esa posición.
En este punto ¿qué puede pasar? Pues me preocupa,
porque si los EE. UU. pretenden hacer pagar a China la factura de la crisis, ésta,
lógicamente, no querrá y aflorará una situación de conflicto latente que, en
función de la gestión del mismo, se puede llegar a una confrontación, incluso,
bélica que neutralice el poderío militar chino, quedando América como líder
indiscutible, sobre todo estando el imperio de occidente en manos de quien
está, capaz de aconsejar inyectarse desinfectante en el cuerpo para matar el
virus. La imprevisibilidad de Trump es de temer por las salidas que puede tomar
ante esta situación. Mas, cuidado que Rusia sacaría tajada y eso sería otro
frente de negociación. El mundo está en manos de grandes fanfarrones que se
muestran seguros desde su ignorancia…
Miedo me da la situación si no reina el sentido
común. Pero ¿hay sentido común en estos políticos, donde abunda la
irresponsabilidad, que solo piensan en los intereses de los grupos que los
aúpan al poder y en su interés partidista? Sobre todo en algunos países donde
las empresas subvencionan las campañas electorales. Mi esperanza es que tomen conciencia
de la magnitud del problema y sean capaces de llegar a acuerdos de consenso
leales para buscar la mejor, o menos mala, salida a la crisis, sin ponernos en
la tesitura de conflictos de mayor alcance. La política es el arte de conseguir
consensos para dar solución a los problemas.
Ojalá todo quede en una pandemia y que se vaya
resolviendo de forma concluyente.