A veces cuesta comprender como piensa la gente, pero
no es tan difícil. Hay una regla elemental, cada cual piensa como lo que es. No
nos puede extrañar que un físico piense como tal, desde la lógica arropada por
las leyes de la física; que un filósofo razone y argumente desde el uso de la
razón y la lógica reflexión; que un teólogo lo haga desde sus convicciones de
credo; que un psicópata piense desde la frialdad que le otorga la carencia de
emociones y sentimientos, etc… un imbécil siempre pensara como un imbécil; un
ser mediocre tendrá un mediocre pensamiento; en un sádico insolidario no
busques la bondad; un borrego siempre pensara como lo hace la manada y el líder
que la dirige y domina.
No nos podemos escandalizar, pues, de lo que piensa
cada cual cuando somos maduros psicológicamente. Eso sí, la comprensión de su
pensamiento ha de pasar por el análisis de cómo y por qué se fraguó esa
personalidad, para identificar su propia estructura mental, su nivel
intelectual y sus valores y principios, así como la forma en que gestiona sus
emociones. Tendría que aflorar un mínimo nivel de empatía para comprender ese
pensar y su génesis, para entender como ese pobre hombre, o mujer, acaba
diciendo lo que, para uno, son barrabasadas que escapan del sentido común o del
pensamiento ideológico imperante, que se sustenta en un nivel adecuado del
intelecto.
Tal vez habría que empezar desde el principio, desde
el proceso educativo, desde la propia microcultura familiar, los credos que le
influyeron, las ideologías que le arroparon, la forma en que fueron modelando y
conformando su personalidad en función de su inteligencia y la represión o estimulación
que hicieron con ella. Decía José Ingenieros, un pensador argentino de primeros
del siglo pasado, que hay hombres mediocres y hombres idealistas (él hablaba
también del hombre inferior, pero no me referiré a este), los primeros
conforman la mayoría de la sociedad, son borregos adaptados al sistema, nada
críticos, miedosos y defensores de su escasos recursos para subsistir, se
conforman con pan y circo y son un freno a la evolución de la sociedad, siendo
de fácil manipulación; los otros, los idealistas, son arriesgados, pensantes y
creativos, persiguen su desarrollo personal, su autorrealización, defiende su
libertad y no se someten fácilmente desde la imposición… Para mí, estos dos
modelos, lógicamente, no son estancos, sino que se mueven en un continuo entre
los dos extremos, acercándose cada cual más o menos a uno de los lados,
predominando un tendencia sobre la otra.
Si pensamos que el resultado de la formación del ser
humano se conjuga entre la calidad genética, o sea su inteligencia y salud
mental, y la influencia del entorno educacional y social con su proceso de
socialización, encontraremos una aproximación a las causas que lo llevaron a
ser lo que es, porque somos lo que somos por lo que fuimos.
Por eso quiero recalcar que cada cual ha de hacer su
propio camino al andar, como decía el poeta, pero partiendo siempre de donde
está. La singularidad del ser humano hace que ningún camino sea idéntico,
presentando matices más o menos importantes que lo diferencian de los demás. Eso
sí, nuestra obligación de sujetos maduros psicológicamente ha de ser facilitar el
tránsito constructivo de cada uno para alcanzar el mayor nivel de maduración y
desarrollo personal e intelectual, sin zancadillear ni encorsetar a nadie,
salvo que su evolución sea manifiestamente contraria a los principios del
respeto y al derecho y desarrollo humano.
En este sentido se ha de educar en valores positivos
y no en negativos. La bondad tiene siempre el oponente de la maldad, necesaria,
imprescindiblemente, para diferenciarla y conceptuarla. La bondad es
indefinible si no hay frente a ella un contrapeso que la identifique, como es
la maldad. Y eso ocurre con todas las cosas en este mundo dicotómico, bipolar,
donde la diferencia de potencial entre el positivo y el negativo sigue moviendo
al mundo. Es como la fábula de los dos lobos que tenemos en el interior, el del
amor y el del odio, y si nos preguntamos cual vencerá deberemos responder que
aquel que alimentemos.
Otro error que cometemos muy habitualmente es exigir
que los demás acepten nuestra forma de ver las cosas, como si la verdad
absoluta estuviera siempre de nuestra parte. Sin comprender que el punto del
camino donde tú te encuentras es exclusivamente tuyo y que los demás pueden no haber
llegado aún a esa convicción a la que llegarán en su momento si es que llegan.
Es, pues, muy recomendable no descalificar sino, desde el más absoluto respeto,
resaltar la ruta que te ha llevado a ti a ese punto o planteamiento argumental,
de tal forma que quede comprensible tu camino y no genere rechazo en los otros,
sino aceptación constructiva de la que puedan sacar conclusiones provechosas
para su propia ruta personal… y eso, muchas veces, es imposible en una
conversación normal.
La paciencia que requiere argumentar con
determinadas personas, de las que te separan grandes distancias en el camino,
te lleva a considerar que es mejor no entrar al debate infructuoso, bien por su
incapacidad de comprender tu discurso, por tu imposibilidad de transmitirlo o por
su propia tozudez o intransigencia. En estos casos, es aconsejable no perder el
tiempo que puedes emplear en mejores cosas, y evadir el debate sin molestar al
contertulio. Hay una frase de Mark Twain, que ocasionalmente es conveniente
recordarla: “Nunca discutas con un estúpido, te hará descender a su nivel y ahí
te vencerá por experiencia.”
En resumen, en esta diversidad interpretativa de la
realidad cósmica, donde estamos inmersos, es conveniente aprender, incluso, más
que enseñar para poder formarse mejor para la enseñanza (es una pescadilla que
se muerde la cola, un círculo que se cierra: más aprendo, más enseño). La
sabiduría se cultiva en el sosiego y la reflexión pausada donde se constata la
multicausalidad de las cosas que componen este mundo y nos rodean.
Refiriéndose a la poesía, decía Rabindranath Tagore:
“La poesía es el eco de la melodía del universo en el corazón de los humanos”. ¡Bonita
frase! Y yo sostengo que la melodía del universo es la misma para todos, pero
cada cual, en función de las características de su propio corazón, emite un eco
diferente. En el diálogo y la comunicación está el vehículo para afinar los
ecos que componen la melodía y hacer que suene como una orquesta perfecta. La
partitura la da el cosmos, los instrumentos para tocarla los ponemos nosotros y
de la habilidad del músico dependerá el resultado final, o sea que suene de
maravilla o que sea una birria estridente de sonidos inconexos. Tal vez lo que
nos esté fallando sea la formación de los músicos para afinar los corazones, haciendo
que emitan un eco melodioso, conforme al mensaje que nos irradia el universo.
Otra vez estamos con el problema de la educación y
el modelo de persona que queremos para hacer de este mundo un lugar mejor, que
nos permita vivir en positivo. Para eso es preciso educar a los niños, a los
mayores, a los dirigentes y a toda la sociedad. Difícil me lo fías, diréis,
pero solo desde la reflexión personal, desde el uso del razonamiento y la
disposición a digerir los pensamientos de otros, asimilando los nutrientes y
defecando los excrementos, podremos concienciarnos de esa realidad. Y cómo no,
descubriendo y evitando los intereses de los grupos de poder que obtienen sus
beneficios en la sumisión ideológica y religiosa para preservar sus prebendas.
El mundo está en una encrucijada. La tecnología en
un sentido amplio, puede ser el instrumento de poder que decante la dinámica de
esta sociedad de cara al futuro: El hombre intelectualmente desarrollado o el
sujeto servil que necesita la clase dominante para seguir en el vértice de la pirámide
del poder. Deberíamos empezar a pensar sobre ello como primer ejercicio, pero
la actuación inicial debería ser cambiar las actitudes vitales para estar en
mejor disposición a la hora de ejecutar el proceso evolutivo, el cambio…