sábado, 6 de diciembre de 2025

El insulto dinamita la democracia

 

Opinión | Tribuna

Por: Antonio Porras Cabrera

Publicado en el diario La Opinión de Málaga el día 06 DIC 2025 7:00

Enlace: https://www.laopiniondemalaga.es/opinion/2025/12/06/insulto-dinamita-democracia-124497124.html

El insulto en política atenta contra la democracia, promoviendo la confrontación y el odio en lugar del debate de ideas y la búsqueda del bien común

Isabel Díaz Ayuso, durante el acto de homenaje a la Constitución, en la Comunidad de Madrid. / José Luis Roca

=====================================

El insulto, en política, es un atentado contra la democracia, ya que pone en peligro la convivencia en paz y armonía de la ciudadanía. No se entiende, ni se debe entender, como una forma de confrontación de ideas o programas políticos, donde es necesaria la razón y el argumento para convencer al ciudadano de la bondad de las propuestas que se le hacen, buscando el favor de su voto.

El buen político, cada vez más difícil de encontrar, ha de tener un espíritu constructivo y disposición al debate y la confrontación de ideas, y con mente abierta, respetando al contrincante desde su propia ideología, y pergeñando programas que procuren la mejoría de la vida de la gente, de su aspiración a la utópica felicidad. Pero, por desgracia, cada vez se aleja más esa imagen de la realidad que vivimos. Viendo los discursos y mítines en concentraciones de carácter político, parecen más bien arengas y soflamas irracionales dirigidas a exaltar a su gente, a provocar confrontación, odio y potenciar el conflicto pensando que la descalificación sistemática del contrincante es la base de su éxito, cuando este debería estar ligado a la excelencia de su programa, como sostenía Julio Anguita.

Vivimos en un mundo de comparaciones

Siempre sostuve que vivimos en un mundo de comparaciones. Un mundo donde procuramos elegir lo mejor para nosotros, lo más bello e interesante, donde prima el cálculo en el valor de la oferta. Para ofrecer lo mejor tenemos dos caminos básicos: ser los mejores, o ser los menos malos. Si queremos mostrar que somos los mejores debemos centrarnos en demostrar nuestra excelencia; para expresar que somos los menos malos hay que revelar, en toda su crudeza, que el contrincante es mucho peor que nosotros. Si somos corruptos, para minimizar nuestra corrupción, es una buena técnica mostrar que los otros lo son más. En esas estamos y los medios afines juegan a ello.

Por tanto, si sabemos vender el relato y contamos con los medios que lo difundan y defiendan, tendremos medio camino hecho, al menos de cara a aquellos ciudadanos que caigan en el alienante sesgo de confirmación (tendencia humana a buscar, interpretar y recordar información de manera que confirme las creencias y suposiciones preexistentes), que te lleva a dar crédito al discurso de los tuyos, por muy manipulador que sea. Si, además, sabemos jugar con la posverdad vendida como verdad (la RAE la define como: «distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales») tendremos media batalla ganada.

Los “dinamitadores” de la democracia

De ahí se desprende que hay gente que es “dinamitadora”, que va a destruir o hacer fracasar todo aquello que no hacen ellos, todo lo que pueda favorecer a sus rivales políticos sin importarles nada el daño que puedan causar a la ciudadanía. Ya lo dijo Montoro: “Que caiga España que ya la levantaremos nosotros”. Levantarla ellos implica hacerlo desde su intereses. Mientras más hundida esté mejor, porque ello les permite mayor licencia para hacer las cosas y con mejor beneficio político y económico para los suyos.

Son los tóxicos irracionales que juegan a vender su relato por encima de todo. Denuncian la paja en el ojo ajeno mientras esconden la viga del suyo. Son incapaces de ver nada positivo en lo que hacen sus contrincantes, porque todo éxito del adversario lo viven como derrota propia y no como un beneficio a la sociedad. Lo malo es cuando opinan de un pasado que ellos no vivieron y se permiten sentencias doctrinales, para ellos irrebatibles, pero carentes de sentido histórico y verosimilitud.

El fracaso pedagógico del sistema

Por desgracia, nuestra sociedad democrática ha sido incapaz de fraguar o formar a la gente en un espíritu crítico y, a la vez, democrático, para debatir los problemas de forma racional, dejándonos llevar por el ya clásico sometimiento a discursos demagógicos, donde la engañifa es su base, con el claro objetivo de alienar a la gente desde la asimetría del conocimiento. ¿Cómo pudimos renunciar a una asignatura tan fundamental como Educación para la Ciudadanía?, que era una forma de educar en el respeto a la democracia y a la convivencia social. La acusaron de adoctrinadora, como si en la educación en este país no se adoctrinara desde el propio credo religioso y político desde tiempos inmemoriales.

Todo ser humano necesita certezas o ideas para explicar y comprender su entorno y, si es incapaz de obtenerlas por sí mismo recurre al razonamiento ajeno y lo toma como propio, asumiendo un vasallaje ideológico. De eso saben mucho las religiones y los partidos. Es más, para consolidar ese pensamiento como propio es capaz de defenderlo a capa y espada, como un hooligan futbolero, donde su fidelidad al equipo, o sea a su partido o credo, está por encima de toda duda. Esto tiene mucha relación con los condicionantes que enmarcan la formación y pertenencia al grupo, del que se identifica como un componente gregario.

El poder y el ciudadano crítico

En realidad, nunca interesó al poder, al verdadero poder que se esconde entre bastidores y maneja los hilos, que el ciudadano tuviera criterio, que pensara por sí mismo; más bien defendió siempre su ignorancia, su incapacidad para razonar, lo que incrementaba su poder de influencia. Nuestras escuelas no usaron técnicas hijas de la mayéutica socrática (un método de preguntas y diálogo de Sócrates, que guía al discípulo a descubrir el conocimiento por sí mismo, en lugar de recibirlo directamente), sino más bien nos forjaron en el adoctrinamiento y sumisión. Recuerdo las cantinelas del colegio para fijar en la memoria, como un papagayo, sin el más mínimo espíritu crítico, la mayoría del conocimiento que se impartía en la escuela, ya fuera geografía, historia, religión, valores políticos y sociales, o matemáticas (la tabla de multiplicar se aprendía cantándola, o los ríos de España). Esa memorización estaba exenta de razonamiento lógico.

Una vez que un individuo, con limitado razonamiento crítico, enmarca un pensamiento en su interior, se aferra a él, para evitar la desestabilizadora disonancia cognitiva enunciada por León Festinger en 1957 (es el malestar mental que surge de una inconsistencia entre lo que pensamos y lo que hacemos, o entre dos pensamientos incompatibles). Antes de entrar en un conflicto interno entre lo que ya creo y la nueva aportación que me obliga a modificar mi discurso y convicción, prefiero rechazar activamente la nueva propuesta y mantener mis convicciones aunque fueran anacrónicas.

El discurso falaz y disonante

Estamos en una tremenda tesitura. Da pena, por no decir asco, ver cómo muchos políticos basan sus discursos en mentiras, en denunciar situaciones irreales (pongo como ejemplo la alusión de Ayuso a ETA, cuando esta ya no existe), en la manipulación sistemática de la verdad para arrimar el ascua a su sardina, ante la impávida mirada de sus seguidores que justifican discursos delirantes e hiperbólicos, sin someterlos al cedazo de la verdad, subyugados definitivamente por la vibrante emoción del alegato irracional y el disparate del líder.

Solo cabe pensar que quien hace esos discursos o es una persona intelectualmente indigente, llevada por un ego exacerbado, o participa de un plan perfectamente orquestado para dinamitar la democracia y el espíritu que la sustenta, tal como vamos viendo desde la casa matriz americana de mister Trump, donde ya se perdieron las formas y el respeto en favor de la presión, el chantaje y la visión del derecho internacional como una traba para sus objetivos, al que hay que dinamitar para dominar el mundo de la nueva era, donde la plutocracia, con su dominio del mercado y de la IA, se imponga con descaro a la democracia, tras denostarla hasta provocar la desafección de la gente. De aquí a la demanda de un caudillaje solo va un paso, que dará el poder omnímodo al líder, como le fue dado al Führer alemán en el pasado siglo. Entonces vendrá el llanto y el rechinar de dientes ante la obligada sumisión al mismo.

La democracia, aun siendo imperfecta, te permite votar cada equis tiempo, dentro de una constitución o ley magna que establece el marco legal que se ha de respetar. En democracia tú eres algo, aunque sea mínimamente, dentro de un espíritu de soberanía popular compartida. El Estado ha de garantizar tus derechos individuales y colectivos desde una filosofía de igualdad y justicia social. Si perdemos eso pasaremos de soberanos a súbditos…

 


El insulto dinamita la democracia

  Opinión | Tribuna Por: Antonio Porras Cabrera Publicado en el diario La Opinión de Málaga el día 06 DIC 2025 7:00 Enlace: https://w...