Genial Forges |
Hoy es día de reflexión allende Castilla y León.
Seguí con cierto interés las barrabasadas y absurdidades que nos ofrecieron ciertos
políticos de granja; sí, de esos que se crían en los partidos. Son granjas
intensivas que los toman de pequeñitos, los forman en sus juventudes y van sembrando
el pensamiento único en su mente y la incapacidad de ir algo más allá de los
dogmas y principios que encorsetan sus ideas. De los que entienden la política
como la forma de imponer esa idea suya, dado que todos los demás están
equivocados o, al menos, eso les han enseñado a ellos.
Luego pasa lo que pasa, que cuando llegan al poder, en algunos casos no saben lo que es la democracia ni el respeto al adversario, que representa a parte de la ciudadanía soberana, y se lanzan al insulto y la descalificación, como si la idea política fuera un dogma religioso aplicable para la salvación eterna, como si no debiera existir otro planteamiento que el de ellos, calificando a los demás de traidores a la patria; o sea, a la idea que ellos tienen de su patria sin considerar que es tan suya como de los demás y que la democracia es la oportunidad leal de debatir, convergiendo o divergiendo, con los pensamientos ajenos en pura simetría de respeto, con la intención de buscar la mejor solución para cada problemas que nos afecta.
En estos días he visto el esperpento entre granjas y remolachas, entre vampiros que muerden y convierten en zombis a las víctimas (yo pensaba, craso error el mío, que los vampiros cuando mordía convertían a las víctimas en vampiros, pero no… siempre hay motivos de satisfacción por el aprendizaje). He conocido nuevos títulos nobiliarios otorgados por el dedo discursivo inmerso en el mitin, como Duque de Maduro. He observado deslealtades, falaces discursos disruptivos, claros intentos de engaño y manipulación, errores al votar que truncan la artimaña para cargarse un proyecto, metiendo un gol en propia meta para luego querer linchar al árbitro, como si este fuera quien apretó el botón.
Me entristece todo esto, me da pena ver como la política se desacredita en manos de los que deberían dignificarla, de aquellos que la ejercen, teóricamente, en nombre del ciudadano que les otorgó su voto. Ese saprofitismo, cuasi biológico, que permite la saludable vida del parásito (obsérvese que si se descompone la palabra parásito nos queda la expresión “para sí to(do)”) a costa del huésped que le acoge, que es la sociedad que ejerce de víctima de la corrupción y el chalaneo, o politiqueo, en el tránsito de prebendas.
Pero, el problema es que caigamos en la trampa y ese descrédito de la política se convierta en desidia y pasotismo, dejando en sus manos el ejercicio de la misma. Tal vez pretendan eso, el desencanto, para que renunciemos a nuestros derechos de soberanía y sean ellos los que, ya libres de compromisos con la ciudadanía, puedan volver a ejercer el dictado de la clase dominante desde un poder impositivo, omnímodo y paternalista, cultivando la sumisión del niño adaptado a la obediencia del padre nutricio, para evitar la actuación del padre crítico y fustigador, como diría Eric Berne en su técnica terapéutica del Análisis Transaccional; o sea, la técnica impositiva del palo y la zanahoria.
Después de este día de reflexión mi conclusión es que “LA POLÍTICA ES COSA MUY SERIA PARA DEJARLA EN MANOS DE LOS POLÍTICOS”, al menos de estos que he visto en días pasados. Aunque también debería decir que una buena escuela de la democracia es la formación de la ciudadanía, desde niños, en esa disciplina convivencial, para que sepan distinguir el grano de la paja y ejerzan sus derechos y deberes con coherencia y responsabilidad para neutralizar esos influjos.
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