Es curioso, cuando empecé a escribir este post
quería titularlo “Solo nos salvará el amor”, pero antes de entrar en
profundidades quise hacer una pequeña introducción sobre la situación actual y,
cuando me di cuenta, estaba inmerso en una serie de consideraciones que iban
mucho más allá de mis planteamientos iniciales. Luego vi que si quería hablar
de una salida a la situación debería clarificarla y evidenciarla para tener una
idea más precisa de dónde estamos y de dónde partimos. Entonces decidí cambiar
el título, hacer una primera parte para enmarcar el escenario actual y después
tratar el tema en otra segunda.
Realmente, queridos lectores, estamos en un momento
muy difícil y trascendente. El mundo evoluciona a tal ritmo que el vértigo no
nos deja pensar. La tecnología nos agobia en una relación perversa de amor
odio, pues si bien nos enamora facilitando la comunicación y divulgando el
conocimiento, también nos amenaza con controlarlo todo, con ser un instrumento
perverso en manos de desaprensivos que lo pueden usar para dominar y fiscalizar
a la gente. La amenaza del Gran Hermano que todo lo controla y domina está a la
vuelta de la esquina. Nuestros datos más íntimos en cuanto a hábitos,
pensamientos, deseos, compras, nivel adquisitivo y de gastos en general, etc.
los tienen disponibles en sus bases de datos alimentadas mediante el uso de
tarjetas de crédito, de nuestros celulares o teléfonos móviles, de los bancos o
nuestros movimientos en viajes y desplazamientos de ocio. Ya no es posible
cobrar un salario sin pasar por el banco, sin que sea sometido a control por el
sistema. Hemos pasado del sobrecito con la pasta contante y sonante (qué placer
era contar el dinerito del sobre cuando se cobraba) a la tarjeta del banco; sí,
ese banco que lo controla todo y lo chivatea a hacienda, que te cobra
comisiones y que no te da ningún rédito por el dinero que tienes allí, pero te cruje
con unos intereses tremendos si te lo deja él. Sí, ese banco que paga a sus
directivos inmensos sueldos, bastante menos a sus trabajadores y desahucia a
sus deudores; que gana dinero a espuertas, pero cuando pierde tenemos que darle
nosotros para que salga a flote en lugar de renunciar a sus prebendas. Socializan
las pérdidas y privatizan las ganancias. Pero sus defensores, los que están en
el gobierno para consolidar sus intereses, incluso atreviéndose a cambiar el
artículo 135 de la Constitución de forma furtiva, usan eufemismos para
disimular con rodeos una realidad, por ejemplo: La banca no ha sido rescatada
con el dinero de los españoles, que avalan y pagan su deuda, sino que se le
llama “apoyo financiero” o “línea de crédito en condiciones muy favorables”. Thomas
Jefferson, el visionario presidente de los EE. UU. en 1802 ya advertía sobre la
banca: “Pienso que las entidades
bancarias son más peligrosas para nuestras libertades que todos los ejércitos
listos para el combate...”. Es bueno que, visto lo visto, empecemos a
pensar que los gobiernos democráticos, y los no democráticos, están al servicio
de sus intereses económicos, en tanto el progreso se ha confundido con el
desarrollo económico y, para más inri, lo controla la banca y el mundo de las
grandes corporaciones que expanden sus tentáculos por doquier. Progresar un
país parece que es enriquecerse sus grandes corporaciones y multinacionales,
aunque el pueblo esté sumido en la miseria. El poder económico, visto desde las
macrocifras, es lo importante; lo malo es que se van adueñando de todo a través
del libre mercado y acabarán controlando, con sus bases de datos, toda nuestra
existencia.
Pero, volviendo al tema y desarrollando algo más lo
último dicho, cada vez más se recurre al control de los desplazamientos, de las
actividades que realizamos, de nuestras vidas, para conseguir el control y
dominio sobre la gente. Estamos aceptando intromisiones en nuestra vida privada
que eran impensables hace unos años. Hemos renunciado a parte de nuestra
privacidad en aras de la seguridad y el miedo al terrorismo. El miedo está
siendo el gran aliado de los que quieren controlarnos, de los que pretenden
establecer un sistema de dominio centralizado para definir quienes se adaptan y
quienes no a las normas de convivencia, a la ética y moral, a los criterios
mercantilistas de la sociedad de consumo, para determinar el perfil de
ciudadano ejemplar que será potenciado como modelo en un futuro no muy lejano.
Si renunciamos a las leyes que nos protegen de los abusos de autoridad, si
dejamos en manos de un colectivo político administrativo el control de nuestras
vidas, estaremos renunciando a la libertad, a la dignidad, al derecho individual
frente al poder.
El miedo, sí, el miedo es el gran aliado de nuestros
enemigos, de quienes quieren someternos a su dominio validando la
instrumentalización de los datos que acumulan en sus bases, de quienes
pretenden imponernos un nuevo orden donde se rompa el esquema funcional actual
para poner otro de calado más universal. El miedo es el arma más poderosa para
someter a la gente, pues nosotros mismos renunciamos a nuestros derechos en
aras de la seguridad, como bien decía el insigne José Luis Sampedro. Despertar
el miedo es fácil, sobre todo en las personas inseguras, más dependientes, de
bajo discernimiento, pues todo hecho tiene diferentes prismas por donde verlo y
valorarlo, solo es necesario hacer hincapié en aquello que sea lesivo para los
intereses de la gente, en despertar el recelo, la duda, la turbación, el
desasosiego en la frágil mente humana. En sujetos líquidos, incluso gaseosos,
por usar la idea del recientemente fallecido Zygmunt Bauman, donde define la
sociedad contemporánea bajo el concepto de “modernidad líquida”, es aún más factible
ya que no tienen principios y valores claros y sólidos, o un proyecto de vida
estructurado, viviendo al día en todo, llevados por la corriente del rio con
rumbo impreciso hacia el mar, que es el morir, parafraseando a Jorge Manrique…
estos sujetos son más permeables a la influencia de los mensajes manipuladores
y buscan en el líder la salvación, aunque tengan que asumir el coste de la
sumisión. Es la vieja teoría de la ética del amo y el esclavo, tal como ya se
dio en la etapa feudal que, en el fondo, sigue existiendo de forma más o menos
solapada en el alma y disposición de algunos.
Y para implantar el miedo, qué cosa mejor que el
terrorismo, como su propio nombre indica. El terrorismo usado de forma
inteligente como inductor del miedo es de gran efectividad. Al terrorista le
interesa sembrar el terror y para ello lo ejerce, pero la sociedad no gestiona
adecuadamente estos actos y, mediante el trato y la alarma social, lo eleva aún
más. Determinadas tendencias políticas, gobiernos o intereses de poder, se
acaban aprovechando para, en un clima social de demanda de protección,
consolidar y modificar las normas y leyes en beneficio propio o de un ejercicio
del poder más absoluto.
Lo curioso es que en EE. UU. mueren al año más de
11.000 personas por el uso de armas de fuego, mientras que por el terrorismo el
promedio es de 31 fallecidos (excluyendo el 11S). Con estos datos lo lógico
sería que el pueblo americano votara a quien propusiera eliminar el uso de
estas armas, pero, curiosamente, se vota a un señor que hace de la lucha contra
ese eximio terrorismo, su bandera. No hablemos ya de accidentes de tráfico,
laborales, etc. a cuya previsión se le dedican presupuestos económicos ridículos,
proporcionalmente muy inferiores, y no nos causa terror salir a la carretera,
cuando tenemos mil veces más posibilidades de morir en ella que en un acto
terrorista.
Ciertamente el problema del terrorismo se da, sobre
todo, en los países en guerra donde se combate por su dominio. Allí se vive el
terror en las calles, en el día a día, y son cientos de miles los muertos que
se han llevado, y siguen llevándose, por delante esos conflictos de intereses
espurios difícilmente identificables. El cultivo del miedo siembra el odio y el
cultivo del odio lleva a la guerra, a la confrontación y la muerte, denigrando
a los seres humanos y elevándolos a sus más altas cotas de perversión, de
egoísmo codicioso insolidario. Es terrible ver cómo los países que se rasgan
las vestiduras cuando hay un acto terrorista en su territorio, muestran una
absoluta pasividad ante el terror que se vive en esas guerras y cómo cierran
sus puertas a los que huyen de ellas, muchas veces con la excusa de que entre
los refugiados pueden venir terroristas. Todo esto se traduce en una
desconfianza absoluta, en inseguridad manifiesta, en desasosiego… en suma en
miedo.
Pero hay otros factores más que consolidad ese
miedo, como son el miedo a quedarse parado, miedo a no poder pagar la hipoteca,
miedo a la pobreza, la miseria y la imposibilidad de dar techo, alimento y
cuidados a los hijos, miedo a perder esa dignidad que nos arrebata la pobreza. Contra
el miedo, y algunos poderosos lo saben cultivar, puede aparecer la receta de
una elevación de la autoestima, de una manifestación de poder y el
convencimiento subjetivo de nuestra superioridad grupal, lo que lleva a una
dependencia y asunción de las estructuras de poder que conforman ese grupo
ideológico, país o cultura, capaz de acabar con el enemigo sin piedad ni
escrúpulos. Todo ello echa por tierra los valores y derechos humanos que tanto
han costado instaurar en las sociedades libres… en aras de la seguridad entregamos
los derechos, para que el miedo no vaya a más nos acabamos sometiendo al poder
de quien dice defendernos, a nuestro mesías particular.
Hasta ahora parecía que teníamos un contrato social
firme, que el Estado del Bienestar estaba garantizado y que el sistema
democrático nos permitiría elegir a aquellos gobernantes adecuados para
enfrentarse a las crisis y sacar adelante a la sociedad. Pero de golpe se
presentificó el terrorismo, después la crisis, con ella el paro, los sueldos de
miseria, los desahucios, el incremento de la pobreza de los pobres y de la
riqueza de los ricos… en suma, el caos. Pero un caos controlado y enfocado para
el cambio, para que ganaran los de siempre.
En este contexto, los muy ladinos, supieron jugar
con la teoría de las expectativas de la gente. Ante una caída libre al abismo
sabían que afloraría el temor a perderlo todo y se conformaría con perder solo
parte, esa parte que ellos tomarían para enriquecerse más, creando un nuevo
marco que modificaría el teatro de operaciones. Miedo, más miedo, miedo hasta
que pidan a gritos que vengan un Trump, un Hitler o un mesías que les conduzca
a la salvación, eso sí, a la suya aunque dejen el camino lleno de cadáveres,
pero en otro lugar, fuera de su casa. Solo oyeron palabras, promesas de
soluciones inviables, de acciones que embrollarían más las cosas. Se creyeron
que los 11.000 muertos por armas de fuego las producían los inmigrantes, que todos
los musulmanes eran terroristas, que había razas inferiores que eran un impedimento
para el buen funcionamiento del país, que el mundo empresarial estaba
corrompido e instalado en el establishment enriqueciéndose a manos llenas, que lo era en buena
medida en ese mundo de los gatos que gobernaban a los ratones, pero, lo curioso
es que quien decía eso también era un gato redomadamente rico, con una vida
sospechosamente infecta, con infinidad de recursos comunicacionales a su
servicio para modificar y crear opiniones, para manipular y falsear las
verdades relativas que existen en esto mundo, con un discurso agresivo, prepotente,
descalificador. Tomaron cuerpo los manifiestos y actos histriónicos, con gran
parafernalia, en discursos infantiloides sin contenido racional, aunque sí
emocional. Y la gente, como en los años 20 y 30 del pasado siglo, se aferró al
clavo ardiendo, se entregó ante los mesías que los harían más grandes, más
ricos, y protegería sus intereses aunque fuera mediante una guerra que los
llevaría a dominar el mundo, a eliminar el terrorismo, a volver a ser los más
poderosos, como si ya no lo fueran.
En ese interdicho fueron apareciendo confrontaciones
con los viejos aliados, se instauró el descontento, la falta de respeto a la
libertad de los demás, se cambió la diplomacia por las bravuconadas, la
negociación por las amenazas y el chantaje; y el pueblo llano, confundido,
empezó a ver a sus amigos y aliados como enemigos potenciales, y perdieron la
confianza y afloró el desencuentro. Lo que antes era bello y gratificante ahora
se cuestionaba y el valor de la amistad se confundió con la lealtad a intereses
comunes del grupo, acabando sometido a sus normas impositivas, cosa preferible
antes que terminar segregado y arrojado a la gélida sombra de la marginación y
la indiferencia. Ahora el nuevo y mesiánico líder, al sembrar la desconfianza,
los hizo más suspicaces, hasta llevarlos a la paranoia que cultiva el odio y
desencuentro. Se convirtieron en dogmáticos para aglutinar sus filas, en
integristas intransigentes e irracionales para defender sus principios
inalienables y solo veían por los medios que hablaba el líder, la otras
televisiones eran corruptas, regentadas por periodistas venales, que solo
pretendían denostar al adalid del proyecto para hacerlo fracasar y seguir ellos
controlando el mundo.
Y se fue cerrando el círculo. Ya no debías fiarte de
tu vecino porque podía ser un infiltrado. Tenías que acudir a las reuniones del
partido para no levantar sospecha de que fueras un traidor, acudir a sus actos,
vestir según sus normas, mostrar las conductas e ideas adecuadas en defensa del
grupo sin fisuras, incluso ejercer la violencia contra aquellos que no apoyaran
la ideología del grupo, acusándolos de traidores a la patria y al orden, para
darles el escarmiento merecido. Entonces, inmersos en una espiral de locura, se
abolió la conciencia individual y se supeditó a la colectiva, ya no eras
responsable de tus actos pues el líder era el que asumía la responsabilidad de
las decisiones, tú solo eras un mero ejecutor para sostener el buen
funcionamiento del sistema y veías con muy buenos ojos todo lo que fuera
establecer controles, usar la más alta tecnología y procesos formativos para
conseguir ciudadanos ejemplares como el modelo definido.
Ya puestos, pidamos que se identifique a la gente
con un chip para evitar que nadie atente contra nadie, y de camino conocer lo
que hacen y piensan esos locos que se aprestan a romper el sistema, los que
siembran ideologías del caos, los enemigos del orden establecido y la
convivencia… Es fácil, pongamos cámaras en las calles para vigilar, lectores de
códigos de barras o chip para saber en cada momento dónde está y qué hace cada
cual, eso facilitará el tránsito de la gente de bien, el pase por los
aeropuertos, las compra en los supermercados, los viajes, la identificación
para cualquier trámite… todo será para preservar la seguridad, el beneficio y
progreso de esta sociedad enferma de paranoia y desconfianza que se va
cultivando desde la propia escuela, la familia o la tele con su selección de
noticias tendenciosas. Queremos un sujeto que solo confíe en el Gran Hermano y
ya hay conocimientos científicos que permiten influir en el pensamiento, las
actitudes y conductas de la gente, la ciencias nos avala y la ciencia es de la
empresas porque se la hemos robado a la universidad. Además, el Gran Hermano,
tiene de su parte a los medios de comunicación, que son suyos y puestos
astutamente a su servicio…
Este mundo, que yo planteo como imaginario, aún no
existe, amigo lector, pero si no nos espabilamos acabarán imponiéndolo y
nosotros, o nuestros hijos o nietos, defendiéndolo. Hemos subido la escalera y
se nos ha situado arriba del tobogán que, con velocidad de vértigo, puede
llevarnos al barro de esa miseria humana de la mano de la tecnología y la manipulación interesada, donde la sumisión
sea un hecho incuestionable, el orden el estado superior, el idealismo un
anatema, el ser humano un mero instrumento de producción y consumo, la tierra
una masa a explotar hasta acabar con todos sus recursos, la ciencia un
instrumento que tutele la fuga hacia adelante encontrando medios de resolver
hasta los desastres más grandes mediante cambios de vida, producir y
comercializar oxígeno para combatir la contaminación, crear alimentación
sintética, medicinas selectivas para cada enfermedad según el genoma (eso sí
caras y solo al alcance de unos pocos) que, además, depurará la raza, etc. etc.
etc.
Y
ahora, finalmente, si la función de la tierra es la nutrición de la vida, tanto
humana como animal, lo coherente sería procurar el desarrollo de las personas
sin excepción dentro de un ecosistema facilitador del mismo, buscando su
creatividad y su elevación intelectual o espiritual, acercándolos al
conocimiento y a la autorrealización. Pero, por lo dicho, parece que no van por
ahí los tiros, sino por crear herramientas o instrumentos de la mayor
perfección que les vayan sustituyendo en sus labores (robótica), lo cual sería
magnífico siempre que se liberara al ser humano para centrarse en esa
autorrealización. Aunque parece que tampoco vayamos por ahí, y ciertas
tendencias de futuro se orienten más a considerarlo un mero elemento más del
mercado, consumidor irracional que satisface la codicia del sistema capitalista
consumista. Si el sujeto entra, o cabe en el juego, les sirve, pero si no, les
sobra… o sea, si es productivo vale y si no lo es ya le pueden ir dando muchos
por donde amargan los pepinos…
Por
tanto, si se andan potenciando los valores humanos negativos, como la codicia,
la insolidaridad, el desencuentro, el desprecio a lo diferente, la
intolerancia, la avaricia, el dogmatismo y los credos que encapsulan el
pensamiento, etc. tal vez “solo nos salvará el amor”, pero ese es otro tema
para reflexionar.