No lo sé, pero sospecho que ni ellos mismos saben
donde vamos, o a dónde nos puede llevar esto. Se sabe como empieza un camino al
que no se conoce, del que no se tiene el mapa y solo se intuye que va hacia el
norte que se busca, pero no se saben las dificultades aunque se sospechen. Lo
malo es que hay gente que no quiere circular por esa vía, que prefiere seguir
en su sitio, en su casa, y dejarse de aventuras innecesarias, mientras otra se
lanza a ellas creando un problema dentro del propio grupo que comparte el mismo
barco discutiendo, o queriendo imponer, el rumbo. ¿Habrá paz en el tránsito?,
parece que no. ¿Habrá pacto para reconducir el barco a un lugar de interés común?
Podría haberlo pero necesita actitud de convivencia y entendimiento. ¿Habrá
sangre en el litigio? Esperemos que no, nunca deseable, y antes de eso no se ha
de dar ni un paso que la haga fluir en la contienda.
Hay momentos en que solo el sentido común y la capacidad
de análisis racional de los políticos cabe para solucionar esos problemas, en
el supuesto de que esto sea un valor aplicable a determinados políticos, porque
visto lo visto, parece que volvemos a tropezar con la misma piedra y algunos
descelebrados siguen jugando con fuego, y no me refiero ya al ínclito e irresponsable
Torra solamente, que hace tiempo dejó de ser el presidente de todos los
catalanes, si es que alguna vez lo fue, sino a posiciones irracionales
y, cuanto menos, peligrosas, que pretende resolver el problema sin llegar a ver
la trascendencia más allá de la mera miopía política. Ser independentista no es
un delito sino un derecho que otorga la libertad de pensamiento, ideas y credo,
pero cuando se ejerce la gobernabilidad de un pueblo donde existen diferentes
sensibilidades ideológicas, todas ellas legítimas, ese líder, en este caso
Torra, ha de ser comedido y garante de las libertades y derechos de todos los
ciudadanos a los que gobierna. No puede empujar en una dirección rupturista del
sistema que lo avala, ni pedir a una de las partes que apriete, precisamente,
contra la estructura de poder que él mismo representa. El señor Torra es un insensato
gobernante que no se lo merece Cataluña ni ningún pueblo, por su forma de
entender el ejercicio de la gobernanza.
El problema del independentismo, aunque sea un
posicionamiento legítimo y legal, es cómo dar salida a sus aspiraciones en un sistema
donde el camino hacia la independencia es tremendamente complicado, dadas las
variadas posiciones respecto al ejercicio de la soberanía popular y el domino que
esta tiene sobre la territorialidad. Constitucionalmente todos los ciudadanos
españoles somos soberanos en la totalidad del territorio nacional. Otra cosa es
la incidencia de nuestro voto en función de la descentralización de la gestión del
Estado. He ahí uno de los problemas que bloquean la salida que demanda el
independentismo, que al reconocerse la soberanía de todos los españoles sobre
el conjunto del territorio del Estado, habría que modificar ese articulado y en
qué forma, detrayendo al resto de españoles su derecho sobre la soberanía
catalana…
Pero volviendo al tema, acertado estuvo el ministro
del interior, Grande Marlaska, al pedirle que decida si quiere ser el
presidente de todos los catalanes o solo un activista con su ideología
independentista, cosa muy respetable pero incompatible con la neutralidad de un
gobernante. Como activista de la independencia tiene todo mi respeto siempre
que no sobrepase los límites racionales de ese ejercicio, pero como presidente de
la Generalitat solo le queda dimitir del cargo si no quiere ejercerlo como
estadista, e irse a ejercer de activista, cortando carreteras y participando en
algaradas callejeras. Ahí lo veo mejor en su papel.
Respecto a la vileza que se viene demostrando en
otros niveles, es manifiesta. Me parece patética la derecha, en este caso el PP
y Cs. Me refiero a la derecha porque no han aprendido nada del pasado y solo
pretenden que se queme el gobierno en funciones para ganar ellos el poder en las
próximas elecciones. En este caso la policía nacional y la guardia civil no
anda pegando porrazos a los ciudadanos que van a votar, aunque fuera en un referéndum
considerado ilegal, sino que los mossos de escuadra, en el ejercicio de sus funciones
como cuerpo de seguridad de Cataluña, están cumpliendo con el mandato
institucional que le otorga el Estatut. No hay por qué tomar iniciativas
rompedoras, dado que no se toman en circunstancias similares de algaradas
callejeras por otros motivos, ya sean políticos, de huelga o de corte triunfalista
en los triunfos futboleros. Por tanto, de momento, se está haciendo lo que se
ha de hacer, respetar y proteger el derecho de manifestación y reprimir la
violencia callejera que se escapa del ejercicio pacífico de ese derecho, que se
perjudica con el uso de la violencia. En todo caso, si las cosas se complican,
para analizar los hechos, y tomar medidas, están los gobiernos, el de la
Generalitat en primer lugar, y a ellos corresponde la toma de decisiones con la
ley por delante y con la proporcionalidad que requiere cada caso.
En este sentido, con sus declaraciones tras la
entrevista de ayer con Sánchez, no veo la lealtad de Casado con el gobierno,
como dice tener, ni la de Rivera que sigue en su erre que erre con el famoso
155, a pesar de que los propios jueces han definido claramente qué
circunstancias se han de dar para su aplicación. Los de VOX, bajo mi opinión, no
quieren solucionar el problema sino echar leña al fuego para resucitar el
espíritu franquista de la guerra civil y reprimir hasta eliminar las ideas disonantes
con su concepción de España, lo que sería terrible. Respecto al PP, sirva como
ejemplo el caso de ese señor con cara de malas purgas, que siempre parece
enfadado, y que ejerce de su secretario general, García Egea creo que se llama.
Va diciendo por ahí que el señor ministro del interior se fue a cenar con lo
que está cayendo, a modo de reproche. Hay que ser maledicente e inconsciente
para decir semejante majadería, como si el ministro no tuviera que alimentarse
mientras dura el conflicto y hacerlo donde le dé la gana y con quien quiera. El
asunto no es comparable con que se fuera al teatro mientras se inundan pueblos
y casas como pasó en su tierra murciana. Estas cosas son clarificadoras del
valor y la intención de los políticos; es capaz de centrar la atención en una
cena, que es algo natural y necesario, para intentar araña unos votos, en lugar
de colocarla en lo que realmente está ocurriendo, apoyando al gobierno en la solución
del problema de una forma racional. Esa incapacidad que muestra la derecha para
ver y analizar el problema catalán es preocupante.
Por otro lado, hablando del constructo de tsunami
democrático, hemos de entender que la democracia la establecen las leyes democráticas.
Las urnas son el instrumento para ejercerla, la urna por sí misma no es democracia
(los dictadores también las usan). Pero no solo la ley, sino la actitud ciudadana
y de los políticos son los que definen y consolidan la democracia. De ahí que
el mal llamado referedum del 1 de octubre sea una farsa perfectamente cuestionable
por su forma y por su fondo, tal vez valga como una encuesta interesada entre
los llamados a participar en ella por los partidos que la convocan. Sus urnas no
le dieron legitimidad democrática. No se puede defender que el 1 de octubre el
independentismo venció al Estado, como dice Torra, más bien cabe constatar que
lo burló… y lo hizo porque el inocente Rajay, llevado por la prepotencia y la
soberbia, no vio la trampa en que caía al ejercer la violencia sobre los
votantes, allí perdió la batalla de la opinión pública internacional, como le
está pasando ahora al independentismo con estas algaradas. Un buen ejercicio
demócrata es comprender y empatizar con el otro y viceversa, para conseguir
acordar la convivencia desde el respeto a los derechos fundamentales de la ciudadanía,
de la soberanía popular, de las leyes que emanan de ella y actuar en
consecuencia. Difícilmente es encajable en ese concepto el acuerdo de una de las
partes sin que la opinión de la otra se haya tenido en cuenta.
Bajo mi opinión, y de momento, Sánchez y su equipo
están demostrando sensatez y la serenidad necesaria para actuar sin echar leña
al fuego, dejando que las cosas se resuelvan desde donde se han de resolver y
vigilantes para que así sea. No pueden caer de nuevo en la tentación del ir “a
por ellos” de Rajoy como en el 1-O dando aquel espectáculo lamentable ante todo
el mundo internacional que, como mínimo cuestiona la equilibrada respuesta ante
un problema.
En estos días, Cataluña, en su conjunto, está siendo
la gran perdedora. La imagen de violencia que se transmite al exterior está
dinamitando el mensaje pacifista del independentismo y es este el primero que
debería reconducir la situación. El Estado español puede estar ganando la
batalla de la propaganda, de la opinión internacional, pues siendo criticable,
según por quien, la sentencia de los presos, el fallo, ha sido más suave que lo
solicitado por la propia fiscalía.
Es comprensible la frustración que se ha generado
entre los partidarios de la secesión, el choque frontal contra el muro del
Estado y de la historia, que ha puesto de manifiesto la imposibilidad de
conseguir aquello que les dijeron estaba al alcance de la mano. Es evidente que
el aspecto emocional ha de aflorar ante esa intolerancia a la frustración,
incluso es comprensible que se modifiquen las emociones imperantes, pasando de
la esperanza a la decepción y la rabia, que, sin duda, puede conducir a la acción,
con todas sus consecuencias. Es conveniente que se vean las cosas con perspectiva
de futuro inmediato y se ajuste y negocie una solución consensuada que permita
a Cataluña volver a ser lo que fue, a generar riqueza y bienestar, a tomar un
protagonismo razonable en la estructura del Estado y en la economía del conjunto
de la UE, empezando por sí misma y por el resto del Estado español. Cataluña y
el conjunto de los catalanes, que no son todos independentistas, no se merece
lo que está pasando y, tal vez sea necesario negociar un encaje donde aflore la
concordia en un contrato fijo cuyo cumplimiento lleve a la amnistía de los
presos si se salva el escollo del conflicto.
Finalmente hago patente mi convicción
de que el poder de los grupos que se ejerce en la calle no es un poder con
validación democrática electoral, sino como resultado de una protesta legítima
del colectivo que se manifiesta, eso sí, mientras mayor número de participantes
mayor peso específico tendrá la manifestación y mayor atención se le deberá otorgar
a lo que reivindican, considerando lo justo de la demanda. Por otro lado, los mismas
acciones que se pudieran dar en el ejercicio del derecho de manifestación no
son aplicables al conjunto del colectivo que convoca la misma, aunque
legalmente se les asigne la responsabilidad como convocantes, por tanto los actos
vandálicos, ocurridos en ellas, no tienen que ser generalizados al grupo de los
protestantes, donde pueden haber subgrupos violentos y delincuentes y, a la
vez, mayoritariamente participantes pacíficos que ejercen, con la indignación
que fuere, su derecho a la protesta.