Hay
discursos demagógicos o irracionales que inducen, o pretenden hacerlo, a una
interpretación errónea de un asunto, problema o tema. En todo caso se trata de
una visión sesgada e interpretada desde una premisa falsa. Me estoy refiriendo
a la interpretación que se suele hacer por parte de los defensores de las
corridas de toros. Hablan de la libertad de cada cual para acudir o no a esos
actos o ceremonias de burla y algarabía que se fraguan en la suerte del toreo,
donde la sangre aflora hasta llevar, finalmente, al toro a su propia muerte
entre el jolgorio y alegría de un público que no llega a analizar en
profundidad las causas de su jubiloso gozo. Cabe preguntarse cómo y dónde
radica la motivación de ese gozo y si entra en contradicción con los principios
y valores del ser humano, que en ningún caso deben fundamentarse en la
violencia y muerte de ningún animal. Bajo mi opinión, el valor, la habilidad y
destreza en burlar las acometidas del toro sí tienen sentido y pueden ser
motivo de algarabía, pero sin infringir castigo físico, sufrimiento y muerte al
animal. Los forcados portugueses, el toreo sin sangre y muerte, el juego del
requiebro en cortes, recortes y recortes con anillas son alternativas no
sangrientas.
Ciertamente,
si miramos el problema desde el derecho que cada cual tiene para acudir a estos
actos, estaremos centrando el asunto en la libertad individual para tomar sus
propias decisiones. Visto desde esa perspectiva el dilema se centra,
erróneamente, en un valor social, el de la libertad en la toma de decisiones,
mientras se obvia el núcleo principal de la cuestión, que debe centrarse en si
el acto, en sí mismo, es o no asumible en una sociedad de valores
evolucionados, como veremos. Por otro lado, ese núcleo principal de la
argumentación se suele plantear, por parte de los que la llaman “fiesta
nacional”, como una tradición sustentada en la cultura popular. Pero los
pueblos evolucionan, la gente cambia y se sensibiliza con otros principios y
valores más racionales, más humanos, al producirse la evolución de las
sociedades y de las propias culturas que rompen con las tradiciones que no
encajan con los nuevos valores. De ahí mi apotegma “El anacronismo, en la
cultura de los pueblos, lastra su evolución”.
En
lo referente a catalogar las corridas de toros como un anacronismo, habría que
aclarar previamente este concepto para ver si encaja en el mismo. La RAE define
anacronismo como: “Que no es propio de la época de la que se trata”. Veamos,
pues, como razonar su inclusión en el calificativo de anacrónico: Esta sociedad
moderna rechaza el maltrato animal, la sádica diversión por la sangre y el
dolor, la falta de respeto a la vida sea de la especie que sea, la guerra, la
violencia y todo aquello que pueda producir dolor y sufrimiento gratuito a los
seres vivientes. La sensibilidad del ser humano aflora para racionalizar las
cosas desde la percepción de la vida en un sentido más integral, más universal.
No es nada nuevo, siempre hubo quien proclamó a los cuatro vientos el amor y
respeto a los animales; desde los pueblos más primitivos, casi siempre en
culturas ajenas a la nuestra, a determinadas actitudes vitales de nuestra
propia cultura y religión (el propio San Francisco de Asís llamaba hermanos a
los animales). Hasta el mismo boxeo se cuestiona como deporte cuando no se
ajusta a determinadas normas de funcionamiento que implican protección del
sujeto que lo practica y se prohíbe, en determinado momento, el ser transmitido
en televisiones públicas por su violencia y crueldad.
Pero,
sin salirnos de la sensibilidad hacia los animales que se nos ha enseñado o
cultivado en los últimos tiempos, cabe señalar que, en nuestra infancia, era
normal apedrear a los perros y gatos que encontrábamos por la calle y no estaba
mal visto, solo se catalogaba como una travesura de niños, sin pensar en el
pobre animal. En la actualidad existe una ley de protección animal que lo
condena, ya no es socialmente tolerable esa actuación. La prohibición del uso
del tabaco, en su momento, tuvo detractores que lo consideraban un atentado a
la libertad del fumador como ciudadano; luego se entendió, mayoritariamente,
que era invasivo del espacio público, como es el aire que respiramos. En siglos pasados hay casos claros y
evidentes de conductas toleradas culturalmente, violentas o impositivas, que
han sido superadas y rechazadas por la sociedad. Hasta el siglo XIX la
esclavitud estaba bien vista, y en el XVIII aún se usaba como un negocio que
enriqueció a muchos que, incluso, hoy son considerados grandes
negociantes. Quiero decir con esto,
salvando todas las diferencias, que las sociedades cambian, evolucionan, y se
van desprendiendo de actuaciones o conductas anacrónicas en beneficio de otras
enmarcadas en los principios y valores que se cultivan en ese momento histórico.
Por
tanto, no se trata de coartar libertades, sino de adaptar esa cultura a los
valores que se pretenden cultivar en una sociedad moderna y concienciada con
ellos. Ya se sabe que la prohibición genera deseo, en términos freudianos, y la
educación crea valores sólidos. Por ello, la prohibición, siendo importante, no
tendrá efectos si no va acompañada de un proceso de concienciación en el que
aquellos que disfrutan con ese espectáculo sean capaces de reconducir la motivación
esencial de su gozo. Mientras tanto, ninguna sociedad, que se defina como
evolucionada, puede o debe adoptar posturas que potencien o cultiven valores
anacrónicos, es decir proteger o subvencionar actos impropios de esa evolución.
De
momento, yo al menos, me conformaría con nombrar al toreo, en los términos en
que se da, como contrario a la tendencia cultural de la sociedad futura y
retirarles subvenciones y ayudas que lo potencien o divulguen… eso coste que lo
sostengan los que lo defienden, pero considerando que en frente van a tener a
un importante colectivo que sostendrá que nunca el ser humano, mentalmente
sano, puede o debe disfrutar con un espectáculo de sufrimiento, violencia y/o
sangre de ningún ser vivo. Su libertad acaba cuando traspasa estos límites de
respeto a la vida animal.
Concluyo:
Una tradición que vaya contra los principios y valores de una sociedad que
evoluciona, será un anacronismo que hay que erradicar de la cultura social. El
proceso solo se consigue mediante la educación y sólida formación en los nuevos
valores. Se ha de excluir, por definición del concepto valores humanos, a toda
acción violenta, sanguinaria o de sádico disfrute con sangre, maltrato y muerte
de otros seres vivos.