En una respuesta al comentario de Jordi en mi artículo “Desde la ética laica, Dios sería laico…” publicado en Grito de lobos, comento: “Personalmente, reconozco, que no tengo muy claro el concepto de espíritu, aunque me preocupa la espiritualidad en su definición más práctica, fundamentada y racional. Creo que merece una reflexión específica.”
Pero esa reflexión también merece ser compartida con todos a quienes les interese el tema, que no somos pocos, pues eso del espíritu está anclado muy hondo en nuestra mente y cultura, por lo que quiero hacerla en este mi blog. Eso sí, intentaré que sea lo más fundamentada y racional posible desde mis limitaciones y punto de vista.
He andado leyendo a lo largo del tiempo, y para esta reflexión aún más, sobre el tema y reconozco que hay tal batiburrillo respecto a la conceptualización de lo espiritual y tantas interpretaciones sobre el asunto, que puede uno acabar más confundido al final que al principio, sobre todo si no tenemos un fundamento o conocimiento de la filosofía. Despréndese de todo ello, que los filósofos se dejaron llevar, en parte, por el llamado espíritu de los tiempos, que es un planteamiento filosófico a caballo de las influencias sociales, políticas y religiosas del momento, desde la perspectiva de un posicionamiento cultural global o de grupo. Si empezamos a ver las distintas definiciones y usos que se da a la palabra “espiritual” podemos vislumbrar, incluso, su polisemia, dado los muy diferentes sentidos que se le otorgan. Pero me quiero quedar, en parte, con las ideas hegelianas, por su aporte más reciente y su sentido otorgado en el vocablo “Geist” que en alemán se traduce por espíritu y también por “inteligencia”… Remarco inteligencia ya que lo relaciona con lo intelectual, la mente pensante y las cogniciones.
No soy yo quien para descalificar a ningún gran maestro de la filosofía, válgame Dios, pero, como sujeto práctico, debo buscar una filosofía o planteamiento que me sirva a mí personalmente para mi desarrollo y entendimiento. No quiero, pues, ser sacrílego en este asunto donde tantos importantes cerebros, a lo largo de la historia, dejaron su impronta, pero mis humildes reflexiones solo pueden tener sentido desde mis capacidades y mediante la computación de los datos que manejo en mi modesta mente, que tiene un bagaje y un acumulo de vida, experiencias, conocimientos y demás que son los que me sirven a mí para mi propio proceso cognitivo. Por tanto, si me lee algún filósofo académico y ortodoxo entienda que mi pretensión no es otra que poner en orden las ideas que llevo dentro, aunque choquen con planteamientos clásicos.
Dicho esto, me gustaría ceñirme al concepto espiritual relacionado con lo intelectual, como ya he dicho. El diccionario de la RAE presenta varias definiciones, pero hay dos, que da como las primeras, que son las que se ajustan más a mi pretensión, como son: “Ser inmaterial y dotado de razón” y “Alma racional” y esto tiene una lectura relacionada con la inteligencia y la mente y sus energías que la gestionan. De todas formas espero dejar claro lo que entiendo por espiritual, a lo largo del artículo.
El ser humano es singular en la creación. Está en un estadio evolutivo muy diferenciado del resto de los animales, y eso de ser pensante, de tener la capacidad del razonamiento tanto inductivo como deductivo, de ir de lo particular a lo general y de lo general a lo particular, lo sitúa en la duda continua, a la par que en la necesidad cognitiva de dar respuesta a la misma. La duda sostenida en el tiempo, para el ser humano, implica cuestionamiento sistemático y, a la larga, conflicto interno.
Hay otro punto, bajo mi opinión no de menor calado, que nos condiciona, como es el saber que somos finitos, que hemos de morir. La angustia de la muerte como algo irrevocable, inapelable y desconocido, que se escapa a la razón, nos crea interrogantes y, por ende, angustia o ansiedad, que hemos de resolver. Nos sentimos el eje de la creación, el epicentro, y pretendemos trascender al más allá como forma de mantener la vida. Si tenemos un alma o espíritu que trascienda tras nuestra muerte seremos inmortales y colmaremos nuestro egocentrismo reafirmándonos como algo superior.
Todo lo expuesto queda enfocado a la necesidad de buscar una verdad que nos satisfaga ese duda, ese interrogante sobre todos los fenómenos que nos rodean, incluidos los naturales. Por tanto, la espiritualidad está cargada de esa curiosidad y necesidad de respuesta, movida por ello. Por lo que me atrevería a traducir espiritualidad por búsqueda de la verdad. Sería ese impulso natural que sienten los seres humanos hacia el conocimiento para sortear sus dudas y dar sentido y estabilidad a su pensamiento, a su vida, y paz interior como ausencia de conflicto interno y, por ende, externo, al pertenecer a un grupo.
Claro está, según y como, ese interés se queda en lo superficial o pasa a lo más profundo. Es decir, damos elementales explicaciones a lo que no conocemos o aceptamos la de los otros sin más cuestionamientos, como por ejemplo la creencias en dioses para cada elemento o duda que nos surja respecto al funcionamiento de la propia naturaleza, dios del viento, de la guerra, del amor, del mar, del… o pasamos a una reflexión profunda que, como es natural, perpetúa la duda, puesto que cada vez que concluimos algo desplegamos otro montón de interrogantes nuevos, pues hemos abierto otra ventana que nos presenta más campos de estudio, lo que garantiza la evolución del conocimiento.
He hablado antes de dioses del mundo pagano, pero también cabe su aplicación a las religiones actuales y su propia génesis. Si el hombre necesita verdades para vivir tranquilo o resignado, démoselas, pero para explicar lo inexplicable, puesto que nuestro nivel de conocimiento no llega a su comprensión, creemos explicaciones sobrenaturales y dogmas que sostengan ese deseado equilibrio.
La cuestión es que en el mundo se presenta un inmenso escenario cósmico donde la mayoría de las cosas son desconocidas, inexplicables como decía, necesitadas de descubrir; no de inventar, el hombre no inventa, el hombre descubre leyes y formas que están, que ya existen, y las aplica. Eso quiere decir que la única verdad que hay está en nuestro entorno, aunque no la comprendamos aún, aunque no la conozcamos, pero que mediante el estudio y desarrollo del conocimiento podremos llegar, o acercarnos más, a ella. Para ello me baso en mi idea de que la duda es la madre del conocimiento, y planteo la continua disposición a cuestionarlo todo en función de las nuevas aportaciones que vayan consolidándose como verdades. Esto se pega de narices con el dogma que pretende sustraer los temas de reflexión al debate.
Concluyendo, entiendo que:
1. La espiritualidad es la búsqueda de la verdad.
2. La verdad está en nuestro entorno.
3. La duda es la madre del conocimiento.
4. El dogma bloquea el conocimiento de la verdad.
5. El acercamiento a la verdad solo se hace desde el cuestionamiento sistemático de todo, hasta conseguir su racionalización final, aunque sea a modo individual.
6. Si dios es la verdad (acordémonos los dioses del rayo, el viento, la lluvia, etc) solo podremos llegar a él mediante el desarrollo de la ciencia y el conocimiento, que nos dará la explicación del fenómeno.
7. En el conocimiento de la verdad no entran solo las leyes naturales y materiales que conocemos, sino lo desconocido y pendiente de descubrir.
Es inquietante eso de la espiritualidad, esa forma de la duda continua, esa idea o necesidad de incrementar el conocimiento, de desarrollarse y elevarse a la verdad en la autorrealización, esa búsqueda sistemática de lo divino a través del entorno y de lo desconocido pero sin dejarse llevar por dogmatismos y prejuicios que nos anclan en lo irracional, esa lucha que a veces agota y puede dejarte en brazos de cualquier religión o creencia, cerrando el problema desde el conformismo y la indolencia intelectual.
Finalmente, quiero hacer alusión a lo colectivo e individual. El espíritu de la colectividad es una tendencia conductual y cultural a creer, ejercer y actuar de una determinada forma que establece el grupo; mientras que la individual se ejerce desde el librepensamiento, desde la elaboración e interiorización de las ideas, opiniones y el conocimiento del propio sujeto, del discernimiento y el libre albedrío. Pienso que el desarrollo de la comunidad social y del individuo se garantiza con el segundo caso más que con el primero. Por tanto, deje usted de creer a pie juntillas todo lo que le dicen y pase a elaborar y digerir sus propios pensamientos y conclusiones, pero tenga siempre la mente abierta, pues el flujo que le llaga es el garante de que la información variada y plural nos dará más amplitud de miras.