viernes, 22 de abril de 2016

La leyenda de la Peña de los Enamorados

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Vista desde la A92
La leyenda de la Peña de los Enamorados es una de las más extendidas y atrayentes de la provincia de Málaga. He visto algunas variables de ellas, pero, en este caso, me voy a fundar en la que transcribe F. Guillén Robles en su Historia de Málaga y su Provincia, publicada allá por el año 1874.

Desde el punto de vista geográfico, la Peña de los Enamorados, ubicada en el término de Antequera (Málaga), es una elevación orográfica de perfil singular al aparentar la cara de un sujeto tumbado, donde se observa perfectamente la barba, boca, nariz y la frente cuando se ve desde la zona de Antequera. No sé qué podrían pensar los hombres primitivos que habitaron la zona, tal como se puede deducir por los diversos yacimientos arqueológicos del lugar, pero ese perfil debió dar rienda suelta a la fantasía y, sin dejar de lado el aspecto mágico de la figura, podríamos pensar que esa inmensa cara gigantesca recostada indujo a muchas especulaciones. Pero dejemos esto y centrémonos en la leyenda que narra Guillén Robles, obviando otras, como la de la princesa Tazgona y el soldado cristiano Tello.  Transcribiré, al pie de la letra, el texto de Guillén Robles:

“…Era alcaide de Archidona el altivo y valeroso caudillo Ibrahim; digno de  los más bravos adalides cristianos, aguerría constantemente á sus soldados llevando cabo ó rechazando algaradas;  apenas le brindaba la casualidad un favorable resultado caia desde su alcaidía sobre las tierras cristianas, como el alcon sobre la presa desde las nubes,  ó iba á derramar su sangre en cuanto los audaces fronteros se presentaban en su territorio; tipo lleno de grandeza y de valor lo respetaban los granadinos, le temblaban los cristianos y le adoraban los archidoníes, que simbolizaban en su persona la seguridad de su villa.

Según la tradición, tenía Ibrahim una hija cuya belleza escedia á toda ponderación; nobles señores granadíes, bravos mancebos malagueños, opulentos magnates de Archidona, esclavizados por sus encantos, pretendían hacerla su esposa; pero ni las enamoradas atenciones de sus apasionados, ni las regaladas músicas bajo sus agimeces, conmovían el corazón de la noble doncella que se mostraba insensible á ruegos y quejas, á proezas y galanterías.

Y era que bajo aquella aparente frialdad, en aquel corazón que se mostraba inflexible é indiferente, existía una pasión profunda: un apuesto y valeroso magnate granadino había conseguido interesar á la hermosa dama, hacerse dueño de su corazón, y venciendo todos los obstáculos que la rodeaban anudar con ella relaciones amorosas.

Pero un día, el walí de Archidona manifestó á su hija que uno de sus amigos, cuyas cuantiosas riquezas corrían parejas con sus años, la había pedido por esposa, y que él se la había concedido, señalando entre ambos la época del desposorio: otra muger que la hija de Ibrahim al recibir esta noticia hubiera buscado consuelo á su desdicha en las lágrimas; pero en el espíritu de aquella dama había un centello de varonil entereza de su padre; terminada la plática con este, corre á sus estancias y envía un mensajero á su amante, indicándole que si no quería verla esposa de su viejo pretendiente, la arrebatara de entre otras muchas doncellas que con ella habían de ir á solazarse cierto día a una fuente á la abajada de la villa.

El día designado, algunas jóvenes de Archidona se entretenían entre juegos y danzas en los alrededores de aquella fuente; la alegría y el placer animaba todos los semblantes, y los dichos agudos ó burlescos escitaban sus carcajadas, que cesaron á la llegada de un gallardo moro caballero en un fogoso alazan.

Alborotáronse las damas, rebozáronse, y el ginete en vez de pasar de largo, rudo y descortés hizo saltar á su cabalgadura en un barrizal que formaba el desaguadero de la fuente, con la intención de salpicar de lodo á aquella alegra concurrencia: las jóvenes huyeron en todas direcciones y cuando se recobraron del susto, vieron á su compañera, la hija de Ibrahim, que colocada en el arzon del corcel que montaba el alarbe desaparecía con él en la llanura.

Rápida, como siempre lo es la noticia de una desdicha, llegó á oídos de Ibrahim la del rapto de su hija: sus deudos y servidores al verle saltar sobre su caballo y bajar á galope tendido hacia la vega, le siguieron apresuradamente: los caballos del alcaide y los de sus amigos devoraban el espacio como si sintieran la indignación y el corage que animaban á sus ginetes; al fin distinguieron al atrevido raptor que galopaba con su presa cerca de la encumbrada peña.

Al descubrir á sus perseguidores y al ver que iban á darle alcance, el enamorado doncel subió á la cúspide del peñasco dispuesto á vender cada si vida; la joven, valerosa y amante, permaneció junto á él en aquellos angustiosos momentos.

Cuando el alcaide de Archidona comprendió que su hija se separaba de él voluntariamente su desesperación no tuvo límites; una mancha indeleble caia sobre su honrado nombre; aquella hija, objeto de su amor y de su orgullo, oscurecía todas sus hazañas con su liviandad y desenvoltura; entonces se precipitó con su gente á la subida de la peña: la hija de Ibrahim comprendió que habia llegado la última hora de su amante, que nada podría detener el brazo irritado de su padre, que había de ver rodar á sus plantas aquella cabeza querida, objeto de su amor y de su adoración, y loca, desesperada, abrazóse con el granadino precipitándose con él desde lo alto del peñasco". 
(Guillén Robles elige este relato de la tradición popular que publicó M, Lafuente Alcántara, también alude a que ambos jóvenes habían sido enterrados al pie de la Peña…).

"La tradición indica que después de la muerte de su hija desapareció de Ibrahim la alegría, la compasión y la generosidad; vámpiro sediento de sangre parecía querer lavar con la cristiana la deshonra de su hija; siempre severo y sombrío señalaba el incendio y la ruina con feroces expediciones; mas allá de la frontera cristiana no había ni ganado seguro, ni camino tranquilo, ni villa por fuerte que fuese que no tuviera siempre sobre sí, como una angustiosa pesadilla, el temor de verse atacada por el cruel alcaide; este parecía multiplicarse acudiendo donde podia emplear su espíritu destructor, y una veces por sorpresa, otras en batalla campal era el azote de la cristiandad".

… al final, los caballeros de Calatrava de la zona de Jaén, conducidos por el ambicioso y altivo Pedro Giron y acompañados de otras fuerzas cristianas provenientes de diversos concejos, como Osuna, Moron y Carmona, tras un terrible asedio consiguieron rendir la plaza de Archidona en 1462. Ibrahim, viendo su derrota acabó precipitándose con su caballo desde la muralla, prefiriendo la muerte  antes que entregarse a los cristianos.

Nota: El texto en cursiva es fiel al original, por lo que las posibles faltas de ortografía han de entenderse como correcta escritura del tiempo en que se publicó la obra.


2 comentarios:

Myriam dijo...

Una leyenda muy interesante.
Quien sabe cuanto haya de verdad en ella.

Ambos jóvenes mostraron valentía, sobre todo ella,
que se opuso con firmeza a su padre para defender su amor.


Un abrazo

Antonio dijo...

Ya sabes, amiga Myriam, que las leyendas suelen tener algo de verdad inicial... luego vendrá su diriva en función de los juglares que las cantaban, de la neceisdad de llegar al corazón sensible de la gente, de crear héroes y mártires de los valores que se defienden en la leyenda, en este caso el amor a pesar de la guerra.
Un abrazo

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