(NOTA: Este texto es transcripción literal del publicado en el diario SUR en fecha 30 de marzo de 1961, a su vez extraído de la obra de Diego Vazquez Otero titulada CUEVAS DE SAN MARCOS. De dicha obra daré cuanta en sucesivas aportaciones.)
Cuevas de San Marcos
Su historia desde los tiempos
anteriores a Roma, está condensada en la Real Cédula de Villazgo otorgada por
Carlos IV en 1806.
Por Diego Vázquez Otero
Una vez
más insistimos en el deber que tienen los pueblos de velar por la conservación
de los viejos pergaminos que se custodian en los anaqueles de sus Archivos
municipales, porque ellos constituyen inapreciable tesoro escriturario que da
luz y fe del pasado histórico de la población, de su origen y procedencia, de
su etnografía y demografía, de los entronques de sus habitantes, de sus modos
de vida, del porqué de la toponimia de sus tierras, justamente con sus
creencias, carácter, usos y costumbres que, si bien se miran, fueron las
fuentes del derecho que hoy nos rige.
Decimos
esto porque un documento relativamente moderno, pues data de principios del
siglo pasado, que hemos leído en el Ayuntamiento de Cuevas de San Marcos, habla
de la donación que el Rey Juan II hizo a la ciudad de Antequera, de la dehesa y
despoblado de Belda, antes de Jesucristo, y de la cual habla Tolomeo.
Afirmación que da a dicha ciudad de Belda una antigüedad anterior a la
dominación de los romanos, ya que Tolomeo, rey de Egipto, astrónomo y fundador
de la Escuela de Alejandría, capital de su reino, escribió su famosa Geografía,
en la que habla de Belda y su comarca hacia el año 298 antes de Jesucristo,
mientras que los romanos terminaron la guerra con España el año 38, anterior también
a Jesucristo. Es de suponer que estos, dada su ojeriza con los cartagineses,
los arrojarían de aquí, en donde debieron continuar a su llegada las
explotaciones agrícolas emprendidas por los fenicios, si no con fines
comerciales, para aprovisionamiento de sus ejércitos.
Belda,
durante la dominación romana, fue una de las ciudades más ricas e importantes
de la Bética, poseyendo una brillante civilización, como lo acreditan los
restos que de ella se encuentran, entre los cuales está un féretro de bronce,
ánforas y monedas del bajo imperio romano. Ciudad que pasó a manos de los
vándalos, que la poseyeron hasta la llegada de los árabes.
Intensificaron
éstos el cultivo de los campos de suyo feraces, estableciendo dos importantes
poblaciones: una más próxima a la sierra, denominándola por esto Cuevas Altas,
y la otra más apartada de aquella, llamándola Cuevas Bajas, dotando a ambas de
sólidas fortalezas. En la cumbre del Camorro existen restos de la población
musulmana que allí se alzó, como son los pavimentos de habitaciones, algunos
trozos de muros estucados en rojo, color clásico tan empleado y tan del gusto
de aquellos hombres, encontrándose además restos de cerámica de Cuerda Seca,
siglos XIII y XIV, y parte de los cimientos del castillo. Durante siete siglos
ondeó la enseña de la Media Luna en aquella cumbre hasta que, en los primeros
años del siglo XV (1407), el infante D. Fernando, a la sazón regente del reino
castellano por la minoridad de su sobrino el rey D. Juan II, trajo por primera
vez la guerra a Andalucía, corriendo la tierra, asaltando entre otras plazas la
de Zahara, siendo tal la resonancia de la toma de esta villa y su castillo y
tal las devastaciones llevadas a cabo por el ejército que llenaron de pavor a
los pueblos cercanos; los cuales, tomando sus riquezas y lo que pudieron llevar
consigo, abandonaron las Cuevas Altas y Bajas, huyendo a Archidona o a otras
plazas fortificadas en el interior.
Los
hidalgos de la Casa del Rey, que tenían a su cargo la exploración exterior del
cerco que el infante había puesto a Sevilla, villa con un castillo que resistía
con entereza y tesón, se dirigieron a dichos dos pueblos, que ocuparon sin
dificultad por estar deshabitados, encontrando gran cantidad de frutos secos,
miel y mucha ropa tejida, quedando por alcaide de estas dos villas y de la de
Cañete, García Herrera.
Dice la
mencionada crónica de Don Juan II, en los capítulos del 40 al 50, que, si bien
el sitio de Setenil se prolongaba más de lo previsto, no por eso dejaban de
hacerse incursiones y cabalgadas por tierras de moros. El 12 de octubre de
1407, el Maestre de Santiago tomó a Ortejicar, rica ciudad enclavada donde hoy
está el cortijo del mismo nombre. Dividió dicho maestre su ejército en dos
cuerpos, dirigiéndose unos al valle de Cártama y el otro a Casarabonela,
llegando a destruir los arrabales de dicha villa de Cártama y los de Álora. Gómez
Suarez de Figueroa, hijo del mentado maestre de Santiago, tomó a viva fuerza a
Campillos, volviendo este poblado, conquistado y perdido en el reinado de don Pedro
el Cruel, a reintegrarse en el reino de Castilla. Al mismo tiempo, Juan de Velazco
y Pedro de Stuñiga, con dos mil caballos y cuatro mil peones llegaron hasta
media legua de Ronda. Alonso Fernández Melgarejo penetró por la comarca de
Grazalema, recogiendo gran botín que se vendió después en cuarenta mil
maravedíes.
Mas
todas estas victorias no arredraron a los que defendían a Setenil, por lo que
el infante, vistas las dificultades materiales del cerco, la gran pérdida de
gente, la aproximación del invierno y el cansancio de la tropa, decide levantar
el cerco.
Apenas
los moros observaron la retirada de las huestes cristianas empezaron a molestar
la retaguardia de las mismas, atacando, sobre todo, a las recuas que
transportaban las máquinas de batir y el material de guerra, pretendiendo apoderarse
de él; pero una carga de la caballería castellana los dispersó.
Otro
gran disgusto tuvo que experimentar el infante a poco de llagar a Córdoba.
Informado de que el mentado alcaide de las dos Cuevas, García Herrera, las
había abandonado, so pretexto de no tener provisiones, le hizo conducir a su
presencia, estando a punto el desdichado alcaide de pagar con su cabeza la falta cometida,
dándose por muy contento con ser exonerado de su cargo, que se entregó a Fermín
Arias de Saavedra.
Este,
tan pronto se posicionó de su alcaidía, tuvo que correr precipitadamente a la
villa de Cañete, furiosamente atacada por los moros, llegando a tiempo de poder
salvar la población y su castillo próximo a caer en las manos de los sitiadores,
a quienes infligió duro castigo. No tardaron los moros en rehacerse y organizarse.
Enterados de que la guarnición de Cuevas Altas había salido con el alcaide
Saavedra acordaron volver a dicha villa, que encontraron casi despoblada,
cometiendo atrocidades sin cuento, acabando por incendiarla y destruirla por
completo.
Parece
que no volvió a tener guarnición la mencionada villa ni la de Cuevas Bajas, por
lo que, pasados algunos años, los moros volvieron a apoderarse de ellas,
reconstruyéndolas; pues, según se lee en la repetida crónica, el año 1424, el
Alcaide de Antequera, don Pedro de Narváez, hijo de don Rodrigo, primer alcaide
de aquella villa, destruyó los caseríos y castillos de Cuevas Altas y Cuevas Bajas,
no dejando piedra sobre piedra. Fueron tales las proezas y hazañas de don Pedro
Narváez, que inspiraron al poeta Juan de Mena las estrofas 196 y 97 de su
famosa obra en verso “El laberinto”.
Transcrito
por: Antonio Porras Cabrera
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