La federación de mujeres de la Comarca Nororiental de Málaga,
“PODEMOS”, ha tenido a bien invitarme a participar en la mesa redonda sobre
Violencia de Género, celebrada en Villanueva de Algaidas. Dada la demanda de
algunas de las asistentes he decidido colgar en mi blog el texto de la ponencia,
si bien la exposición se desarrolló en un discurso espontaneo, este texto recoge la esencia del tema.
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Buenas
tardes:
Ante
todo quiero agradecer la invitación que se me ha hecho para participar en esta
mesa redonda tan interesante, aunque haya sido a corto plazo y sin disponer del
tiempo que se requiere para elaborar una ponencia con la calidad que me hubiera
gustado. Pero el tiempo manda y me limitaré a buscar en mi interior, en ese
bagaje que solemos llevar a esta edad a través de las experiencia vividas, y
hablaré del tema con base en otras charlas que he tenido la oportunidad de dar
en otros foros. Por tanto, y dado que tenemos una concurrencia versada en estos
conocimientos, me atreveré a compartir lo que pienso, entiendo e infiero sobre
este tema tan viejo y nuevo, tan vil y mezquino en sus consecuencias, pero tan
de actualidad y vigencia, por desgracia.
Antes
de empezar y para saber de qué estamos hablando, aunque la mayoría no lo
necesite, empezaremos por definir el:
- Concepto de Maltrato "violencia contra la mujer"
- Concepto de “Violencia de Género”.
Concepto de Maltrato "violencia contra la mujer"
(Asamblea General de la ONU. Resolución 48/104, 20 de diciembre de
1993).
Se
entiende todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que
tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o
psicológico para la mujer, así como las amenazas de tales actos, la coacción o
la privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública
como en la vida privada»
Se
entiende por Violencia de Género todo acto de violencia física o
psicológica (incluidas las agresiones a la libertad sexual, las
amenazas, las coacciones o la privación arbitraria de libertad) que se ejerza
contra una mujer por parte del hombre que sea o haya sido su cónyuge o esté o
haya estado ligado a ella por una relación similar de afectividad aún sin
convivencia.
Hombres
y mujeres.. u hombres o mujeres. Tan iguales y diferentes. ¿Iguales y
diferentes? ¿Pero eso cómo se come?
Pues
sí, somos iguales en cuanto a seres humanos, con la misma capacidad de pensar,
de razonar, de discernir, de crear y comprender… en suma, somos iguales desde
un punto de vista funcional en la psicología, en la mente. Venimos de un mismo
lugar y conjugamos un mismo genoma.
Pero
también somos diferentes. Diferentes desde un punto de vista fisiológico.
Nuestro físico no es igual, pues tiene algunas diferencias que, antes de
separarnos, nos lleva a la
complementariedad. No solo somos complementarios con el resto de la sociedad,
sino que lo somos en un sentido biológico de cara a la perpetuación de la
especie. Nos necesitamos para reproducirnos, para mantener a la especie humana
y evitar su extinción.
Por
tanto, podemos decir que, en ese sentido, somos la media naranja el uno de la
otra. La naranja nueva será mitad de la una y mitad del otro. (XX; XY) Eso se
consigue, como bien sabéis, a través del sexo que es imprescindible para la
fecundación.
Luego,
aparece otro factor determinante, como es el placer que la relación sexual
produce. Esa es la motivación para el contacto sexual y, por ende, para la
fecundación. De no haber placer no se buscaría el sexo o, al menos, no con la
intensidad y reclamo que se busca, y la reproducción sería más dificultosa, lo
que pondría en peligro a la especie.
La
fecundación, la gestación, la reproducción… Todo ello pivota sobre la mujer,
sobre la magia de la creación de vida. Un ente insignificante, un
espermatozoide dotado de su carga genética, introducido en el cuerpo de la
mujer, produce el milagro de la vida. Convierte a la mujer en diosa creadora
como portadora de ese templo que forja, amasa y conforma una nueva vida, un
nuevo ser.
Pero
también suma a ese valor el del placer,
el de llegar a fraguar con el hombre, con en el otro ser complementario, una
simbiosis fusionando sus cuerpos y eleva al éxtasis ese contacto. Compartir el
sublime acto sexual, cargado de placentera dicha, en un episodio de igualdad y
fusión premonitora de una nueva vida o, en todo caso, de una alianza entre el
deseo y el disfrute de la relación. La Inanna sumeria, Astarté fenicia, Turan etrusca, Afrodita griega o
Venus romana, son diosas del amor y la lujuria, del placer. Diosas veneradas
porque el placer sexual no es pecado.
Pero
hete aquí que las religiones bíblicas complican las cosas. Dios creó al hombre
y para que no estuviera solo, vaya para que no se aburriera, crea a la mujer,
para hacerle compañía y servirle. Y para demostrar que es suya, la fabrica con
una costilla de Adán… Pero aquella traidora perversa, le engaña y le hace comer
del fruto prohibido, le induce al pecado y queda marchitada para siempre, ella
y su descendencia con el pecado original. Son arrojados del paraíso, de la
felicidad eterna y lanzados a este mundo de dolor, trabajo y sacrificio. ¡Caray
con la señora Eva y el incauto Adán!
Bueno
pues ya tenemos servido el primer atentado a la igualdad de género. Al hombre
que se fraguó del barro para ser rey de toda la creación, ha sido traicionado
por la perversa mujer, que le ha engañado, tentada y llevada al pecado por el
mismo diablo. Ella es la encarnación del diablo y como tal se debe considerar a
partir de ese momento. Ese ser inferior, que induce al pecado, que despierta
pasiones carnales, debe ser relegado a la sola función de la reproducción y al
servicio del hombre y su descendencia. Para salvar ese charco, la iglesia
dogmatiza sobre que la Virgen María fue concebida sin pecado original, en tanto
que el Hijo de Dios no podía arrastrar el pecado de los hombres. Casi se
adivina una afinidad entre el pecado original y el sexo… la Virgen fue virgen
antes del parto, en el parto y después del parto. No se me ocurre qué extraña
artimaña emplearía el Espíritu Santo, en forma de paloma, para introducir el divino esperma en el
virginal útero mariano. Pero estas dudas las resuelve siempre el dogma, que no
explica nada pero exige fe ciega para entender lo inentendible.
Para
colmo, y ya desde un punto de vista evolutivo de los grupos sociales, de las
guerras, conflicto, conquistas y propiedades, el papel de la mujer acaba siendo
sometido a los intereses del hombre. Será un instrumento de reproducción, un
objeto de placer y el descanso del guerrero.
Pero
también, ante la necesidad de transmitir la herencia material, las propiedades
y bienes ganados por el hombre en la batalla de la vida, se le exigirá
fidelidad para garantizar que los hijos que para sean del dueño y señor. Los
hijos son del marido, ella es solo el huerto donde se cultiva el fruto. La
infertilidad no se le achaca al varón, sino a ella. Por tanto, se le controlará
y si se diera el adulterio se le castigará incluso con la muerte. No será dueña
de su cuerpo, pues esa fábrica es del marido que dispondrá de ella a su antojo
y conveniencia.
A
partir de esa idea, la mujer es marginada, descalificada, despreciada como ente
pensante, incluso en algún tiempo se le negó el alma. Es propiedad de su
marido, usada como moneda de cambio en las alianzas de los poderosos. Su rol se
define por el servicio y la sumisión, quedando escondida debajo de un velo en
la cultura musulmana. En el caso católico siguen siendo marginadas sin poder
ser sacerdotes, obispos o papas y escasamente toman relieve salvo excepcionales
casos de santas a las que hubo que rendirse ante la evidencia de su poderío y
valor mental. A la mujer se le frustró, se le recluyó en el rol de servidora de
la casa y de la prole y se le apartó de la ciencia, del estudio, de la investigación
y de la cultura
LA DIOSA INICIAL AHORA ES LA ESCLAVA. Ahí
tenemos la semilla de la desigualdad que luego se fue cultivando desde el
interés y beneficio machista.
En
1791, la escritora, política y filósofa Olympe Gouges, redacta la “Declaración
de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana” un documento de 17 artículos,
que es, yo creo, el primer documento histórico de nuestra era que propone la
emancipación femenina en el sentido de igualdad de derechos o la equiparación
jurídica y legal de las mujeres en
relación a los varones. En su primer artículo ya dice: “La mujer nace libre y
permanece igual al hombre en derechos”. Dos años antes se había llevado a efecto
la Declaración de derechos del hombre.
Pero
el mundo es oscilante, es un péndulo movido por la confrontación de intereses.
Oscila entre el sujeto súbdito y el sujeto soberano. Entre el poder de la
ciudadanía que pregona la revolución francesa y el sometimiento al poder del
soberano que pregona el absolutismo monárquico.
Altibajos
tiene la historia. Momentos de libertad y momentos de sometimiento. En nuestro
caso, derrotada la revolución francesa en nuestro país, se impone al
absolutismo de Fernando VII y el dominio ideológico y religioso del clero
católico. Liberales y conservadores, progresistas y tradicionalistas… guerra
civiles y conflictos irresolutos. En ese tira y afloja llegamos a la guerra
civil y aflora y se instaura una filosofía y una cultura social amparada en el
nacional-catolicismo que otorga a la mujer el rol de servicio, de esposa sumisa
(su-misa diaria), se da, pues, una gran regresión con la ideología del régimen
franquista, donde se adoctrina a la mujer con mensajes como estos:
“A través de toda la vida, la función de la mujer es servir. Cuando Dios
hizo al primer hombre pensó "no es bueno que el hombre esté sólo". Y
formó a la mujer para su ayuda y compañía, y para que sirviera de madre. La
primera idea de Dios fue el "hombre". Pensó en la mujer después, como
un complemento necesario, esto es, como algo útil”.
(Formación
del Espíritu Nacional, 1962).
"Las mujeres nunca
descubren nada; les falta desde luego el talento creador, reservado por Dios
para las inteligencias varoniles; nosotras no podemos hacer nada más que
interpretar, mejor o peor, lo que los hombres nos dan hecho"
(Pilar Primo de Rivera, discurso de 1942)
“La
mujer sensual tiene los ojos hundidos, las mejillas descoloridas, las orejas
transparentes, apuntada la barbilla, seca la boca, sudorosas las manos,
quebrado el talle, inseguro el paso y triste todo su ser”.
(Agosto, 1945).
En
aquellos tiempos se conjugaba una gran adoración y respeto a la figura materna
con una exigencia de sumisión a la esposa. La
autoridad e influjo de la suegra era considerable y la nuera debía
someterse a ella en muchos aspectos, bajo la exigencia de su marido. En muchos
casos la contienda estaba servida y el hijo y, a la vez, marido se enfrentaba
en un conflicto interno de difícil solución. Por un lado el respeto que se le
debía a la madre y por otro la exigencia de la mujer de decidir libremente
sobre los aspectos de su matrimonio e hijos.
Rafael
de León escribe un poema “Glosa a la soleá” donde enaltece la figura de la
madre, que lo cantó magistralmente Pepe Pinto, y dice así:
Menos faltarle a mi mare
to te lo
consiento serrana
menos faltarle a mi mare
que a una mare no se encuentra
y a ti te encontré en la calle
¡vete, vete! Si no te tié cuenta.
Hay,
pues, dos figuras en conflicto que dan que pensar: La mare causa respeta, pero…
¿y la mujer que es la mare de los hijos? Son dos figuras no comparables desde
el punto de vista afectivo y relacional. La madre es la ascendencia, la raíz,
el genoma… la mujer es el objeto, la madre de los hijos y la encargada de la
casa, algo que viene de fuera y es sustituible.
En
la lucha por la igualdad, se produce, lógicamente, una evolución de los roles
familiares y de la relación de pareja. Tal vez estas dos viñetas del genial
Forges dejen clara la diferencia:
Lo
que no podemos negar es que durante este proceso de cambio se mueve muchas
cosas. Los roles no se modifican sin más, hay que lucharlos, cuestionarlos,
negociarlos y redefinirlos, pero, además, todo ello dentro de una evolución del
“Espíritu de los Tiempos” que cataliza y orienta el proceso de cambio. Por
tanto, estamos ante un fenómeno que llevará, en muchos casos, al desencuentro,
al conflicto dentro de la pareja, a la redefinición del contrato tácito en la
relación.
Pasar
del “Lo aguanto porque es mi marido” desde la concepción de la mujer sumisa,
con aceptación del poder machista y la preponderancia sobre ella; al “Que te
aguante tu madre” en ese nuevo formato de la relación desde la igualdad,
conlleva un proceso evolutivo de los roles, lo que implica una gestión del
conflicto, mediante el entendimiento y la evolución paralela hacia un nuevo
marco de relación que, poco a poco, se va modificando en el día a día y con el
cambio de mentalidad de las partes.
Puede
ser un proceso convergente y racional que llevará a buen puerto y
entendimiento, o puede ser un proceso divergente y conflictivo, que llevará a
la disputa, al conflicto irracional, al desencuentro, cuando no a la violencia
y al maltrato.
La
expresión “Tu ya no eres la misma que antes” es una negación de la evolución
del ser humano y una reivindicación de inmovilismo y del viejo contrato
relacional de cuando se casaron.
Una sociedad dictadora y carente de libertad, expande los esquemas
de ese dictado hasta las propias familias. Establece roles de sumisión y
obediencia y definición de líderes controladores y dictadores. La lucha por la libertad implica la lucha por la justicia y por la
igualdad entre hombres y mujeres
Hasta aquí hemos contextualizado el entorno cultural y su
evolución. Ese entorno que es facilitador o inhibidor de los malos tratos.
Pero, el maltrato no lo define exclusivamente la cultura de los pueblos, sino
otras variables que se puedan dar, bien en ese o en otro contexto, como pueden
ser la microcultura familiar con su estructuración funcional y su sistema de
afrontamiento y resolución de problemas
y la personalidad de cada uno de los componentes de la pareja y sus
capacidades de resolución de conflictos.
Hablaremos, pues, de la microcultura familiar y de la personalidad
del maltratador y de la víctima.
La microcultura familiar hace referencia a la singularidad de cada
familia. Es, por tanto, una unidad cultural inmersa en un sistema superior al
que pertenece. Cada familia expresa en su vivir cotidiano, y transmite a sus
hijos en el proceso de socialización en consonancia con su entorno, una forma
particular de ver el mundo y de actuar en él. En cada familia pueden variar,
aunque sea solo en matices, costumbres, valores, normas de vida, lenguaje,
simbolismos que les son propios, etc. respecto a otras familias.
El credo religioso, la ideología política, la tradición familiar,
el sistema de resolución de conflictos, los niveles de participación de sus
miembros en ello, los roles asignados a cada componente, las actividades,
tareas y responsabilidades que se asumen, etc. definirán esa peculiaridad, esa
singularidad de la que hablaba.
Mediante el proceso de socialización los sujetos asumen los
principios, valores, conductas, normas, etc. que se dan en una cultura social,
con objeto de integrarse en la misma. Por tanto, también las microculturas
familiares. O sea, estamos adoctrinando
al niño en conductas y actitudes ante la vida y en formas de resolver problemas
y conflictos, que pondrá en práctica a lo largo de su vida, con mayor o menor
acierto, en función de con quien se relacione y su afinidad cultural en su
sentido más amplio. En todo caso, hablamos de integrarlo, como ciudadano
ejemplar, en esa cultura social.
Pero la familia puede ser, y lo es en muchos casos, una escuela de
machismo y, por ende, de maltrato. Desde pequeño se le introduce al niño y a
niña esa cultura familiar a la que me refería, con todos sus características.
Si estamos en una familia machista y/o maltratadora el niño y la niña
aprenderán esas pautas de conducta y las pondrá en práctica cuando sea mayor,
bien como agente del maltrato en el niño, bien como sufridora del mismo en la
niña.
Lo malo es que seguimos educando en el machismo. No es solo la
familia sino el entorno, los medios de comunicación, la calle y sus amistades,
las películas, etc. arrastran esa inercia educacional. Los nuevos modelos
educativos no han conseguido eliminar del todo a los clásicos, aunque ahora
tengamos niños y niñas en la misma clase. Los padres les seguimos comprando, en
la inmensa mayoría de los casos, juguetes y ropa sexistas, inscribimos a los
niños en actividades extraescolares también relacionadas con el género… por lo
general, actividades delicadas para las niñas y de fuerza para niños, por
ejemplo danza y futbol. Y seguimos con cocinitas y muñecas para la niña y
coches y pistolas para los niños, aunque ya sea en menor grado.
Por otro lado se sigue escuchando: “Deja eso que se te va a caer
la churra, eso son cosas de niña”. O esta otra: “Una niña no hace esas
brutalidades”.
Me voy a permitir centrarme un momento en el análisis del choque cultural que se da
en la formación de pareja. Normalmente la persona ideal para establecer la
relación de pareja y formar una familia, se ajusta a nuestra propia cultura
familiar. Pensamos que será más fácil entenderse con quien comparte valores,
principios y formas de ver y entender la vida. Por eso, sobre todo en los
tiempos pasados, lo padres solían valorar el tipo de familia de la que procedía
el o la pretendiente/a. Esa familia conviene o no conviene, se ajusta a
nosotros o no se ajusta, es de nuestra clase o no lo es, tiene buenos valores o
no, etc.
Pero, a pesar de todo, siempre habrá diferencias que solo se
salvarán mediante un proceso de adaptación de la pareja, que ya se inicia con
el propio noviazgo; aunque esa etapa no sea demasiado racional en el sentido
que el enamoramiento es un delirio en el que se le otorga al enamorado valores
hipotéticos falsos. El enamoramiento no solo es un proceso donde se miente para
conquistar a la otra persona, maximinimizando nuestros puntos fuertes y débiles.
Además ambos enamorados andan arrobados y embelesados por ese ideario amoroso
que les exalta. Luego, cuando llegue la verdad de cómo es cada cual, habrá que
redefinir y modificar, aunque sea mínimamente, algunas ideas al respecto. Descompongamos la palabra enamoramiento (EN AMOR (A) MIENTO), por tanto el enamoramiento está fraguado sobre mentiras, o supuestos ideales, que van más en función de lo que deseamos que sea, a lo que realmente es.
En todo caso, en ese choque cultural de la pareja se dan tres
etapas, bajo mi opinión:
- Proceso de acercamiento. Este proceso se facilita en el periodo de enamoramiento, cuando hay una mayor disposición a comprender y aceptar cómo es cada cual, sabedores de que las cosas no son como se imaginaban y que la realidad se ha de abrir paso en la relación.
- Conflicto de gestión o gestión del conflicto. Es el tira y afloja, donde cada cual procura establecer o implantar la cultura de su procedencia o sus propios criterios. Se pretende reproducir el modelo vivido en casa, con lo cual entran en colisión los dos modelos de procedencia.
- Negociación y acuerdo. Lo normal es que tras confrontar los modelos heredados, se acabe definiendo un modelo común, creando otra microcultura singular, propia, mediante el acercamiento de las partes hasta lograr acuerdos, incluso los tácitos o latentes, que permitan la convivencia. Se puede dar el caso de que se imponga el modelo del más fuerte, del ganador de la lucha y quede el débil sometido.
En cualquier caso, la resultante será creación de una nueva
microcultura familiar que formará la base de la socialización de los hijos.
De la negociación y acuerdo de ese choque cultural se podrían
desprender dos situaciones, en cuanto a la relación de dependencia o
interdependencia, que enmarcaría la sistemática de la relación de la pareja. Es
de lógica pensar que el sujeto tiene un grado de libertad en función del
compromiso, pero en ningún caso puede o debe renunciar a un espacio privado que
no colisione con ese compromiso, y si este no le permitiera su privacidad
estaríamos moviéndonos con margen de peligro inaceptable.
Pongamos un ejemplo gráfico: Dos anillos o conjuntos que se
entrelazan tiene un espacio común, que es la intersección entre ambos, a la par
que se dan dos espacios individuales que son los que quedan fuera del entronque
entre ambos. Estos espacios podrán ser mayores o menores en función de lo que
se identifiquen los dos componentes,
pero siempre es conveniente no llevar a la inmersión del uno en el otro. El
espacio A es de A y el B es de B, el espacio AB es compartido, es la
intersección entre ambos, que, indudablemente, se va negociando y redefiniendo
con el tiempo.
Es una situación sana la que permite espacios iguales en la
privacidad. Es una situación propia del machismo y el maltrato, la que no deja
espacio privado a la mujer mientras el hombre lo goza. Ver el esquema:
Ya hemos visto como puede influir la microcultura familiar en la
creación de una nueva, propia de la pareja y en las desviaciones que se puedan
producir. Dado que habíamos hablado de otra variable importante, como es la
personalidad y características de los sujetos que conforman la pareja, no
centraremos en ese perfil del maltratador y de la mujer maltratada.
Veamos ahora la personalidad de cada uno de los componentes de la
pareja.
He aquí el perfil del hombre
potencialmente violento en el hogar
(según Echeburúa y Fernández Montalvo):
- Es excesivamente celoso.
- Es posesivo.
- Se irrita fácilmente si se le ponen límites.
- No controla sus impulsos.
- Bebe alcohol en exceso.
- Culpa a otros de sus problemas.
- Experimenta cambios bruscos de humor.
- Cuando se enoja actúa con violencia y rompe cosas.
- Cree que la mujer debe estar siempre subordinada al hombre.
- Ya ha maltratado a otras mujeres.
- Tiene una baja autoestima.
Características psicológicas del
agresor:
- Sesgos cognitivos (pensamientos distorsionados sobre los roles sexuales y la inferioridad de la mujer).
- Dificultades de comunicación.
- Irritabilidad y falta de control de los impulsos.
- Muy sensibles a las frustraciones.
- Carencia de estrategias de afrontamiento de problemas.
Características de la mujer maltratada:
- Generalmente fue maltratada por sus padres.
- Aprendió a someterse a la voluntad del hombre.
- Acostumbrada a conductas violentas.
- No se valora como persona. Baja autoestima. Se siente inferior al hombre.
- Concepto de amor que le lleva al sacrificio y la dependencia absoluta.
- Sentimiento de ambivalencia de odio y amor.
- Temor a la soledad.
- Sentimiento de culpa, tristeza, lástima, vergüenza.
Para finalizar mi intervención, me
gustaría hacer una referencia al ciclo de este tipo de violencia. Es bien
sabido que se puede ir colando poco a poco en la casa, casi sin darse cuenta,
incluso justificándose, en ocasiones, mediante el estrés y otras circunstancias
manejadas por la propia víctima, como por ejemplo:
“es tan celoso
porque me quiere”,
“perdió los
nervios porque tiene mucha responsabilidad”
“si soy buena
esposa/pareja él cambiará”
“no fue para
tanto”
“esto le pasa a
todo el mundo”.
El error está en no saber pararlo a
tiempo. Pero volvamos a las fases del ciclo:
Fase 1: Etapa del aumento de la
tensión. Se va incrementando esa tensión que aparece con las discusiones,
con los conflictos y desavenencias, hasta que se pasa a la siguiente fase, que
es
Fase 2: El incidente agudo de
agresión. Aparece en un momento dado a modo de explosión del conflicto a
través de la agresión. Causa estupor, congoja, desorientación, angustia… como
si fuera un cataclismo mental.
Fase 3: “Luna de miel”, aflora el
arrepentimiento, amabilidad y comportamiento cariñoso, con promesa de que esto
no va a volver a pasar, peticiones de perdón, yo te quiero mucho por eso me
pasan estas cosas, etc.
Vuelta a iniciar el círculo… pero os
advierto, si hubo tolerancia aflora con más violencia…