El eterno conflicto entre los españoles lo plasmó magistralmente Goya en este cuadro. "Duelo a garrotazos" (1820) símbolo de nuestras guerras civiles |
Al fin… Acabo de concluir la lectura de una de las
obras más amplias e intensas de nuestra literatura reciente. Se trata de Los Episodios
Nacionales, de Benito Pérez Galdós, el insigne y nunca bien valorado escritos
canario que vivió en una de las etapas más convulsas y trascendentes de nuestra
historia. Hace tiempo, muchos años, había intentado su lectura pero no estaba
preparado para ello y acabé aburriéndome como una ostra y dejando el intento. Hay
libros u obras literarias que se han de leer cuando la mente está en
condiciones de hacerlo. No siempre se puede, pues a veces es necesaria una
actitud, una disposición y estado mental y de conocimiento, que permita la
absorción de los temas tratados a la par que despierte el interés necesario para
hacerlo. Son 46 novelas de componente
histórico, protagonizadas por personajes varios, lógicamente ficticios, que nos llevan de la mano a través de la historia
de España del siglo XIX, en concreto desde 1805 a 1880. Empieza con la aciaga derrota de Trafalgar y termina con la
restauración borbónica de manos en Cánovas del Castillo en la persona de
Alfonso XII. En el interin se da un repaso a todo lo acontecido entre uno y
otro acto.
Salgo con cierto malestar, desasosiego y
desesperanza en un pueblo que a lo largo de su historia no ha sabido dar salida
a sus conflictos, donde la visceralidad y el dogmatismo religioso se impusieron
a la razón, manifestándose en continuas luchas fratricidas enarbolando el
desprecio a los demás y a la diversidad. Es la historia de la frustración de una
nación, cuyos mandos y ostentadores del poder civil, militar y religioso se
encargaron de yugular cualquier proceso de desarrollo en la línea evolutiva de
Europa. Las asonadas militares de uno y otro bando nos muestra cuán implicado
estaba un ejército caduco, muy tocado por las guerras coloniales, que buscaba
el ascenso y los honores en el uso de las armas. El llamado Siglo de las Luces,
o sea la Ilustración, tuvo su freno en los pirineos, y las ideas de la
Revolución Francesa, que cambiaron Europa, se neutralizaron por la traidora invasión
napoleónica y por el avivamiento de la llama opositora por parte de un clero y
una nobleza, salvo casos testimoniales, que presentía el riesgo de perder sus
prebendas e influencia.
El querer evolucionar por parte de una masa popular,
y el freno a ello, impuesto por los poderes anacrónicos dominantes, revirtieron
siempre en sangre y muerte, en miseria y confrontación, en incompetencia política
y administrativa. La corrupción de los gobiernos, el nepotismo,
las cesantías según quien gobernara, las revoluciones de diferente calibre, hicieron
de este país un campo de batalla y discordia, donde se perdió la esencia de nación
homogénea y próspera, descolgándose del tren del desarrollo industrial, económico
y social que circulaba en los países del entorno. Ya no fue solo el veto a la
revolución ideológica que llevó a Francia a la República, sino a la propia revolución
industrial y mercantil que dinamizaba la economía mundial.
España perdió escandalosamente esa guerra llamada de
la Independencia. Franceses e ingleses, incluso portugueses, se cebaron en la
destrucción de la poca industria que existía, en las infraestructuras y vías de
comunicación, y en todo aquello que ayudara a empobrecer a la que fuera “in illo
tempore” la primera potencia mundial. Borrar definitivamente del mapa de las
potencias occidentales a un país como España era eliminar competencia e
introducirla en un tercer mundo de miseria donde pescar, explotando sus minas y
sus riquezas desde el dinero de las potencias extranjeras y la compra de sus
personajes influyentes. Vamos, más o menos como ahora.
Luego nos vino un rey, Fernando VII, llamado el
deseado, que resultó ser un felón impresentable que no dudó en llamar a los
cien mil hijos de San Luis (segunda invasión francesa que no se consideró
agresión al defender el absolutismo de la monarquía) para imponer su dominación
totalitario y cruel, con una década ominosa, que se llevó por delante de forma
alevosa a Riego (El 7 de noviembre de 1823 Rafael de Riego, hundido moral y
físicamente, fue arrastrado en un serón hacia el patíbulo situado en la Plaza de la Cebada en Madrid y ejecutado por
ahorcamiento y posteriormente decapitado), Torrijos y sus compañeros en las playas de San Andrés en Málaga, y otros
muchos de los militares y políticos que pregonaban la Constitución Liberal de
1812. A su muerte dejó la herencia de la ingobernabilidad, de la confrontación
entre herederos; por un lado su hermano Carlos María Isidro y por otro su
infantil hija Isabel, regentada por su esposa María Cristina Borbón Dos
Sicilias. El conflicto entre la ley Sálica (algo descafeinada, pues mientras en
la ley sálica establecida en las leyes seculares no podía reinar una mujer, en
este otro caso no podían reinar mientras hubiera un varón en la línea directa
de sucesión) y la Pragmática Sanción (que
reinstauraba la de 1789 retomando la sucesión tradicional de las Siete
Partidas de Alfonso X de Castilla) no suficientemente promulgada
y clarificada en 1830, desembocó en una larga y cruel guerra que enfrentó a
Carlistas e Isabelinos (Cristinos) por el tema de la sucesión, desarrollada sobre
todo en el norte, donde más abundaban los seguidores del carlismo. La primera
guerra de las tres que hubo, tuvo su apogeo con Tomás de Zumalacarregui, general
de las huestes carlistas muerto a consecuencia de las heridas recibidas en el
cerco de Bilbao, mientras su hermano Miguel Antonio ejercía de jurista liberal, lo que da una idea de hasta qué punto
estaban divididas las propias familias. Esta concluyó, según muchas opiniones
en falso, con el Abrazo de Vergara el 31 de agosto de 1839 entre los generales
Espartero y Maroto (no sé si este Maroto tendrá algo que ver con el Maroto
actual del PP).
Es de resaltar la extrema violencia y ejecuciones
sumarias que se practicaron por ambas partes. El general Cabrera, llamado el
Tigre del Maestrazgo, fue uno de los más aguerridos y crueles desde su posición
inexpugnable de la fortaleza de Morella y Cantavieja. Claro que esto se justificaba
en que, tras mandar éste el fusilamiento de los alcaldes liberales de Torrecilla
y Valdealgorfa, sus enemigos, por orden del general Nogueras, con el consentimiento
del general Espoz y Mina, a la sazón capital general de Cataluña, fusilaron a
su madre como represalia, lo que encabritó sobremanera a Ramón Cabrera y lo
hizo despiadado y cruel. Acabó en Londres, casado con una inglesa y, por lo que
se dice, sometido a los designios de la esposa… una cosa es la batalla a pecho
descubierto en las guerras y otra la batalla soterrada por el dominio
doméstico, donde el militar suele claudicar (tómenselo a broma).
Una características de los carlistas, defensores del
Trono y el Altar, dispuesto a morir por Dios, por la Patria y el Rey, es decir
del absolutismo monárquico y religioso, era que no fusilaban a nadie sin antes
tener un cura con el que poder confesarse el condenado. Curiosa idea, pero bajo
mi modesta opinión era congruente con su credo, pues podía enjuiciar y arrebatar la
vida, pero no matar el alma, que era jurisdicción divina y correspondía a Él el
juicio de condena o absolución mediante la confesión a través de sus ministros.
Vaya forma de pensar y entender estos caballeretes la justicia. La verdad es
que pasar del altar a la batalla era cosa bien vista y muchos los curas que
tomaron las armas para defender su credo absolutista.
El movimiento político era vertiginoso y continuos
los cambios de gobierno, cuyos Presidentes del Consejo de Ministros era extraño
que duraran más de uno o dos años. Desde 1833 a 1874 con la restauración con
Antonio Cánovas, hubo 72 cambios de estos Presidentes, repitiendo algunos de
ellos en varias ocasiones, como es el caso Narvaez, llamado el Espadón de Loja
de tendencia moderada, el propio Espartero que era del grupo progresista, o
Leopoldo O’Donnell catalogado como liberal. O sea, cambios entre unos y otros
en función del viento o lo veleta que estuvieran los reyes y los movimientos
sociales, sobre todo Dª Isabel II que acabó desterrada y dando paso a la
Gloriosa, una revolución casi de guante blanco, que acabó buscando un rey que
ocupara un trono poco deseado por su conflictividad. El general Prim consiguió
que viniera Amadeo de Saboya, en un intento de proclamar la primera monarquía parlamentaria
de España, pero en las vísperas de su recepción en Cartagena, asesinaron a Prim
y el primer acto real de protocolo que hubo de hacer fue acudir al entierro de
su mentor. Tras dos años de reinado se acaba largando a su tierra, junto a su
papá, que era el rey de Italia, Víctor Manuel II y dando paso a la Primera
República, donde, al amparo de la libertad, aparece el movimiento cantonalista con
Cartagena como uno de sus principales bastiones.
Luego vendría D. Antonio Cánovas del Castillo,
paisano nuestro como malagueño y conservador convencido, que procuró y consiguió
la restauración monárquica con la abdicación de Isabel II en su hijo Alfonso,
lo que instauró, por el llamado acuerdo del Pardo, una etapa de alternancia
política entre su partido y el de Práxedes Sagasta, conservadores y liberales,
que se mantuvo hasta 1909, si bien Cánovas fue asesinado en Mondragón en 1897.
En fin, amigos, que si sois gente de lectura a la
que le gusta la novela histórica, podéis daros una vuelta interesante por la
historia de España, de la mano de D. Benito y su obra. Materia no os faltará en
un sinfín de páginas que os llevará meses leerlas (yo empecé en junio del año
pasado y poco a poco lo he logrado). Eso sí, aunque los datos históricos son de
mucha fianza, mirad que los personajes no son reales, vayamos a entender que
existieron en realidad sus protagonistas (aunque a algunos se les pueda poner casi nombre y apellidos), pero sacaréis conclusiones muy interesantes
que os harán comprender mejor el porqué estamos como estamos y donde andamos, y que esto
no se arregla si no se cambiando las actitudes, sobre todo de los políticos,
la política educativa y la formación de un espíritu democrático y respetuoso que nos lleve a comprender y
compartir la vida y las cosas con nuestros conciudadanos en sinergias que
pretendan el bien común.
Me quedo las frases finales que le dice Mariclio, la
diosa o musa de la historia, a Tito Liviano, el protagonista final en la
novela Cánovas, de la quinta serie:
»La paz, hijo
mío, es don del cielo, como han dicho muy bien poetas y oradores, cuando
significa el reposo de un pueblo que supo robustecer y afianzar su existencia
fisiológica y moral, completándola con todos los vínculos y relaciones del
vivir colectivo. Pero la paz es un mal si representa la pereza de una raza, y
su incapacidad para dar práctica solución a los fundamentales empeños del comer
y del pensar. Los tiempos bobos que te anuncié has de verlos desarrollarse en
años y lustros de atonía, de lenta parálisis, que os llevará a la consunción y
a la muerte.
»Los políticos
se constituirán en casta, dividiéndose hipócritas en dos bandos igualmente
dinásticos e igualmente estériles, sin otro móvil que tejer y destejer la jerga
de sus provechos particulares en el telar burocrático. No harán nada fecundo;
no crearán una Nación; no remediarán la esterilidad de las estepas castellanas
y extremeñas; no suavizarán el malestar de las clases proletarias. Fomentarán
la artillería antes que las escuelas, las pompas regias antes que las vías
comerciales y los menesteres de la grande y pequeña industria. Y por último,
hijo mío, verás si vives que acabarán por poner la enseñanza, la riqueza, el
poder civil, y hasta la independencia nacional, en manos de lo que llamáis
vuestra Santa Madre Iglesia.
»Alarmante es
la palabra Revolución. Pero si no inventáis otra menos aterradora, no tendréis
más remedio que usarla los que no queráis morir de la honda caquexia que invade
el cansado cuerpo de tu Nación. Declaraos revolucionarios, díscolos si os
parece mejor esta palabra, contumaces en la rebeldía. En la situación a que
llegaréis andando los años, el ideal revolucionario, la actitud indómita si
queréis, constituirán el único síntoma de vida. Siga el lenguaje de los bobos
llamando paz a lo que en realidad es consunción y acabamiento... Sed constantes
en la protesta, sed viriles, románticos, y mientras no venzáis a la muerte, no
os ocupéis de Mariclío... Yo, que ya me siento demasiado clásica, me aburro...
me duermo...».
Que
tengas ustedes buena lectura.
4 comentarios:
Interesante resumen del siglo XIX español. Este pueblo nuestro zarandeado por todas clases de viscitudes. Pobre España. Un abrazo Antonio.
Exactamente, amigo Prudencio. Este pueblo está condenado a ser zarandeado, manipulado y aborregado si no nos enfrentamos a un proceso educacional que nos libere mediante el pensar y discernir para ser libres.
Un abrazo
Guauuu, merece estar tu trabajo en algún periódico, excelente Antonio, me ha encantado y tremenda esta frase porque es lo que hoy está pasando en nuestra pobre España "Salgo con cierto malestar, desasosiego y desesperanza en un pueblo que a lo largo de su historia no ha sabido dar salida a sus conflictos, donde la visceralidad y el dogmatismo religioso se impusieron a la razón"... Un beso merecido
Gracias, Mª Ángeles, por tus palabras. Es cierto, somos un pueblo anclado en una cultura relacional inamovible, pues no se nos acaba de educar en la compresión y el diálogo, en el respeto a la diversidad y la confluencia de ideas. Somos partidistas, incluso cainistas, y vemos a los demás como nuestros contrincantes y enemigos, cuando deberíamos verlos cono complementarios a nuestra posición e ideas. En fin.. así nos va.
Espero que algún día, las generacionaes venideras puedan ser educadas de otra manera que permita esas sinergias hacia un bien común.
Besos
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