(Me gustaría conocer tu opinión sobre este blog para orientarme a la hora de tomar decisiones y cumplir el objetivo que me propuse. Si no te importa, te ruego contestes a una pregunta que aparece al margen izquierdo sobre el asunto. Gracias.)
Botes de gases lacrimógenos contra refugiados |
Hubo un tiempo en que la palabra gases, tras la II
Guerra Mundial, era sinónimo de muerte, de holocausto y de nazismo puro y duro,
asociándose a tétricas cámaras de exterminio movidas por la más aberrante
manifestación de la vileza y maldad del ser humano.
Luego aparecieron los gases lacrimógenos para
disolver manifestaciones, para evitar la protesta, para eliminar la expresión
de la disidencia. Quién de mi generación no recuerda a los grises lanzando
botes de estos gases, balas de goma y ¿por qué no?, de cuando en cuando,
escaparse algún tiro, allá por los años 70.
Siempre, desde el poder, se intentó controlar al
sometido, al sumiso que se levantaba contra la injusticia, al necesitado y
desesperado que, harto ya de esperar y de clamar al silencioso e indiferente
cielo, pedía a grito pelado que se diera solución a unos problemas que él no
había provocado, pero que le atosigaban y condicionaban la vida. Cuando la
gente, cansada de la indiferencia de los gobiernos y de los yugos ungidos por
dictaduras insoportables, pretendía manifestar su disgusto y desacuerdo mediante
canales oficiales, se encontraba con el muro de la indolencia, de la apatía e
impasibilidad. Los gobernantes hacían oídos sordos. Entonces no quedaba más remedio
que lanzarse a la calle, gritar y patalear, mostrar ira, furia, indignación y coraje,
para hacerse oír y conseguir los objetivos que de forma democrática deberían
ser logrados si todo funcionara bien.
Ahora, cuando los poderosos siguen jugando al
ajedrez sobre el tablero esferiforme de la tierra, cuando las guerras se
fraguan en países no adeptos o de dificultosa filiación, geoestratégicamente
importantes, cargados de conflictos seculares y con fronteras un tanto artificiales
tras la descolonización de los imperios europeos, esa Europa le da la espalda y
se desentiende de su responsabilidad histórica y de sus principios de justicia
social y respeto a los derechos humanos.
Reconocer en su Constitución la esencia
cristiana de nuestra Europa era una
reivindicación de determinados políticos europeos, como el señor Aznar. Pero es
muy dificultoso comprender que se pueda hacer esa reivindicación a la par que
se niega el asilo a los refugiados provenientes de esas tierras, que en su
tiempo formaron parte del macroimperio colonial de las potencias europeas. No
es de recibo hablar de esa raigambre cristiana a la vez que fotografiarse en
las Azores. Solo el más puro cinismo intenta conjugar los principios hipócritas
de un cristianismo trasnochado con el desprecio a los seres humanos que huyen
de una muerte que los persigue a caballo de las balas, la miseria y el terror. No
se pide un acto de caridad, que suele ser un paliativo de la injusticia sin
erradicarla, sino un acto de justicia desde la concepción humanista de la vida,
desde los valores esenciales de todo buen ser humano que se precie como tal.
Pero hoy, una vez más, hemos asistido al baile del
cinismo, a la interpretación de la farsa de la política, quedando patente que
la Europa de los mercaderes no entiende de humanidad, que solo maquillan sus
ideas y actos cuando hay un elemento que movilice significativamente emociones
y sentimientos en la conciencia del pueblo europeo y que ello les lleve a la
pérdida del control y a tambalearse la estructura social que sostiene el sistema.
Pobres refugiados. Pobres niños, a los que su
alegría les ha sido robada en un tránsito dramático hasta llevarles a la desolación
y la desesperanza, al envejecimiento prematuro al que arrastra la indolencia,
el hambre, la miseria y la desconfianza
en los seres humanos. ¿Qué valores se siembran en esas mentes infantiles que
ven llorar a sus podres de impotencia para poder dar solución a sus
necesidades? ¿Quiénes son los culpables de ese fracaso prematuro de un proyecto
de vida en esas infantiles esperanzas? ¿Quién pagará la factura de tal
desaguisado y del odio que se siembra? Esa es la pregunta del mañana…
Hoy se vuelve a gasear a las personas que lloran su
desgracia, a los indefensos que buscan angustiados solución a sus problemas, a
los niños, las mujeres y los hombres que protestan hastiados de tanta espera bajo
el barro, la lluvia y la miseria. Pero si no saben llorar, no se preocupen, con
los botes de gases lacrimógenos seguro que lo logran… así no se sabrá si llorar
por su suerte o su desgracia, o por efectos de los gases les mandan. Tal vez
hoy lloren por las dos cosas, por su mala suerte y por la rabia que provocan los
cínicos sujetos que les acogen con fuegos de artificio, con la irritante asfixia
y lágrimas embasadas en botes, en lugar de un trozo de pan y algo de agua.
2 comentarios:
Antonio, comparto tu escrito, tus sentimientos, tu condena de estos hechos inhumanos. ¿Adónde va Europa?...¡Qué corta nuestra memoria!
Te felicito por tratar este tema.
Un abrazo.
Gracias, Fanny. Este mundo se ha globalizado para que circulen los capitales libremente y saque beneficio el mundo del dinero, pero no se han globalizado los derechos humanos, la justicia y la solidaridad que permita el acercamiento y la humanización de los hombres y mujeres que lo habitan.
Un abrazo
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