Opinión | Tribuna
Publicado en el
diario La Opinión de Málaga el día 04 OCT 2025 7:01
https://www.laopiniondemalaga.es/opinion/2025/10/04/ceder-asiento-menudencias-122252790.html
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Autobús con historia. / Álex Zea |
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Hoy ando hastiado de las actitudes
y conductas que se nos ofrecen en el mundo de la política. Estoy muy preocupado
por cómo se van desarrollando determinados acontecimientos, sometidos a la
manipulación y tergiversación, que se nos vienen planteando por sujetos y
sujetas afines al ‘trumpismo’, así como la inseminación del odio y el caos como
forma de llevarnos al conflicto y la deconstrucción del sistema. A la vista de
ello, hoy, he decidido escribir sobre cosas más cercanas, más vulgares y
triviales, aunque no exentas de importancia social, como es ceder el asiento y
otras menudencias.
Cuando me desplazo por la ciudad
suelo hacerlo en los medios de transporte municipales. Tenemos, bajo mi punto
de vista, un buen servicio de transporte público en Málaga, ya sea bus o
el propio metro que nos ofrece un buen nivel de diligencia y puntualidad.
Recuerdo que de joven, cuando habitaban en Barcelona y viajaba en el bus, el
tranvía o metro, no solía sentarme, dejando los asientos a las personas
mayores, a mujeres embarazadas o que tuvieran alguna dificultad. Eso me
enseñaron mis padres y así lo asumí. Es un acto solidario y de justicia dejar
el asiento a quienes lo necesitan más que uno.
Habilidades que se van perdiendo
Luego, mientras circulaba, iba
haciendo equilibrios, sin agarrarme a sujeción alguna, retando al movimiento
más o menos imprevisible de un bus sometido a las leyes de la circulación, con
sus frenazos, giros y demás inesperadas incidencias. Lo tenía como una especie
de deporte intentando acompasarme con el azaroso circular por la vía pública.
Después, con el tiempo, estas habilidades se fueron perdiendo y empecé a
preferir viajar sentado para evitar incidentes desagradables, dada mi
inestabilidad.
Un día, ya mayor y usando un
bastón, una joven me ofreció su asiento. Me supo mal, lo reconozco, porque, con
su gesto, me decía que era mayor y yo me resistía a serlo. Le agradecí el
detalle y seguí de pie asido a la barra. Mas, con el tiempo, me fui
concienciando de la realidad; mi incapacidad para mantener el equilibrio, mi
deficiente tono muscular para asirme con firmeza a la barra y otros detalles,
dejaban de manifiesto que mejor ir sentado que de pie y sometido al vaivén del
vehículo. Desde entonces prefiero el asiento y agradezco que alguien me lo ceda.
Ello hace que me fije en esos
detalles, en quiénes tienen la amabilidad de ceder su asiento a las personas
mayores. La realidad es que no todos los jóvenes suelen hacerlo, aunque te vean
con un bastón y cierta dificultad para mantenerte en pie, pero muchos lo siguen
practicando. Hoy, viajando en el metro, me lo cedió una señora de mediana edad,
que me insistió en que lo usara. Alrededor había un buen número de jóvenes,
posiblemente estudiantes, dado que circulaba por la línea que atraviesa el
campus universitario. La mayoría de los que estaban sentados mantenía la mirada
fija en su móvil, abducidos por aquello que reclamaba su atención, y esquivos a
ver el entorno, lo que le eximía de culpa a su distraída conciencia. Puede ser
una buena estrategia: yo voy viendo mi móvil y, si acaso, ya alguno, no
distraído en este quehacer, se percatará de cuando aparece alguien con
necesidad de ir sentado para cederle el lugar. En realidad, casi en todo lugar,
es muy habitual que los individuos sentado o de pie anden manipulando el móvil,
absortos en su mundo.
Viaje a Uzbequistán
En ese trance recordé mi viaje a
Uzbequistán con un grupo español de edad media. Estando en la capital, Taskent,
tomamos el metro. Nada más entrar al vagón, como un resorte, se levantaron unos
jóvenes para cedernos amablemente el asiento con una sonrisa y ruego de que
ocupáramos su lugar, iniciando una conversación sobre nuestra procedencia,
preocupados porque la estancia nos fuera agradable.
Indudablemente, existen variables
educacionales muy significativas y también actitudinales; es decir, muchos
jóvenes se han formado en casa bajo la hiperprotección de los padres y abuelos,
hasta tal punto que sus mayores han sido sus servidores, dándole o
permitiéndole caprichos y tolerando conductas insolidarias. Eso los ha hecho
cómodos y con sentido del derecho a ser servidos en lugar de servir.
Echamos en falta, por qué no
decirlo, una educación ciudadana básica. Se nota hasta en el ejercicio
profesional, donde muchas veces un trabajador o servidor público no tiene, o no
quiere tener, conciencia de la cola de gente que mantiene, mientras su actitud
indolente le hace perder tiempo en nimiedades, o el propio cliente le distrae
con minucias, sin considerar a quienes están esperando detrás de él. Yo suelo
calcular que cada minuto que se pierde en fruslerías se ha de multiplicar por
el número de clientes que hay en la cola de espera, dado que todos ellos tienen
otras cosas para ocupar su tiempo.
Hay detalles que te irritan y solo
la tolerancia y represión del impulso hace que no entres en colisión con la
persona maleducada, pensando que no vale la pena. Sin embargo he visto en
determinados lugares cómo un ciudadano le llama la atención a otro por su
conducta incívica. En Viena, por no ir más lejos, subiendo en una escalera
mecánica del metro la gente pasiva se coloca a la derecha dejando el lado
izquierdo para aquellos que quieren ir más rápido y subiendo por sí mismos. En
una ocasión vi cómo un señor con prisa apartaba, con cierta violencia, a otro
que ocupaba, parado, el lado izquierdo.
Ensuciar menos
Por otro lado, hablando de otra
cuestión cívica, mantener la ciudad limpia no es limpiar más, que también, sino
ensuciar menos. Eso forma parte de la cultura de los pueblos y se ve en cada
lugar que visitas, incluso se diferencian barrios, en algunos casos
semiabandonados por el servicio de limpieza… y ya se sabe, la suciedad llama a
la suciedad y la limpieza genera conductas de limpieza: «Donde fueres haz lo
que vieres». Sin ir más lejos, en nuestra ciudad podemos ver ese fenómeno; un
centro limpio y cuidado y determinados barrios en casi abandono. En los últimos
tiempos venimos observando, en Málaga, algunos movimientos ciudadanos de barrio
que reivindican con firmeza una mayor dedicación del servicio de limpieza
municipal.
Aun siendo complejo conseguir una
homogeneidad de actitudes y conductas, ya que cada cual «es hijo de sus
padres», o sea tiene su nivel de educación, cabría, a la par que mejorar el
servicio de limpieza, elaborar y llevar a término programas educativos, sin
desalentarse por fracasos, hasta conseguir el objetivo de crear actitudes
ciudadanas de conductas cívica.
La educación ciudadana es un
compendio de conductas y actitudes que se dan en una sociedad determinada, a la
que no es ajena su idiosincrasia, donde se incluye desde dejar el asiento a los
mayores hasta no tirar una colilla al suelo o recoger los excrementos de los
animales de compañía, apoyados por un buen servicio público de limpieza que
ejerce de ejemplo y exigencia.
Decía Herzberg en su teoría
‘bifactorial’ sobre la motivación laboral, que el trabajo bien hecho, y el
reconocimiento consiguiente, era uno de los principales elementos
motivacionales. Esa misma teoría creo que es aplicable a la conducta ciudadana.
Solo hace falta reconocer y premiar las conductas adecuadas de todo ciudadano,
entendidas como ejemplares, sin olvidar actuaciones educativas y algunas
acciones punitivas. Yo, cuando hago las cosas bien me siento reconfortado y
supongo que eso le ocurre a todo el mundo, o… tal vez no. En todo caso,
deberíamos tomar conciencia de que compartimos espacios con los demás y hemos
de respetarlos, pues son la casa común que nos acoge.
1 comentario:
Yo aún estoy en el punto de agradecer y no sentarme porque puede subirse alguien con más necesidad que yo. Gracias por esta difusión que es de vivencia diaria y a veces olvidamos
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