Hombre 1:
Hola,
buenos días.
Hombre 2:
Dígame,
señor.
Hombre 1:
Señor
Hombre 2:
No, no me
diga señor, dígame.
Hombre 1:
Me.
Hombre 2:
¿Me qué?
Hombre 1:
¿Me qué, de
qué?
Hombre 2:
Que me diga.
Hombre 1:
Que le diga
qué.
Hombre 2:
¿Qué me iba
a decir?
Hombre 1:
¿Qué quiere
que le diga?
Hombre 2:
No sé,
usted sabrá.
Hombre 1:
Sí, sé,
pero ¿qué quiere que le diga de lo que yo sé?
Hombre 2:
No sé,
usted sabrá.
Hombre 1:
Ya me dijo
eso antes, pero, de lo que sé ¿qué quiere que le diga que usted no sepa? Usted
sabrá algo.
Hombre 2:
Yo sí sé.
Hombre 1:
Pues si ya
sabe ¿para qué quiere saber?
Hombre 2:
Es usted el
que quiere decirme algo.
Hombre 1:
¿Yo, y por
qué querría decirle algo? Solo le he dicho lo que usted me ha dicho que le
diga.
Hombre 2:
Yo solo le
he preguntado.
Hombre 1:
No, no,
usted me ha exhortado.
Hombre 2:
Yo no le he
exhortado, le he dicho que me diga.
Hombre 1:
No, usted
me ha ordenado que le diga señor, y cuando se lo he dicho usted me ha dicho que
no se lo diga y que le diga me, a ver si se aclara.
Hombre 2:
Pero… si
señor era por usted.
Hombre 1:
Pero yo no
soy el Señor, el Señor fue crucificado hace dos mil años y tendría agujeros en
las manos de los clavos de la cruz y otro en el pecho por una lanzada.
Hombre 2:
¡Por los
clavos de Cristo!, que me está usted liando.
Hombre 1:
Ahora le
echa la culpa a los clavos de Cristo, cuando el tema lo ha sacado usted.
Hombre 2:
¿Que yo he
sacado el tema?
Hombre 1:
A ver,
¿quién fue el primero que ha nombrado al Señor?
Hombre 2:
Pero hombre
que eso es un decir y una forma educada de tratarle a usted.
Hombre 1:
Pues vaya
forma, confundiéndome con Cristo…
Hombre 2:
Que no, por
Dios, que es como si le hubiera llamado caballero, es un trato de respeto y
cortesía.
Hombre 1:
Pues de
poco respeto es empezar ordenando a una persona, que se acaba de sentar en el
banco junto a usted, que le diga Señor, sin ser usted el Señor. Y aún peor sería
decirme caballero si yo no tengo caballo.
Hombre 2:
Pero,
entonces, ¿por qué se dirigió a mí?
Hombre 1:
Por
saludarle.
Hombre 2:
¿Por salud
darme?, pero si yo estoy más sanos que una pera; además ¿usted es médico?
Hombre 1:
Sí, psiquiatra,
bueno.
Hombre 2:
Anda y
encima soberbio y petulante.
Hombre 1:
¿Por qué?
Hombre 2:
Usted mismo
se califica de psiquiatra bueno.
Hombre 1:
No, yo he
puesto coma entre las palabras.
Hombre 2:
Empiezo a
comprender lo que dice mi amigo Tolentino.
Hombre 1:
Pues vaya
nombre raro, su amigo hará honor a ese nombre.
Hombre 2:
Pues sí que
le hace, Tolentino significa tolerante y él tiene mucha paciencia.
Hombre 1:
No me
extraña, para tratar con usted.
Hombre 2:
No, no… la
paciencia se ha de tener para tratar con usted. Él dice que todos los
psiquiatras y psicólogos estudian su carrera para curarse a sí mismos, porque
andan mal de la cabeza.
Hombre 1:
Puede que
sí, pero cuando ya nos hemos curado nos damos cuenta de la cantidad de gente
que, como usted, anda por la calle con su locura.
Hombre 2:
Entonces lo
cura usted.
Hombre 1:
Locura yo
no, locura es la suya.
Hombre 2:
Entonces
usted lo cura o no lo cura.
Hombre 1:
Yo no tengo
locura, yo curo la locura… yo hago cura de la locura.
Hombre 2:
Cada vez
está la cosa peor. Ahora resulta que usted forma curas, deberá ser también
sacerdote.
Hombre 1:
No soy
religioso, soy casado, y de ateo para siempre.
Hombre 2:
¿Hasta que
la muerte lo separe?
Hombre 1:
Sí.
Hombre 2:
¿Y su
señora se llama Teodora, Teófila, Teodolinda…?
Hombre 1:
¿Eso que
tiene que ver?
Hombre 2:
Hombre, me
ha dicho usted que es casado y de Teo para siempre, hasta que la muerte los
separe. A no ser que lo que tenga sea un marido, que ya se sabe cómo andas las
cosas en los últimos tiempos; podría ser homosexual.
Hombre 1:
Señor, le
he dicho ateo, no Teo. Anda usted necesitado de un psiquiatra, pues está
desubicado y no se percata de mi testosterona.
Hombre 2:
¿Ahora me
dice Señor? Creo que alucina usted, doctor; yo no soy el Señor, ni el
endocrino. Creo que debería ir a la consulta de un psiquiatra, pues aún no se ha
curado.
Hombre 1:
En mi vida
he tenido conversación más irracional y un diálogo tan absurdo. Yo solo quería
saludarle en el momento que me senté en el banco a su lado, buscando la
tranquilidad del parque, el olor a primavera, el trino de las aves y el suave
perfume de la brisa… Tenga mi tarjeta, tal vez debería ir a verme a la
consulta.
Hombre 2:
En eso
coincido con usted, en lo de la conversación que es un diálogo para besugos, claro,
no en la necesidad del psiquiatra. Tenga la mía, por si necesita de mis
servicios. Buenos días…
Ambos se levantaron y abandonaron
el banco, mientras miraban la tarjeta de visita que habían recibido del otro.
Hombre 2:
Mirando la
tarjeta: Dr. Luzdivino Elsa Capunta, Psiquiatra. “Qué sujeto más extraño, está
como una cabra. Extraña forma de buscar clientes; los intenta enfrentar a la
locura induciendo el desconcierto para luego ofrecerles su consulta para
sanarlo. Seguro que mete la pata a menudo y puede que necesite de mis
servicios”.
Hombre 1:
Mirando la
tarjeta: Justo Ladrón y Leal, Abogado. “Ya decía yo que no andaba bien este
sujeto; ahora lo comprendo y puede ser una mina de oro para mi consulta. Cada
dos por tres perderá el juicio”.