Opinión | Tribuna
Publicado en el diario
La Opinión de Málaga el día 06 DIC 2025 7:00
Enlace: https://www.laopiniondemalaga.es/opinion/2025/12/06/insulto-dinamita-democracia-124497124.html
El insulto en
política atenta contra la democracia, promoviendo la confrontación y el odio en
lugar del debate de ideas y la búsqueda del bien común
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| Isabel Díaz Ayuso, durante el acto de homenaje a la Constitución, en la Comunidad de Madrid. / José Luis Roca |
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El insulto, en política, es un
atentado contra la democracia, ya que pone en peligro la convivencia en paz y
armonía de la ciudadanía. No se entiende, ni se debe entender, como una forma
de confrontación de ideas o programas políticos, donde es necesaria la razón y
el argumento para convencer al ciudadano de la bondad de las propuestas que se
le hacen, buscando el favor de su voto.
El buen político, cada vez más
difícil de encontrar, ha de tener un espíritu constructivo y disposición al
debate y la confrontación de ideas, y con mente abierta, respetando al
contrincante desde su propia ideología, y pergeñando programas que procuren la
mejoría de la vida de la gente, de su aspiración a la utópica felicidad. Pero,
por desgracia, cada vez se aleja más esa imagen de la realidad que vivimos.
Viendo los discursos y mítines en concentraciones de carácter político, parecen
más bien arengas y soflamas irracionales dirigidas a exaltar a su gente, a
provocar confrontación, odio y potenciar el conflicto pensando que la descalificación
sistemática del contrincante es la base de su éxito, cuando este debería estar
ligado a la excelencia de su programa, como sostenía Julio Anguita.
Vivimos en un mundo de
comparaciones
Siempre sostuve que vivimos en un
mundo de comparaciones. Un mundo donde procuramos elegir lo mejor para
nosotros, lo más bello e interesante, donde prima el cálculo en el valor de la
oferta. Para ofrecer lo mejor tenemos dos caminos básicos: ser los mejores, o
ser los menos malos. Si queremos mostrar que somos los mejores debemos
centrarnos en demostrar nuestra excelencia; para expresar que somos los menos
malos hay que revelar, en toda su crudeza, que el contrincante es mucho peor
que nosotros. Si somos corruptos, para minimizar nuestra corrupción, es una
buena técnica mostrar que los otros lo son más. En esas estamos y los medios
afines juegan a ello.
Por tanto, si sabemos vender el
relato y contamos con los medios que lo difundan y defiendan, tendremos medio
camino hecho, al menos de cara a aquellos ciudadanos que caigan en el alienante
sesgo de confirmación (tendencia humana a buscar, interpretar y recordar
información de manera que confirme las creencias y suposiciones preexistentes),
que te lleva a dar crédito al discurso de los tuyos, por muy manipulador que
sea. Si, además, sabemos jugar con la posverdad vendida como verdad (la RAE la
define como: «distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y
emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales»)
tendremos media batalla ganada.
Los “dinamitadores” de la
democracia
De ahí se desprende que hay gente
que es “dinamitadora”, que va a destruir o hacer fracasar todo aquello que no
hacen ellos, todo lo que pueda favorecer a sus rivales políticos sin
importarles nada el daño que puedan causar a la ciudadanía. Ya lo dijo Montoro:
“Que caiga España que ya la levantaremos nosotros”. Levantarla ellos implica
hacerlo desde su intereses. Mientras más hundida esté mejor, porque ello les
permite mayor licencia para hacer las cosas y con mejor beneficio político y
económico para los suyos.
Son los tóxicos irracionales que
juegan a vender su relato por encima de todo. Denuncian la paja en el ojo ajeno
mientras esconden la viga del suyo. Son incapaces de ver nada positivo en lo
que hacen sus contrincantes, porque todo éxito del adversario lo viven como
derrota propia y no como un beneficio a la sociedad. Lo malo es cuando opinan
de un pasado que ellos no vivieron y se permiten sentencias doctrinales, para
ellos irrebatibles, pero carentes de sentido histórico y verosimilitud.
El fracaso pedagógico del sistema
Por desgracia, nuestra sociedad
democrática ha sido incapaz de fraguar o formar a la gente en un espíritu
crítico y, a la vez, democrático, para debatir los problemas de forma racional,
dejándonos llevar por el ya clásico sometimiento a discursos demagógicos, donde
la engañifa es su base, con el claro objetivo de alienar a la gente desde la
asimetría del conocimiento. ¿Cómo pudimos renunciar a una asignatura tan
fundamental como Educación para la Ciudadanía?, que era una forma de educar en
el respeto a la democracia y a la convivencia social. La acusaron de
adoctrinadora, como si en la educación en este país no se adoctrinara desde el
propio credo religioso y político desde tiempos inmemoriales.
Todo ser humano necesita certezas o
ideas para explicar y comprender su entorno y, si es incapaz de obtenerlas por
sí mismo recurre al razonamiento ajeno y lo toma como propio, asumiendo un
vasallaje ideológico. De eso saben mucho las religiones y los partidos. Es más,
para consolidar ese pensamiento como propio es capaz de defenderlo a capa y
espada, como un hooligan futbolero, donde su fidelidad al equipo, o sea a su
partido o credo, está por encima de toda duda. Esto tiene mucha relación con los
condicionantes que enmarcan la formación y pertenencia al grupo, del que se
identifica como un componente gregario.
El poder y el ciudadano crítico
En realidad, nunca interesó al
poder, al verdadero poder que se esconde entre bastidores y maneja los hilos,
que el ciudadano tuviera criterio, que pensara por sí mismo; más bien defendió
siempre su ignorancia, su incapacidad para razonar, lo que incrementaba su
poder de influencia. Nuestras escuelas no usaron técnicas hijas de la mayéutica
socrática (un método de preguntas y diálogo de Sócrates, que guía al discípulo
a descubrir el conocimiento por sí mismo, en lugar de recibirlo directamente),
sino más bien nos forjaron en el adoctrinamiento y sumisión. Recuerdo las
cantinelas del colegio para fijar en la memoria, como un papagayo,
sin el más mínimo espíritu crítico, la mayoría del conocimiento que se impartía
en la escuela, ya fuera geografía, historia, religión, valores políticos y
sociales, o matemáticas (la tabla de multiplicar se aprendía cantándola, o los
ríos de España). Esa memorización estaba exenta de razonamiento lógico.
Una vez que un individuo, con
limitado razonamiento crítico, enmarca un pensamiento en su interior, se aferra
a él, para evitar la desestabilizadora disonancia cognitiva enunciada por León
Festinger en 1957 (es el malestar mental que surge de una inconsistencia entre
lo que pensamos y lo que hacemos, o entre dos pensamientos incompatibles).
Antes de entrar en un conflicto interno entre lo que ya creo y la nueva
aportación que me obliga a modificar mi discurso y convicción, prefiero
rechazar activamente la nueva propuesta y mantener mis convicciones aunque
fueran anacrónicas.
El discurso falaz y disonante
Estamos en una tremenda tesitura.
Da pena, por no decir asco, ver cómo muchos políticos basan sus discursos en
mentiras, en denunciar situaciones irreales (pongo como ejemplo la alusión de
Ayuso a ETA, cuando esta ya no existe), en la manipulación sistemática de la
verdad para arrimar el ascua a su sardina, ante la impávida mirada de sus
seguidores que justifican discursos delirantes e hiperbólicos, sin someterlos
al cedazo de la verdad, subyugados definitivamente por la vibrante emoción del
alegato irracional y el disparate del líder.
Solo cabe pensar que quien hace
esos discursos o es una persona intelectualmente indigente, llevada por un ego
exacerbado, o participa de un plan perfectamente orquestado para dinamitar la
democracia y el espíritu que la sustenta, tal como vamos viendo desde la casa
matriz americana de mister Trump, donde ya se perdieron las formas y el respeto
en favor de la presión, el chantaje y la visión del derecho internacional como
una traba para sus objetivos, al que hay que dinamitar para dominar el mundo de
la nueva era, donde la plutocracia, con su dominio del mercado y de la IA, se
imponga con descaro a la democracia, tras denostarla hasta provocar la
desafección de la gente. De aquí a la demanda de un caudillaje solo va un paso,
que dará el poder omnímodo al líder, como le fue dado al Führer alemán en el
pasado siglo. Entonces vendrá el llanto y el rechinar de dientes ante la
obligada sumisión al mismo.
La democracia, aun siendo
imperfecta, te permite votar cada equis tiempo, dentro de una constitución o
ley magna que establece el marco legal que se ha de respetar. En democracia tú
eres algo, aunque sea mínimamente, dentro de un espíritu de soberanía popular
compartida. El Estado ha de garantizar tus derechos individuales y colectivos
desde una filosofía de igualdad y justicia social. Si perdemos eso pasaremos de
soberanos a súbditos…

