sábado, 23 de septiembre de 2017

Son tiempos de sensatez


Cuán difícil es pensar libremente hoy, cómo escapar a las influencias manipuladoras, a las mentiras y medias verdades para centrarse en la verdad, o cómo sortear los influjos de estereotipos, de prejuicios y tópico, o las influencias solidarias de cálidas y fraternales amistades que condicionan ese librepensar. Tal vez deberíamos comprender que la verdad no existe, o hay tantas como personas. Por lo que reencontrarse con la verdad propia, con la congruencia personal desde el sentimiento humanista universal, de mente abierta, desde la sensatez y el sentido común desprovisto de los aspectos emocionales que la nublan, sea lo más aconsejable. La gran verdad se construye confluyendo las pequeñas, o parciales, verdades de cada individuo.

Hoy, más que nunca, la gente adulta, madura psicológicamente, sensata y racional, con criterio razonable y un discernimiento clarividente, que permita el análisis holístico de la situación en todas sus dimensiones, debe aflorar para neutralizar una deriva que, a caballo del sinsentido y la alienación, nos lleve a la debacle. Para ello, desvestidos de las emociones, volando en ala delta sobre la cordillera, observando todas las partes de la montaña, podamos otear el cauce de los ríos y los caminos por donde debemos transitar para llegar al entendimiento. Desde arriba, alejado de influencias manipuladoras, puede que, al sentirnos más libres, seamos más críticos con todo, incluso con nosotros mismos, y podamos llegar al encuentro, o al compromiso de convivencia, dentro de esa diversidad que siempre, por suerte y para bien, debe existir, sin encerrarnos en nuestra parcela.

La sensatez y el buen juicio se alejan de los enrocamientos, de las intransigencias y de los dogmas irrefutables. Convivir, democráticamente, conlleva respeto a la diversidad, no imponer nada y moverse en un marco normativo consensuado de entendimiento flexible, para poder adaptarlo a cada momento histórico sin romper la convivencia. No se trata de la independencia, sino de articular la interdependencia en este mundo global.

Estamos en un momento crítico, donde los extremismos, los intransigentes, se están adueñando del campo de debate, que esperemos no sea de batalla, camino del precipicio. Debemos estar alerta para que, en cuanto aparezcan las orejas del lobo fascista que anda aullando ahí afuera, en el frío invierno de la confrontación, neutralizarlo… ese fascismo que puede aflorar en cualquiera de las partes. Sabemos por experiencia de la historia reciente que el nacionalismo sembró el fascismo en Europa y España y nos llevó a una guerra mundial y, en nuestro caso, a un conflicto fratricida hace ahora 81 años. Las vivencias del pasado deben ser rememoradas para aprender de las viejas experiencias y evitar el llanto y el dolor de lo irreparable.

Pero, lo que es peor, cuando aflora la sensatez o la crítica a alguna de las posiciones integristas del combate, se coloca al crítico en el campo de la intransigencia del contrario. Ya hace tiempo que se inició la batalla. En un principio la guerra es de los medios de comunicación buscando crear opinión, formar y conformar las filas y batallones para la batalla dialéctica y ganar la guerra de la propaganda mediante el influjo y manipulación de los datos, según convenga, para movilizar a la gente. Hoy se gritaba algo así como “prensa española manipuladora”, como si la catalana no lo fuera. Si descalificamos a los medios contrarios los desarmamos y su influjo no tendrá efecto... es una buena y obligada estrategia. Eso forma parte de la guerra, despojar al enemigo de credibilidad. Después, si es necesario, cuando parte del pueblo ya está atrapado en una dinámica de confrontación, en un tobogán imparable del que nadie pueden bajarse sin ser catalogado de traidor, podrá aflorar la violencia por los agravios y desagravios habidos, imaginados o exagerados, y este, ofuscado y beligerante, mostrará su vehemencia hasta en la batalla violenta. Ojalá no llegue ese momento.

En estos momentos, si dices que este referéndum no tiene sentido o validez, por no dar las garantías que debe tener todo referéndum, tal como han dicho algunos catalanes de prestigio como Serrat, te pueden ubicar en el campo de Rajoy y su PP, incluso catalogarte, por algunos, de fascista; si dices que el derecho a decidir desde una concepción de soberanía popular se debería regularizar con una ley de claridad, te colocan en el mundo de los separatistas y traidores a España; y si pides aclaraciones sobre eso del derecho a decidir, sobre qué se puede y se debe decidir, cada cual establece un marco: el constitucional para unos y rupturista para otros, sin entrar en un verdadero debate donde el decidir sea una forma de ejercer tu soberanía en los asuntos que te afecta, en función de la convivencia y de los intereses compartidos con los demás.

Bajo mi criterio, se empiezan a alzar voces de sensatez, acalladas por los intransigentes, donde se pretende el sosegado debate de un nuevo marco relacional, sin ruptura que cause heridas sangrantes en ninguna de las partes. Pero, para eso, tal vez haya que apartar a los embravecidos contendientes que acumulan excesivas bravatas y siguen berreando desde sus trincheras. España en su conjunto, y en especial con Cataluña, deben entenderse. Creo, y no es la primera vez que lo digo (ya lo dije en mi blog cuando Felipe VI asumió el reinado), que esta generación requiere hacer su propia transición sosegada, una segunda transición responsable en base, o no, a la Constitución actual, que se ajuste a una nueva realidad y que enmarque otros cuarenta años de convivencia. Pero nuestros políticos no están a la altura. La corrupción, los intereses de partido, la hipocresía y la deslealtad a sus propios programas y votantes, siguen descalificándolos.

Siéntense los políticos a hacer política y no a crear problemas, a buscar soluciones democráticas, si es que saben y no están actuando por intereses espurios con sus Gurtel, sus 3% y sus reformas y recortes, por decir alguno. Hablen en nombre del pueblo y no lo engañen ni manipulen para llevarlo a la confrontación, al desencuentro, a la enemistad entre vecinos de toda la vida, a la pérdida de confianza entre amigos, a la segregación y a la confusión del horizonte humanista y universal que debe tener presente todo ser humano. Si no saben, que se aparten, que permitan una etapa de debate político con el objetivo claro de acercar posturas y revisar el marco convivencial en una nueva transición hacia el encuentro.

Este conflicto, abanderado por la idea independentista, ha sido alimentado, en gran medida, por la incompetencia de Rajoy y su prepotente partido que, con parte de sus bases ancladas en el pasado, estableció la beligerancia buscando votos donde podía cosecharlos, a sabiendas, al menos eso me parece, que la confrontación era inevitable, aunque, tal vez, pensando que no se llegaría tan lejos. La imagen de Rajoy y sus muchachos recogiendo firmas contra el nuevo estatuto de Cataluña y llevándolo al Constitucional, sigue estando presenta y fue uno de los desencadenantes de esta situación. Su torpeza manifiesta y la obstinación del independentismo han bloqueado las salidas. Si se hubiera firmado ahora no estaríamos viviendo ni hablando de esto.

CONCLUYO: En Cataluña hay una alta dosis de inteligencia en determinadas esferas. Ahora se trata de cultivar esa inteligencia para que tome protagonismo en una nueva etapa donde, bajo mi criterio, deberían pasar el relevo los que han demostrado su incompetencia y su orientación hacia el desencuentro. Es el tiempo del diálogo y del reencuentro. Yo así lo siento, por mis 10 años de vivencia en Cataluña, donde mi casé, por mi familia y mis amistades catalanas, porque Cataluña impregna al resto de España y el resto de España tiene muchos intereses y lazos con Cataluña y porque llevo a Cataluña en mi más profunda identidad personal. Allí sigue mi hermano, mis sobrinos, mis primos, mis amistades antiguas y nuevas, los restos de parte de mis antepasados y una parte muy importante de mi juventud… Señores, lleven el asunto con la sensatez y la delicadeza que se requiere para no tener que arrepentirse de nada… y no olviden que todos somos ciudadanos del mundo, lo que nos lleva a articular nuestra interdependencia.


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