jueves, 30 de enero de 2014

Saber escribir



Siempre estuve en contra de todo aquello que impidiera a un sujeto expresar sus ideas, exponer lo que piensa y cree, lo que de alguna forma define su propia existencia. No es bueno que uno tenga que callar lo que siente, que silenciar sus propias ideas y vivencias, quedando amarrado por la incapacidad de adaptarse a las normas de expresión que establecen los doctos, los que dicen como se han de expresar las cosas, cómo se han de escribir los textos y como exponer en palabras los propios pensamientos. Si miramos así las cosas, estamos condenando al ostracismo, a la exclusión, a todos aquellos que no cumplan las normas de expresión.

A través de la historia y del control de la sociedad por los poderes establecidos, se fue cribando, aceptando y excluyendo a quienes se adecuaran, o no, a los principios que regían la expresión académica que definían los doctores eruditos, sabios y que fijaban lo correcto en la forma de expresión. Expresar ideas era patrimonio de aquellos que tenían la capacidad de escribir y dominar el lenguaje. Cuando alguien exponía su credo con palabras vulgares, con el verbo del pueblo llano, cargado de faltas ortográficas, y no mostraba el dominio del lenguaje académico, se le obviaba, anulaba o descalificaba. Era más importante la forma de expresión que el fondo; es decir, primaba el formalismo sobre la esencia de la idea. ¡Cuánta sabiduría quedó en la cuneta por ese paradigma! ¡Cuánta gente, de profunda reflexión, no trascendió a las generaciones venideras por no ajustarse a la forma académica de expresión!

Cuando alguien comete faltas de ortografía queda descalificado para expresarse y, en muchos casos, causa risa y desprecio para aquellos que se creen superiores por dominar el arte de la escritura. En otros casos, manifiestan su condescendencia y, desde un punto de vista paternalista, le conceden la benevolencia, como a un niño que comienza a hablar. No importa que su idea sea de un calibre superior y de un contenido mucho más sólido que la que expresa el académico, que muchas veces esconde su incompetencia en su dominio del lenguaje y su reconocimiento social basado en su nivel de autoridad erudita. Ese es uno de los grandes males que aquejan a nuestra sociedad. Se cultivó la forma y se relegó el fondo. Se le dio más importancia a cómo se dicen las cosas que a qué es lo que se dice.

Permítaseme hoy, en esta reflexión, hacer un homenaje a aquellas personas que han roto ese miedo, esa vergüenza de ser reprochados como semianalfabetos, y han decidido expresar su pensar, sus ideas y convicciones, sus vivencias, sentimientos y actitudes, sin importarles si esto iba con H o sin ella, si separaban las palabras de forma adecuada, si utilizaban correctamente la V y la B, si el punto, el acento, la coma, etc. estaban bien ubicados.

En el fondo han roto las cadenas que ataron al pueblo a la marginación y al ostracismo. Se han liberado de los prejuicios y han ejercido su derecho a expresar lo que sienten, a plasmar sus ideas y reivindicar su existencia como ser pensante, a demandar su trascendencia, la propia existencia de su vida, mediante el testimonio que se manifiesta en la expresión de sus ideas y pensamientos.  

Ahora, con estos inventos de internet y el mundo virtual, con los facebook, blog, twitter y demás, se abre una nueva frontera, una nueva forma de expresar y comunicar, que pasa a ser patrimonio de toda la sociedad. Ya no cabe el control de lo que se publica y si se ajusta a lo académico o no, ahora quien quiera expresar algo lo lanza y lo somete a la consideración de quienes tienen acceso a ese mundo virtual al que me refería.

En este campo se aprenden muchas cosas. No es solo el intercambio de ideas y reflexiones, sino el aceptar un proceso de adaptación y aprendizaje donde se cultiva la escritura, se lee, se escribe y se asimilan las formas correctas de expresión, además de sentir el placer de manifestar las propias ideas, de defender los credos y pensamientos que cada cual sustenta, de no sentirse marginado y excluido por andar falto de formación académica.

Por tanto, con esta reflexión, quiero hacer un sentido homenaje a aquellas personas que, sabiendo de sus limitaciones en el uso del lenguaje escrito, se atreven a exponer sus ideas, a reivindicar su existencia, a expresar pareceres, pensamientos, sentimientos, ideales, conjeturas, ocurrencias, etc. dando importancia al fondo antes que a la forma, a través de los medios que la tecnología les ofrece.

Cuando se escribe en este mundillo virtual de internet, a través de facebook, por ejemplo, tenemos la posibilidad de aprender nuevas cosas, pero también de mejorar nuestra expresión, de corregir esas faltas de ortografía, de mejorar el lenguaje, de cultivar y conformar las frases y el discurso que nos permitan compartir ideas y vivencias con los demás.

“Chapeau” ante mis amigos y amigas que tienen faltas de ortografía y se atreven a escribir… pero más ”chapeau” aún ante aquellos que encuentran, en este camino, una forma de aprender a escribir y cultivar su expresión. Es importante que las buenas y grandes ideas no se pierdan, vengan de donde vengan, pero no olvidemos que las cosas son más comprensibles si están bien expresadas. Por tanto, os animo, ante todo, a expresar lo que pensáis como primer objetivo, pero sin olvidar que escribir es un arte que se aprende, entre otras cosas, con la práctica. De todas formas, para mí, lo importante es lo que piensas, lo demás es secundario. La preocupación por las formas la dejo para los académicos…

miércoles, 15 de enero de 2014

Al final… crisis cultural.

Por un nuevo ser humano...

Estoy retomando entradas que escribí hace algunos años en el blog Grito de lobos, esta es de Mayo de 2011, ya va a hacer 3 años y la retomo por seguir de actualidad y como recuerdo de un pensamiento sostenido en el tiempo. La titulé:

Al final… crisis cultural.

Todos los seres humanos estamos sometidos a un proceso oscilatorio en nuestro estado de ánimo en mayor o menor medida. Tenemos cierta dosis de ciclotimia. Posiblemente tenga una relación bastante directa con el ejercicio de análisis de nuestros hechos, que unas veces nos lleva a sentirnos bien por el resultado y otras no tanto. Podemos decir que andamos de crisis en crisis como forma de elaborar el pensamiento y la acción. En todo caso la crisis es un signo de evolución y, por ende, de cambio y necesidad de ajuste, lo que conlleva el concepto de oportunidad.

Las crisis personales, que cada cual vaya presentando y resolviendo, forman parte de la individualidad y la personalidad del sujeto. Su ajuste se hará, también, en función de su microcultura familiar y de la cultura de su grupo social.

Pero la cultura de los pueblos se fragua a lo largo de la historia y es un elemento de valor singular que ha de tener un contenido dinámico para adecuarse al espíritu de cada tiempo (Zeitgeist). La componen las formas, actitudes, creencias, convicciones, principios y valores, entre otros elementos, que da como resultado una determinada conducta y forma de interacción social. A modo ejemplar se determinan los mitos, los héroes, leyendas, tabúes, ritos y rituales, etc. que van definiendo cómo se ha de generar el proceso de socialización mediante el cual se integra el sujeto en esa cultura social y qué conducta se espera de él. Ello incluye un sistema de gestión de la comunidad, una normativa y estructura relacional que delimite un modelo de convivencia. En nuestro caso estamos inmersos en una cultura judeo-cristiana donde los valores sustentan una serie de privilegio y sistemática funcional donde prima, en gran medida, la propiedad privada y la individualidad sobre la colectividad, la denodada lucha y la confrontación como forma de escalar, la ley del más fuerte, aunque creamos que está mitigada por no sé cuantos otros correctores.

No es mi intención entrar en un análisis pormenorizado de todas y cada una de las variables que concurren hasta generar esta sociedad, a mi juicio injusta, que nos hace soportar crisis periódicas que se gestionan desde los intereses de unos grupos de poder que nos andan administrando, desde tiempo inmemorial, con total arbitrariedad en beneficio propio. Es un grupo de poder que tiene una impresionante capacidad de absorción, pues cae en sus redes todo elemento que vaya, incluso, contra él, como se ha visto a lo largo de la reciente historia. Es evidente que se sustenta en la codicia y la avaricia del propio sujeto. Bajo mi punto de vista, el mal llamado progreso y el avance del sistema tiene como motor esa codicia, que acaba siendo la trampa mortal en la que caemos la inmensa mayoría, cuando llegamos al poder o lo estamos tocando con la punta de los dedos.

Quiero decir con ello que la ética y la moral, de esta cultura social, tiene elementos aberrantes, por lo que necesita de mecanismos de limpieza mental. Es aberrante el nivel de injusticia distributiva, pero tiene la caridad como detergente mental. Un sujeto puede ser un puro ladrón y sinvergüenza desde un punto de vista estrictamente humano, pero como está avalado por unas normas y leyes sociales emanadas de esta cultura, queda exonerado y para equilibrar su disonancia cognitiva recurre a la reparación que le da el sistema… “explota a los demás, pero da limosna en caridad…”. Esto sin contar con la confesión para los creyentes, que es otro instrumento perfecto de lavado automático de conciencias. La religión, pues, vuelve a ser un elemento de primera magnitud para soportar el sistema y la conciencia de quienes lo dirigen y aprovechan.

Pero volvamos al tema concreto de las crisis. Hasta ahora se habló mucho de crisis coyunturales, que son aquellas provocadas por determinadas circunstancias que se resuelven con pequeños ajustes en el sistema; suelen ser periódicas y van asociadas al desajuste de la economía de mercado, entre demanda y oferta.

Luego hay otras más serias, que son las estructurales. Estas ponen más en evidencia al sistema y demandan cambios en la estructura funcional del mismo. Si las anteriores era temporales, circunstanciales y no requerían grandes cambios en el sistema, en este caso la persistencia de la crisis hace que deban tomarse medidas y cambiar la sistemática para salir de ellas y evitar que se repitan; afecta, pues, a las normas y principios. Pero no olvidemos que todo ello se dan el marco cultura de ese pueblo.

No obstante, llegados a este punto, habrá que pensar que esta crisis se escapa de los cauces anteriores, que ya solo no es coyuntural, sino que sobrepasa a la idea estructural, aunque pretendan modificar o reajustar el sistema para seguir en la misma dinámica. La cobardía de nuestros políticos y de nuestra propia sociedad está en no saber o querer ver la realidad, en tener miedo a colapsar el sistema, cuando es evidente que vamos directos a ello. Esta especie de huida hacia delante no hará más que aplazar el colapso y mientras más se tarde más grande será el batacazo. Ya deberían valorar y estudiar la forma de ir reconduciendo el sistema para aminorar el impacto final.

Por tanto, la crisis, ahora, es cultural. Hay que modificar los principios y valores de nuestra cultura para reorientar la filosofía popular a una nueva era donde primen otros nuevos. No podemos seguir en esta dinámica depredadora, exculpatoria y agresiva, donde las culpas siempre son de otros, léase políticos, países, emigrantes, o vaya usted a saber… En todo caso habría, bajo mi modesta opinión, que redefinir esa cultura, no solo cambios de normas y leyes, sino con un proceso educacional, de responsabilidad social, individual y colectiva, que hiciera al individuo más permeable y racional, que abocara en un nuevo contrato social. Eso es complicado, pues hay grupos de influencia y poderes fácticos que siguen apoyando y apostando por el sistema tradicional, que sustenta ese poder propio que no quieren sacrificar.

La cuestión, para mí, está en cómo fraguar una sociedad madura que no se pliegue a los liderazgos paternalistas, que no se deje alienar con falsas orientaciones, que no se atrape en la delegación de su soberanía a sujetos irresponsables, que tome partido y defienda y exija que los gobernantes gobiernen para ellos y no para las clases pudientes, el capital, la banca y los intereses imperialistas de las multinacionales. En suma, introducir esa dosis de librepensamiento que cada cual debe reivindicar desde la responsabilidad de ese nuevo contrato social.

Ahora tenemos, como nunca, la mejor juventud en formación, con mayor conocimiento y capacidad intelectual. La sociedad se gastó buenos cuartos para ello y el sistema responde dejándolos en el paro… Son los “Mejor pre-parados”. Un problema es que la globalización rompió fronteras al mercado, pero no homogeneizó las culturas organizacionales; es más, mientras más divididos andemos y mientras más se potencien los localismos, más energía se distraerá de la lucha verdadera, de la que lleve a esa homogeneización global, no solo de valores y principios, que definen las culturas, sino del propio desarrollo humanista y social.

Sigo diciendo, desde hace ya bastante tiempo, que hay dos tendencias en lucha, la que busca una clase dominante, dueña del mundo y sus recursos y usa, si le interesa, a la ciudadanía en general, la aliena, pero si no la necesita la enfrenta y provoca el conflicto sin importarle la vida ajena; esa sociedad falta de ética, amoral y asimétrica se está fraguando en este tiempo desde grupos de poder ocultos, o entre bastidores; son los de siempre, los mismos perros con distinto collar, apoyados invariablemente, también, por los de siempre. Por otro lado está otra tendencia que busca la simetría, la justicia social y el valor humano por encima del valor material; aquellos que cada vez tienen más conciencia del entorno y de la imposibilidad de seguir en esta loca marcha que acabará con todo en poco tiempo. Este último colectivo tiene cada vez más fuerza, como podemos ver con el protagonismo que va adquiriendo en los medios de comunicación libres, como es esta red, donde se van aglutinando y sedimentando ideas de otra concepción de democracia más justa.

Los cambios hay que sembrarlos cultivarlos y abonarlos. Solo se da un cambio definitivo si tiene suficiente apoyo social, si es asumido y empujado por la colectividad. Pero para ello se ha de establecer el llamado Zeitgeist, el espíritu de los tiempos, que muestra un clima intelectual y cultural capaz de reorientar nuestra cultura hacia otra estructura funcional y social más justa, más simétrica.

¿Empezamos… o dejamos que ganen los otros? Habrá que no caer en sus señuelos, reconocer la importancia de cada cosa, en no entrar en debates disociativos, sino en convergentes, en buscar lo que nos une y no lo que nos separa. El partido del siglo se juega entre los simétricos y los asimétricos, entre el humanismo y el clasismo, entre los simbiontes y los saprofitos; no entre el Barça y el Madrid… El resultado final será la supremacía de una cultura u otra.



miércoles, 8 de enero de 2014

Un grito y un poema


Este texto lo publiqué en junio de 2011 en el blog “Grito de Lobos” (http://gritodelobos.blogspot.com.es/2011/06/un-grito-y-un-poema_1213.html) Hoy lo retomo y se lo ofrezco  a mis amigos y amigas lectores/as de este otro blog personal, dado que sigue estando de rabiosa actualidad. El poema fue escrito en enero de 2010.


Un grito y un poema

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Hace algún tiempo compuse este poema. Ya se divisaba la aplastante acometida que el sistema estaba realizando. La crisis estaba siendo gestionada en beneficio de unos pocos, curiosamente quienes la protagonizaron, sus causantes. Era su crisis y se sintieron con derecho a resolverla enfocada a sus intereses, sin pensar en los cadáveres que quedaran en el camino, en las familias rotas y arrojadas a la miseria. Si alguien se enriquece, alguien se empobrece cuando no se crece.

Pensé que el mundo había caído en manos de una mafia terrible. Una mafia que se había adueñado de los medios de comunicación y los usaba para manipular opiniones de la gente, que había colonizado los partidos políticos mediante el arma terrible de la deuda bancaria y la acomodación de sus instintos corruptos, por lo que los hacía bailar a su son. Una mafia que controlaba el flujo del dinero, de la banca y las finanzas, de la bolsa y la especulación, que se había apropiado y ajustado las leyes para atrincherarse en su poltrona y dominar el sistema. No tenía escrúpulos y, día a día, se adueñaba de todo lo material, las empresas, los servicios públicos, la educación, la universidad, la sanidad, los medios y vías de comunicación… todo, absolutamente todo, en base a una cacareada libertad del dios mercado que todo lo puede y lo regula. Era la ley del más fuerte. Donde cabe el chantaje, la mentira, la manipulación y el juego sucio. El sistema había fagocitado las ideologías políticas, la democracia había sido adulterada hasta convertirle en un mero rito del voto en plan pantomima, donde los programas y promesas no se cumplen, donde se vota para huir del más malo y no para apoyar al más bueno. Donde la ilusión se pierde y se grita sálvese el que pueda.

Para ello fueron creando al hombre y la mujer mediocres. La tele se encargó de desvirtuar la esencia de los debates, de la denostación sistemática, de la invasión en la vida ajena y dinamitar un concepto, viejo y apreciado concepto, como es el respeto. Presentadores histriónicos fueron tomando protagonismo hasta convertirse en estrellas de la tele, en hacedores de mitos, de héroes y modelos, destrozando valores y principios y entrando en el todo vale. Dios los confunda!!!

Entonces vi con claridad que bogábamos en un mar cargado de negrura, una noche tenebrosa que no nos dejaba ver el horizonte ni el mañana, la luz que da la vida con el amanecer de un sol. Nos querían confundir y atrapar en sus redes hasta someternos a una nueva dimensión, una situación donde perdíamos la esencia de un Estado gobernado por votación popular, por políticos éticos y honrados, en una democracia real, para ser dominados desde la empresa y la banca, desde la economía y la especulación financiera… Ellos dicen: Yo tengo el dinero, yo invierto, yo creo trabajo, yo decido… Los gobiernos, en lugar de afrontar la situación con reformas de leyes más justa, que hicieran patente que su dinero había sido producido por el colectivo social, y que debían revertir en el bienestar común, le apoyaron y los salvaron, cagados de miedo, acojonados ante la amenaza de quiebra del sistema… Eso ya se sabe y no insistiré…

Y aquí danzaban a la par políticos, capital y banca, empresas y multinacionales, religión adoctrinadora, justicia y gobierno… Al pueblo solo le quedaba indignarse. Muchos lo hicieron, pero los acomodados mediocres, no solo no rechazaron el sistema sino que vieron en él la salvación en una huída hacia delante suicida. Las políticas neoliberales se fueron imponiendo, con sus agencias calificadoras, su valoración de riesgos, su juego interesado hasta doblegar al opositor y llevarse el gato al agua… Muchos se cegaron, no quisieron ver más allá, ni los programas ocultos, ni estrategias serviles a intereses bastardos y espurios; en suma, no adivinaban la tendencia y objetivos que se planteaban determinados políticas neoliberales y acabaron prefiriendo la sumisión, dejando de ser soberanos de un Estado para convertirse en súbditos de una empresa… Desmontan, pues, el Estado, que es nuestro, y lo venden a privados para que sea suyo…

Yo, hoy, quiero hacer mi grito de lobo, mi aullido desde la montaña al amparo del bosque de la vida, con este poema como réplica a estos tiranos que forman la “mafia” conjurada que nos amenazada… Perdonen que le llame mafia, pero cuando hay un grupo organizado que trata de defender sus intereses a costa de otros, creo que es un término adecuado para definir la mafia del poder…

Negra y tenebrosa noche

Y tú, tirano, me dices:

“No mires en tu interior,
sino mírame a la cara,
que soy quien tiene el poder
de decidir tu mañana”.

Y yo, rebelde, respondo:

Negra y tenebrosa noche,
noche negra
amenazante y soberbia,
que amedrentas desde el mar
al amparo de la sombra.

Viento bronco y desalmado,
viento frío, viento helado
que me gritas al odio,
que me espantas e intimidas
dejándome en desamparo.

Mar retador y bravío,
mar vigoroso y osado,
orgulloso y altanero
de oscuro abismo cargado
con amenazas de muerte,
hacia el fondo sepultado.

Ola asoladora inmensa,
soberbiamente dotada,
coronada por espumas
que me lanzas a la cara
para cegarme los ojos,
para acobardar mi alma.

Oscuridad ofuscadora
que bloquea mi mirada,
que no deja vislumbrar
el horizonte perdido,
la suerte de mi mañana.

Al fondo vislumbro algo,
los confines de otra vida
si venzo tanta patraña,
si lanzo mi vela al viento,
si remo con mucha saña.

Ahora voy comprendiendo
por qué se da esta alianza
entre la noche y el viento,
entre la mar y las sombras
junto a esa ola espumada.

Quieren cambiarme mi barca,
que navegue sobre el miedo,
que abandone la esperanza,
que convierta en bajel viejo
la ilusión que me acompaña,
que abandone mis ideas
y me preste a su doctrina,
a su credo y su enseñanza.

Aunque navegue en un bote,
aunque sea insignificancia,
flotaré como la espuma
sobre las aguas bravías
al amparo de mi barca.

Así no podrán conmigo
y aguantaré sus bravatas
hasta las claras del día
que me abra las ventanas
y poder mirar al frente
y poder buscar con calma
el horizonte perdido
que me lleve a la esperanza.

Gritad, malditos jodidos,
clamad vuestras amenazas
que por mucho que gritéis
el miedo no me hace mella,
el miedo no me atenaza,
el miedo a viejos fantasmas
erradiqué de mi vida,
lo lancé al fondo del mar
sepultándolo en la nada.

Políticos y vampiros,
cardenales de gran panza,
saprofitos y banqueros,
ladrones, desfalcadores,
guantes blancos,
moral flaca
y corrupciones a manta.
¿Qué buscáis con el discurso
que quiere prender mi alma?

Sobre el agua de la noche,
mecido sobre olas blancas,
cargado de nueva fuerza,
duermo tranquilo mis sueños.
Contra mí no pueden nada,
soy yo el dueño de mi rumbo,
quien burla sus pretensiones,
quien busca mis horizontes
y gestiona mi esperanza.


lunes, 6 de enero de 2014

El sueño de Julia

Imagen tomada de internet

En ese momento se sobresaltó. El claxon del coche de atrás le hizo salir de su abstracción, de aquel ensimismamiento al que, su pensamiento, la había llevado por sendas de confusión, desasosiego y conflicto interno. El semáforo se había puesto verde y ella no se percató. El insolente ocupante del otro vehículo la adelantó y le soltó un improperio. Una vez más Julia constató la  necesidad de una educación ciudadana, de un saber comportarse con los demás. No entendía cómo el gobierno había excluido de la enseñanza la educación para la ciudadanía, con la falta que hacía formar al ciudadano en normas y conductas de convivencia, de respeto y libertad. Había quien decía que eso era adoctrinar a los niños en los colegios. Qué curioso que la acusación viniera de aquellos que habían adoctrinado al pueblo, desde su más tierna infancia, en su credo. Una vez más, la religión pedía para sí ese derecho. Ella era agnóstica y defensora del laicismo. Respetaba los credos de los demás aunque no los compartiera, pero no soportaba que se los impusieran. La educación correspondía al Estado en su sentido civil, aunque las religiones adoctrinaran a sus creyentes y estos a sus hijos. Era lógico y respetable que así fuera, pero la formación religiosa la entendía como propia de la religión, de cada religión, y no era el Estado ni los gobiernos quienes para legislar sobre ella y su contenido. Cada religión, desde su singularidad, su credo y su fe, era responsable de su adoctrinamiento, pero no a costa del erario público sino de sus propios medios. El lugar que ella entendía adecuado para ello eran los propios domicilios y familias de los creyentes, las iglesias, las mezquitas, sinagogas o lugares de culto y formación de cada religión.

Se le fue el pensamiento por derroteros que no venían a cuento, pero el acto  incívico de aquel energúmeno se lo había provocado. Era como siempre. El pensamiento vuela ante cualquier estímulo. Aceleró, atravesó la Alameda y enfiló el Paseo del Parque. Ya iba tarde. Ricardo estaría esperando para comer y ella no le había llamado siquiera para decirle que se retrasaría. Se había demorado tomando una cerveza con Alberto, como en los últimos meses, aunque, en este caso, la cosa se prolongó en demasía. Volvió a su preocupación.

Seguía dándole vueltas al asunto sin encontrar salida. El choque frontal entre su corazón y su cerebro era evidente. La situación no era sostenible o, tal vez, sí… No era lo mismo un gratificante flirteo tontorrón que reafirmaba la autoestima, su lozanía y belleza, su capacidad de seducir y enamorar, su atracción y sensualidad, que un enamoramiento. Ella, una mujer casada, con dos hijos, a sus 35 años, no podía caer en ese estado más propio de la pubertad y la adolescencia.

Ahora su corazón se debatía en mil dudas. La llevaba, a lomos de su fantasía y de un deseo inconfeso y arrollador, a soñar, a desear vivir la experiencia del amor que los encantos de Alberto le ofrecían. Cuando estaba a su lado se sentía otra. Era una sensación de plenitud, de alegría, optimismo, de ilusión. En su interior bullía la vida y las ganas de vivirla. Su cara iluminada y feliz lo decía todo. Si lo miraba a los ojos quedaba embelesada, en un éxtasis de amor y de deseo. Su pensamiento era reiterante, monotemático, su mente solo estaba disponible para él. No podía arrancarlo de ella y lo demás era secundario. Alberto ya le demostró sus sentimientos, incluso se los verbalizó, aunque no era necesario. Ella ya los había descubierto, había descifrado en sus ojos el mensaje de amor y de deseo que afloraba de su corazón. Ahora tenía miedo, inseguridad, recelo. Tal vez su audacia había llegado demasiado lejos. Era un tobogán que cada día le acercaba más a una encrucijada de difícil decisión. Hoy, entre charla, miradas y lances, la había cogido la mano delicadamente y ella no la apartó, sino que se dejó llevar por esa descarga eléctrica que le convulsionó todo su ser. Quedó obnubilada, absorta, en un mundo imaginario donde todo alrededor era neblina. La gente, las mesas, el camarero, todo quedó difuminado ante aquel sentir palpitante y arrollador que la llevó al encantamiento.

Pero en este momento, tras el flash emocional que había sufrido, caminaba hacia casa. Allí estaba su proyecto de vida, su marido y sus hijos. Era cierto que Ricardo se había convertido, casi, en un mueble más de la casa, en alguien con quien compartía vivienda, como en sus tiempos de estudiante. Un compañero con el que tenía intereses comunes. El sexo se transformó en monotonía, pues había perdido la pasión y el deseo de antaño, llevando al aburrimiento y hastío. En la casa se había instalado una situación de apatía, donde la comunicación se enfrió, los temas de conversación se redujeron y el contacto se fue difuminando. No, las cosas ya no eran iguales. Debía ser la crisis de los “taitantos”, como suele decir la gente.

Pero había una cosa común, un nexo indeleble que les mantenía unidos. Era un puente, una conexión a través del amor a los hijos. Sí, muchos intereses comunes se mantenía en pie y el amor y la presencia de los chicos eran la rúbrica que ratificaba una alianza sellada en el pasado desde el compromiso de amor eterno y de la paternidad responsable. Ahora, esa estructura, se estaba tambaleando y ella era la responsable. No, eso no era cierto. Las cosas que suceden en una relación no son culpa de una sola de las partes. Son los dos los que tiene la responsabilidad de los hechos. Las causas pueden ser por acción u omisión. Por hacer algo o por dejarlo de hacer. Tal vez Ricardo había dejado de hacer algo para alimentar el fuego y la pasión que hubo en su día.

Hacía tiempo que se fue desmoronando el edificio. La apatía y el desinterés se fueron instaurando en la casa y todo fue a peor. La comunicación, el entendimiento, los espacios de encuentro, etc. se redujeron. La convivencia se desinfló y lo que antes era una alianza se convirtió en confrontación. Se fueron apartando y el desencuentro se hizo patente. El sexo dejó de tener el reclamo de otros tiempos y su monotonía lo llevó al campo del aburrimiento y el compromiso. Entonces, muy a pesar suyo, la desilusión se fue adueñando de ella y el desamor empezó a forjar un vacío que dejó a su corazón al descubierto, vulnerable y frágil, indefenso y vacilante.

En ese momento había aparecido Alberto, aunque ya hacía tiempo que se conocían y eran buenos compañeros de trabajo. Él también estaba con importantes vacíos, con necesidades de amor y de amistad, con ansias de comprensión y entendimiento. Su situación, similar a la de ella, adolecía de las mismas carencias. Su mujer, de un carácter seco y adusto, desabrido y frío, le llevaba a espacios desapacibles y broncos, donde el encuentro y el diálogo eran imposibles. Vivían en dimensiones distintas. Tenían ideas divergentes y sus gustos diferenciados. Su vida se había convertido en un infierno, lo que hacía que también, en su caso, las ventanas de su corazón anduvieran abiertas a nuevas sensaciones, a amores furtivos y experimentales que le dieran la clave de la felicidad que ya había perdido.

El campo, pues, estaba abonado. Solo quedaba sembrar y cultivar hasta que la mies madurara para recoger el fruto. La naturaleza es sabia. Dadas las circunstancias, se habían encontrados el campo y la mies, la tierra y la semilla, y había comenzado a nacer el amor entre ambos. Fue como un juego. Algo parecido a ir rellenando los vacuos espacios con aquello que la vida ponía a su alcance. Una sonrisa, un roce, una caricia furtiva, un giño, una mirada o un gesto. Todo ello formaba parte del cortejo, de un juego de amor al amparo del flirteo y galanteo, que machaca y aporrea la puerta de los corazones, hasta demoler las defensas más inexpugnables. La semilla empezó a germinar. Aquel inhóspito vacío de ambos corazones se vio colmado de ternura, de comprensión, de afecto, apego y simpatía. Era dos almas gemelas en busca de una misma verdad, de un mismo camino que condujera a la felicidad. El compañerismo y la camaradería los llevó a una intimidad que sembró la armonía en sus corazones y dispersó en ellos la semilla del amor.  Ahí estaba la trampa y en ella había caído. Si bien es cierto que él no tenía hijos y su relación se podía romper sin mayor trascendencia, en su caso sí los tenía y el drama estaba servido. Ricardo era un padre excelente. Ella no podía romper esa concordia y enfrentar a sus hijos al trauma de una separación. Sabía que no lo podría resistir. Ese era su dilema. Ahí chocaban de forma colosal su corazón y su mente, sus sentidos y su razón, sus sentimientos y su raciocinio. ¿Quién se impondría? Fuese quien fuere la herida estaba servida. Uno de los dos sería derrotado por el otro.

Pero, su deseo era irrefrenable. Soñaba con Alberto, pensaba en Alberto y vivía y bebía los vientos por Alberto. Él era una constante en todo su existir. Estaba en su mente implacablemente. Bloqueaba su trabajo y todos y cada uno de los pasos del día a día. Había inundado su vida y no sabía cómo digerir aquello, cómo controlar la situación que la desbordaba. Aquello, desde hacía meses, era una bola de nieve que crecía y crecía sin tregua hasta arrasarlo todo. Ahora podía devastar su historia, su proyecto de vida y su familia. Pero en esta confrontación, entre su cerebro racionalmente estructurado y su corazón cargado de sentimientos, emociones y deseos, se veía atrapada de forma salvaje, sin opciones claras. Por un lado la atracción fatal de Alberto, por otro la parte racional de su mente. El deseo y el deber. ¡Dios, qué encrucijada! ¿Qué hacer?

Ayer, mientras hacía el amor con Ricardo, jugó a la fantasía. Pensó, en la oscuridad, que el amante era Alberto y se entregó a él con una pasión inusitada. El tacto de su piel era sedoso, sus manos volaron por su cuerpo y una sensación de trémolo deseo se arraigó en su alma. Sus labios lo buscaron con vehemencia, sus manos jugaron con su pelo, sus pechos, de inhiestos pezones bajo las caricias, fueron fuente de un excelso placer nunca sentido. Su boca buscó la de Alberto con ahínco, sellando con un beso el juego del amor. Sus lenguas bailaron un delicioso vals entrelazadas mientras sus cuerpos temblaban de pasión.  El ritmo trepidante del envite desparramaba el placer por todos sus sentidos, hasta que un clímax, de arrebatada expresión, con un grito contenido, selló el encuentro. Su cuerpo agotado y gozosamente relajado quedó tumbado en la cama mientras su mente seguía volando en fantasía. Entonces le sacó del sueño el verbo de Ricardo al decirle: “es el mejor polvo que tuve contigo en toda mi vida”. Pobre Ricardo, pensó, si supiera que con quien hice el amor fue con Alberto.

Ahora, desde el recuerdo y recuento de todo lo pasado, estaba confundida, aturdida y recelosa. No sabía cómo resolver la situación. Por un lado sus hijos, su marido, su casa, la familia, los amigos, su dinámica de vida habitual tan gratificante; por otro el amor y el deseo que sentía por Alberto, la promesa de una nueva vida, de volver a vivir tiempos pretéritos, como cuando gozaba de la luna de miel indefinida con Ricardo. Sí, ahí estaba la clave. Esta experiencia la había vivido anteriormente, cuando se enamoró de Ricardo, cuando todo era pasión, deseo y ganas de entregarse a una vida donde se diera una alianza eterna entre ambos. Ahora esa eternidad no tenía sentido, esa alianza se había roto o resquebrajado… ¿Quién le decía a ella que con Alberto no pasaría lo mismo? Que dentro de unos años viviría la misma experiencia, que se agotaría el amor, que el deseo pasaría a segundo lugar, que la monotonía y el hastío no envolverían su vida.

Tal vez el deseo de vivir esa aventura no fuera más que la necesidad de reafirmarse como mujer, de manifestarse a sí misma que era capaz de seducir a los hombres, que su edad no le había relegado y arrebatado la belleza y su capacidad de hechizo. Sí, ahora que se miraba al espejo y empezaba a notar el paso del tiempo, que asomaban pequeñas arrugas, que su piel entraba en declive y su encanto y belleza empezaban a eclipsarse, era cuando su mente se rebelaba contra ello y demandaba una prueba, un testimonio de que seguía siendo joven, atractiva y con capacidad de hipnotizar y enamorar a cualquier hombre. El cebo era Alberto. Él era el notario que debía dar fe de que ella estaba en plena forma, de que su capacidad conquistadora y su embrujo eran indelebles.  

No, ese era un juego con demasiados riesgos. Lo sabio era reconducir la relación con Ricardo y disfrutar de sus hijos, de su casa y amigos, de la familia, de la cómoda vida que tenía por delante, de su proyecto inicial que se estaba desarrollando. Lo otro era pura aventura que acabaría en lo mismo, pero dejando cadáveres emocionales a lo largo del trayecto. Estaba decidida, asesinaría a Alberto. Bueno, en sentido figurado. Asesinaría el amor que sentía por Alberto hasta borrarlo de su corazón de forma definitiva… lo arrojaría fuera. ¿Pero cómo hacerlo? Lo haría. Le habían ofrecido un traslado a otra sucursal de la ciudad más cerca de casa. La aceptaría. En una persona adulta la razón debe prevalecer sobre el deseo, la mente ha de gobernar al corazón y no éste a la razón.

Un desasosiego se apoderó de su alma. Su intención era clara, pero la forma de llevarla a cabo no lo era tanto. Abortar este amor sería duro, cargado de sufrimiento, pero era necesario y justo hacerlo. No podemos andar por el mundo a base de caprichos, como voladoras que se dejan llevar por el viento. Ricardo era su marido, sus hijos su pasión, su casa su destino… Alberto un engaño de sueño que le llevaría a una pesadilla a largo plazo.


Estaba llegando a casa. Giró a la siguiente calle y mandó la  orden de apertura a la puerta del garaje mediante el mando a distancia. Aparcó, tranquilamente, con las cosas más claras. Miró su casa, las herramientas del jardín, la puerta de acceso a la vivienda y se sintió en paz y relajada. Una sonrisa de satisfacción inundó su cara, besó a Ricardo, abrazó y besó a los niños. La comida estaba servida en la mesa y Ricardo la esperaba para comer, se sentó frente a él e intentó descubrir aquel chico guapo, atractivo y seductor que la enamoró hace tantos años… y pensó: “Viniendo en el coche he tenido un sueño de amor, pero ya estoy en  casa. La calle es peligrosa, está llena de gente.”


jueves, 2 de enero de 2014

Música celestial

Esta, mi primera entrada del año, pretender compartir con el lector una vivencia del día de Navidad. Este es el relato:

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Un manto negro y tenebroso oculta las titilantes estrellas. El cielo, encapotado, transmite el agobio de la oscura noche, mientras un viento estridente y rabioso lame los aleros y la intensa lluvia cabalga galopante en su montura. Las calles han dejado su ser y se han convertido en ríos caudalosos. El ritmo trepidante de los canalones evacua, desesperadamente, el cúmulo de líquido que escupe el cielo de forma torrencial en los tejados. El patio, cargado de plantas sedientas, ya anuncia su saturación y evacua como puede la tupida cortina de agua que lo baña. Las hojas de aspidistra danzan al ritmo que le imprime la ventisca, mientras tremolan ante el intenso golpeo de los gruesos goterones lacerantes.  Se escapa algún que otro rayo, iluminando furtivamente la oscura noche, y suena trepidante el trueno amenazante.

No sé por qué, pero la tormenta, o la lluvia caudalosa, es para mí un elemento placentero. Es la expresión del esplendor de la naturaleza. Una exhibición de poderío. Un poner en su sitio las cosas, como diciendo: El poder es mío, te doy la vida y te nutro, pero, también, tengo la potestad de destruirla. Todo, en su justa medida, es vida… en demasía puede ser muerte. La medicina cura en sus dosis adecuadas, pero también mata cuando se abusa de ella. El agua sustenta, pero también ahoga, da vida y la quita. El fuego calienta, pero también quema. Ese mensaje dicotómico, de bueno y malo, siempre me produjo una sensación extraña… es la conjugación entre el miedo y la excitación, a la par que la ira y el sosiego. En todo caso, a mí, me induce al equilibrio y la ponderación. Por otro lado, es como si la exhibición mágica de la naturaleza deslumbrara tu mente y, en esa comprensión, te sintieras más grande, más pleno, más satisfecho, al presentirte engarzado al origen y engranaje de la propia vida.

Por tanto, esa ambigüedad me atrapa, me produce sensaciones contradictorias que me mantienen expectante ante la tormenta. Me gusta el ritmo de la lluvia, su música, su repiqueteo sobre la ventana, sobre el tejado y la calle. Es símbolo de vida. El agua, como digo, es el maná que nos manda la madre naturaleza para alimentarnos y hacernos crecer. Sin ella no habría vida. La hierba, los árboles, las plantas sin agua no darían fruto, no tendríamos el sustento que nutre la cadena alimentaria. Nuestro cuerpo, principalmente, es agua. Tal vez por eso me guste darle la bienvenida, porque es parte de mi ser. Libera en mi interior sensaciones y sentimientos plácidos, armoniosos y confortables.

Hoy, mientras leía la novela de Julia Navarro, titulada Dime quien soy, me entregué a ese placer de conciliar la lectura con la música rítmica y melódica del agua en su caída libre, de la lluvia precisa y preciosa que jugaba en la ventana curioseando y queriendo interferir en mi lectura. Siempre suelo leer con música de fondo. Esa música suave que no expresa palabras y lo dice todo, que suena como arrullo maternal e instala una alfombra sedosa en la mente para que la asimilación de lo leído sea más deleitoso. Pero hoy, al advertir su presencia, he optado por disfrutar del cántico libre y cadencioso del agua y su danza mística y arrebatada, relegando a Bach a música de fondo.

Dejo la novela, me relajo y empiezo a conjugar los distintos elementos del entorno. El plácido y cálido fuego danza su magia forjando mil figuras, intentando escapar por la chimenea para fundirse en el éter, en el espacio. Crepita y chisporretea, criticón, iluminando la estancia. El árbol de Navidad parece entrarle al lance y exhibe su colorido con su intermitencia artificial. J. Sebastián Bach suena de fondo con su espléndida música para órgano: Tocata y fuga en re menor. Estos compases me traen infinidad de recuerdos, música sacra, la catedral, los dedos virtuosos de Victoriano Planas, la elevación del espíritu a través de la música… paz interior, sosiego, calma y  quietud. A la obra del hombre se suma la de la naturaleza. Se mezclan las dos músicas, Bach y el cielo, el órgano y el agua, en una cadencia singular que apacigua y dulcifica la escena.

De pronto, la lluvia arrecia bravamente y clama mi atención como amante celosa. Golpea amenazante sobre los cristales. Me levanto. Abandono mi cómodo sillón frente a la lumbre, deposito mi libro sobre la mesa y me acerco expectante a la ventana. Desde el calor del hogar y su quietud todo es distinto. Ráfagas de viento hacen bailar subrepticiamente la inmensidad de gotas que vertiginosamente lanza el cielo. En un puro acto de hipnosis quedo atrapado del encanto, y la lluvia se convierte en musa que me suscita un poema, que me incita a plasmar ese conjunto de sensaciones inenarrables. Tomo lápiz y papel y, en un intrépido intento,  comienzo a escribir llevada mi mano por el impulso irrefrenable de la melodía y el ritmo palpitante del aguacero. Me inspira, me provoca y sugiere estos versos:

La lluvia fuente de vida
son lágrimas de consuelo
que riegan la sementera
e impregnan la tierra entera
aliada con el cielo.

Con ese dulce candor
tamborilea en la ventana
entregando a la mañana
el cariz de su dulzor.

La música celestial
se orquesta con los tejados
con las calles y azoteas
y mientras repiquetea
su mágica melodía
va sembrando la armonía
junto a mi paz interior.

¡Cómo me gusta escuchar
tan hermosa sinfonía!
¡Cómo me gusta olvidar
displaceres de la vida
la hipocresía y la mentira
que nos sigue rodeando
mientras nos vamos creando
cada cual su propia vía!

Ya sé que el agua me evade
que es la madre de la vida
que Gaia no nos olvida
y que el inhóspito otoño
es promesa de un mañana
de floridas primaveras
de soñados renaceres
a otras vidas venideras
de bellos amaneceres.

El éxtasis que provoca
su infinita sinfonía
fusión de naturaleza
que suena a monotonía
de incomparable belleza
siembra mi alma de armonía.

El verbo, la palabra y el verso, saben llegar al corazón; o acaso salen de él para expresar sentimientos y abren su puerta al exterior reflejando ese sentir. En todo caso, el que escribe expresa y quien lee interpreta, se proyecta y crea su propio entorno donde da cabida a lo que va despertando en su interior esa lectura. Se adueña de ella, la hace suya y la modela a su antojo para cubrir sus vacios, necesidades o fantasías. Es decir, el verso sale del corazón del que escribe y entra en el de quien lee.

A mí, tanto la lectura como la música, me distraen y transportan a otra dimensión imaginaria. En este caso, mientras escuchaba la lluvia y componía eso versos, me fui liberando de la tensión, ya que, con la novela, afloraban pensamientos turbadores, de la mano de la sufrida protagonista. Me olvidé del amenazante recuerdo de la guerra, de la tortura y espanto, de la vileza del ser humano en su expresión más detestable, del hambre, la miseria, la muerte y la humillación que se vive en las derrota y del suplicio que se inflige al derrotado de la mano y el sadismo del vencedor.

Por ello, esta lluvia contiene la magia y el embeleso que me lleva a la abstracción, entregándome a una simbiosis milagrosa con la naturaleza, a la par que inspira mi poema, en el que veo un canto a la vida, a la templanza y la armonía de vivirla.


Y ahora no sé por qué te cuento esto. Puede que, al leerlo, experimentes lo mismo que yo, que comprendas y entiendas mis emociones y que, a la par, tú las vivas y las sientas, que tu imaginación, lanzada en un vuelo de fantasía, al amparo de tu propia invención, cree otro entorno donde encuentres el sosiego que yo disfruté en ese momento.  


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