viernes, 22 de junio de 2018

Comprender a la gente



A veces cuesta comprender como piensa la gente, pero no es tan difícil. Hay una regla elemental, cada cual piensa como lo que es. No nos puede extrañar que un físico piense como tal, desde la lógica arropada por las leyes de la física; que un filósofo razone y argumente desde el uso de la razón y la lógica reflexión; que un teólogo lo haga desde sus convicciones de credo; que un psicópata piense desde la frialdad que le otorga la carencia de emociones y sentimientos, etc… un imbécil siempre pensara como un imbécil; un ser mediocre tendrá un mediocre pensamiento; en un sádico insolidario no busques la bondad; un borrego siempre pensara como lo hace la manada y el líder que la dirige y domina.

No nos podemos escandalizar, pues, de lo que piensa cada cual cuando somos maduros psicológicamente. Eso sí, la comprensión de su pensamiento ha de pasar por el análisis de cómo y por qué se fraguó esa personalidad, para identificar su propia estructura mental, su nivel intelectual y sus valores y principios, así como la forma en que gestiona sus emociones. Tendría que aflorar un mínimo nivel de empatía para comprender ese pensar y su génesis, para entender como ese pobre hombre, o mujer, acaba diciendo lo que, para uno, son barrabasadas que escapan del sentido común o del pensamiento ideológico imperante, que se sustenta en un nivel adecuado del intelecto.

Tal vez habría que empezar desde el principio, desde el proceso educativo, desde la propia microcultura familiar, los credos que le influyeron, las ideologías que le arroparon, la forma en que fueron modelando y conformando su personalidad en función de su inteligencia y la represión o estimulación que hicieron con ella. Decía José Ingenieros, un pensador argentino de primeros del siglo pasado, que hay hombres mediocres y hombres idealistas (él hablaba también del hombre inferior, pero no me referiré a este), los primeros conforman la mayoría de la sociedad, son borregos adaptados al sistema, nada críticos, miedosos y defensores de su escasos recursos para subsistir, se conforman con pan y circo y son un freno a la evolución de la sociedad, siendo de fácil manipulación; los otros, los idealistas, son arriesgados, pensantes y creativos, persiguen su desarrollo personal, su autorrealización, defiende su libertad y no se someten fácilmente desde la imposición… Para mí, estos dos modelos, lógicamente, no son estancos, sino que se mueven en un continuo entre los dos extremos, acercándose cada cual más o menos a uno de los lados, predominando un tendencia sobre la otra.

Si pensamos que el resultado de la formación del ser humano se conjuga entre la calidad genética, o sea su inteligencia y salud mental, y la influencia del entorno educacional y social con su proceso de socialización, encontraremos una aproximación a las causas que lo llevaron a ser lo que es, porque somos lo que somos por lo que fuimos.

Por eso quiero recalcar que cada cual ha de hacer su propio camino al andar, como decía el poeta, pero partiendo siempre de donde está. La singularidad del ser humano hace que ningún camino sea idéntico, presentando matices más o menos importantes que lo diferencian de los demás. Eso sí, nuestra obligación de sujetos maduros psicológicamente ha de ser facilitar el tránsito constructivo de cada uno para alcanzar el mayor nivel de maduración y desarrollo personal e intelectual, sin zancadillear ni encorsetar a nadie, salvo que su evolución sea manifiestamente contraria a los principios del respeto y al derecho y desarrollo humano.

En este sentido se ha de educar en valores positivos y no en negativos. La bondad tiene siempre el oponente de la maldad, necesaria, imprescindiblemente, para diferenciarla y conceptuarla. La bondad es indefinible si no hay frente a ella un contrapeso que la identifique, como es la maldad. Y eso ocurre con todas las cosas en este mundo dicotómico, bipolar, donde la diferencia de potencial entre el positivo y el negativo sigue moviendo al mundo. Es como la fábula de los dos lobos que tenemos en el interior, el del amor y el del odio, y si nos preguntamos cual vencerá deberemos responder que aquel que alimentemos.

Otro error que cometemos muy habitualmente es exigir que los demás acepten nuestra forma de ver las cosas, como si la verdad absoluta estuviera siempre de nuestra parte. Sin comprender que el punto del camino donde tú te encuentras es exclusivamente tuyo y que los demás pueden no haber llegado aún a esa convicción a la que llegarán en su momento si es que llegan. Es, pues, muy recomendable no descalificar sino, desde el más absoluto respeto, resaltar la ruta que te ha llevado a ti a ese punto o planteamiento argumental, de tal forma que quede comprensible tu camino y no genere rechazo en los otros, sino aceptación constructiva de la que puedan sacar conclusiones provechosas para su propia ruta personal… y eso, muchas veces, es imposible en una conversación normal.

La paciencia que requiere argumentar con determinadas personas, de las que te separan grandes distancias en el camino, te lleva a considerar que es mejor no entrar al debate infructuoso, bien por su incapacidad de comprender tu discurso, por tu imposibilidad de transmitirlo o por su propia tozudez o intransigencia. En estos casos, es aconsejable no perder el tiempo que puedes emplear en mejores cosas, y evadir el debate sin molestar al contertulio. Hay una frase de Mark Twain, que ocasionalmente es conveniente recordarla: “Nunca discutas con un estúpido, te hará descender a su nivel y ahí te vencerá por experiencia.”

En resumen, en esta diversidad interpretativa de la realidad cósmica, donde estamos inmersos, es conveniente aprender, incluso, más que enseñar para poder formarse mejor para la enseñanza (es una pescadilla que se muerde la cola, un círculo que se cierra: más aprendo, más enseño). La sabiduría se cultiva en el sosiego y la reflexión pausada donde se constata la multicausalidad de las cosas que componen este mundo y nos rodean.

Refiriéndose a la poesía, decía Rabindranath Tagore: “La poesía es el eco de la melodía del universo en el corazón de los humanos”. ¡Bonita frase! Y yo sostengo que la melodía del universo es la misma para todos, pero cada cual, en función de las características de su propio corazón, emite un eco diferente. En el diálogo y la comunicación está el vehículo para afinar los ecos que componen la melodía y hacer que suene como una orquesta perfecta. La partitura la da el cosmos, los instrumentos para tocarla los ponemos nosotros y de la habilidad del músico dependerá el resultado final, o sea que suene de maravilla o que sea una birria estridente de sonidos inconexos. Tal vez lo que nos esté fallando sea la formación de los músicos para afinar los corazones, haciendo que emitan un eco melodioso, conforme al mensaje que nos irradia el universo.

Otra vez estamos con el problema de la educación y el modelo de persona que queremos para hacer de este mundo un lugar mejor, que nos permita vivir en positivo. Para eso es preciso educar a los niños, a los mayores, a los dirigentes y a toda la sociedad. Difícil me lo fías, diréis, pero solo desde la reflexión personal, desde el uso del razonamiento y la disposición a digerir los pensamientos de otros, asimilando los nutrientes y defecando los excrementos, podremos concienciarnos de esa realidad. Y cómo no, descubriendo y evitando los intereses de los grupos de poder que obtienen sus beneficios en la sumisión ideológica y religiosa para preservar sus prebendas.

El mundo está en una encrucijada. La tecnología en un sentido amplio, puede ser el instrumento de poder que decante la dinámica de esta sociedad de cara al futuro: El hombre intelectualmente desarrollado o el sujeto servil que necesita la clase dominante para seguir en el vértice de la pirámide del poder. Deberíamos empezar a pensar sobre ello como primer ejercicio, pero la actuación inicial debería ser cambiar las actitudes vitales para estar en mejor disposición a la hora de ejecutar el proceso evolutivo, el cambio…

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