¡Viva la libertad, carajo! gritaba
un loco exaltado, exhibiendo en una mano un artilugio endiablado, con el que
quería amputar los derechos otorgados por la propia libertad. Ante lo cual me
pregunto: ¿qué carajo de libertad es la que pregona ese loco desbocado? Pelo
suelto, ojos saltones, ronca voz que iba gritando ser un rugiente león.
Megalómano y narciso, por no decir más preciso que es un puro trastornado por
su forma de actuar.
Ya lo trataron de loco, incluso se
ha publicado un libro así titulado, que lo dejó retratado. Tiene en su haber la
desdicha de un discurso exacerbado donde el insulto y la infamia formaron en su
campaña causa de argumentación. Anarcoliberalismo dice el joven que es lo suyo;
o sea, que es de puro Perogrullo que esa verdad que predica no es verdad sino
una idea que solo ha de convencer a gente de su ralea. La palabra se las trae,
pues, si rompe el silogismo, un anarcoliberal ha de ser muy parecido a quien
pretende gozar de una libre decisión sin pensar en los demás.
Y aquí aflora la discordia, pues si
toma decisiones sin pensar en los demás, ¡manda huevos! las razones en que se
ha de sustentar su derecho y libertad. La libertad responsable siempre conlleva
algo más. Cuando el mundo liberal, al asaltar la Bastilla, reivindica libertad,
la considera esencial como una tercera pata de la justicia social, a la que
tanto desprecia este sujeto falaz, donde todo ser humano pueda convivir en paz
sumando a esa libertad la igualdad y fraternidad. Quien se olvida de estas
últimas no quiere la libertad como forma de concordia dentro de una sociedad,
sino imponer su criterio, basado en su propio sesgo, como forma de pensar.
Es egoísmo en esencia, un
darwinismo social donde el pobre se somete sin poderlo remediar, si no pasa por
el aro andará en lo marginal, pues siempre se ha de imponer el que tenga más
poder en un mundo desleal. El pobre será más pobre, y el rico con sus dineros
controla lo sociedad para sacar beneficios, sin importar los valores de un solidario
humanismo donde reine la hermandad.
Cambio el ritmo, para decir de otra
forma que somos muchos los que pensamos que el ser humano es un ser libre y comprometido,
cuya principal función, u objetivo vital, es su propio desarrollo en libertad,
la autorrealización, enmarcado en una sociedad solidaria, a la que cada cual
aporta todas sus potencialidades, en una comunión de intereses, donde se
implica en la evolución humanista de esa sociedad que lo integra, para
mejorarla en el día a día.
Hay una tramposa idea que se anda
vendiendo, desde un populismo crítico, que pretende enganchar a la población,
sobre todo a los jóvenes desencantados con la realidad. El desencanto, aunque
tiene, o puede tener, serias argumentaciones, también se cultiva desde la
mentira, desde la manipulación que hace resaltar el descontento con el mundo de
la política, que, además, se presta al deterioro progresivo de sí misma. El
bulo y la falta a la verdad, cuando no la felonía, son los enemigos de la
democracia, junto a la ausencia de respeto y tolerancia hacia el contrincante,
al que se le debe cortesía por ser representante de un pueblo soberano. En este
caso cuesta mucho ejercer ese respeto a un político como Milei, aunque su
exaltación haya surgido de la voluntad popular del pueblo argentino. Más que
respeto induce a una educada tolerancia, ante una realidad impuesta carente de
cortesía.
Denostar la política solo puede
llevar a que el ciudadano renuncie a su derecho, y responsabilidad, a ejercer
la soberanía popular. Puede que ello sea el verdadero objetivo del falaz
agitador; o sea, conseguir del votante esa renuncia al derecho al voto para
elegir quien legisla y le gobierna, al considerar que todos los políticos son
igualmente malos, salvo el agitador. En todo caso, lo que deberíamos pensar es
que tenemos el derecho y el deber de elegirlos en democracia y buscar el mejor
dentro de la oferta… porque, por mucho que pretendan algunos, no todos son
iguales y, tal vez, quien pretenda eso, es el menos de fiar, porque puede que pretenda
llevarte al huerto exclusivo de sus intereses sin respetar al contrario.
Todo esto me trae a la memoria un
par de escenas que comparto con el lector o lectora: En la película, La
decisión de Sophie (1982), dirigida por Alan J. Pakula y protagonizada por
Meryl Streep, Kevin Kline y Peter MacNicol, nos muestra la historia de Sophie,
una polaca católica que, en la noche en que llegó a Auschwitz, un médico del
campo le hizo elegir cuál de sus dos hijos moriría inmediatamente gaseado y
cuál seguiría viviendo en el campamento; o sea, le otorga la libertad de elegir
quién ha de morir y quién ha de vivir.
Dilema cruel que solo pretendía crear en la madre el amargo sufrimiento que
conlleva tal decisión, pero que, en todo caso, implica asumir que el médico
nazi tiene el poder sobre la vida y la muerte de sus hijos, al que ella se ha
de someter en función de la gracia que le otorga para ejercer su “libre”
decisión.
Otro caso que me viene a la memoria
es el de mi profesor de Formación del Espíritu Nacional allá por los primeros años
sesenta. Para quien no lo sepa explico que, en tiempos del franquismo, existía
esta asignatura (FEN) cuyo fin era el adoctrinamiento para divulgar y asumir
los principios del Movimiento Nacional; o sea, el nacionalcatolicismo, como
ideología y filosofía de vida, donde la libertad brillaba por su ausencia. Este
profesor, muy ufanamente, sostenía que la libertad siempre existe y que es un
derecho incuestionable del ser humano. Para demostrarlo tomaba el siguiente
ejemplo: “Si yo te pongo una pistola en la cabeza y te digo si no haces esto te
pego un tiro y te mato, tú sigues teniendo la libertad de elegir hacerlo y
sobrevivir o no hacerlo y morir”.
Pongo estos ejemplos de distorsión
de la libertad, para mostrar que esta solo existe cuando no hay coacción,
cuando la elección, o toma de decisiones, está sometida a unas circunstancias
más o menos neutras y/o realistas, que no inciden artificialmente en esa toma
de decisiones. Si existiera un anarcoliberalismo no sometido a una ley justa y a
normas que facilitaran la convivencia y el desarrollo del ser humano en todas
sus dimensiones, fraguando un Estado donde los principios de fraternidad e
igualdad fueran excluidos y el concepto de justicia social eliminado, el mundo
sería un caos, donde el pez gordo se comería al chico; o sea, un sistema de
corte fascista o totalitario, dictado desde un poder omnímodo alejado de la
soberanía popular.
Mi pregunta, ya casi retórica, es:
¿De qué carajo de libertad me habla el señor de la motosierra y sus adláteres,
incluyendo agasajadores/as? Seguro que solo pretenden confundir los conceptos,
redefinirlos y manipularlos para engañar a la gente.