En Málaga tenemos, esta semana, la
llamada “Semana Blanca” en la que los niños no van al colegio. No sé muy bien
cuál es su objetivo, pues si se trataba de dejar la dinámica habitual para
dedicarse a otras actividades más de acorde con conocimientos generales
relacionados con la cultura del lugar, como visitas a museos, cine, teatro,
deporte, etc. no sería necesario no acudir al colegio, sino que el profesorado,
haciendo uso de un conocimiento más elevado que el de los padres y abuelos, al
menos en teoría, pudiera desarrollar estas actividades de forma más provechosa
para los alumnos. No obstante, si este hubiera sido el objetivo inicial, la
cosa ha devenido en una semana de asueto para el profesorado, que disfrutan de
sus hijos y viajan donde quieren, haciendo la función anterior pero para los
suyos en exclusiva.
Un amigo mío, del ramo de la
educación y sindicalista en aquellos tiempos, me comentaba que todo surgió
porque en Sevilla tenían la semana de Feria de Abril, en Córdoba los Patios, en
Cádiz el Carnaval, en Granada las Cruces, etc. mientras que en Málaga no había
ningún evento que justificara tener libre esa semana, por lo que se decidió
hacer una especie de semana cultural, pero que acabó en vacaciones para los
maestros y los niños en casa.
Por lo que para el padre normal, el
habitual currante, en el caso de que tenga trabajo y no ande en el paro, el
asunto tiene otra vertiente distinta. Lo primero que se plantea es qué hacer
con los niños en casa si no puede faltar al trabajo, dónde dejarlos y a quien “cargarle
el mochuelo”, y perdonen la expresión, para que sus hijos no se aburran en esa
semana y puedan sacar algún provecho de ella, amén de estar cuidados y
atendidos como Dios manda. La cosa es complicada. Te ves en una tesitura
tremenda y, en algunos casos y en el supuesto de que su actividad laboral se lo
permita, se organizan para tener libre esas fechas haciendo los turnos por
adelantado. En caso contrario acaban avocados a un gran problema y se ha de
recurrir a contratar un canguro.
Menos mal que aparecen los abuelos.
Esa especie de sujetos mayores, carcas y carrozones, que se criaron en otros
tiempos, sin video juegos, móviles, WhatsApp, i-pad, i-pon, i-pin pan pun, e-book,
e-mail, internet y la madre que los parió. O sea, unos analfabetos funcionales
a nivel informático y tecnológico, tan limitados que los propios nietos los
descalifican en muchos casos y acaban de maestros de los abuelos. Pero no todo
es negativo. También es una oportunidad para que los abuelos, que pueden
hacerlo, disfruten de los nietos y estos de ellos. Hoy me ha tocado estar con
los míos. Ya se quedaron anoche a dormir en casa y fue una fiesta. Comieron
algo de lo prohibido (no se lo digáis a los padres) además de todo lo que su
abuelo les puso, que los trató como siempre y ellos encantados. Se acostaron
tarde, les quité el miedo al monstruo de las galletas, de los pedorros y de las
cacas y el pipí (no hay cosa que les haga más gracia a los críos que las
cuestiones escatológicas), les hice reír y divertirse y acabaron diciendo: Abuelo,
qué gracioso eres, jajaja… Se durmieron y descansaron de un tirón, hasta que
esta mañana aparecieron por nuestra habitación con su algarabía. Qué lindos son
los dos.
Cuando fui por el pan vinieron
conmigo, de la mano, respetando los semáforos y pasando cuando ellos detectaban
el color verde, tiramos unos cartones a la basura, en su lugar correspondiente
y vimos los distintos tipos de basura que hay y cómo funcionan los
contenedores, fuimos a comprar unas pilas para hacer funcionar una inmensa lupa
que les ayuda a leer la letra pequeña (leer solo sabe él, que tiene 6 años, la
niña se inventa la lectura con un gracejo despampanante), vieron videos de
cuentos y al final hasta le ayudaron a la abuela a limpiar (debería decir
ensuciar) la cocina. Eso se mereció un regalito, por lo que nos fuimos a una
tienda de juguetes y eligieron, mediante un presupuesto previo, el juguete que
les apeteció.
Además, por la calle se han visto
hoy más abuelos y nietos, cogidos de la mano, que en todo el año junto. Abuelos
sonrientes y felices, niños saltarines y encantados. Eso ha sido motivo de
diálogo entre abuelos. Yo, por ejemplo, me encontré con una abuela que llevaba
una preciosa niña de la edad de mi nieta y conversamos sobre el día. Tenía
razón la señora en que, hoy, se conjugaba el placer de contar y disfrutar de
los nietos y el cansancio que producía su demanda continúa de juegos,
atenciones, y ese flujo de vida y escándalo infantil que invadía las casas de
sujetos, como nosotros, que buscábamos la tranquilidad de la persona mayor y ya
andábamos carentes de la energía necesaria para afrontar el reto.
De todas formas, hay una cuestión de
especial importancia. Me refiero al encuentro que se produce esos días de la
semana blanca, que debería llamarse de la semana del encuentro entre nietos y
abuelos. Uno, a su edad y con el bagaje y las vivencias que lleva a cuestas, ha
de tener un pensamiento positivo. Se nos ofrece la oportunidad de atar más los
lazos, afectos y el cariño con los nietos. De buscar los lugares de encuentro
entre generaciones, saltándose una de ellas. El conflicto generacional con los
hijos no se da con los nietos. Ellos han venido para demostrarnos que seguimos
vivos y seguiremos, que cogerán el relevo de nuestra extirpe y nos proyectarán
al futuro, que nuestros genes perdurarán. Son una proyección de nosotros mismos
que nos retrotraen al pasado, a nuestra infancia, a las travesuras que hicimos…
eso nos ayuda a comprender las suyas, a sentirnos solidarios con ellos y a
entenderlos mejor que lo hacen sus propios padres.
Ellos, si sabemos hacerlo, nos
verán como unos cronistas del pasado desde el afecto y el humanismo que
derramamos. No les contaremos batallitas del abuelo cebolleta, pero, al decirles cosas
de nuestra infancia, comprenderán que los niños son iguales, antes, ahora y
siempre. Les desmitificamos el mundo de los adultos y se verán más identificados
con ese proyecto de vida que, a veces, les abruma como algo inalcanzable y
lleno de restos. Sus abuelos fueron niños, como ellos, hicieron sus travesuras
y aprendieron de ellas, como ellos han de hacer. Sus padres también lo fueron y
sus abuelos les cuentan cómo eran sus padres de niños, lo que les hace mucha
gracia. El amor y el cariño de los abuelos rompen todos los muros y les lleva a
un mundo de fantasía y humanidad, descubren el afecto intergeneracional y aprenden
más con lo que se les explica desde el cariño que desde la imposición.
En suma, no es mala cosa esto de
disponer de unos días para el encuentro entre abuelos y nietos, si pensamos en
positivo. La madurez nos lleva a valorar las cosas desde otra perspectiva y a
sacar lo mejor de cada momento, a pensar en positivo. Los nietos pueden admirar
a los abuelos y aprender de ellos muchas cosas. El problema es que nuestro
cuerpo no es capaz de responder ante tanta demanda de energía y exigencias que
plantean los nietos. Claro que, dadas las circunstancias, no en todos los casos
disponen de este recurso de abuelos en la familia. Estoy agotado… pero feliz.