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Publicado
en La Opinión de Málaga el 20 AGO 2024 7:00
Hay intoxicadores,
entes difamadores, que lanzan su ponzoña por convicción para destruir al
contrincante, otros persiguen la exaltación de su ego al amparo de un falso
crédito intelectual
Fachada del Congreso de los Diputados, a 19 de septiembre de 2023, en Madrid (España). / Marcos Villaoslada
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Sobre la ponzoña que nos invade
Andamos percibiendo a nuestro
alrededor, incluso en el propio Parlamento que debería ser lugar de debate
constructivo, un torbellino en espiral de irracionalidad e irresponsabilidad,
donde priman intereses espurios, partidistas y alejados de los verdaderas
inquietudes que ocupan, a mi entender, las mentes y preocupaciones de la
ciudadanía. Me repugna la política torticera, el filibusterismo y la toxicidad
que aflora por doquier, la falta de respeto al pensamiento ajeno, o la
manipulación de los principios y valores democráticos en beneficio del interés
partidista. La dignidad es un valor a la baja, mientras la vanidosa arrogancia
parece que va al alza… Esto no afecta solo al político y algunos otros
funcionarios del Estado, sino a la ciudadanía que ejerce de hooligan
irracional, militando en las RRSS con el insulto y la descalificación.
Esas actitudes y expresiones
tóxicas han encontrado en las citadas redes el mayor campo de cultivo y han
volcado en ellas la vehemencia del propio parlamento, utilizándolas el usuario
como una irracional correa de trasmisión en muchos casos. Las redes son
peligrosas como elemento difusor si uno no se para a meditar sobre el mensaje
que nos transmiten, para discernir sobre el valor real del mismo, su veracidad
y la intencionalidad que persigue el autor con esa difusión.
Con mi generación, allá por los
años 70, se trajo la democracia en una lucha desigual con un régimen
dictatorial que se resistía a desaparecer. Hoy, los artífices de aquella
contienda que dio su fruto, hemos de volver a reivindicar aquel proceso para
defender lo conseguido desde el consenso y el aislamiento de los elementos
tóxicos a los que aludo, de lo contrario nuestra lucha resultará estéril para
las generaciones venideras, pues se está dando mayor protagonismo a lo
divergente que a lo convergente
Hay intoxicadores, entes
difamadores, que lanzan su ponzoña por propia convicción para destruir al
contrincante, otros persiguen la exaltación de su ego al amparo de un falso
crédito intelectual que ellos se otorgan; los habrá también que, anclados a su
pensamiento totalitario, pretendan aniquilar los derechos constitucionales para
hacer prevalecer un liderato absolutista y paternalista que dé sentido a una
pueril inmadurez y otros muchos casos y justificaciones, como desacreditar y
desmontar el sistema… La visceralidad, la prepotencia, el desprecio al
diferente, el rechazo a otros pensamientos que no son los propios, dejan en muy
mal lugar al peleón que pretenden matar a la razón con exabruptos y gritos, con
descalificaciones e insultos desde la ególatra petulancia, cuando no
pedantería.
Lo malo es que la escuela del
debate que se va imponiendo es la que emana de la ‘Salsa rosa’ televisiva y del
mundo de la tertulia partidista, donde la intolerancia, el integrismo
dogmático, la confrontación y vulgaridad ‘infraverdulera’, en muchos casos,
suple a los argumentos para nublar la razón a través de la irracional emoción,
llegando al propio hemiciclo parlamentario o saliendo de allí para influenciar
la calle. El objetivo de este debate no es crecer personalmente con él, sino
convencer al otro de lo que uno piensa, sin considerar el pensamiento ajeno,
haciendo oídos sordos al contertulio divergente, dado que nosotros estamos en
posesión de la verdad, cosa bastante habitual en las sociedades de credos
monoteístas con su componente mesiánico.
Cualquier debate productivo pasa
por saber escuchar lo que el otro dice para sacar de ello lo mejor, si hay algo
aprovechable que nos enriquezca, y viceversa. Estamos pues invertidos en esto
del debate; o sea, nuestro objetivo no es aprender de los demás sino enseñarlos
a pensar como uno piensa… y eso no es un debate productivo para nosotros
mismos, pues no nos enriquece, salvo el enaltecimiento de nuestro exclusivo
ego, mediante un intento de imponer el propio pensamiento colonizando la mente
ajena, adoctrinándola, como si ello confirmara nuestra superioridad intelectual
a través de la supuesta solidez de nuestros argumentos, en muchos casos
enquistados en su dislate.
En alguna ocasión dije que cuando
la política pierde el sentido común, ha de imponerlo la ciudadanía; pero en un
alarde de manipulación, la política está arrastrando a la ciudadanía al
sinsentido, a la irresponsabilidad, a la irracionalidad que conduce por
senderos inescrutables a un abismo de confrontación, a un tobogán que nos lleva
a las desgracias vividas a lo largo de nuestra historia. Nos falta empatía,
humanismo, amor y una actitud comprensiva hacia los demás y su libertad de
pensamiento.
Tal vez sería bueno que, antes de
decir algo, pensáramos de verdad en lo que se dice, las razones que lo
sustentan y las consecuencias e influencia en el entendimiento entre la gente.
Sembrar lo negativo y no cultivar lo positivo solo lleva al caos. Pero en esta
línea es de puro derecho respetar el pensamiento ajeno como definitorio de la
personalidad del que lo emite, que queda retratado por el mismo dándote una
precisa información sobre con quién andas, lo que te permite otorgarle algún
crédito o ninguno, pero sí conocer cómo piensa. Nuestro pensamiento nos
dignifica y humaniza o nos denigra.
Concluyo con una frase de José
Saramago, premio Nobel de Literatura de 1998, que cito en la presentación de mi
libro ‘Reflejos de pensamiento político’, publicado en Amazon en 2021, y que
dice: «He aprendido a no intentar convencer a nadie. El trabajo de convencer es
una falta de respeto, es un intento de colonización del otro»... yo añado que
solo pretendo exponer mi propio pensamiento en el uso del derecho a expresarse
de todo ser humano, si a alguien le sirve ahí lo tiene y si no le sirve no pasa
nada; pero creo que, como seres pensantes que somos, tenemos no solo el
derecho, sino la obligación de compartir nuestras ideas desde el respeto a la
diversidad para conseguir fraguar un mundo mejor.
Por último, me ha llenado de
inquietud y desasosiego la intelectualmente pobre entrevista entre Trump y el
magnate Elon Musk, donde dos individuos de principios cuestionables nos
vaticinan un futuro inquietante. Todo está en peligro en favor de una distopía
que cada vez parece más posible. Las mentes privilegiadas del mundo intelectual
deben reaccionar, tomar la antorcha y alumbrar la senda, si aún no caminan por
el mundo de la venalidad.
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