lunes, 16 de septiembre de 2019

Constitucionalismo...



Existe un cierto debate, por desgracia no muy intenso, referido a la identificación de los partidos constitucionalistas, a quienes son y por qué lo son. Lógicamente, se debe entender como constitucionalista a quienes defienden la constitución como ley fundamental de nuestro sistema democrático. Los constitucionalistas puros deberían ser aquellos que se identifican con el espíritu de la misma, aceptando esa España rica en diversidad que se consolida y articula a través de esa ley fundamental. Incluso son constitucionalistas, le pese a quien le pese, aquellos partidos e ideas que pretenden cambiarla mediante el sistema establecido para ello en la propia constitución, faltaría más. En todo caso, todos los partidos que integran el arco parlamentario lo hacen con arreglo a esa ley magna, por lo que se entiende que está dentro de ella.

Últimamente venimos viendo como determinados partidos de la derecha se arrogan el calificativo de constitucionalistas, dejando fuera a los demás. Son los mismos que se adjudican la bandera y que, sospechosamente, cuestionan determinados artículos que creen se han de modificar, pero que, en su formulación, lo que provocan es confrontación. Son, por tanto, juez y parte, pues se permiten otorgar ellos el título de constitucionalista en función de sus ideas sobre la misma. Pero veamos:

Si nos atenemos a la historia reciente con la aprobación e instauración de la Constitución actual, el PSOE sería el más constitucional pues fue padre de la misma, con un importante coste ideológico por renuncia a muchos de sus planteamientos políticos, aceptando la monarquía y la propia transición, incluso descolgándose del marxismo, pero aceptando el modelo territorial y la descentralización administrativa y de gobernanza. Eso no quiere decir que ahora no cuestione aquellos acuerdos en aras de otros de mayor asentamiento en la sociedad actual llegando, incluso, a la vieja propuesta de federalismo, bien consolidado en otros países de nuestro entorno. Su constitucionalismo se reafirma al plantear los cambios que propugna siguiendo los cauces legales establecidos.

El PP, siendo Alianza Popular, se fracturó por desacuerdo interno con la gran ley, dejando la alianza Federico Silva Muñoz (ADE), Thomas de Carranza, Martínez Emperador y la totalidad de Unión Nacional Española, que fundan Derecha Democrática Española. Luego, en 1989, de esos mimbres, se funda el PP. En una reciente intervención, permítanme la ironía, de esa señora “fina”, llamada Cayetana (no la duquesa de Alba sino la marquesa de Casa Fuerte), que actúa como portavoz del PP en el Congreso, ha acusado a los miembros del PP vasco de tibieza con el nacionalismo (el nacionalismo es un derecho constitucional), cosa que ha exacerbado a los vascos del PP, que se han jugado la vida mientras otros andaban por mullidas moquetas, según Borja Sémper portavoz de ese partido en el Parlamento Vasco. Saco esto a colación por lo que implica de posicionamiento de determinados responsables del PP a nivel nacional, como es el caso, que no acaban de aceptar la foralidad vasca reconocida en la constitución, en la propia línea de sus otros dos socios, Ciudadanos y VOX. Esta señora encajaría mejor en el grupo de VOX, a mi modesto entender.

Ciudadanos anda perdido, porque entiende que el constitucionalista es el que defiende lo que ellos piensan de España; esa España que, en cuya indefinición, afloran reminiscencias José Antoniana de la Falange belicosa que consolidó la dictadura de la mano del caudillo imperial. No acepta la foralidad del País Vasco, pero sí la de Navarra, porque ahí se integra en Navarra suma y quiere tocar poder. La foralidad de Navarra fue respetada por el dictador en base a su implicación en la guerra civil tomando partido por los rebeldes, era una foralidad tradicionalista, de los suyos. Eso sigue pesando y no lo cuestionan las derechas, salvo cuando empiezan a ver la posibilidad de que lleguen al poder foral los otros.

¿De VOX qué decir? Salvo que quieren eliminar las autonomías y llevar la gobernanza al centralismo dictatorial del gobierno capitalino. O, tal vez sea, pasar del espíritu constitucional del 78 a la de los fueros de los españoles del franquismo. Su alegoría a la reconquista a caballo del ayer, su cuestionamiento sistemático del derecho de igualdad entre el hombre y la mujer, violencia de género, las migraciones, sexualidad, etc. los ubica, prácticamente fuera de la filosofía constitucional. Mi impresión es que VOX tiene, en sus principios ideológicos, más de inconstitucional que lo contrario.

Hay algo en común en la derecha, en menor grado en el PP, y es el cuestionamiento de la propia Constitución, en la que les chirría el Estado de las Autonomías, con su concepción centrípeta del poder, por lo que les alejan de la concepción democrática, pues es clave, en la democracia, la participación de la ciudadanía para solucionar los problemas propios de forma directa y por los afectados de los mismos, articulados con el conjunto del Estado. A mayor descentralización mayor democracia.

Podemos anda entre sus planteamientos ideológicos radicales (me refiero a sus raíces) y la necesidad de adaptarse, por puro pragmatismo, dado el entorno y las consecuencias de la confrontación con el mismo. Esa situación, por fuerza, ha de crear ambigüedad, incluso disonancia cognitiva en sus ideólogos y militantes, lo que puede llevar a reacciones imprevisibles.

Pero yendo algo más lejos, una constitución es sólida cuando sirve como marco de convivencia y, además, es versátil para adecuarla a los tiempos desde la disposición de todos a aceptar democráticamente los cambios y adecuaciones, considerando como ineludible la diversidad, y el encaje de la misma, en el contexto general de la concordia. Las leyes magnas, desde una concepción democrática, no pueden ser puramente impositivas, sino un lugar de confluencia de intereses comunes del colectivo de pueblos que conforma el Estado. Es decir, una crisis política que cuestiona el sistema constitucional deja de serla cuando se negocia, políticamente, la situación para reestablecer las sinergias que garanticen la convivencia bajo un objetivo compartido por los integrantes de ese Estado.

Lo que en ningún caso, bajo mi criterio, debe ser aceptado son las manipulaciones partidistas, los etiquetados a conveniencia de unos u otros del concepto “constitucionalista” aplicado al libre albedrio de cada cual. Nos debe preocupar que esa interpretación de la ley magna sea para arrimar el ascua a la sardina de un grupo, intentando definir una España anclada al conservadurismo tradicional de los grupos de poder, identificando este modelo como el defendido por la Constitución, cuando esta ha “roto” con el pasado y se ha abierto al mundo del hoy con sus diversidades, incluyendo los derechos y libertades que en ella se pregonan.
  
Mas, sinceramente, estamos en un momento crucial, de verdadera crisis, cuando un partido, como es el PP, ha desaparecido prácticamente del espectro político en zonas como el País Vasco y Cataluña. La idea que representan de España no cuadra, ni encaja, en la concepción y el deseo existente en esas zonas. España, por mucho que le pese a la derecha, es un Estado de naciones dado el desarrollo del proceso histórico en su formación. Diversos reinos se fueron aglutinando por razones de interés de sus monarcas y adláteres, bien en pactos de sangre, bien en guerras de sangre.  Como ejemplo de pacto de sangre pongo a los Reyes Católicos y como guerra de sangre la cruel conquista del reino de Granada y la menos violenta incorporación del reino de Navarra a Castilla a principios del siglo XVI. El absolutismo posterior de los borbones, reflejados en el espejo del abuelo Luis XIV de Francia, creó una tensión permanente entre los niveles de autonomía de gestión previos y el centralismo de Felipe V, que afectó a todo el reino con su ley de Nueva Planta. Hasta ese momento la Monarquía Católica “continuaba siendo un conglomerado dinástico de diversos «Reinos, Estados y Señoríos» unidos según la fórmula aeque principaliter, bajo la cual los reinos constituyentes continuaban después de su unión siendo tratados como entidades distintas, de modo que conservaban sus propias leyes, fueros y privilegios”.

Desde entonces, tenemos un enquistamiento político con semillas independentistas, que afloran en cuanto se intenta poner la losa de mármol al movimiento identitario de los pueblos y someterlos a criterios centralizadores que pudieran recordar el absolutismo. El caso catalán, con su singularidad, es un claro ejemplo, pues cuando se había votado un nuevo estatuto y, a su vez, se le otorgó el visto bueno en el Congreso español, se acaba llevando al Constitucional, incluso artículos habidos en otros estatutos se declaran nulos. Eso enrabieta a la ciudadanía catalana que había votado y dado su consentimiento a un estatuto con proyección de futuro para décadas, y otorga un excelente caldo de cultivo el mundo independentista, que pasa de una representación que, históricamente, había sido de un 17% aproximadamente a más de un 40%, con el consiguiente conflicto con el Estado.

Pero voy más lejos; mientras estamos inmersos en batallas localistas y partidistas, no percibimos la necesidad de afrontar un futuro globalizado, donde la tecnología será la dueña del mañana y quien la domine obtendrá el ejercicio del poder. Nuestros políticos siguen miopes, cegatos diría, poniéndose zancadillas para ver quien llega a la Moncloa, mirándose el ombligo. No tienen perspectivas de futuro, no analizan las cosas desde la trascendencia del hoy hacia le mañana. Se observa una carencia importante del sosiego, del sentido común y de la excelencia que ha de tener un estadista, y aparecen sujetos mediocres que pugnan por hacerse con el poder, incluso a costa de enfrentar a los pueblos con sus demagogias interesadas batallando en campos inapropiados.

El campo del futuro está en apostar por el desarrollo de la sociedad, desde un punto de vista intelectual, para garantizar con ello la siembra del mañana. Es tremendo ver como nuestros políticos, y la mayoría del mundo de nuestro entorno, se baten en campos tradicionales, cuando la batalla del futuro está en otro lugar, en el campo del conocimiento y de las sinergias establecidas en la sociedad en base al mismo.

Siguen mareando la perdiz, con distractores que dispersan el esfuerzo, hablando de constitucionalidad, de viejas confrontaciones, incapaces de dar salida a las nuevas y obviando lo que se nos viene encima. Dentro de pocos años, el mundo habrá cambiado hasta tal punto que el riesgo no son estas nimiedades, sino el papel que el ser humano ha de asumir en ese nuevo estado de cosas. ¿Dominará el hombre a la tecnología con la democratización del conocimiento o este será patrimonio de grandes corporaciones y sus acólitos, siendo utilizado como herramientas de dominio y sumisión de la gente al poder establecido?

Yo lo dejo aquí porque el tema da para mucho más. Que cada cual haga su propia reflexión, la mía está sobre la mesa, aunque, en el fondo, me coge fuera de juego, puede que no esté aquí cuando eso pase… el problema le queda a las generaciones posteriores, incluidos nuestros hijos y nietos.

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