Atentado terrorista de Orlando |
(Me gustaría conocer tu opinión sobre este blog para orientarme a la hora de tomar decisiones y cumplir el objetivo que me propuse. Si no te importa, te ruego contestes a una pregunta que aparece al margen izquierdo sobre el asunto. Gracias.)
El atentado de Orlando, en el club Pulse, que ha dejado 50 muertos y más de otros tantos heridos, vuelve a poner sobre el tapete, si es que ha dejado de estarlo en algún momento, la actuación de sujetos asesinos que matan en nombre de algo o alguien, bien perteneciente a una ideología o a una religión, en la que sustentan la justificación intelectual del crimen. En los EE. UU. se han dado, en lo que va de año, 173 tiroteos múltiples, entendiendo por múltiple los que causan al menos más de cuatro víctimas mortales, según datos recogidos por el portal Mass Shooting Tracker, que no es poco. Por tanto, aunque en este caso estemos hablando de terrorismo islamista, según parece, me refiero a todos los atentados terroristas que se sustentan en componente ideológico o religioso, como soporte intelectual para ejecutarlos.
El atentado de Orlando, en el club Pulse, que ha dejado 50 muertos y más de otros tantos heridos, vuelve a poner sobre el tapete, si es que ha dejado de estarlo en algún momento, la actuación de sujetos asesinos que matan en nombre de algo o alguien, bien perteneciente a una ideología o a una religión, en la que sustentan la justificación intelectual del crimen. En los EE. UU. se han dado, en lo que va de año, 173 tiroteos múltiples, entendiendo por múltiple los que causan al menos más de cuatro víctimas mortales, según datos recogidos por el portal Mass Shooting Tracker, que no es poco. Por tanto, aunque en este caso estemos hablando de terrorismo islamista, según parece, me refiero a todos los atentados terroristas que se sustentan en componente ideológico o religioso, como soporte intelectual para ejecutarlos.
Es cierto que mentes enfermas se pueden amparar en
ideas o credos para perpetrar sus aberraciones, dar cumplido a sus odios, sublimar
sus frustraciones o dar rienda suelto a su más puro instinto asesino; o, en
otros casos, ser captadas por sujetos que se mueven tras bastidores para
conseguir objetivos inconfesables. Es aquí donde los grupos ideológicos y
religiosos deben tener muy en cuenta cómo educan y forman a sus integrantes,
para evitar que se den estas y otras conductas reprobables.
Cuando un grupo social de componente ideológico o
religioso ampara estos actos criminales acaba siendo cómplice de los mismos y,
por ende, entra en la dinámica de rechazo por las víctimas y aceptación por
parte de los que cultivan el espíritu asesino. En este caso me refiero al
rechazo de la ciudadanía occidental en general y a los defensores de los
derechos humanos y la libertad de pensar, creer y de ser que deben respetarse
en un mundo democrático que avale las libertades individuales. Pero también, en
el otro extremo, aludo a los grupos que siembran el terror y la muerte, a los
que protegen y soportan intelectualmente estos actos, a los que los justifican
mediante interpretación de credos o principios religiosos o políticos. Estas
dos posiciones enfrentados pueden ser semilla de guerra y confrontación entre
grupos de poder, Estados o, incluso, civilizaciones. Es evidente que, si ellos
dicen actuar en nombre de ese alguien, ese alguien ampara con su actitud activa
o pasiva los hechos, salvo que muestre su total rechazo y falta de
identificación con los autores de los atentados.
¿Cuál es, pues, la estrategia para evitarlo? Es aquí
donde cabe exigir una clara y contundente actuación de los grupos religiosos o
ideológicos en los que dicen apoyarse los terroristas. De entrada negando la
mayor y dejando claro que no avalan estas conducta, potenciando su aislando inmediatamente,
actuando sobre ellos contundentemente, expulsándolos del colectivo al que dicen
representar y renegando de los principios que estos puedan defender como justificación
de sus actos... Esta actuación a nivel macro, es imprescindible; pero también lo
son otras a nivel micro, que lleven a crear un entorno hostil y poco propicio
para el desarrollo de estos sujetos con semejantes tendencias asesinas, por
otro lado basadas en una megalomanía justiciera, ungidos por la mano de no sé qué
dios o ideas, pues para mí no hay ningún dios o idea que justifique la muerte irracional
de los seres humanos. Luego, también cabe preguntarse por las facilidades que
se les da para poder atentar, cómo consiguen las armas, qué canales de
información usan y cuáles pueden ser los microgrupos sociales que los amparan y
cultivan, bien sean mafias, traficantes, o minorías ideológicas o religiosas.
Difícil asunto es que un país como los EE. UU.,
donde se pueden conseguir armas con relativa facilidad, pueda controlar la
accesibilidad a ellas de grupos o sujetos incontrolados, salvo que empiecen a
darse cuenta de que ese anacronismo del “far west” del siglo XIX no tiene
sentido en la actualidad y se piense en regular la compra y tenencia de armas
según cada caso. Conozco parte de los EE. UU. y entiendo que, en determinados
lugares, sus habitantes puedan pensar que se sienten más seguros si tienen un
arma, dado el aislamiento de sus casas y haciendas, pero de ahí a que se acceda
a todo tipo de armas de guerra y se pueda disponer de armamento ofensivo en
lugar de defensivo, la cosa cambia. Tal vez, con la idea de resolver el
problema, se debería iniciar un proceso de concienciación y de creación de
medidas de seguridad para aquellos que se sienten aislados en el campo,
aprovechando el desarrollo de las tecnologías, sin necesidad de someterlos a la
tensión continua de esa vigilia sistemática, que lleva a la paranoia, ante posibles
situaciones de agresividad por sujetos alienados, perturbados o desajustados
socialmente, que acaban perturbando, también, al propio sujeto que pretende su
defensa personal.
En otros lugares, como puede ser Europa, la cosa
cambia. Europa, que es la madre de la cultura imperante en el mundo, ha sido
protagonista de la historia mediante el dominio del globo y la expansión de su civilización
y sus revoluciones industriales y políticas. Ha colonizado el mundo, ha
impuesto fronteras en el proceso de descolonización, ha sembrado expectativas de
desarrollo y ha bebido y vivido de los recursos de los países colonizados. Ha
sido como la madre de esos Estados que, no amparados siempre en la historia de
los pueblos, los fue forjando contranatura en muchos casos, dando como
resultado países inestables y en continuo conflicto inter o “intraestado”. De aquellas
lluvias vinieron esos lodos, que al secarse expanden el polvo por un mundo de
injusticia, que, a la que caen cuatro gotas, acaba embarrándose de nuevo con
estos otros fangos.
Esa lluvia, que tiene mucho que ver con las ideas
integristas, tiene un excelente campo de cultivo en la artificiosa sociedad
creada en países como Francia, donde se conjugan, al amparo de sus lemas sobre
la igualdad, fraternidad y libertad, un conglomerado de credos, en algún caso
muy resistentes a la laicidad que es el signo de identidad de esa sociedad
aconfesional, como puede ser el islamismo. El problema del islamismo radical,
bajo mi modesto punto de vista, se centra en su intransigencia y negativa a someterse
a las leyes civiles, reivindicando una teocracia que, en gran medida, ya fue
desbancada del mundo político en Europa desde la Revolución Francesa, a la par
que pretende la expansión de su credo a través de la imposición y el sometimiento
de los pueblos mediante la guerra santa, o sea, por la violencia y el miedo. Esa
práctica, que aunque ya esté obsoleta para los cristianos, también fue cultivada,
en cierto sentido, por nuestra civilización con la sana intención de llevar la buena
nueva a los pueblos “incivilizados” con la intención de favorecerles por la
salvación de sus almas. Prepotencia megalomaniaca que escondía el proceso expansionista
de un sistema de poder y dominio de los pueblos y sus recueros naturales.
Pero, volviendo al tema, si se me permute el símil
para este caso, estaríamos ante un gran bloque de hielo, resistente a la
argumentación lógica occidental, flotando en el océano de la democracia,
perfectamente aislado, del que solo se ve la parte del iceberg que sobresale de
la superficie, pero que está soportado por una gran masa de hielo oculto e incomunicado
con y bajo el agua. A su alrededor encontraríamos moléculas de agua provenientes
del proceso del deshielo de esa misma masa que tienden a integrarse en el mar o
a adherirse de nuevo al bloque de hielo según el nivel de la temperatura del
entorno. Si no se consigue diluir ese hilo e reintegrarlo en el líquido de
nuestro mar, seguirá persistiendo, en mayor o menor medida, ese bloque del que
solo vemos la punta que asoma en la superficie, pero que se alimenta y se
soporta en lo que subyace debajo. Para que ese hielo se diluya habrá que
aceptar determinadas características de sus componentes, aunque ello implique
que nuestra agua sufra un cambio que, siendo mínimo, acabará en un proceso
homeostático de esa dilución con los nuevos elementos.
De lo contrario, habría que sacar el iceberg de
nuestro mar y eso es imposible, porque ese mar ya es también de ellos, y crecen
y decrecen en función de la relación, más o menos cálida o fría, que se
establece con los mismos. El hielo solo se derrite cuando está inmerso en agua
cálida. Si lo rodeamos de agua fría, lo que hará será incrementar su volumen. Pero dado que todos somos agua contaminada
por las ideas y los credos, sabiendo que la disolución estable ha de mantenerse
desde la esencia de la composición primigenia, habría que consolidar la
solución desde la potenciación de los valores humanos no contaminados.
Para ello, hemos de entender que todo ser humano
tiene en sí mismo, en su interior, el compendio de valores que nos permiten la
convivencia, aunque las religiones los hayan invocado como suyos; por tanto, solo
habría que despertarlos y reivindicarlos desde la laicidad de los Estados,
respetando los credos pero sin aceptar que estos se impongan coartando la
libertad de pensamiento de la ciudadanía. Los agnósticos que, consecuentemente,
mostramos tolerancia con los credos sin aceptar que los principios y valores de
una sociedad han de ser los religiosos, sino que estos ya están inmerso en los
seres humanos, pedimos esa misma tolerancia a todo creyente, pues una cosa es
la fe y otra la razón. La fe es ciega y personal, sometida a las normas y dogmas
de cada religión, mientras que la razón es universal. El problema es cuando se
le da a la fe marchamo de razón.
Por tanto, el problema está en conseguir que esos
credos, que se creen poseedores de la verdad absoluta y que se ven en la
obligación doctrinal de imponer esa verdad divina, incluso por los medios
violentos, renuncien a ello y acepten que su verdad no tiene por qué ser
compartida por los demás, ya que estaríamos hablando de cuestiones de fe y no
de verdades absolutas.
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