Estamos ante una escalada temeraria del conflicto internacional. Parece que el pasado voló al olvido, que el desastre de la II Guerra Mundial solo ha quedado en una anécdota para determinados sujetos megalómanos y tramposos que alcanzaron el poder mediante estrategias de dudosa legalidad democrática. Sin embargo estas guerras de hoy y las que se fueron desarrollando en la segunda mitad del pasado siglo, se fraguaron, o empezaron a fraguar, con el fin de la gran guerra en 1945.
De los tres grandes bloques que
confrontaron, fue derrotado uno y quedaron dos vencedores, aunque, en el fondo,
todos perdieron. Por un lado la alianza nazismo y fascismo (incluyo en el
concepto fascismo al imperio japonés que ideológicamente estaba influenciado
por el pensamiento del general Hideki Tōjō ), fue derrotada por las armas, pero
no muerta ideológicamente; tanto es así que el imperio americano abrió sus
brazos al régimen de Franco en su alianza para confrontar en la guerra fría con
la URRS, lo que, de alguna manera, lo blanqueó facilitando su inclusión en la
ONU, a cambio de las bases militares otorgadas en usufructo a los EE. UU. y que
aún persisten en su poder como otros “gibraltares” de nuevo cuño.
Pero casi desde el primer momento
confrontaron los dos bloques vencedores para ganar influencia geoestratégica
mediante el dominio de países limítrofes que entraban en conflicto, bien en guerra
vicaria abierta, bien guerrilla entendida como liberalizadora por el sistema
revolucionario que pretendía revertir el orden mundial. Ello les llevó a
grandes inversiones en tecnología militar mediante una escalada simétrica que
pobló el planeta de armas (nucleares, biológicas o químicas) de destrucción
masiva, para sembrar el terror o pánico ante una posible tercera guerra mundial
con la implicación de la URRS y los EE. UU. y demás aliados.
Los americanos mostraron al mundo
la hecatombe que significaría un conflicto nuclear al observar el efecto de las
bombas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki, en el ya cuasi vencido Japón de
agosto de 1945. Hasta hoy solo los americanos han usado ese terrorífico
armamento, pero, por lo que se ve, hay otros más que podrían hacer lo mismo,
solo falta que se den las circunstancias requeridas. Estas las define la
compleja mente de los políticos y militares jugando con sus paranoias y sus
proyectos imperialistas megalómanos.
Parecía que el desmoronamiento de
la URRS en circunstancias confusas, al menos para mí, abriría la puerta a la
integración en occidente de los países comunistas de la extinta Unión Soviética,
una vez establecida una economía de corte liberal. Pero ocurrió, bajo mi punto
de vista, una situación curiosa: el desmantelamiento del Estado soviético, que
capitalizaba la economía y el patrimonio de los países comunistas, significó
que las mafias del poder económico y político se adueñaran de las solventes
empresas del régimen, dejando en la más absoluta indigencia a los verdaderos
dueños de ese patrimonio, que eran los ciudadanos que lo habían creado bajo el
sometimiento al orden establecido. Una vez más, la ciudadanía y sus intereses
eran obviados por el poder, siendo sometidos y manipulados. Surgieron las
grandes empresas de la energía y las materias primas, los grandes holdings, de
la mano de los oligarcas allegados al poder, siempre con la sospecha de testaferros
y suplantadores que encubrían a los verdaderos propietarios.
El último fenómeno y el más
significativo y trascendente, hasta el momento, fue la aparición de Putin. Su
predecesor, Boris Yeltsin, con su faz de beodo y sus conductas irrespetuosas
con las secretarias, era una vergüenza, según me comentaba hace unos años la
guía en mi viaje a Moscú y San Petersburgo, que resaltaba la imagen de Putin
como el salvador dignificante de la nueva era rusa.
Sin duda, Putin es un sujeto
singular. Fraguado en la KGB, debe atesorar las virtudes y defectos que caracterizan
a sus agentes: su misión está por encima de todo y no ha de pararse ante nada
para conseguirla. Frio, calculador, egocéntrico, megalómano, de nula empatía y
compasión ante el sufrimiento ajeno, solo debe obediencia a sus superiores,
pero… Putin ya no tiene superiores, dado que en Rusia no hay una verdadera
democracia, que implicaría dar cuentas a la ciudadanía mediante las elecciones
libres y someterse a alternancia en el poder.
Putin ha establecido una estrategia
para consolidarse en el gobierno ruso y lo ha conseguido, aunque haya tenido
que cambiar le ley y adaptarla a sus intereses. Un turbio mundo de sospechas,
una nebulosa informativa le protege. Su poder, a través del control de los
medios y sospechosas prácticas, se ha instaurado hasta tal punto que se dice le
tienen miedo sus propios colaboradores, como se ha visto en algunos momentos de
interpelación en la TV.
El problema con este tipo de
personajes es que son imprevisibles. Juegan con fuego en sus escaladas
simétricas y, una vez lanzado el órdago, el riesgo es que quede atrapado y
antes de dar marcha atrás sea capaz de lo peor, caiga quien caiga, dada su
personalidad psicópatica, fría y carente de emociones y sentimientos respecto
al sufrimiento ajeno.
¿Qué nos deparará el futuro?
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