domingo, 5 de octubre de 2025

Ceder el asiento y otras menudencias

 

Opinión | Tribuna

Por: Antonio Porras Cabrera

Publicado en el diario La Opinión de Málaga el día 04 OCT 2025 7:01

https://www.laopiniondemalaga.es/opinion/2025/10/04/ceder-asiento-menudencias-122252790.html

Autobús con historia. / Álex Zea

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Hoy ando hastiado de las actitudes y conductas que se nos ofrecen en el mundo de la política. Estoy muy preocupado por cómo se van desarrollando determinados acontecimientos, sometidos a la manipulación y tergiversación, que se nos vienen planteando por sujetos y sujetas afines al ‘trumpismo’, así como la inseminación del odio y el caos como forma de llevarnos al conflicto y la deconstrucción del sistema. A la vista de ello, hoy, he decidido escribir sobre cosas más cercanas, más vulgares y triviales, aunque no exentas de importancia social, como es ceder el asiento y otras menudencias.

Cuando me desplazo por la ciudad suelo hacerlo en los medios de transporte municipales. Tenemos, bajo mi punto de vista, un buen servicio de transporte público en Málaga, ya sea bus o el propio metro que nos ofrece un buen nivel de diligencia y puntualidad. Recuerdo que de joven, cuando habitaban en Barcelona y viajaba en el bus, el tranvía o metro, no solía sentarme, dejando los asientos a las personas mayores, a mujeres embarazadas o que tuvieran alguna dificultad. Eso me enseñaron mis padres y así lo asumí. Es un acto solidario y de justicia dejar el asiento a quienes lo necesitan más que uno.

Habilidades que se van perdiendo

Luego, mientras circulaba, iba haciendo equilibrios, sin agarrarme a sujeción alguna, retando al movimiento más o menos imprevisible de un bus sometido a las leyes de la circulación, con sus frenazos, giros y demás inesperadas incidencias. Lo tenía como una especie de deporte intentando acompasarme con el azaroso circular por la vía pública. Después, con el tiempo, estas habilidades se fueron perdiendo y empecé a preferir viajar sentado para evitar incidentes desagradables, dada mi inestabilidad.

Un día, ya mayor y usando un bastón, una joven me ofreció su asiento. Me supo mal, lo reconozco, porque, con su gesto, me decía que era mayor y yo me resistía a serlo. Le agradecí el detalle y seguí de pie asido a la barra. Mas, con el tiempo, me fui concienciando de la realidad; mi incapacidad para mantener el equilibrio, mi deficiente tono muscular para asirme con firmeza a la barra y otros detalles, dejaban de manifiesto que mejor ir sentado que de pie y sometido al vaivén del vehículo. Desde entonces prefiero el asiento y agradezco que alguien me lo ceda.

Ello hace que me fije en esos detalles, en quiénes tienen la amabilidad de ceder su asiento a las personas mayores. La realidad es que no todos los jóvenes suelen hacerlo, aunque te vean con un bastón y cierta dificultad para mantenerte en pie, pero muchos lo siguen practicando. Hoy, viajando en el metro, me lo cedió una señora de mediana edad, que me insistió en que lo usara. Alrededor había un buen número de jóvenes, posiblemente estudiantes, dado que circulaba por la línea que atraviesa el campus universitario. La mayoría de los que estaban sentados mantenía la mirada fija en su móvil, abducidos por aquello que reclamaba su atención, y esquivos a ver el entorno, lo que le eximía de culpa a su distraída conciencia. Puede ser una buena estrategia: yo voy viendo mi móvil y, si acaso, ya alguno, no distraído en este quehacer, se percatará de cuando aparece alguien con necesidad de ir sentado para cederle el lugar. En realidad, casi en todo lugar, es muy habitual que los individuos sentado o de pie anden manipulando el móvil, absortos en su mundo.

Viaje a Uzbequistán

En ese trance recordé mi viaje a Uzbequistán con un grupo español de edad media. Estando en la capital, Taskent, tomamos el metro. Nada más entrar al vagón, como un resorte, se levantaron unos jóvenes para cedernos amablemente el asiento con una sonrisa y ruego de que ocupáramos su lugar, iniciando una conversación sobre nuestra procedencia, preocupados porque la estancia nos fuera agradable.

Indudablemente, existen variables educacionales muy significativas y también actitudinales; es decir, muchos jóvenes se han formado en casa bajo la hiperprotección de los padres y abuelos, hasta tal punto que sus mayores han sido sus servidores, dándole o permitiéndole caprichos y tolerando conductas insolidarias. Eso los ha hecho cómodos y con sentido del derecho a ser servidos en lugar de servir.

Echamos en falta, por qué no decirlo, una educación ciudadana básica. Se nota hasta en el ejercicio profesional, donde muchas veces un trabajador o servidor público no tiene, o no quiere tener, conciencia de la cola de gente que mantiene, mientras su actitud indolente le hace perder tiempo en nimiedades, o el propio cliente le distrae con minucias, sin considerar a quienes están esperando detrás de él. Yo suelo calcular que cada minuto que se pierde en fruslerías se ha de multiplicar por el número de clientes que hay en la cola de espera, dado que todos ellos tienen otras cosas para ocupar su tiempo.

Hay detalles que te irritan y solo la tolerancia y represión del impulso hace que no entres en colisión con la persona maleducada, pensando que no vale la pena. Sin embargo he visto en determinados lugares cómo un ciudadano le llama la atención a otro por su conducta incívica. En Viena, por no ir más lejos, subiendo en una escalera mecánica del metro la gente pasiva se coloca a la derecha dejando el lado izquierdo para aquellos que quieren ir más rápido y subiendo por sí mismos. En una ocasión vi cómo un señor con prisa apartaba, con cierta violencia, a otro que ocupaba, parado, el lado izquierdo.

Ensuciar menos

Por otro lado, hablando de otra cuestión cívica, mantener la ciudad limpia no es limpiar más, que también, sino ensuciar menos. Eso forma parte de la cultura de los pueblos y se ve en cada lugar que visitas, incluso se diferencian barrios, en algunos casos semiabandonados por el servicio de limpieza… y ya se sabe, la suciedad llama a la suciedad y la limpieza genera conductas de limpieza: «Donde fueres haz lo que vieres». Sin ir más lejos, en nuestra ciudad podemos ver ese fenómeno; un centro limpio y cuidado y determinados barrios en casi abandono. En los últimos tiempos venimos observando, en Málaga, algunos movimientos ciudadanos de barrio que reivindican con firmeza una mayor dedicación del servicio de limpieza municipal.

Aun siendo complejo conseguir una homogeneidad de actitudes y conductas, ya que cada cual «es hijo de sus padres», o sea tiene su nivel de educación, cabría, a la par que mejorar el servicio de limpieza, elaborar y llevar a término programas educativos, sin desalentarse por fracasos, hasta conseguir el objetivo de crear actitudes ciudadanas de conductas cívica.

La educación ciudadana es un compendio de conductas y actitudes que se dan en una sociedad determinada, a la que no es ajena su idiosincrasia, donde se incluye desde dejar el asiento a los mayores hasta no tirar una colilla al suelo o recoger los excrementos de los animales de compañía, apoyados por un buen servicio público de limpieza que ejerce de ejemplo y exigencia.

Decía Herzberg en su teoría ‘bifactorial’ sobre la motivación laboral, que el trabajo bien hecho, y el reconocimiento consiguiente, era uno de los principales elementos motivacionales. Esa misma teoría creo que es aplicable a la conducta ciudadana. Solo hace falta reconocer y premiar las conductas adecuadas de todo ciudadano, entendidas como ejemplares, sin olvidar actuaciones educativas y algunas acciones punitivas. Yo, cuando hago las cosas bien me siento reconfortado y supongo que eso le ocurre a todo el mundo, o… tal vez no. En todo caso, deberíamos tomar conciencia de que compartimos espacios con los demás y hemos de respetarlos, pues son la casa común que nos acoge.



 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Yo aún estoy en el punto de agradecer y no sentarme porque puede subirse alguien con más necesidad que yo. Gracias por esta difusión que es de vivencia diaria y a veces olvidamos

Ceder el asiento y otras menudencias

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